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domingo, 29 de agosto de 2010

Tratemos de ser como el Niño Dios


Hagamos de cuenta que alguien nos pregunta cuántas cosas son importantes en esta vida. Nosotros le tendríamos que decir que hay sólo una cosa importante en esta vida, y es salvar el alma, y para salvar el alma, tenemos que tratar de ser como Jesús, y si nosotros queremos ser como Jesús, tenemos que saber cómo era Jesús cuando era niño. ¿Cómo era Jesús cuando era chico? ¿Qué hacía cuando tenía la edad de ustedes? ¿Lo podemos seguir viendo así, como era antes de ser grande?

En la Biblia no se dice nada de Jesús cuando era chico, salvo su Nacimiento y que a los doce años estaba en el templo, pero sí hay santos que nos cuentan cómo era Jesús y qué hacía cuando era niño.

Jesús vivía en un pueblito muy chico, que se llamaba Nazareth. En esa época, no había nada de lo que hay ahora: ni autos, ni motos, ni aviones, ni barcos, y las casas eran casas todas de barro, y muy chiquitas.

Sí había un mercado, en el centro del pueblo, y cuando la Virgen iba a comprar cosas para preparar la comida, Jesús la acompañaba. Jesús estaba siempre con su Mamá, la Virgen, y la acompañaba adonde Ella iba. Hoy también están siempre los dos juntos: en la Misa, Jesús baja del cielo, en su cruz, y la Virgen también baja del cielo, y lo acompaña a su Hijo Jesús, al lado de la cruz.

Jesús crecía como todos los niños, y aunque Él era Dios, y como Dios todo lo sabía, lo mismo, cuando crecía, iba aprendiendo a caminar, a hablar, a saber los números, los colores, los nombres de los animales[1]… Jesús era Dios, y como Dios, todo lo sabía, y no necesitaba aprender nada, pero como Niño lo aprendía todo, y eran la Virgen y San José los que le enseñaban. Y después, cuando ya era un niño más grande, Jesús iba a la carpintería de su Papá adoptivo, San José –su Papá del cielo era Dios Padre-, y San José le enseñaba a ser carpintero. Como Dios, no tenía necesidad de aprender nada, porque Él era el Creador de los árboles con los que trabajan los carpinteros, pero igual aprendía al lado de su papá de la tierra. Jesús trabajaba la madera, y cuando trabajaba con su papá José en el taller de carpintería, sabía que un día el iba a subir a una cruz de madera, para salvarnos a todos.

Jesús tenía amigos, y tenía primos, y era muy bueno con todos. Jugaba con ellos, pero en ese tiempo los juegos eran más sencillos que ahora, porque no había lo que hay ahora: Play station, juegos de computadora, ¡ni siquiera había pelota de fútbol, para jugar un partido, y ni siquiera se había inventado el fútbol! Pero lo mismo Jesús no se aburría, porque jugaban a las carreras –aunque Jesús corría muy rápido, algunas veces se dejaba ganar, para que los demás no se enojaran-, o si no jugaban con los juguetes de madera que su Papá José le hacía. Pero además de jugar, Jesús iba a visitar a sus amigos enfermos, y cuando lo iba a visitar, siempre les llevaba algún presente, de los que había entonces: pan, queso, nueces, para que los amigos que estaban enfermos se sintieran mejor. Y con su ejemplo, Jesús nos enseña que tenemos que visitar a nuestros amigos enfermos, y ayudarlos para que se mejoren.

Jesús iba mucho al Templo. Una vez, cuando Jesús tenía doce años, pasó lo siguiente: su Mamá, la Virgen, y su Papá de la tierra, José, fueron a Jerusalén, que era una ciudad grande, a una fiesta de la Iglesia. Cuando volvían -iban todos caminando en una caravana, con camellos, y en los camellos se ponían todos los bolsos con la ropa para el viaje, y también en los camellos se llevaba la comida-, se dieron cuenta un día que Jesús no estaba con ellos. Entonces José y María se volvieron casi corriendo a Jerusalén, para buscar a Jesús, porque ellos creían que se había perdido. Buscaron por muchas partes, pero no encontraban a Jesús, hasta que fueron al templo, y lo encontraron ahí, en medio de los sacerdotes, enseñándoles muchas cosas. Jesús, aunque era chico en ese entonces –tenía doce años-, lo mismo sabía mucho más que todos los sacerdotes juntos, porque Él era Dios, y como Dios, era muy sabio: todo lo ve y todo lo sabe.

Así era la vida de Jesús cuando era niño: amaba a sus padres, a sus primos, a sus amigos; era obediente, servicial, trabajaba con su Papá y, sobre todo, se preparaba para su gran misión, que era morir en la cruz para salvarnos a todos y llevarnos a todos al cielo. Jesús, cuando Niño, vivía muy feliz con su Mamá y con su Papá de la tierra, pero siempre pensando que iba a morir en cruz.

Y ahora, ¿qué pasa? ¿Jesús se fue al cielo, y ya no podemos verlo más? Jesús fue al cielo, después de morir en la cruz, porque resucitó, pero lo mismo viene a esta tierra, y cuando viene, se le aparece a muchos santos.

Una vez se le apareció a una santa muy santa, que se llama Santa Teresa de Jesús, cuando ella estaba en el convento. Santa Teresa iba a subir por una escalera del convento, y ahí se le apareció Jesús como un Niño de doce años. Ella se sorprendió porque los niños no pueden entrar en los conventos, y entonces le preguntó: “¿Y tú quién eres?”. Y Jesús le respondió preguntándole también: “¿Y quién eres Tú?”. Santa Teresa le dijo: “Yo soy Teresa de Jesús”. Y el Niño le dijo: “Yo soy Jesús de Teresa”.

Y para acordarse siempre de esta aparición, Santa Teresa mandó que en todos los conventos hubiera siempre una imagen del Niño Jesús

Jesús Niño también se le apareció, hace muchos años, a otra santa, que se llamaba Margarita del Santísimo Sacramento, y cuando se le apareció, le hizo esta promesa: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia, y tu oración será escuchada”.

Y después hubieron muchos, pero muchos santos, a los que Jesús Niño se les apareció.

A nosotros seguramente no se nos va a aparecer, pero como nosotros amamos mucho a Jesús Niño, lo que vamos a hacer es consagrarnos al Divino Niño, para que el Divino Niño, más que aparecerse, esté siempre en nuestro corazón. Nos vamos a consagrar para que el Niño Jesús viva siempre en nuestro corazón, y le vamos a prometer que vamos a tratar de ser lo más buenos posibles, para ser como Él.

ORACIÓN de Consagración al Divino Niño

Acuérdate, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijiste a la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos tus devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los meritos de mi infancia y nada te será negado”. Lleno de confianza en Ti, ¡oh Jesús!, que eres la misma verdad,vengo a presentarte mis necesidades.

Ayúdame a llevar una auténtica vida cristiana, para conseguir una eternidad feliz. Por los méritos infinitos de tu encarnación y de tu infancia, concédeme la gracia que te estoy pidiendo (aquí se expresa el favor que se quiere alcanzar). Me entrego a ti, oh Niño Omnipotente, seguro de que escucharás mi súplica y me fortalecerás en la esperanza. Amén.


[1] Cfr. Mi vida en Nazareth, 37.

sábado, 21 de agosto de 2010

El Rosario y el Escapulario, las dos alas para volar al cielo


Recordamos que si bien estos sermones están adaptados para niños y jóvenes, los primeros destinatarios son los padres de familia, puesto que ellos son responsables por la guía y la salvación de las almas de sus hijos. Los primeros catequistas de los niños no son ni el cura ni los catequistas de la parroquia: son los padres. Los padres son los responsables de convertir a cada casa en una “iglesia doméstica”, en donde se aprenda a amar a Jesucristo. Los padres son quienes deben dar ejemplo de pureza y de santidad en sus hogares, y ejemplo de fe y de devoción. Es un deber que se deriva de su estado de vida, y no pueden descuidar este deber, porque si no educan en la fe a los hijos, los educarán otros en otra fe, una fe que no conduce al cielo.

¿Qué hay después de esta vida? Sólo dos caminos: o cielo, o infierno. Muchos hoy dicen que el infierno no existe, o que el infierno está vacío; muchos dicen que Dios es tan pero tan bueno, que no puede mandar a nadie al infierno. Hoy se dicen muchas cosas que no son ciertas: la Iglesia sostiene que el infierno existe, porque Jesús dijo en el Evangelio que el infierno había sido creado para el demonio y para todos aquellos que siguieran al demonio: “Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). Y a los que Jesús aparta, son los que no fueron buenos con sus hermanos.

El infierno existe, porque Jesús así lo reveló en la Biblia, y la Iglesia así lo enseña, y no está vacío, porque ahí están el demonio y los ángeles caídos, los ángeles de la oscuridad, que se rebelaron contra Dios, y es el lugar de castigo eterno para los que obran el mal, para los que no quieren a Dios.

El cielo nos avisa de la existencia del infierno por diversos caminos. Por ejemplo, las apariciones de la Virgen en Fátima.

El viernes 13 de julio de 1917, la Virgen se apareció a tres pastorcitos en un pueblito que se llama Fátima. En esta aparición la Virgen no estaba sonriente, y no podía sonreír, porque les iba a mostrar el infierno. Sor Lucía, que entonces tenía diez años, cuenta así la aparición: “Oren, oren mucho porque muchas almas se van al Infierno”. Entonces la Virgen extendió sus manos y de repente vimos un agujero en el suelo. Ese agujero -dice Lucía-, era como un mar de fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente (...) los demonios tenían un aspecto horrible, como de animales desconocidos". Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó.

Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría. María dijo a los niños: “Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se arrepienten”.

Los santos también nos avisan de la existencia del infierno. Por ejemplo, Santa Teresa de Ávila, quien en vida fue transportada por el Espíritu de Dios al mismo infierno, al lugar que estaba reservado para ella si seguía portándose mal: “Estando un día en oración, dice, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible poder olvidárseme.

Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y obscuro y angosto. El suelo me parecía de una agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era delicioso a la vista en comparación de lo que allí sentí: esto que he dicho va mal encarecido.

Esto otro me parece que aun principio de encarecerse cómo es; no lo puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que por haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden pasar, porque fue encogérseme todos los nervios, cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aún algunos, como he dicho, causados del demonio, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver de que había de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible, y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer; porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque ahí parece que todo os acaba la vida, mas aquí el alma mesma es la que se despedaza.

El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quien me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.

Estando en tan pestilencial lugar tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en este como agujero hecho en la pared, porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mesmas, y todo ahoga: no hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve.

No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno, después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo: cuanto a la vista muy más espantosas me parecieron; mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor, que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo. Yo no sé como ello fue, más bien entendí ser gran merced, y que quiso el Señor que yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia; porque no es nada oírlo decir, ni haber ya otras veces pensado diferentes tormentos, aunque pocas (que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena, porque es otra cosa: en fin, como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.

Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es así, que me parece el calor natural me falta de temor, aquí donde estoy; y así no me acuerdo vez, que tenga trabajo ni dolores, que no me parezca nonada todo lo que acá se puede pasar; y así me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir, que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho; porque me ha aprovechado muy mucho; así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor, que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles”.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cfr. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra ‘infierno’”.

¿Qué hacer para no ir al infierno?

Primero que nada, tenemos que ser buenos con los demás, porque Jesús dice que van a entrar en el cielo aquellos que ayuden a los demás: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, sed, y me disteis de beber, enfermo, y me visitasteis…”.

Además de Jesús, es la Virgen María la que nos dice qué es lo que tenemos que hacer para no ir al infierno: Ella le dijo una vez a un sacerdote dominico, el beato Alan de la Roche: “Yo vendré y salvaré al mundo a través de Mi Rosario y Mi Escapulario”.

En otra aparición a un santo, San Simón Stock, la Virgen dijo así: “Toma esta hábito bendito. El que muera vestido con este Escapulario no sufrirá las penas del fuego eterno”. El escapulario es una tela marrón, y quiere decir, cuando lo usamos, que estamos protegidos por el manto de la Virgen del Carmen, que también es de color marrón.

Por supuesto que el Escapulario no se puede llevar de cualquier manera: hay que tratar de imitar a Jesús, hay que tratar de ser como Jesús, hay que tratar de imitar a la Virgen y de ser como la Virgen. No puedo llevar el Rosario si me porto de cualquier manera, y si no quiero ser como Jesús y como la Virgen.

Entonces, para salvarnos, para no ir al infierno, y para ir al cielo, debemos hacer tres cosas: ser buenos con los demás, rezar el Rosario, y usar el escapulario. El Rosario y el Escapulario son entonces como dos grandes alas que nos regala Dios para que volemos al cielo.

Usemos siempre el escapulario de la Virgen del Carmen, recemos mucho, aprendamos a rezar el Rosario, y portémonos bien, y así, no sólo nunca vamos a ir al infierno, sino que vamos a ir al cielo, a gozar de la compañía de Jesús y de María.



[1] 1033.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El Credo para niños y jóvenes


“Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del Cielo y de la tierra”.

Tener fe es creer sin ver. Yo no te veo, Padre, pero sí veo la obra de tus manos: el cielo, la tierra, y todo lo que hay en ellos, y por ellos creo en Ti. ¡Qué hermoso es todo lo que creaste! ¡Y todo lo hiciste para mí: las montañas, los mares, los animalitos que más me gustan…! ¡Cuánto te agradezco, Padre mío del cielo, por tu bondad y por tu gran amor!

“Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen…”.

Dios es Uno, y en Él hay Tres Personas Divinas, que trabajan juntas para que yo me salve: Dios Padre envía a su Hijo, para que nazca de la Virgen María, y el que lo trae a este mundo es Dios Espíritu Santo. Cuando nació, Jesús salió de la Virgen igual que un rayo de sol cuando pasa por un cristal. ¡Dios Padre manda a Dios Hijo a nacer de la Virgen, para regalarme a Dios Espíritu Santo!

“Padeció bajo el poder de Poncio Pilato…”

Lo culpan a Jesús de algo que no hizo. Él no hizo nunca nada malo, porque era el Cordero de Dios, pero lo mismo sufrió para que nos salvemos. La verdad es que a nosotros nos tendrían que castigar, por todas las cosas malas que hacemos muchas veces, pero Jesús se pone en lugar de nosotros, y sin haber hecho nada malo, recibe un castigo. ¡Le prometamos a Jesús y a la Virgen que nunca vamos a hacer nada malo!

“Fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos…”.

Jesús subió a la cruz para morir por nosotros. ¡Cuánto sufrió Jesús en la cruz! Y sigue sufriendo cada vez que hacemos un pecado. ¡Jesús, te amo, y no quiero hacerte sufrir más! Después que murió, llevaron el cuerpo de Jesús a una tumba cavada en la roca, y mientras estuvo en la tumba, bajó a los infiernos, a buscar a todos los que eran buenos, para llevarlos al cielo.

“Al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzga a los vivos y a los muertos…”

Jesús murió el Viernes Santo, y ese día, frío y oscuro, todos lloraban. El Sábado, su Mamá, la Virgen, lo esperaba en silencio al lado de la tumba. Y el Domingo… ¡Resucitó! Resucitar quiere decir que Jesús estaba muerto, pero volvió a la vida, y ya no va a morir más. ¡Y nos quiere llevar a todos al cielo, junto a Él y a la Virgen! ¡Seamos buenos para ir al cielo con Jesús y María!

“Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados…”

El Espíritu Santo, que en la Biblia aparece como una paloma, es el Amor de Dios, y fue Jesús quien nos regaló al Espíritu Santo, después de resucitar. Él lo sopló sobre la Virgen y sobre los amigos de Jesús, para que todos estén juntos en una misma Iglesia, y para que todos nos amemos como hermanos. Además, el Espíritu Santo nos perdona los pecados en la confesión.

“La resurrección de la carne y la Vida eterna. Amén”.

Jesús resucitó, salió vivo y lleno de luz de su tumba, y va a venir al final para que todos también resucitemos como Él. Pero como con este cuerpo de materia no podemos ir al cielo, porque es pesado, Jesús va a hacer que nuestro cuerpo sea un cuerpo espiritual, y así sí vamos a poder ir al cielo, para estar con Jesús, con la Virgen, con los ángeles y con los santos, para siempre. Y también con Dios Padre y con Dios Espíritu Santo. ¡Ven, Jesús, a llevarnos al cielo!

miércoles, 11 de agosto de 2010

La Virgen se durmió y cuando se despertó, fue llevada al cielo por su Hijo Jesús


Hoy festejamos el día en el que la Virgen subió al cielo con su cuerpo y con su alma, y esta fiesta se llama “Asunción de la Virgen”.

¿Cómo fue que la Virgen subió al cielo? Vamos a ver.

Primero, tenemos que saber que la Virgen no murió, como mueren todas las personas, porque el que muere, es porque había nacido con el pecado original, pero como la Virgennunca tuvo pecado original, entonces nunca murió, como mueren las personas.

El pecado original es como una mancha muy oscura y muy fea que tenemos todos cuando nacemos, y por eso cuando alguien nace, su alma está oscura, muy oscura y negra, porque tiene el pecado original. Pero la Virgen nunca tuvo el pecado original, y por eso su almita fue siempre clara y transparente, y además estaba llena de la luz de Jesús, que es su gracia. El alma de la Virgenestaba siempre, desde que nació, llena de luz, que le había dado su Hijo Jesús. Y por eso es que la Virgen nunca murió, porque no tenía pecado original.

Ella vivió toda su vida sin hacer nunca ni un solo pecado, ni siquiera uno chiquito, y en premio a que Ella era tan buena, Jesús la vino a buscar para llevarla con Él al cielo.

Pero al cielo no se puede ir con este cuerpo, así como el que tenemos, porque en el cielo todo es de luz y de espíritu, y entonces el cuerpo también se tiene que transformar en un cuerpo de espíritu, y eso fue lo que hizo Jesús para llevarse a su Mamá al cielo: convirtió el cuerpo de su Mamá, en un cuerpo de espíritu, lleno de luz.

¿Y cómo hizo Jesús? Antes de que Jesús la llevara al cielo, la Virgen se acostó en su camita, y se durmió -y eso se llama “Dormición de la Virgen”-: en vez de morir, la Virgen se durmió, como nos dormimos todos a la noche, cuando ya estamos cansados, y así, cuando estaba dormida, vino Jesús desde el cielo, con muchos ángeles, para llevarla.

Cuando Ella estaba dormida, como su alma estaba llena de la luz de Jesús, empezó a aparecer una lucecita chiquita en su corazón, y de su corazón se fue por todo el cuerpo, hasta que todo el cuerpo de la Virgen se transformó en un cuerpo de luz, que era la luz de Jesús.

Y ahí la Virgen se despertó, y subió con su Hijo Jesús al cielo, y en el cielo recibió una corona, que le dio Jesús, y todos los ángeles se arrodillaban delante de Ella, porque Ella era la Reina del cielo y de los ángeles, y por eso los ángeles la saludaban como a una Reina. Así fue como la Virgen fue llevada en cuerpo y alma al cielo: Ella se durmió, y cuando se despertó, su Hijo Jesús la llevó al cielo.

La Virgen entonces está en el cielo, pero como Ella es nuestra Mamá del cielo, Ella quiere que donde esté Ella, estén sus hijos, así que nosotros tenemos que prometerle que vamos a tratar de ser cada día más buenos, para que algún día, después de morir, podamos ir al cielo, con Ella y con Jesús.