Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

martes, 30 de noviembre de 2010

En Navidad, tratemos de ser santos y puros, como la Virgen


Ya se acerca la Navidad, y por eso nos preguntamos: ¿cómo podemos esperar la Navidad? Veamos a la Virgen, y así como es Ella, así tratemos de ser nosotros. La Virgen es nuestra Madre, y por eso, como hijos suyos, tenemos que parecernos a nuestra Madre.

¿Cómo era la Virgen cuando nació Jesús? La Virgen era “Inmaculada”, y esto quiere decir “sin mancha”. Es decir, la Virgen no tenía ninguna mancha en su alma, porque no tenía pecado, y como la Virgen no tenía ningún pecado, su alma no tenía ninguna mancha, y eso es lo que quiere decir "Inmaculada": sin mancha de pecado.

Pero también era la “Llena de gracia”, porque el Espíritu Santo, que es esa palomita blanca que aparece en la Biblia, vivía en su Corazón, y como el Espíritu Santo es el Amor y la santidad de Dios, la Virgen estaba Llena del Amor y de la santidad de Dios. Esto quiere decir que la Virgen nunca, pero nunca, pensó ni deseó nunca nada malo, ni siquiera la mentirita más pequeña. La Virgen nunca, pero nunca, ni pensó, ni deseó, ni hizo nada malo, por más pequeño que sea, porque no tenía pecado, y porque el Espíritu Santo vivía siempre en su Corazón, y nunca se fue de su Corazón, porque el Espíritu Santo se sentía muy a gusto ahí. ¿Vieron cuando las palomas hacen su nidito y se quedan ahí, porque están abrigaditas y contentas? Bueno, así era la Paloma del Espíritu Santo en el Corazón de la Virgen: como una palomita blanca, en su nidito, tranquila y feliz, y por eso nunca se iba del Corazón de la Virgen.

La Virgen entonces era “Inmaculada”, que quiere decir “sin mancha de pecado”, y era la “Llena de gracia”, porque el Espíritu Santo, la Palomita blanca del Amor de Dios, estaba siempre en su corazón. Y por estas dos cosas, nunca, pero nunca, ni pensó, ni quiso, ni hizo nada malo, y no sólo eso, sino que siempre pensó en Dios, amó a Dios, y todo lo que hizo, lo hizo por Dios.

Y porque la Virgen era así, tan hermosa, porque era tan pura y buena, Dios mismo se enamoró de la Virgen, y la eligió para que sea la Mamá de su Hijo, y le pidió a Dios Espíritu Santo que lo llevara a Jesús al vientre de María, para que naciera en Belén, la Noche de Navidad. Dios vio que la Virgen era tan hermosa, tan bonita, y se quedó tan contento con Ella, que quiso que su Hijo Dios, que es Jesús, fuera recibido por Ella cuando naciera en Belén.

Dios Hijo nació de la Virgen porque la Virgen era Pura y Santa, porque era la Llena de gracia, la Llena del Espíritu Santo.

Así, como era la Virgen cuando nació Jesús –y lo sigue siendo para siempre-, así tenemos que tratar de ser nosotros: puros de cuerpo y alma, y santos, con la gracia de Dios en el alma, para que también nazca en nosotros el Hijo de Dios, la Nochebuena.

jueves, 25 de noviembre de 2010

La Navidad no es esperar a Papá Noel; no es recibir regalos; no es comer cosas ricas


Hoy entramos en la Iglesia en una parte que se llama “Adviento”, una palabra rara que quiere decir que alguien “viene”. ¿Y quién viene, y adónde? El que viene, es Jesús, y viene a nacer en el altar, y en nuestro corazón. Por eso el “Adviento” es el tiempo en el que nos preparamos para festejar la Navidad, que es el Nacimiento del Hijo de Dios, Jesús.

En este tiempo, tenemos que empezar a pensar mucho, cada vez más, en el Niño Dios, que está por nacer: nos tenemos que preparar para la Navidad, para su Nacimiento.

Hace mucho, cuando Jesús iba a nacer en Belén, habían muchos judíos buenos que lo esperaban, porque habían leído las Escrituras, que decían que iba a nacer el Mesías. Y como ellos eran buenos y amaban a Dios y a sus prójimos, esperaban muy contentos que naciera el Niño Jesús.

Nosotros en Adviento tenemos que ser como esos judíos buenos: esperar la Navidad, que es el momento en el que va a nacer el Niño Dios, y para esperarlo, tenemos que prometerle a Jesús que vamos a tratar de ser cada día más buenos. Y no puede ser de otra manera, porque Jesús, que es muy bueno, que tiene un corazón puro y lleno de amor, no puede ser recibido por los que se portan mal. Entonces a todo este tiempo de Adviento, tenemos que vivirlo en la espera del Niño Dios, y para eso, preparamos nuestro corazón con obras buenas, con penitencia, y con mucha oración.

Cuando llegó el Niño Jesús, hace mucho tiempo, los pastores lo recibieron con alegría, y los Reyes Magos, le regalaron oro, incienso y mirra, que son perfumes muy ricos y muy caros. Nosotros también tenemos que hacer como los pastores: estar muy contentos y muy alegres, no por los regalos, sino porque el Niño Dios va a nacer, y tenemos que hacer como los Reyes Magos, y darles el oro de las buenas obras, el incienso de la oración, y la mirra de la pureza del cuerpo y del alma.

Pero también hay algo que tenemos que saber, porque puede ser que por la televisión y en la calle la gente nos diga que la Navidad no es esperar al Niño Dios, sino esperar a Papá Noel, y recibir regalos y comer cosas ricas.

Muchos nos quieren hacer creer que la Navidad es esperar que baje por la chimenea un señor vestido de rojo, que viene volando por los cielos, en un trineo tirado por renos, para que ese señor, al que le llaman “Papá Noel”, nos dé regalos de su bolsa; la Navidad es esperar al Niño Dios, que viene del cielo, y entra en este mundo a través de su Madre, la Virgen, para hacernos el regalo de su Amor de Dios; muchos quieren hacernos creer que la Navidad es recibir regalos, como juguetes, ropa, perfumes, o cosas lindas, pero la Navidad es recibir el regalo del Amor de Dios, que es invisible, y que llega al corazón; muchos nos quieren hacer creer que la Navidad es comer cosas ricas, como pavo asado o pollo al horno, seguido después de turrones, almendras, y muchas otras cosas ricas, pero nosotros sabemos que la comida más rica es la Eucaristía que se da en la Misa, porque ahí está la carne del Cordero de Dios, Jesús resucitado. Muchos quieren hacernos creer que la Navidad es salir a bailar, y a festejar, pero nosotros sabemos que la Fiesta principal y única, es la Santa Misa, en donde viene, invisible, el Niño Dios sobre el altar.

Si muchos quieren hacernos creer que la Navidad es esperar a Papá Noel, o comer cosas ricas, o recibir regalos y festejar mucho, nosotros tenemos que saber que eso no es la Navidad: la Navidad no es Papá Noel; la Navidad no es comer cosas ricas; la Navidad no es recibir regalos; la Navidad no es salir a festejar: la Navidad es esperar el Nacimiento del Niño Dios, en la Santa Misa, con un corazón puro, con obras de amor a los papás, a los hermanos y amigos, y con oración, todos los días.

De todos estos regalos que le podemos dar al Niño Dios, el más importante de todos, y el principal, es el amor de nuestro corazón: si falta el amor, nada de lo otro tiene valor. Y al revés, si hay amor, todo lo otro se agiganta, y todos nuestros regalitos que le hagamos al Niño Dios, si se los damos con amor, se vuelven más grandes.

Y como el amor a Dios se muestra en el amor a los papás, a los hermanos, a los amigos, y a todos, entonces tengo que demostrar ese amor con obras buenas, comenzando en la casa, y luego en la escuela, en el barrio, en cualquier lugar.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Hora Santa para Niños y Jóvenes en Navidad


-Entramos silenciosamente en el Oratorio. Hacemos silencio hacia fuera, no hablamos con nadie, pero antes que nada, hacemos silencio hacia dentro, tratando de no pensar en otra cosa que no sea Jesús.
No vemos a Jesús, ni lo oímos, pero Él sí nos ve y nos oye: Él lee nuestros pensamientos, antes de que los pensemos, y lee los movimientos del corazón, antes de que el corazón se mueva. Con el pensamiento y con el corazón le decimos a Jesús Eucaristía, desde que entramos, que lo queremos mucho.

Nos arrodillamos, y nos persignamos: “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor Dios Nuestro, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.

-Inicio: Canto de entrada: Cantemos al Amor de los amores.

-Oración de NACER: “Dios mío, Yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni Te aman” (Tres veces).

-Oración para comenzar la adoración: Querido Jesús Eucaristía, cuando está cerca el día de la Navidad, venimos a visitarte a Tu Santuario, así como fueron a visitarte los pastorcitos y los Reyes Magos cuando Tú naciste de la Virgen en Belén. Te queremos pedir muchas cosas, pero lo primero que Te queremos pedir, es que envíes desde el cielo Tu Luz y Tu Amor para todos los hombres, para que todos Te conozcan y Te amen aquí en la tierra, y después para siempre, en la eternidad.

-Silencio de tres minutos: Ahora hacemos silencio, por fuera y por dentro, y aprovechamos para hablarle a Jesús con el corazón. Nos olvidemos de todo problema, porque estamos delante del Gran Rey y Dios Jesús Eucaristía. Aprovechemos para decirle todo lo que le queramos decir, pero sobre todo, le digamos que lo amamos mucho, con todo el corazón.

-Canto eucarístico: Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.

-Oración intermedia: Querido Jesús Eucaristía, Tú que en Belén bajaste desde el cielo, adonde estabas alegre junto al Padre y al Espíritu Santo, para venir aquí, a este mundo, Te pedimos que en esta Navidad bajes también al mundo, como hace dos mil años.
Tú bajaste de un lugar más alto que las estrellas, a una pobre cueva de Belén; nosotros Te ofrecemos, para que vengas a nacer, un lugar más pobre que la cueva de Belén, y ese lugar es nuestro corazón.

Ven, Jesús, Niño de Belén, a nacer a nuestro corazón; ven, querido Niño Dios, en la fría noche del mundo sin Dios, y nosotros Te prometemos que Te daremos calor con el amor del corazón.

Cuando naciste en Belén, era de noche y hacía frío, mucho frío, porque nadie Te quería recibir; hoy en el mundo también hay mucha oscuridad, y también hace mucho frío, porque los hombres tampoco Te quieren recibir. Ven, Niño Jesús, porque aunque haya muchos que no Te quieren, nosotros sí Te queremos, y por eso Te pedimos que elijas nuestros corazones para que vengas a nacer. Te alumbraremos con la lucecita de la fe, y Te daremos el calor del amor de nuestro pobre corazón.

-Silencio de tres minutos: ahora rezamos en silencio, sin palabras, porque sabemos que Jesús Eucaristía nos escucha en el silencio. Le pedimos a Jesús Eucaristía por nuestros papás, por nuestros hermanos, por nuestros tíos, abuelos, y amigos, y también por todos aquellos que no Lo conocen y no Lo aman, para que se conviertan y quieran ellos también recibirlo en la Navidad.

-Oración de petición para Navidad: Ahora Jesús Eucaristía, queremos pedirTe por los niños de todo el mundo:

-A cada intención respondemos: “Jesús, Niño de Belén, escúchanos”.

-Por los niños que sufren violencia
-Por los niños que tienen hambre
-Por los niños que están enfermos
-Por los niños que están solos
-Por los niños que están en peligro de ser abortados
-Por nuestros hermanos y amigos
-Jesús, te pedimos por los niños más pobres de todos, aquellos que no te conocen.

-Oración de despedida: Querido Jesús Eucaristía, cuando Tú viniste a este mundo, fueron a visitarTe y a adorarTe los pastores y los Reyes Magos. A los pastores, fueron los ángeles los que les dijeron que Vos habías nacido, y a los Reyes Magos, fue una Estrella en el cielo la que les mostró el camino hasta la gruta de Belén.
  A nosotros nos trae ante Tu Presencia Eucarística, más que los ángeles, y más que una estrella, la Estrella más brillante y más hermosa de todas las estrellas del cielo, la Virgen María, que es Tu Madre, y también es Madre nuestra, y así como los pastores Te cantaron Tu gloria, y los Reyes Magos Te llevaron oro, incienso y mirra, nosotros también Te cantamos, Jesús Eucaristía, Niño de Belén, y también Te traemos oro, incienso y mirra: oro, las obras buenas hechas por Ti; incienso, nuestra oración y nuestra adoración eucarística; y mirra, la pureza del cuerpo, del alma y del corazón.

  Jesús Eucaristía, Niño Dios, Dios que naciste como Niño en Belén, ven a nacer en nuestros corazones, para que los ángeles Te cante y yo también.

-Oración de NACER: “Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

-Oración final: Ya nos vamos, querido Jesús Eucaristía, pero antes de salir, dejamos a Tus pies nuestros corazones, porque Tú dijiste que donde estuviera nuestro tesoro, ahí estuviera nuestro corazón, y como Tú eres nuestro único tesoro, y nuestro tesoro más grande, dejamos nuestro corazón a los pies de Tu altar.
Te pedimos nuevamente, antes de retirarnos, que en esta Navidad nazcas en las almas de todos los hombres de todo el mundo, y que a todos ilumines con Tu luz y con Tu Amor. Jesús Eucaristía, Niño de Belén, haz que nos alegremos con Tu Presencia y con Tu compañía.
Jesús, Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman (tres veces).

-Canto de despedida. Villancico navideño.

La Confirmación y el Espíritu Santo


Cuando recibimos el sacramento de la confirmación, se produce en nuestro interior algo muy hermoso, aunque no nos demos cuenta: recibimos los dones y los frutos del Espíritu Santo, pero lo más importante de todo, no son los dones ni los frutos, sino que, mucho más que los done y los frutos, en la Confirmación recibimos al Amor de Dios, a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo en Persona.

En la Confirmación, es el Espíritu Santo, el Amor de Dios, el Amor del Padre y del Hijo, el que viene a nuestro corazón.

¿Cómo podemos darnos una idea de lo que pasa en la Confirmación, de la llegada del Espíritu Santo a nuestras almas?

Recordemos que una de las formas en las que se aparece el Espíritu Santo en la Biblia, es la de una paloma –por ejemplo, en el Bautismo de Jesús en el río Jordán-, entonces, quiere decir que esa dulce paloma, que es el Espíritu Santo, viene a nosotros en la Confirmación. Pero sucede también que ya hemos recibido ese mismo Espíritu, en el Bautismo, entonces, es como si en el Bautismo, vemos a esa paloma dentro nuestro, muy pero muy pequeñita, y como muy lejos, dentro nuestro, mientras que, en la Confirmación, esa paloma viene volando, y se acerca cada vez más, hasta posarse en nuestro corazón, para hacer de nuestro corazón su nido. Y si esa dulce paloma está en nuestro corazón, entonces tenemos que tratar de ser lo más buenos posibles, para que no se vaya, porque con la paloma del Espíritu Santo, pasa algo parecido a lo que pasa con las palomas de la tierra: ellas se acercan a nosotros, porque son muy mansas, si les damos maíz, y comen tranquilas a nuestro lado, pero si nosotros gritamos, o si corremos, o si hacemos algo brusco, esa palomita blanca, mansa, humilde y amorosa, que es el Espíritu Santo, sale volando.

El Espíritu Santo aparece en forma de paloma para hacernos ver que Dios es manso y pacífico, como mansos y pacíficos son estos animalitos de los cuales Él toma su representación. Si nos preguntaran a nosotros qué clase de animales queremos ser, con seguridad, elegiríamos animales fuertes y poderosos: un tigre, un león, una pantera, un guepardo, o tal vez un elefante, o un gorila, o un caballo de raza. A muy pocos se les ocurriría pedir ser una paloma. Dios quiso ser representado por este animalito, la paloma, para decirnos que no tenemos que tener miedo en acercarnos a Él, y también para decirnos que tenemos que ser buenos y mansos como una paloma, o más bien, como Él es, bueno, manso, humilde. Sólo en un corazón manso y humilde, sereno, pacífico, puede el Espíritu Santo reposar, así como una paloma reposa en su nido construido en lo alto de los árboles o de los edificios.

En cambio, si nosotros nos comportamos mal, si nosotros reaccionamos con ira, con enojo, con impaciencia, entonces pasa con esa paloma que es el Espíritu Santo, lo que pasa con las palomas de la plaza cuando nosotros, en vez de darles de comer, atrayéndolas a nuestro lado, nos ponemos a correr, o hacemos algún movimiento brusco: las palomas de la plaza, cuando hacemos eso, salen volando, y así sucede con el Espíritu Santo: cuando obramos el mal, cualquier género de mal, mentira, engaño, violencia, enojo, robo; es decir, cuando cometemos un pecado, esa dulce palomita blanca, que es el Espíritu Santo, sale volando de nuestro corazón, y nuestro corazón se queda como un nido vacío.

¿Y qué hace el Espíritu Santo cuando viene a nuestro corazón? Si nosotros somos mansos, humildes y dóciles, el Espíritu Santo nos da sus dones y sus frutos, por ejemplo, la bondad y la benignidad. Se puede saber, por fuera, si alguien tiene el Espíritu Santo por dentro: si esa persona es pacífica, serena, humilde y buena; si se preocupa por ayudar a los demás, si no es egoísta, ni pendenciera, ni mala, ni atrevida; si ama a todos, a buenos y malos, si lo soporta todo con paciencia, si siempre piensa bien de los demás, si es bueno con todos, eso es señal de que la paloma del Espíritu Santo está dentro de esa persona.

Pero el Espíritu Santo nos da, ante todo, algo mucho más grande que los dones y los frutos, y es la alegría y el regocijo de tenerlo a Él, que es el Amor de Dios; cuando el Espíritu de Dios viene a nuestro corazón, lo inunda con su Presencia y con su Ser, que es Amor puro y celestial.

Entonces, en acción de gracias por el don del Espíritu, tenemos que comunicar, a todos los que nos rodean, ese Amor que recibimos, amando a todos, y amando a Dios como a uno mismo.

viernes, 12 de noviembre de 2010

La Primera Comunión


Hoy hacemos la “Primera Comunión”, y es para esto para lo que nos hemos estado preparando por mucho tiempo, estudiando en la catequesis, sábado a sábado, durante dos años.

El día de la Primera Comunión es muy importante, y por eso es que asistimos todos a una misa tan especial como esta. Lo que vamos a hacer ahora es a “tomar la Comunión” por primera vez. Pero, ¿qué quiere decir “tomar la comunión”? ¿Qué es lo que pasa en la Primera Comunión? Es como cuando alguien invita a un amigo a su casa: cuando un amigo entra en una casa, hay que atenderlo, no se puede recibir al amigo y dejarlo sentado, esperando, mientras uno se pone a jugar, o a hacer cualquier otra cosa.

Así tenemos que hacer nosotros con Jesús Eucaristía, cuando venga a nuestro corazón: no podemos comulgar y empezar a pensar en otra cosa que no sea en Jesús Eucaristía, porque si Él es nuestro Dios y nuestro Amigo, que viene a visitarnos en esa casa que es nuestro corazón, no podemos dejarlo ahí esperando, mientras nosotros empezamos a pensar en cualquier cosa. Cuando recibamos a Jesús Eucaristía, entonces, no nos distraigamos pensando en ninguna otra cosa que no sea en Jesús: cerremos los ojos, hagamos silencio, sobre todo interior, y le digamos a Jesús que lo queremos mucho, y que queremos que nunca se vaya de nuestro corazón. Cuando Jesús Eucaristía esté en nuestro corazón, aprovechemos para pedirle por nuestros seres queridos, nuestros papás, nuestros hermanos, nuestros amigos, porque como Él es Dios, puede dar a todos su luz y su amor. Pero sobre todo le prometamos que la Primera Comunión va a ser la primera de muchas que vamos a recibir, hasta que Él nos reciba en los cielos en la otra vida, en la vida eterna.

La Primera Comunión es la Primera Vez que Jesús entra en mi casa, que es mi corazón, y no tiene nunca que ser la última, sino la primera de muchas, hasta que lleguemos algún día al cielo, cuando lo vamos a ver cara a cara.

La Primera Comunión es también como cuando alguien entra en un templo: no es lo mismo entrar en un templo todo limpio, perfumado, cuidado, lleno de flores, a entrar en un templo lleno de animales, porque los animales ensucian todo. Bueno, el templo, somos nosotros, con nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro corazón. Por la comunión, Jesús Eucaristía entra en ese templo que es el alma.

¿Cómo encuentra Jesús mi corazón? Lo debe encontrar limpio, sin mancha de pecado, y con un gran deseo de recibirlo.

Y si Jesús entra en el templo que es mi cuerpo y mi alma, entonces, como en el templo hay un altar y un sagrario, mi corazón tiene que ser como ese altar y como ese sagrario. ¿Vieron cómo es un Sagrario, que tiene flores perfumadas y una lucecita? Bueno, así tiene que ser mi corazón, como el Sagrario: las flores y los perfumes, tienen que ser las obras buenas y la oración, y la lucecita tiene que ser la fe en Jesús.

Si yo tengo fe en Jesús Eucaristía, voy a tratar de ser cada vez más bueno con todos, empezando por los papás y por los hermanos, y después con los amigos del barrio y los compañeros de la escuela, y después con todos, y también voy a rezar mucho, porque rezar es como hablar con Jesús, y uno habla mucho con quien quiere mucho. Si yo quiero mucho a Jesús, entonces voy a rezar mucho, es decir, voy a hablar mucho con Jesús.

Si Jesús Eucaristía está en mi corazón, entonces, tengo que ser bueno con todos, porque así voy a demostrar que Jesús está conmigo.

Jesús entra en el templo que es mi cuerpo, para darme su Corazón. A cambio, yo le tengo que dar el mío; cada vez que comulgo, Jesús Eucaristía me da su Sagrado Corazón, que está ahí, en la Eucaristía, latiendo con los latidos del Amor de Dios.

La Primera Comunión es también como una escalera que nos lleva al cielo: cada comunión, en la Misa de Domingo, es como un escaloncito que nos acerca más a Jesús en la eternidad, por eso tengo que venir todos los Domingos a Misa, para subir un escaloncito más, para estar cada vez más cerca de Jesús. Si venimos todos los Domingos a Misa, y comulgamos con un corazón limpio, nos vamos a ir acercando cada vez más a Jesús, hasta que estemos tan cerca de Él, que podamos darle un abrazo y entrar en el cielo, para estar para siempre con Jesús, con la Virgen, con los ángeles y con los santos.

Como todo esto es la Primera Comunión.

jueves, 4 de noviembre de 2010

San Tarcisio dio su vida por Jesús Eucaristía


¿Puede un niño de once años dar la vida por Jesús Eucaristía? Sí, si puede, y un niño que dio la vida por Jesús Eucaristía fue San Tarcisio.

Su historia es la siguiente: San Tarcisio vivió en la época de los romanos –como los que salen en las películas, esos que tienen cascos, espadas, lanzas, y escudos-, y era ayudante o monaguillo en la Misa.

En esa época, el emperador romano, que se llamaba Valeriano, y sus soldados, perseguían a los que creían en Jesús, y por eso los cristianos tenían que reunirse en cuevas bajo tierra, que se llaman “catacumbas”, para celebrar la Misa y para rezar, porque si los veían rezando afuera, los metían en la cárcel, y después los llevaban al Circo de Roma, para que los comiesen los tigres y los leones.

Sucedió que un día, después de participar de la Misa en una catacumba que se llamaba “San Calixto”, el Papa de ese entonces –no había “Papamóvil” en esa época- preguntó si alguno podía llevar la comunión a los cristianos que estaban presos –habían muchos cristianos presos, pero estaban presos no porque hubieran hecho cosas malas, sino porque creían en Jesús-.

San Tarcisio le dijo al Papa Sixto que él podía llevar la comunión, porque como era muy joven, nadie iba a sospechar de él. El Papa Sixto le dijo que bueno, que entonces llevara él la comunión, y así lo hizo San Tarcisio, y para eso, el Papa puso la Hostia consagrada, es decir, a Jesús Eucaristía, en un recipiente metálico que se llama “teca”. San Tarcisio tomó la teca entre sus manos, la cubrió con un paño, y salió de la catacumba, en dirección a la cárcel.

Cuando iba caminando, desde la catacumba hacia la cárcel, se encontró con un grupo de jóvenes que no creían en Jesucristo, y que por eso se llamaban “paganos” (los paganos son los que creen en supersticiones, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, o en el horóscopo, o en las cartas, o en cosas por el estilo).

Primero, los jóvenes invitaron a San Tarcisio a jugar, pero él les dijo que estaba ocupado, y siguió caminando. Pero los jóvenes lo siguieron, y le dijeron que les mostrara qué era lo que llevaba en su mano. Uno de ellos dijo: “Ah, debe ser eso que los cristianos llaman “los misterios””. Pero San Tarcisio sabía que si él les daba la H ostia, los jóvenes paganos, como no creían en Jesús, y como no habían hecho la comunión y no sabían que ahí estaba Jesús, iban a agarrar la Hostia y la iban a pisotear, y pisotear la Hostia es pisotear a Jesús, y por eso San Tarcisio les dijo que no les iba a dar la Eucaristía.

Entonces los jóvenes se enojaron mucho, y le comenzaron a empujar y a pegar, primero cachetazos, y después trompadas y patadas, y como le pegaban tanto, lo hicieron caer. Cuando San Tarcisio estaba en el suelo, en vez de ayudarlo a levantarse y dejarle de pegar, le empezaron a tirar piedras, y le tiraron tantas piedras, que San Tarcisio empezó a sangrar, hasta que perdió el conocimiento. Entonces los jóvenes paganos trataron de abrirle las manos, para sacarle la teca y pisar a Jesús Eucaristía, pero ahí Dios hizo un milagro: le dio tanta fuerza a San Tarcisio, que ni siquiera entre todos los jóvenes juntos pudieron abrirle las manos, y tan fuerte estaban cerradas, que tampoco después de muerto pudieron abrirlas.

San Tarcisio estaba tirado en el suelo, con los jóvenes encima, tratando de abrir sus manos, y fue ahí que pasó un soldado cristiano, que se llamaba Cuadrado. Éste levantó a San Tarcisio, y lo llevó a una catacumba, en donde el niño murió.

De esa manera, San Tarcisio impidió que pisotearan a Jesús Eucaristía. San Tarcisio, de sólo once años, dio la vida por Jesús Eucaristía, y Jesús Eucaristía lo recompensó con el cielo, porque ahora San Tarcisio está en el cielo para siempre, junto a Jesús, a la Virgen, a los santos y a los ángeles.

Sobre su tumba escribió el Papa San Dámaso este hermoso epitafio: “Lector que lees estas líneas: te conviene recordar que el mérito de Tarcisio es muy parecido al del diácono San Esteban, a ellos los dos quiere honrar este epitafio. San Esteban fue muerto bajo una tempestad de pedradas por los enemigos de Cristo, a los cuales exhortaba a volverse mejores. Tarcisio, mientras lleva el sacramento de Cristo fue sorprendido por unos impíos que trataron de arrebatarle su tesoro para profanarlo. Prefirió morir y ser martirizado, antes que entregar a los perros rabiosos la Eucaristía que contiene la Carne Divina de Cristo”.

San Tarcisio murió con la Eucaristía en la mano, por impedir que la Eucaristía fuera profanada; dio la vida para que la Eucaristía no fuera despreciada por quienes no la sabían apreciar.

San Tarcisio sabía que si él entregaba la Hostia a quien no la podía valorar, la Hostia iba a ser horriblemente ultrajada, y por eso prefirió dejar que le quitaran la vida antes que entregar la Eucaristía a los paganos.

Nosotros no llevamos la Eucaristía en la mano, como San Tarcisio, sino que la llevamos en el corazón, porque después de comulgar, Jesús Eucaristía se queda en nuestro corazón.

Al igual que San Tarcisio, debemos apreciar y valorar a la Santa Eucaristía, y dar la vida antes que ofender a Jesús Sacramentado.