Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

jueves, 28 de abril de 2011

La Divina Misericordia para Niños y Adolescentes



Jesús se apareció a Sor Faustina

y le dijo que pintara un cuadro,

así como lo veía.

Si somos misericordiosos

con los demás,

la imagen de Jesús

va a quedar pintada

en nuestros corazones

para siempre.

Una vez, hace mucho tiempo, Jesús se apareció a una monjita, que se llamaba “Faustina”, y vivía en un país que se llama “Polonia”, y le dijo que pintara un cuadro, así como ella lo estaba viendo, y que pusiera abajo: “Jesús en Vos confío”.

En esta aparición, Jesús estaba de pie, resucitado, vestido con una túnica blanca, y en sus manos y en sus pies se veían las huellas de la Pasión, aunque ya no le salía sangre. Tenía la mano izquierda señalando su corazón, y la mano derecha levantada, en señal de bendición. De su corazón salían dos grandes rayos de luz, uno de color rojo, y otro de color blanco. El rojo, le dijo Jesús a Sor Faustina, significaba su sangre, y el blanco, significaba la gracia que el alma recibe con los sacramentos.

Jesús le dijo que Él, así como estaba en el cuadro, se llamaba “Jesús de la Divina Misericordia”, y quería que Sor Faustina hiciera pintar un cuadro, y que se celebrara una misa en su honor, el primer domingo después de resurrección.

Por eso es que toda la Iglesia festeja, este domingo, la Fiesta de la Divina Misericordia, pero para saber bien qué quiere decir la fiesta de la Divina Misericordia, debemos regresar al Viernes Santo: Jesús está en la cruz, con su Cuerpo Santo clavado en la cruz, suspendido por tres clavos de hierro, todo golpeado, flagelado, escupido, cubierto de sangre y de polvo.

La Virgen María está al pie de la cruz, es la Única que lo acompaña en su agonía. Jesús, antes de morir, tiene que escuchar los insultos que le dirigen a Él, pero sobre todo, los que le dirigen a su Madre, lo cual lo hace sufrir todavía.

Después de muerto, un soldado romano, para asegurarse de que esté muerto, le clava un lanzazo en el pecho, y de su pecho sale sangre y agua, que significan la Eucaristía y la gracia del bautismo.

Pero además, junto con la sangre y el agua, sale del Corazón de Jesús, invisible pero real, el Espíritu Santo, como una dulce paloma blanca, trayendo para los hombres el Amor de Dios.

Esto nos hace ver cómo es Dios: infinitamente bueno. Nosotros, los hombres, con nuestros pecados, con nuestros pensamientos y nuestras obras malas, golpeamos a Dios Hijo, lo escupimos, lo flagelamos, le pusimos una corona de espinas, le pusimos en la mano una caña, y en sus espaldas heridas un manto, para burlarnos de Él, lo subimos a una cruz, lo clavamos con tres gruesos clavos de hierro, nos pidió agua para su sed y le dimos vinagre y hiel, lo dejamos solo, y cuando ya estaba muerto, le clavamos una lanza en su costado. Y a pesar de todas estas maldades, Dios no nos respondió con enojo, con cólera, cuando muy bien podría haber usado su poder divino para castigarnos: Dios nos respondió con Amor, porque junto con la sangre y el agua que brotaron de su Corazón traspasado, salió el Espíritu Santo, invisible, como una paloma blanca, para que nos inundara a todos con el Amor divino. Así es Dios Trinidad: a nuestras maldades, responde con Amor, perdonándonos y derramando sobre nosotros todo su Amor, el Espíritu Santo.

Y si nos fijamos bien, es esto lo mismo que pasa en la confesión sacramental: con nuestros pecados, golpeamos, flagelamos y crucificamos a Jesús, cada vez, y en la confesión, Dios, en vez de castigarnos por la maldad de nuestro corazón, nos perdona, dándonos la absolución por medio del sacerdote.

A través del Corazón abierto de Jesús, Dios derrama su Misericordia, y Misericordia quiere decir: “Amor de compasión por las miserias de los hombres”. Dios tiene compasión de nuestras miserias; su Corazón de Dios se compadece y nos perdona, y además de perdonarnos, se nos dona Él mismo, todo entero, porque Él es el Amor en Persona.

Cuando el Corazón de Jesús fue traspasado por la lanza de hierro del soldado romano, se derramó sobre el mundo el Espíritu Santo, que salió con su Sangre, igual que cuando un dique que contiene mucho agua se rompe, y deja escapar toda el agua, inundando todo el valle. El Amor de Dios, su Misericordia, inundó todas las almas, cuando su Corazón fue traspasado en la cruz, y como su Misericordia es infinita, no deja de salir Amor del Corazón de Jesús: está permanentemente saliendo Amor y Misericordia.

Adoremos a Jesús en la cruz, adoremos a Él, que es Misericordia pura, infinita, que se derrama desde su Corazón para toda la humanidad, y le prometamos que vamos a imitarlo en su misericordia, tratando de ser también nosotros bondadosos, compasivos y misericordiosos, con todos nuestros prójimos, así como Él es bondadoso, compasivo y misericordioso con nosotros.

Si hacemos así, la imagen de Jesús Misericordioso se va a pintar, no en un papel, sino en nuestro corazón, y va a quedar ahí para siempre.

lunes, 25 de abril de 2011

Hora Santa para Niños y Adolescentes para NACER


Nos arrodillamos delante de Jesús Eucaristía. No podemos verlo con los ojos del cuerpo, pero por la fe, sabemos que Jesús está en la Eucaristía, en Persona, Presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. En el oratorio, estamos delante de Jesús, así como en el cielo están los ángeles y los santos, adorándolo y alegrándose eternamente por su Presencia. Jesús es como un sol de amor, y por eso queremos estar lo más cerca posible de ese sol, para recibir muchos rayos y mucha luz.

Para comenzar la adoración, hacemos silencio exterior, pero también interior, hacemos la señal de la cruz y nos persignamos: “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”.

-Inicio: Canto de entrada: Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.

-Oración de NACER: “Dios mío, Yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni Te aman” (Tres veces).

-Oración para comenzar la adoración: “Querido Jesús Eucaristía, Tú te has quedado en la Eucaristía por amor a nosotros, y por eso hemos venido a visitarte.

Queremos amarte y adorarte con todo el corazón. Adorar es reconocernos como somos, pequeños y pecadores, delante de Ti, que eres Dios de inmensa majestad, e infinitamente santo.

Adorar es reconocernos pequeños, delante de Ti, como si fuéramos un granito de arena, comparado con el sol. Ese granito de arena, pequeño e insignificante, somos nosotros, y ese sol, eres Tú, Sol de justicia.

Adorar es reconocer que somos pecadores, inclinados al mal. Aunque muchas veces nos damos cuenta de qué cosas son buenas, en vez de hacer lo bueno que queremos, hacemos lo malo que no queremos. Danos tu gracia, para que en todo momento deseemos el bien, y lo hagamos realmente, para no entristecerte.

Adorar es amarTe a Ti, por ser quien eres y no por lo que das. Tú eres un Dios de Amor infinito, un océano infinito de Amor eterno, y por ser quien eres, queremos adorarte con toda la fuerza de nuestro ser, aún cuando nuestro ser sea tan insignificante como un granito de arena”.

-Silencio de tres minutos. “Señor Jesús, Dios del Amor y de la alegría, Tú hablas en el silencio del alma, y para poder escuchar Tus palabras, hacemos silencio. El ruido del mundo, y el ruido de las palabras de los hombres, hace que muchas veces no escuchemos Tu voz. Ayúdanos a hacer silencio, para que Te escuchemos, y así Te podamos seguir, con todo el corazón”.

-Canto eucarístico. Te adoramos, Hostia divina.

-Oración intermedia: “Amado Jesús, Tú eres un sol gigante de amor infinito, y nosotros somos muy pero muy pequeñitos. ¡Parece que nunca podremos alcanzarte! Pero

Tú eres Dios Todopoderoso, y puedes hacer lo que para nosotros es imposible: Tú puedes hacerte tan pequeño como nosotros, para venir a habitar en nuestro corazón. Cada vez que comulgamos, es como si el sol se hiciera del tamaño de un granito de arena, y así Tú puedes venir dentro nuestro. No podemos entender cómo puede suceder, pero es eso lo que sucede con la comunión eucarística.

Ahora, que hemos venido a adorarte, tenemos ganas de recibirte en la Comunión, para que entres en nuestro corazón, y lo ilumines con los rayos de tu luz”.

-Silencio de tres minutos. Adoramos en silencio a Jesús Eucaristía, pidiéndole que su Misericordia infinita llegue a nuestros seres queridos, a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros amigos, y también a aquellos que no son tan amigos nuestros. Le pedimos que inunde con su amor a todas las almas, especialmente a los más pecadores, a los más alejados de Él, a los que más necesitan de su Misericordia.

-Oración de despedida: “Querido Jesús Eucaristía, ¡qué hermoso es estar delante de Ti! No hay nada en el mundo que sea más hermoso que estar cerca de ti, cerca de Tu Corazón, que late en la Eucaristía con toda la fuerza del Amor de Dios Trinidad.

En el mundo hay muy poco amor, y muchas veces, no hay nada de amor, y esto sucede porque los hombres no te conocen. Es como decía Santa Teresa de Ávila: “¡El amor no es amado!”. Jesús, Tú, que eres un oceáno infinito de Amor eterno, ten compasión del mundo entero, y derrama sobre todas las almas el río interminable de amor que brota de tu Sagrado Corazón. Te suplicamos, Jesús Eucaristía, ¡abre la herida de Tu Corazón, y deja que se derrame Tu Misericordia infinita sobre toda la tierra!

-Oración de NACER: “Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

-Oración final: “Querido Jesús Eucaristía. Debemos ya regresar a nuestros hogares. Nos alejamos de Tu Presencia Eucarística, con la alegría de haber estado en Tu Presencia. Enciéndenos en el fuego de Tu Amor, para que, en la familia, en la escuela, en el barrio, podamos contagiar a los demás con ese Amor inagotable de Tu Corazón Eucarístico. Nos vamos, pero volveremos pronto. Mientras tanto, te dejamos nuestros corazones delante de Tu altar, para que estén siempre, noche y día, ante Ti. No dejes que nunca nos apartemos de Ti”.

-Canto de despedida. Canción de los pastorcitos de Fátima.

sábado, 23 de abril de 2011

El Domingo de Resurrección para Niños y Adolescentes

Jesús ya no está más en el sepulcro,
con su cuerpo muerto y frío,
porque está en la Eucaristía,
con su Cuerpo vivo y glorioso,
lleno de la vida, de la alegría y del Amor de Dios.

Para saber qué pasó el Domingo de Resurrección, tenemos que trasladarnos espiritualmente al Viernes Santo, después de que Jesús muere en la cruz, y es llevado al sepulcro.

El Viernes, todo es dolor, llanto, oscuridad, porque Jesús ha muerto en la cruz. El sol se ha ocultado, negras nubes no dejan pasar su luz, porque el cielo hace duelo por la muerte de Jesús. Hasta los ángeles lloran por la muerte del Hombre-Dios.

Después de su muerte, Jesús es bajado de la cruz, y su Cuerpo, muerto y frío, sin vida, es sostenido por su Mamá, que lo llora en silencio, y lo llora con tantas lágrimas, que sus lágrimas lavan el rostro lleno de polvo y de sangre de su Hijo Jesús.

Luego Juan y otros amigos de Jesús envuelven su Cuerpo en una sábana, y lo llevan en procesión hasta el sepulcro.

Entramos en el sepulcro. Juan y los discípulos, con mucho cuidado y amor, colocan el Cuerpo de Jesús en la fría loza, y cuando terminan, se acercan las piadosas mujeres para ungir su Cuerpo con aceites perfumados. La Virgen Santísima, al lado de su Hijo, está de pie, toda vestida de negro, llorando, en silencio, sin consuelo. Tiene tanto dolor, que no puede ni siquiera hablar. Todos los demás amigos de Jesús, lloran en silencio. Los alumbra la débil luz de una antorcha, colocada en la pared.

Después de que las piadosas mujeres terminan su labor de ungir el cuerpo de Jesús con los perfumes, todos hacen un rato de oración en silencio, y al final se retiran, acompañando a la Virgen María en su dolor. La Virgen despide a su Hijo por última vez, dándole un beso en la frente. Juan retira la antorcha, mientras todos salen, y el sepulcro queda a oscuras y en silencio, con el Cuerpo muerto de Jesús extendido en la loza, cubierto con la Sábana Santa, y ungido con perfumes.

En el sepulcro, todo es silencio y oscuridad. Así permanece el Cuerpo muerto de Jesús, todo el resto del día Viernes, y todo el día Sábado. Silencio y oscuridad. Permanecemos con Jesús, arrodillados, al lado de su Cuerpo.

De pronto, en la madrugada del día Domingo, algo insólito comienza a suceder. A la altura del corazón de Jesús, comienza a aparecer una lucecita blanca, pequeña y tenue. También se escucha algo, que parece como si fuera un suave tambor acompasado, como un golpeteo con ritmo. Nos acercamos, y nos damos cuenta de que ese golpeteo ¡es el Corazón de Jesús, que ha comenzado a latir! Antes, no se escuchaba nada en el sepulcro, ¡y ahora se escucha el latido del Corazón de Jesús, que late con la fuerza del Amor de Dios! Mientras estamos así, mirando boquiabiertos lo que está pasando, la luz que sale del Corazón de Jesús, comienza a esparcirse y a derramarse, como cuando el agua se derrama desde una fuente, por todo el Cuerpo de Jesús, llegando a la cabeza, a los brazos, manos, pies, todo el cuerpo, y a medida que llega a todas estas partes, les va dando vida, la vida y la gloria de Dios, hasta que todo el Cuerpo queda resplandeciente de luz y de vida. La luz que sale del Cuerpo de Jesús, que ahora está vivo, es una luz más intensa y más brillante que la luz de mil soles juntos, pero no enceguecen los ojos, y por eso se la puede ver. ¡Jesús ha resucitado, y ya no muere más, y con su Resurrección, ha vencido a los tres enemigos del hombre, el demonio, el mundo y la carne!

Y cuando todo el Cuerpo está iluminado, Jesús abre los ojos, atraviesa la tela de la sábana que lo envolvía, dejando su imagen en ella aunque sin quemarla -que a partir de entonces se llama “Sábana Santa”- y, colocado de pie, sonriente, al lado de la tumba, se deja ver con su cuerpo glorioso y vivo: ¡Jesús ha resucitado! ¡Qué alegría da contemplar a Jesús resucitado! No hay nada en el mundo más hermoso, que provoque tanto contento y tanta paz. Al ver a Jesús, se escuchan también los cantos de los ángeles, que celebran la vuelta a la vida de su Rey y Señor, el Salvador de los hombres. Su Cuerpo es el mismo cuerpo que Él tenía cuando nació y cuando subió a la cruz, sólo que ahora, de sus llagas, en vez de sangre, sale luz. Y es el mismo Cuerpo con el que está en el cielo, y es el mismo Cuerpo con el que está en la Eucaristía. Cuando comulgamos, no recibimos el cuerpo muerto de Jesús en la cruz, sino el Cuerpo vivo, resucitado y glorioso, lleno de la vida y de la alegría de Dios, el mismo Cuerpo que resucitó en el Día Domingo.

Antes de la resurrección, en el sepulcro había silencio, y estaba todo oscuro. Con la resurrección, el sepulcro se llena de la luz de la gloria de Jesús, que es Dios Hombre, y con su luz, se experimenta paz, alegría, felicidad incomparables.

Cuando lleguen las mujeres santas, el Domingo por la mañana, a ungir con más perfume el Cuerpo de Jesús, se darán con la noticia de que Jesús no está en el sepulcro. Unos ángeles les dirán que ya no está ahí, muerto, porque está vivo, resucitado, glorioso. Después Pedro y Juan verán, con sus propios ojos, la Sábana vacía, y el Sudario, y correrán, alegres, a difundir la noticia: Jesús ya no está más, con su Cuerpo muerto, tendido en la loza fría de piedra del sepulcro, porque está vivo, glorioso, luminoso, lleno de la vida y del amor de Dios, de pie, en otra loza, en otra piedra, la piedra del altar, en la Eucaristía.

Nuestro corazón es como el sepulcro donde estuvo Jesús: sin luz, frío, duro como una roca. Hagamos de tal manera –busquemos siempre la santidad, con las buenas obras y la oración-, para que en nuestro corazón, oscuro y frío como el sepulcro, resucite Jesús, y lo ilumine con la luz y el esplendor de su gloria, de su vida, de su alegría y de su amor de Hombre-Dios.

viernes, 22 de abril de 2011

Rosario meditado para Niños para NACER - Misterios Gloriosos





El día Domingo, Jesús resucitó,
es decir,
su Cuerpo se llenó
de la luz y de la gloria
de Dios Trino.

Misterios Gloriosos

Primer Misterio Glorioso: La resurrección de Jesús.

Pasaje del Evangelio: Mt 28ss.

Meditación: Este misterio se llama “La resurrección de Jesús”, y nos acordamos de cuando Jesús, que estaba muerto en el sepulcro, se levanta vivo y glorioso, lleno de la luz, del amor y de la vida de Dios.

¿Cómo fue la resurrección de Jesús? Imaginemos que estamos en el Viernes Santo, en el Calvario. Jesús ha muerto en la cruz. El cielo se ha oscurecido, porque nubes grandes y muy negras han tapado el sol, y ya no hay luz del sol. Los discípulos, y la Virgen María, al pie de la cruz, lloran la muerte de Jesús, y lo bajan de la cruz. Envuelven su Cuerpo en una sábana, y lo llevan a una tumba, cavada en la roca. Cierran la entrada con una gruesa roca, enorme. Imaginemos que estamos dentro del sepulcro. Está todo oscuro y en silencio. El Cuerpo muerto de Jesús está en la loza, pero casi no lo podemos ver, de tan oscuro que está adentro. De pronto, una luz, muy suave, y pequeña, comienza a brillar, a la altura del pecho de Jesús, de su Sagrado Corazón. La luz, pronto, comienza a ser cada vez más grande, y cada vez más intensa, tanto, que parece que hubieran mil soles dentro del sepulcro. La luz, a medida que se hace más fuerte, se extiende por todo el Cuerpo de Jesús, y le comunica de su luz y de su vida, y así el Cuerpo de Jesús comienza a vivir de nuevo, todo revestido de luz, como había estado en el Monte Tabor. La luz alcanza un esplendor y una intensidad tan grandes, que parece que en el sepulcro hay mil millones de soles juntos, y todavía más. El Cuerpo de Jesús se llena todo de luz, y Jesús abre los ojos y se incorpora: ¡ha resucitado! ¡Qué alegría! Y si antes todo era silencio en el sepulcro, ¡ahora se sienten cantos de alegría, porque son los ángeles que cantan a su Dios que ha resucitado! ¡Alegrémonos, junto con los ángeles, y cantemos de alegría a Jesús, que ha resucitado, y ha vencido para siempre a la muerte, al mundo y al demonio!

Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Jaculatoria al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.

Segundo Misterio Glorioso: La Ascensión de Jesús a los cielos.

Jesús subió a los cielos,
con su Cuerpo glorificado,
pero al mismo tiempo,
misteriosamente,
se quedó en la Eucaristía,
entre nosotros,
¡Resucitado!

Pasaje del Evangelio: Hch 1, 1-11

Meditación: Este misterio se llama “La Ascensión de Jesús a los cielos”, y aquí nos acordamos de cuando Jesús, después de resucitado, se apareció a muchos de sus discípulos, y se fue al cielo en una nube.

Antes de subir al cielo, les dijo que fueran por todo el mundo, para anunciar a todos que Él había muerto en la cruz y había resucitado, para llevarnos a todos con su Padre Dios. También les dijo que tenían que bautizar a todos los hombres, y que para eso tenían que ir a misionar por todo el mundo. Después que Jesús dijo esto, se fue al cielo, en una nube blanca. Muchos discípulos se quedaron mirando al cielo, tristes porque Jesús se había ido, pensando que los había dejado solos. Pero antes, les había dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Y Jesús cumplió con esa promesa. ¿Cómo? ¡Quedándose en la Eucaristía! En la Eucaristía, Jesús está como está en el cielo, con su Cuerpo glorioso y resucitado, y se quedó ahí para estar con nosotros, todos los días, para escucharnos, para darnos su Amor, para consolarnos, ¡y para llevarnos al cielo!

En este misterio, entonces, recordamos cuando Jesús subió a los cielos en una nube, pero recordamos también que Él, a pesar de que subió a los cielos, no nos dejó solos, porque se quedó en el Sagrario, en la Eucaristía, para que lo visitemos. Visitemos siempre a Jesús en el Sagrario, hagámosle compañía aquí en la tierra, para tener su compañía para siempre en el cielo. Después que Jesús subió, los discípulos se quedaron mirando al cielo, buscando a Jesús, pero no lo encontraron ahí, porque Jesús ya no estaba. Nosotros no tenemos que mirar al cielo, sino a algo más lindo que el cielo, la Eucaristía, y ahí sí vamos a encontrar a Jesús.

Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Jaculatoria al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.

Tercer Misterio Glorioso: La Venida del Espíritu Santo sobre la Virgen y los Apóstoles.

Desde el cielo, Jesús sopló el Espíritu Santo
en forma de lenguas de fuego,
sobre María y los Apóstoles.
En cada comunión,
Jesús sopla el Espíritu Santo,
como un río de fuego,
sobre el corazón
del que con amor comulga .

Pasaje del Evangelio: Hch 2, 1

Meditación: Este misterio se llama: “La Venida del Espíritu Santo sobre la Virgen y los Apóstoles”, y nos acordamos de cuando Jesús, que ya había subido al cielo, sopló, junto con su Padre Dios, al Espíritu Santo, sobre la Virgen y los Apóstoles.

Cuando Jesús sopló el Espíritu Santo, junto a su Padre, el Espíritu Santo apareció como lenguas de fuego, que se posaron por encima de la Virgen y de todos los Apóstoles. La Biblia dice que eso que hizo Jesús, se llama: “Pentecostés”, y es una gran alegría para la Iglesia, porque el Espíritu Santo es un fuego que no quema, sino que llena de amor, de alegría y de paz, porque es el Amor de Dios.

Cada vez que comulgamos, Jesús sopla el Espíritu Santo sobre nuestro corazón, que desciende sobre él como un fuego abrasador, que quiere abrasar el corazón en el fuego del Amor de Dios, provocando un Pentecostés en miniatura cada vez que comulgamos.

Hagamos como los Apóstoles, que cuando recibieron el Espíritu Santo, estaban junto a la Virgen María, en oración: estemos siempre, siempre, en los brazos de la Virgen, como si fuéramos niños pequeñitos, recién nacidos, y en oración continua.

Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Jaculatoria al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.

Cuarto Misterio Glorioso: La Asunción de María Santísima en Cuerpo y Alma a los cielos.

La Virgen se durmió,
y su Cuerpo Inmaculado se llenó
de la luz y de la gloria
de Dios.
Cuando se despertó,
estaba en el cielo,
junto a su Hijo Jesús,
para siempre.

Pasaje del Evangelio: Ap 12, 1

Meditación: Este misterio se llama: “La Asunción de María Santísima en Cuerpo y Alma a los cielos”, y nos acordamos aquí de cuando la Virgen fue llevada al cielo. Después que resucitó, Jesús se apareció a muchos, pero a la Primera en aparecerse, fue a la Virgen. Ahí Jesús le prometió que Él la iba a llevar al cielo un día. Cuando llegó ese día, la Virgen se recostó en su camita, y se durmió, y por eso este misterio se llama también “La Dormición de la Virgen”. Estaba así dormida, cuando de pronto, empezó a aparecer una lucecita muy suave, muy tenue, a la altura de su Corazón. Poco a poco, esa luz se fue haciendo cada vez más y más fuerte, tan fuerte, que parecía que se había vestido con el mismo sol. Cada vez que la luz se hacía más grande, su Cuerpo purísimo se convirtiendo en un cuerpo de luz, porque se llenaba de la gloria de Dios, que es luz. Y así, cuando estuvo todo llena de la gloria y de la luz de Dios, se despertó, y cuando se despertó, se dio cuenta de que ya no estaba en su camita, sino ¡en las puertas del cielo! Y había muchos, pero muchos ángeles de luz, que la venían a recibir; los había mandado su Hijo Jesús, para que acompañaran a su Mamá, que entraba en el cielo para siempre. Y cuando llegó al cielo, ahí la estaba esperando Jesús, con los brazos abiertos, loco de contento porque su Mamá llegaba para quedarse con Él para siempre.

¡Qué lindo que es el cielo, que es estar con Jesús y la Virgen para siempre! Le pidamos a nuestra Mamá del cielo, la Virgen, que así como Ella fue llevada al cielo en cuerpo y alma, interceda ante su Hijo Jesús para que nosotros, que somos sus hijos, algún día también lleguemos al cielo.

Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Jaculatoria al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.

Quinto Misterio Glorioso: La coronación de María Santísima como Reina y Señora de todo lo creado.

Jesús le dio a su Mamá en el cielo
una corona de luz,
porque Ella le ayudó a llevar
su corona de espinas
en la tierra.

Pasaje del Evangelio: Ap 12, 1

Meditación: Este misterio se llama: “La coronación de María Santísima como Reina y Señora de todo lo creado”, y aquí nos acordamos de cuando la Virgen, cuando llegó al cielo, fue recibida por su Hijo Jesús, y Él, delante de Dios Padre y de Dios Espíritu Santo, y delante de todos los ángeles y santos del cielo, le dio una corona, nombrándola “Reina y Señora de todo lo creado”. Cuando Jesús le puso la corona, le dio un beso en la frente a su Mamá, como hacía cuando era chico y vivía en la tierra, y todos los ángeles y santos se arrodillaron delante de la Virgen, reconociéndola como a su amada Reina.

La corona que Jesús le dio a su Mamá, no era una corona como las que usan los reyes aquí en la tierra, que están hechas de oro, de plata, y están adornadas con muchos rubíes, diamantes, perlas, y cosas por el estilo.

Jesús le dio esta corona de luz a su Mamá en el cielo, porque antes, en la tierra, la Virgen había sufrido como si le hubieran puesto a Ella, la corona de espinas que le pusieron a Jesús. Por eso Jesús la premió en el cielo, con una corona de luz: porque aquí en la tierra, compartió la corona de espinas que Él llevó en la cruz.

La corona que Jesús le dio a María, era mucho más linda que la más linda de todas las coronas de la tierra, porque era una corona de luz, hecha con la gloria de Dios. Era una corona hermosísima, brillante, que hacía juego con su túnica del cielo, que parecía estar hecha con la luz del sol, y con su Cuerpo sin mancha, que ahora era todo de luz.

¡Qué hermosa se ve la Virgen, toda vestida de la luz del sol, coronada con una corona de luz, resplandeciente su rostro y sus manos con una luz más brillante que mil soles juntos!

Le pidamos a la Virgen, nuestra Mamá del cielo, llevar también nosotros la corona de espinas de Jesús, para después, en el cielo, llevar la corona de luz que le regaló Jesús.

Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Jaculatoria al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.

jueves, 21 de abril de 2011

El Viernes Santo para Niños y Adolescentes

La cruz quedó empapada con la Sangre de Jesús,
y desde entonces, los cristianos adoramos la Santa Cruz.

¿Qué pasó con Jesús el Viernes Santo? Después que lo arrestaron en el Huerto de los Olivos, y lo tuvieron preso toda la noche, lo llevaron por la mañana para hacerle un juicio, y ahí, a pesar de que Él era inocente, porque era el Hijo de Dios, lo condenaron a muerte en cruz.

Pilatos lo hizo azotar, y los soldados lo flagelaron hasta casi hacerlo morir. Le pegaron tantos latigazos, que le arrancaron casi toda la piel de la espalda, y le hicieron salir mucha sangre.

Después que le dieron los latigazos, hasta quedar cansados, le pusieron una corona de espinas diciéndole: “Esta corona es para ti, Rey de los judíos”, y para que le quedara bien ajustada, mientras le ponían la corona, le daban bastonazos, y como le había tapado los ojos, le decían: “Adivina quién te pegó”, y se reían, haciéndole burlas y más burlas, y escupiéndolo en la cara.

Después cargaron la cruz de madera sobre el hombro de Jesús, y lo llevaron por el Camino de la Cruz, que en latín se dice: “Via Crucis”, y le seguían pegando latigazos, trompadas y patadas, mientras lo escupían y lo insultaban, no solo los soldados, sino también todos los que estaban al costado del camino.

Finalmente, llegaron a la cima del Monte Calvario, y le sacaron la túnica a Jesús, haciéndole doler de nuevo, porque la sangre ya se había secado, y cuando le sacaron la túnica, le arrancaron la sangre seca que se había pegado a su espalda.

Jesús se recostó en la cruz, y dejó que le clavaran los clavos en las manos y en los pies, y así quedó durante tres horas, desde las doce del mediodía, hasta las tres de la tarde.

¿Cómo estaba Jesús en la cruz todo ese tiempo?

En la cruz, Jesús sentía que le ardía la garganta, de tanta sed que tenía, y le había dado sed porque se había deshidratado, porque había perdido mucha sangre, y cuando Él dijo: “Tengo sed”, en vez de darle un poco de agua, le dieron a beber vinagre y hiel, que es algo muy amargo; tenía fiebre, a causa de los hematomas y moretones que se le habían formado dentro del cuerpo, porque cuando hay moretones dentro del cuerpo, eso da fiebre; sentía mucha falta de aire, por la poca sangre, y por la posición de los brazos y de los pies, que le hacía muy difícil respirar; le dolían muchísimo las heridas de la cabeza, y también le dolían los músculos del cuello, pero no podía descansar, porque cuando hacía la cabeza para atrás, para descansar un poco, le punzaban las espinas en la parte de atrás de la cabeza, y en la nuca; tenía un ojo completamente cerrado, porque le habían dado una trompada, y le había salido un hematoma en el párpado, que no lo dejaba ver; en la cara tenía un corte, porque cuando el criado del sacerdote judío le dio una trompada, llevaba puesto un anillo, y le cortó la cara con el anillo; tenía todos los cabellos pegados, como un mazacote, porque le había salido mucha sangre cuando le pusieron la corona de espinas, y después esa sangre se secó y le quedaron todos sus cabellos pegados y sucios, llenos de polvo, porque cuando se caía con la cruz, su cabeza daba con el piso; tenía toda la cara cubierta de polvo y de sangre, que era la sangre que le caía de su cabeza, coronada de espinas, pero era también sangre que le salía de la nariz, por las trompadas que le habían dado, y era la sangre del corte del anillo del criado del sacerdote judío; los oídos, y los ojos, estaban tapados de sangre, por toda la sangre que le caía de la cabeza; tenía los brazos cansados, de tanto tenerlos estirados en la cruz, y además, porque había venido cargando la cruz todo el Via Crucis; el hombro derecho le dolía mucho, porque para poder atravesar su mano con el clavo, le estiraron tanto, que le hicieron salir de su lugar; tenía los dedos anular y meñique de las manos contraídos, vueltos hacia dentro de la mano, y los otros tres extendidos, porque los clavos de hierro habían traspasado un nervio, que hacía que los dedos se pusieran en esa posición; tenía los pies juntos, puestos uno sobre el otro, atravesados por un grueso clavo de hierro, y esas heridas de los pies le dolían cada vez que respiraba, porque tenía que apoyarse en los pies para poder respirar, y cada vez que lo hacía, el dolor de las heridas de los pies era insoportable.

Dice una santa, Ana Catalina Emmerich, que cuando subieron la cruz, los pies de Jesús quedaron a una altura en la que sus amigos podían besarlos. Además, en el momento en el que la cruz fue izada, y se deslizó en su base para quedar anclada en el pozo que habían excavado en el Calvario, en ese momento, cuando la cruz chocó contra el fondo del pozo, todas las heridas de Jesús se reabrieron, provocándole todavía más dolor, y haciendo brotar nuevamente la sangre de sus heridas. Pero también pasó algo más: en ese momento en el que la cruz fue levantada hacia lo alto, Satanás, los demonios, y el infierno entero, comenzó a aullar de miedo, de terror y de espanto, porque los había vencido el Amor de Dios Uno y Trino.

Jesús fue abandonado por todos sus amigos, y por todos los que habían recibido milagros de Él, e incluso hasta Dios Padre parecía que lo había abandonado –aunque nunca lo abandonó, pero Jesús sentía como que lo había abandonado-, pero había alguien que nunca lo abandonó, y ese alguien era la Virgen.

Desde que lo apresaron, y durante todo el tiempo que estuvo preso, y cuando le dieron los latigazos, hasta que lo crucificaron, la Virgen estuvo siempre cerca de su Hijo; Ella lo acompañaba de cerca, y veía cómo le pegaban a lo que más quería en el mundo, Jesús, y cuando veía que le pegaban, se acordaba de cuando era chiquito, que cuando Jesús se lastimaba, o se caía, ella salía corriendo a atenderlo, y ahora sufría y lloraba, porque no podía auxiliar a su querido Hijo. La Virgen veía cómo le pegaban a su Hijo, y aunque no le pegaban a Ella, le parecía sufrir los mismos dolores, porque cada golpe que recibía su Hijo Jesús, lo recibía Ella en espíritu, en su Corazón de Madre.

La Virgen sufrió los dolores de su Hijo, todos, en su Corazón Inmaculado, y con sus dolores nos salvó, por eso Ella es nuestra Salvadora, junto a su Hijo Jesús.

A las tres de la tarde, Jesús dio un fuerte grito, y dijo a su Papá del cielo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y entonces murió.

En ese momento, el cielo hizo luto, como cuando muere el hijo único, para expresar su dolor: aparecieron nubes negras en el cielo, que taparon el sol, y se puso tan oscuro, que parecía casi de noche, y eran las tres de la tarde; hubo un temblor muy fuerte, y la iglesia de los judíos, de los que habían condenado a Jesús, se partió en dos; salieron muchos muertos, que resucitaron, de sus tumbas, mientras los ángeles lloraban la muerte de Jesús.

Cuando Jesús ya estaba muerto, vino un soldado, y con una lanza le atravesó el pecho y de su Corazón salió sangre y agua, y con la sangre y el agua, el Espíritu Santo se derramó sobre la humanidad, porque Dios Padre perdonaba a los hombres que habían matado a su Hijo dándoles su Amor.

Después, bajaron a Jesús de la cruz, y la Virgen María lo lloraba en silencio, junto a Juan y a las piadosas mujeres. Después, se llevaron el Cuerpo muerto de Jesús a la tumba.

Sólo quedó en el Calvario la cruz, que era de madera dura, que quedó toda empapada de la sangre de Jesús, y porque esa sangre era la sangre del Cordero de Dios, los cristianos, desde entonces, adoramos la cruz.

Adorar quiere decir saber que somos nada delante de Dios, que somos como un granito de arena, comparado con el sol, y que aún así, siendo nada más que un granito de arena en comparación con el sol, amamos a Dios, que es Sol de Amor eterno, con todas nuestras fuerzas.

Adoremos la cruz, en el Viernes Santo, porque está empapada con la Sangre de Jesús, la sangre que nos salvó y nos hizo ser hijos de Dios.

miércoles, 20 de abril de 2011

El Jueves Santo para Niños y Adolescentes

En la Última Cena,
Jesús bendijo el pan y dijo:
"Esto es mi Cuerpo"
y se quedó en él.
Ese Pan, que se da en la Misa,
parece pan, pero es Él:
su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad,
y se llama "Eucaristía".


El Jueves Santo es un día muy especial, porque como Iglesia nos acordamos del día que Jesús, antes de subir a la cruz, fue a cenar con sus discípulos. Por eso se llama “La Última Cena”, porque Jesús fue a cenar el Jueves, y esa fue la última de su vida en la tierra, porque al otro día, el Viernes Santo, murió en la cruz.

¿Qué pasó el Jueves Santo? Lo que pasó fue que, como Jesús, que era Dios, sabía que al otro día, el Viernes Santo, Él iba a morir en la cruz para salvarnos a todos, y como Él nos amaba tanto, que ni podemos imaginarnos cómo nos amaba, quiso dejarnos un regalo, para que Él estuviera con nosotros, y nosotros estuviéramos con Él siempre, todos los días, hasta el fin del mundo. Ese regalo tan especial que Jesús nos dejó, fue un Pan, pero no un pan como el que conocemos, sino un Pan venido del cielo; Jesús nos dejó un pan que no es un pan; un pan que parece pan, pero que en realidad es Él mismo, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y ese Pan se llama la Eucaristía.

Pero antes de dejarnos este hermosísimo regalo, Jesús hizo algo para que nosotros aprendamos: Él, que era Dios, el Dios Todopoderoso, el Dios Creador de los cielos, de los planetas, de las estrellas, del sol, de los ángeles, de los hombres, de todos los animales y de toda la tierra, Él, a pesar de ser tan grande, a pesar que delante de Él todos los ángeles del cielo se inclinan y lo adoran, Él se arrodilló y lavó los pies de sus discípulos, y eso que hizo Jesús se llama “humildad”, para que nosotros aprendamos a ser humildes y buenos unos con otros. Cuando nos manden a hacer una tarea que no nos gusta, o cuando hablen de otros, y se olviden de nosotros, no nos tiene que importar, porque nos tenemos que acordar de Jesús, que fue humilde, nos enseñó a ser humildes, lavándole los pies a sus discípulos.

Después de hacer esto, Jesús y sus discípulos fueron a sentarse a la mesa, para comenzar a cenar. ¿Qué había para comer? En la Última Cena, había para comer carne de cordero, hierbas amargas, pan sin levadura, y vino. La carne era Carne de Cordero, pero no del corderito animal, sino la carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo; el pan, era pan sin levadura, un pan blanco, finito y chatito, pero no el pan que conocemos, sino el Pan que es su Cuerpo resucitado; había hierbas amargas, pero no las hierbas amargas que se cultivan en la huerta, sino la hierba amarga de la tribulación de la Cruz; y también había vino, pero no el vino que se hace de las uvas, de la vid de la tierra, sino un Vino muy especial, sacado de una Vid muy especial, la Vid Verdadera, que es Jesús, y es un vino que es su Sangre, porque se saca de las heridas de las manos, de los pies, de la cabeza y del costado de Jesús, y se sirve en la Santa Misa.

¿Cómo fue que Jesús nos dejó la Eucaristía? Fue así: cuando estaban sentados en la mesa, Jesús tomó el pan que tenía en su plato, lo bendijo, dio gracias a su Padre Dios, por el don del pan, y dijo a sus discípulos: “Este pan es mi cuerpo; cómanlo para que tengan vida eterna y para que vayan al cielo”. ¡Y en ese momento, misteriosamente, el pan se convirtió en su Cuerpo y así, sin que sepamos cómo, se quedó dentro de ese Pan, que se llama Eucaristía. Y desde entonces, la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús.

Después de haber bendecido el pan, Jesús tomó el cáliz con el vino, se lo mostró a los discípulos, lo bendijo, le dio gracias a su Padre Dios, y les dijo a sus discípulos: “Tomen y beban, esto que hay en el cáliz, es mi Sangre”, y después les dio a beber. Y cuando dijo estas palabras, pasó algo increíble: ¡el vino que había en el cáliz se convirtió en su Sangre! Y además, ¡Él se quedó dentro del cáliz! Desde entonces, el Vino de la Misa es su Sangre, y Dios Padre lo sirve en cada Misa.

Jesús también les dijo a sus discípulos que cuando Él se fuera al cielo, con su Padre, ellos, que se quedaban en la tierra, tenían que hacer lo mismo que Él hizo, y para eso, los ordenó sacerdotes a ellos, que eran sus amigos. Y desde entonces, hay sacerdotes que, con el poder de Jesús, hacen en la Misa lo mismo que Él hizo en la Última Cena. Otra cosa que hizo Jesús, antes de salir al Huerto, fue dejarnos un nuevo mandamiento, el mandamiento del amor: Él nos dijo que debíamos amarnos, unos a otros, como Él nos había amado. ¿Y cómo nos amó Él? Con un amor grandísimo, un amor que lo llevó a morir en cruz por cada uno de nosotros. Así tiene que ser nuestro amor por nuestro prójimo, que no es sólo aquél a quien queremos, sino también aquel a quien, por un motivo u otro, no queremos, es decir, aquel que es nuestro enemigo. Porque Jesús también dijo: "Amen a sus enemigos".

Cuando terminaron de comer, después que Jesús nos dejó la Eucaristía y los sacerdotes, Jesús y sus amigos salieron del Cenáculo, y se fueron al Huerto a rezar.

¿Dónde fue la Última Cena? Fue en la casa de un amigo de Jesús, que le prestó una habitación para que allí fueran a comer. Esa habitación, era la mejor habitación, y estaba en el primer piso de la casa. Jesús mandó a sus discípulos que le dieran este mensaje al dueño de casa: “Jesús quiere celebrar la Pascua en tu casa”. Ahora también Jesús nos dice: “Quiero celebrar la Pascua en tu casa, en la mejor habitación de la casa”. Y como nuestra casa es el alma, la mejor habitación de esa casa, es nuestro corazón; por eso Jesús quiere celebrar la Pascua en nuestro corazón. Para que esa habitación, que es el corazón, esté bien arreglado, hay que hacer oración, penitencia, sacrificios, y amar mucho a todos, para que el Amado Jesús venga a nuestro corazón, y haga de él una habitación hermosa, donde Él se quede para siempre.

jueves, 14 de abril de 2011

Rosario meditado para niños para NACER - Misterios Dolorosos




Misterios Dolorosos

Primer Misterio Doloroso: La oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.

Jesús ora en el Huerto,
y siente mucha tristeza, y suda sangre,
porque ve que muchos no se quieren convertir.
Le prometamos a Jesús, que por mí sufre en el Huerto,
que nuestro corazón va a ser como un girasol,
que siempre lo busque a Él, el Sol de Dios.

Pasaje del Evangelio: Jn 15, 13ss.

Meditación: Este misterio se llama “La oración de Jesús en el Huerto de los Olivos”, y nos acordamos de cuando Jesús fue a rezar, el día antes de subir a la cruz. Era una noche muy oscura, sin luz de luna casi, porque las nubes negras cubrían todo el cielo. A Jesús lo habían acompañado Pedro, Juan y Santiago, pero ellos, en vez de rezar con Él, se durmieron y lo dejaron solo. Cuando Jesús estaba rezando, empezó a sentir mucho pero mucho miedo, y también mucha tristeza, y sintió tanto miedo y tanta tristeza, que lloraba mucho, y además sudaba sangre.

¿Por qué sentía miedo, y por qué sentía tristeza? Sentía miedo, porque Él, como era Dios, podía ver los pecados de todos los hombres, que tienen formas horribles, como de animales muy feos y malos; además, para que Dios Padre no nos castigue a todos nosotros, Él se había ofrecido para que lo castigaran a Él, y sabía que, para quitar nuestros pecados, iba a tener que sufrir todo lo que sufrió después en la cruz. ¿Y la tristeza? Sentía mucha pero mucha tristeza, porque Él también veía que muchas almas, a pesar de que Él iba a dar su vida por ellas, no lo iban a querer, y no se iban a convertir, y se iban a morir en pecado mortal, y se iban a ir al infierno. Él sufría muchísimo cuando veía un alma que se condenaba, y por eso estaba muy triste. Pero había veces que Jesús estaba más contento, y era cuando veía almas que sí lo iban a querer, que sí lo iban a acompañar camino de la cruz, y que sí se iban a convertir y a salvar. Ahí era cuando Jesús no estaba tan triste, y tenía un poco menos de miedo.

¡Le prometamos a Jesús que vamos a rezar mucho, y que vamos a tratar de cambiar el corazón, para ser santos, y así estar con Él para siempre en el cielo!

Segundo Misterio Doloroso: La flagelación de Jesús.

Jesús es flagelado,
a causa de mis pecados.
¡Jesús, que me duelan mis pecados,
para que Tú no sufras más!

Pasaje del Evangelio: Mt 27, 26ss.

Meditación: Este misterio se llama “La flagelación de Jesús”, y nos acordamos aquí de cuando a Jesús le pegaron muchos latigazos en la espalda, en las piernas, en los brazos, y en la parte de adelante del cuerpo, en el pecho y en el abdomen, y le hicieron doler muchísimo, y le hicieron salir mucha sangre. Una vez, una santa, que se llamaba Brígida de Suecia, quería saber cuántas heridas había recibido en total en la Pasión, y Jesús se le apareció y le dijo que eran 5130 heridas. ¡Muchísimas! ¿Por qué Jesús dejó que le pegaran así? Porque Dios Padre estaba muy enojado con todos nosotros, por nuestros pecados, entonces, Jesús le dijo a Dios Padre que Él iba a reparar por nosotros, y para que Dios Padre no se enojara con nosotros, Jesús dejó que la justicia divina descargara sobre Él el castigo que merecíamos todos los hombres. Jesús se puso entre Dios Padre y nosotros, para recibir Él todo el castigo que merecíamos, y así fue como Dios nos perdonó, y todos nos hicimos amigos de Dios, gracias a Jesús.

Si Jesús se nos apareciera, ¿le pegaríamos un latigazo? ¡Por supuesto que no! Pero lamentablemente, lo que no haríamos en la imaginación, sí lo hacemos en la realidad, porque cada vez que cometemos un pecado, es como pegarle un latigazo a Jesús.

Le prometamos a Jesús que vamos a cuidar nuestro cuerpo como lo que es: el templo del Espíritu Santo, y le pidamos que, así como a Él le dolieron los latigazos, así a nosotros nos duelan los pecados, para que nunca lo ofendamos, y crezca nuestro amor a Él.

Tercer Misterio Doloroso: La coronación de espinas.

Jesús es coronado de espinas,
para que nuestros pensamientos sean puros y santos,
como los suyos.

Pasaje del Evangelio: Jn 19, 2

Meditación: Este misterio se llama: “La coronación de espinas”, y nos acordamos de cuando a Jesús le pusieron una corona de gruesas espinas. Esas espinas le hicieron doler mucho a Jesús, y le hicieron salir mucha sangre, que corrió desde su cabeza, por toda su cara, hasta la barba y el cuello, y llegó hasta el pecho y sus manos. La sangre pasó por su frente, para que tengamos pensamientos santos y puros; pasó por sus ojos, para que veamos sólo cosas buenas; pasó por su nariz y por sus oídos, para que nuestros sentidos sientan lo que Él sintió en la cruz; pasó por sus labios, para que hablemos sólo cosas buenas, como alabanzas a Dios y bendiciones a los demás; pasó por sus manos, para que nuestras manos se eleven para bendecir a Dios, y estén siempre tendidas en ayuda de nuestros hermanos; pasó por su pecho, para que nuestro corazón arda en el fuego del Amor de Dios.

¡Que por la sangre de Jesús coronado de espinas, nuestros pensamientos sean siempre santos y puros, como los tuvo Él en la cruz!

Cuarto Misterio Doloroso: Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario.

Jesús con la cruz a cuestas,
camino del Calvario.
¡Jesús, que yo te siga
en el camino de la cruz,
para llegar contigo
al Reino de los cielos!

Pasaje del Evangelio: Jn 20, 17

Meditación: Este misterio se llama: “Jesús, con la cruz a cuestas, marcha camino del Calvario”, y nos acordamos de cuando Jesús iba, con la cruz sobre sus hombros, a un monte, que se llama: “Calvario”. Jesús llevaba una cruz de madera, muy pesada, tan pesada, que lo hizo caer muchas veces a lo largo del camino. Y en cada caída, se lastimaba sus rodillas, sus manos, y le dolía mucho la espalda y también el hombro, pero siempre se levantaba y seguía. Jesús no arrastraba la cruz, sino que la abrazaba y la besaba, porque sabía que con la cruz nos iba a salvar, y nos iba a llevar al cielo. En la vida muchos nos dicen que sigamos muchos caminos: ser ingenieros, médicos, bomberos, astronautas, plomeros. En realidad, hay un solo camino: el camino de la cruz de Jesús, porque por ese camino se llega al cielo. Jesús nos pide que lo sigamos, que vayamos detrás de Él, y si nosotros le hacemos caso, y lo seguimos, cargando nuestra propia cruz, estaremos seguros, segurísimos, de llegar al cielo.

¡Jesús, que yo nunca reniegue de la cruz! ¡Dame la gracia de abrazar y besar mi cruz, y así caminar contigo, todos los días de mi vida, el Via Crucis, hasta que llegue a contemplarte en la eternidad!

Quinto Misterio Doloroso: La crucifixión de Jesús.

Jesús es crucificado.
Te adoro, Dios mío,
Jesús crucificado.
¡Que yo esté con la Virgen
al pie de la cruz,
para estar siempre contigo
en la eternidad!

Pasaje del Evangelio: Jn 20, 18

Meditación: Este misterio se llama: “La crucifixión de Jesús”, y nos acordamos de cuando Jesús estaba crucificado, en la cima del monte que se llama “Calvario”. Jesús en la cruz es pobre, porque tiene sólo lo necesario para salvarnos: la corona de espinas, los clavos de hierro, un cartel que dice: “Éste es el Rey de los judíos”, y la cruz, y así Jesús nos enseña a ser pobres, como Él, a no desear nada que no sea lo necesario para nuestra salvación. Jesús en la cruz es también es nuestro rey, que reina desde un trono que no es de oro ni de plata, sino de madera, porque es la cruz, y así como todo rey bueno da regalos a sus súbditos, así Él nos da el regalo más hermoso que podamos recibir, y es el regalo de su Cuerpo y de su Sangre, y con su Sangre, el Espíritu Santo. Todo eso lo tenemos en la Santa Misa, porque en la Misa, Jesús hace lo mismo que en la cruz: entrega su Cuerpo en la Eucaristía, y derrama su Sangre en el cáliz. Ir a Misa es ir a ver a Jesús que, invisible, baja crucificado, desde el cielo al altar, para darnos su Cuerpo en la Hostia y su Sangre en el cáliz. Ir a Misa es ir a estar junto a Jesús, que por mí muere en la cruz, y es ir a ofrecerme a Dios Padre, unido a Jesús, para la salvación del mundo.

¡Nunca dejemos la Misa, que es Jesús en la cruz, por las diversiones del mundo, que no son nada! ¡Que yo te ame, Jesús, en la cruz, en la Santa Misa!