Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 25 de noviembre de 2011

El Adviento explicado para Niños y Adolescentes (I)



¿Qué es el Adviento? Adviento quiere decir: “esperar al que viene”. ¿Y quién es el que viene? El Niño Dios. Adviento entonces es el tiempo en el que en la Iglesia nos disponemos a esperar al Niño Dios que está por nacer. Sabemos que ya nació, murió y resucitó, pero en Adviento “hacemos de cuenta que no ha venido todavía”. Esperamos a Jesús que está por nacer.
En Adviento esperamos a Dios, que está por venir, y por eso en las lecturas y en los cantos se hace alusión a la venida del Señor.
El Adviento es un tiempo de alegre espera; la espera de la llegada del Señor, y es alegre, porque sabemos que, cuando venga Dios, cuando nazca el Niño Dios, el mundo será distinto, porque no es lo mismo un mundo sin Dios, que un mundo con Dios.
¿Cómo es un mundo sin Dios? Para saberlo, veamos qué es Dios, para darnos cuenta qué hay cuando Él está, y qué no hay cuando Él no está.
Dios es luz, porque lo dice el evangelista Juan: “Dios es luz y en Él no hay tinieblas” (1 Jn 1, 5), y Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy la luz del mundo” (Jn 8, 12), y por eso en el Credo decimos: “Dios de Dios, Luz de Luz”, cuando nos referimos a Jesús. Entonces, Dios es luz, y cuando el Niño Dios está en el alma, todo está iluminado, con una luz más hermosa que la luz del sol.
Pero cuando Dios no está, el mundo se pone oscuro, como una noche sin luz de luna, y las almas viven en tinieblas, porque no pueden ver nada, y así como en la noche, en los bosques, salen las bestias feroces, así en la noche sin Dios, salen otras bestias, más feroces que los animales, los ángeles caídos. Cuando el alma está sin Dios, vive en esta oscuridad, en donde hay seres oscuros y malvados.
Dios es Vida, porque Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy el Pan de vida eterna, el que come de este Pan, vivirá eternamente” (cfr. Jn 6, 51). Cuando el Niño Dios está en el alma, el alma está viva, porque vive con la vida de Dios, y vive en la tierra ya con un poquito de cielo, de eternidad, en el corazón. Y cuando hay vida, hay alegría, esperanza, risas, caridad.
Pero cuando el Niño Dios no está, sólo hay muerte, y eso es lo que pasa, por ejemplo, en las guerras, cuando los hombres se pelean por la tierra, por el oro, por el petróleo, por las riquezas del mundo. Cuando Dios, que es vida, no está, sólo hay muerte entre los hombres, porque sin Dios, los hombres se matan entre sí.
Dios es Verdad, porque Jesús dijo de sí mismo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), y por eso, cuando el Niño Dios nace en un alma, en esa alma no hay mentiras, no hay doblez del corazón. Cuando Dios está en el alma, el alma es transparente como un cristal; el alma no habla nunca a espaldas del prójimo; el alma no habla nunca mal del prójimo, y mucho menos, desea el mal a nadie.
Pero cuando el Niño Dios, que es Verdad, está ausente del alma, el alma se vuelve cínica, hipócrita, mentirosa, falaz, y habla con doblez de corazón: mientras dice una cosa con los labios, con el corazón dice otra contraria; mientras alaba a Dios con los labios, con el corazón tiene rencor y odio contra el prójimo, y se niega a perdonarlo.
Finalmente, Dios es Amor, porque así lo dice el evangelista Juan: “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8), y por eso, cuando el Niño Dios está en el alma, el alma se vuelve como un espejo que refleja el amor divino, un amor que no es envidioso, que no es rencoroso, que a nadie desea el mal, que quiere a todos, incluidos a sus enemigos; un amor que ama a sus padres, a sus hermanos, y a todo prójimo, por amor a Dios; un amor que comparte sus cosas, su tiempo, sus alegrías; un amor que ayuda a los demás; un amor que es solidario, caritativo, amable, bueno, compasivo.
Pero cuando el Niño Dios no está en el alma, el alma se vuelve agria y amarga, egoísta, incapaz de compartir nada con nadie; el alma se vuelve mala, porque a nadie quiere, ni a Dios, ni al prójimo, ni a sí mismo, ni mucho menos a sus enemigos; un alma sin el Niño Dios se vuelve incapaz de perdonar, y es tan orgullosa y tan nada humilde, que jamás pide perdón cuando se da cuenta que se ha equivocado en algo; cuando el Niño Dios no está en el alma, el alma se vuelve caprichosa, vanidosa, engreída, soberbia, y para esta alma no existe nadie sino ella misma y sus mezquinos y egoístas intereses.
El tiempo de Adviento entonces es un tiempo para prepararnos para la venida de Dios Niño, que habrá de nacer en un portal, el portal que es nuestro corazón. Y es un tiempo de alegre espera, porque sin Jesús, sin el Niño Dios, el alma y el mundo son lugares tristes, oscuros, fríos, egoístas; sin el Niño Dios, no hay verdadera alegría; sin el Niño Dios, no hay verdadera paz; sin el Niño Dios, no hay esperanza de llegar al cielo, porque el Niño Dios, así como en el pesebre de Belén abre sus brazos para que lo abracemos, así Él luego, cuando sea grande, abrirá sus brazos y morirá en la Cruz por nosotros, para llevarnos a todos al cielo.
Jesús nació en un portal; nosotros en Adviento preparamos nuestro corazón para que sea un nuevo portal, un portal de carne, donde nazca Jesús por la gracia. Así como la Virgen, encinta, tuvo que entrar en la gruta para la limpiarla, porque ahí dormían los animales, y estaba todo oscuro, así le pedimos a la Virgen que sea Ella la que prepare nuestro pobre corazón para que sea como una gruta en donde nazca su Hijo Jesús.
Y como también está a oscuras, como el Portal de Belén, le pedimos que alumbre nuestro corazón con la luz de la gracia del Niño Dios.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Jesús es Rey, en la Cruz y en la Eucaristía



Jesús es Rey, porque Él mismo se lo dijo a Pilatos: “Yo Soy Rey”. Pero es un rey distinto a los reyes de la tierra.

A los reyes de la tierra les dan una corona de oro y plata, con muchas piedras preciosas, como rubíes, diamantes, zafiros, esmeraldas.

A Jesús, en cambio, le dan una corona de gruesas y duras de espinas, que le provocan mucho dolor, y hacen que su cabeza y su rostro se llenen de sangre. Y Jesús recibe la corona de espinas, para reparar por nuestros malos pensamientos.

A los reyes de la tierra, cuando los nombran reyes, les visten con vestimentas de seda roja y púrpura, bordados con hilos de oro.

A Jesús, Rey del cielo, le quitan la túnica que llevaba, empapada en su sangre y llena de tierra y barro, y lo dejan vestido con una túnica roja, sí, pero no de seda, sino formada por su propia sangre. Y Jesús se viste con su propia sangre, para expiar los pecados de impureza de los hombres.

A los reyes de la tierra les dan guantes de seda y anillos de oro fino para sus manos.

A Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles, le dan para sus manos dos clavos de hierro, que le provocan muchísimo dolor y le hacen salir mucha sangre. Y Jesús se deja clavar las manos, para reparar por todas las cosas malas que hacen los hombres con sus manos.

A los reyes los calzan con fines calzados.

A Jesús, Rey del universo, le quitan sus sandalias, y atraviesan sus pies con un grueso clavo de hierro. Jesús se deja atravesar los pies, para reparar por todos los pasos malos dados por los hombres, y por todas las veces que nos dirigimos en dirección contraria a la Santa Misa.

Los reyes de la tierra, aunque poseen muchos bienes, siempre quieren más y más, y por eso tratan a los demás de modo despectivo y con dureza de corazón.

Por el contrario Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles, Rey que reina en la Cruz y en la Eucaristía, a quien se le acerca para adorarlo, le concede mares infinitos de gracias, que brotan de su Sagrado Corazón, para que su Amor sea comunicado al prójimo, por medio de las obras de misericordia.

Jesús, Rey de cielos y tierra, quiere llevarnos a todos al cielo, para que vivamos para siempre en la feliz eternidad, en la compañía de su Papá, del Espíritu Santo, de su Mamá, la Virgen, y de todos los ángeles y santos. Lo único que tenemos que hacer, para que Jesús, Rey del cielo, nos lleve con Él, es dar amor al prójimo, el mismo Amor que recibimos de Él, que está en la Cruz y en la Eucaristía.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Santa Misa de Primeras Comuniones


¿A qué podemos comparar la Primera Comunión?

A la visita de un ser muy querido, al cual hace mucho tiempo que no vemos. Puede ser, por ejemplo, papá, mamá, algún hermano, algún abuelo, primo, tío, o algún amigo, que regresan luego de un viaje que ha durado mucho tiempo, y viene de un lugar muy lejano y muy lindo.

Pensemos en el ser más querido de nuestras vidas, pero para nuestra historia, nos quedemos con la imagen de un querido amigo. Viene a nuestro encuentro, y aunque no hemos visto nada, nos han dicho que nos trae regalos hermosísimos del lugar donde estuvo, y los que han visto los regalos que nos trae, se han quedado sorprendidos, y tan sorprendidos, que nos dicen: “¡No vas a poder creer cuántos regalos te trae, y cuando los veas, no vas a poder decir ni una palabra, de tan contento que vas a estar!”. Estamos ansiosos por los regalos que nos trae, pero más lo estamos por su presencia, porque nos quiere tanto este ser, que su sola presencia es ya un regalo.

Con esta expectativa, nos apuramos por arreglar la casa, nuestra habitación, y también nos preocupamos por estar limpios y perfumados, con la ropa impecable y los zapatos brillantes, para cuando llegue.

¿Qué pasa cuando llega?

Pueden pasar dos cosas.

La primera es que, cuando llega, lo recibimos fríamente, apenas le decimos “hola”, lo hacemos pasar, le decimos que se siente, y que nos espere, que ya venimos. Nos vamos, y en vez de estar con él y decirle que lo extrañábamos, lo dejamos solo y nos ponemos a jugar con los juegos de la computadora, o salimos por la ventana a jugar al fútbol con otros amigos, o nos quedamos viendo televisión.

Luego de pasado un tiempo largo, nuestro querido, que venía con la ilusión de dejarnos muchísimos regalos, tantos, que no iba a haber lugar en toda la casa, se retira, desilusionado y triste, llevándose todo lo que había traído.

Esto es lo que pasa con la Comunión cuando comulgamos distraídos, sin pensar en Jesús, que viene a nuestra alma en la Eucaristía.

Jesús es ese gran amigo, que viene de muy lejos, viene del Cielo, donde vive para siempre junto a su Padre Dios, y junto al Espíritu Santo, y cuando viene por la comunión, nos trae algo más valioso que miles de millones de regalos: nos trae su gracia, que es la vida de Dios, algo que vale más que todo el universo y que todos los ángeles juntos.

En cada Comunión, Jesús nos hace el regalo de su gracia divina, y todavía más que eso: nos regala su Corazón, que late en la Eucaristía, y late de amor por cada uno de nosotros. Cada vez que comulgamos, el Corazón de Jesús late con más fuerza y más rápido, porque tiene tanto amor por nosotros, que le da mucha alegría que lo recibamos.

Jesús no se contenta con dejarnos el gran regalo de la gracia: nos regala su mismo Corazón, para que nos deleitemos y nos alegremos con él, para que nos sumerjamos en el océano infinito de Amor que hay dentro suyo.

Pero Jesús se pone muy triste cuando ve que, al recibirlo, en vez de alegrarnos por su Presencia en nuestra alma, en vez de hacer actos de amor y de adoración a Él que por la Hostia está dentro nuestro, no le dirigimos la palabra, no le hablamos, no le decimos nada, y encima, echamos a volar nuestra imaginación, igual como si prendiéramos una televisión en nuestro cerebro, y nos ponemos a pensar en cosas inútiles, sin tenerlo en cuenta a Él. Otros, incluso, ¡lo reciben masticando chicle! ¿Cómo se siente Jesús cuando pasa eso? Muy apenado, muy triste, muy desconsolado, porque todo el Amor que Él tiene en su Corazón, no lo puede dar, porque el que lo recibe, está pensando en otra cosa.

Lo otro que puede pasar, cuando viene Jesús a nuestra alma, es que lo recibamos con alegría, y para poder escuchar su Voz, que nos dice cuánto nos ama, hacemos silencio, cerramos los ojos, nos olvidamos de todo lo que nos rodea, incluso de nuestros papás, de nuestros hermanos, y hasta de nosotros mismos, y nos concentramos en la Presencia de Jesús, que viene para quedarse en lo más profundo de nuestro corazón.

Desde ahí, le decimos que lo amamos, y que queremos recibir los infinitos tesoros de gracia divina que están en su Corazón; le decimos que queremos sacar de su Corazón tantos tesoros como nos sea posible, para nosotros y para los demás; le decimos que, ya que hemos recibido de Él en la Comunión un Amor sin medida, como un océano sin playas, vamos a tratar de compartir con los demás este amor, y por eso prometemos de ahora en más ser más buenos con todos, empezando por los papás y los hermanos, y terminando con aquél prójimo con el que tal vez no me llevo bien, pero como Jesús me ha dado tanto Amor, me sobra para darle un poco a él.

Cada uno puede elegir cómo es su Comunión, no solo la Primera, sino todas, hasta la última, en el día de su muerte. En cada Comunión, se nos presenta la misma posibilidad de hablar con Jesús, de recibir su Amor infinito, y los tesoros inagotables de su gracia divina, que se nos regalan sin medida con su Corazón eucarístico. No desaprovechemos la oportunidad, distrayéndonos con cosas sin importancia.

Cerremos los ojos del cuerpo, y abramos las puertas del corazón a Jesús que viene en la Eucaristía.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La Comunión Reparadora de los cinco primeros sábados de mes



¿En qué consiste la comunión reparadora de los cinco primeros sábados de mes?

Como sabemos, la Virgen María se apareció a tres pastorcitos en Fátima, Portugal, en el año 1917. En esas apariciones, precedidas por las apariciones del Ángel de Portugal, la Virgen pidió, principalmente, el rezo del Santo Rosario, y sacrificios por los pecadores, pidiendo por su conversión, para evitar que cayeran en el infierno.

Si bien las apariciones finalizaron en ese mismo año, no terminaron ahí, pues la Virgen, en la tercera aparición en Fátima, el 13 de julio de 1917, había prometido que volvería, esta vez para pedir la consagración de Rusia, un país con gobierno ateo, y la comunión reparadora de los primeros sábados: “Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados”.

Así fue como la Virgen, teniendo a su lado al Niño Jesús sobre una nube luminosa, se apareció a la Hermana Lucía en su celda, en la Casa de las Doroteas de Pontevedra, el día 10 de diciembre de 1925.

Poniéndole la mano en el hombro, le mostró un corazón rodeado de espinas, que tenía en la otra mano. El Niño Jesús, señalándolo, le dijo a la Hermana Lucía lo siguiente: “Ten pena del Corazón de tu Santísima Madre, que está rodeado con las espinas que los hombres ingratos constantemente le clavan, sin haber quién haga un acto de reparación para quitárselas”.

¿Qué representan estas espinas que hieren el Corazón de la Virgen? Representan todas las ofensas dirigidas a la Virgen. Por ejemplo, si alguien se cura milagrosamente, en vez de atribuir esa curación a Jesús, que es Dios, y a la intercesión de la Virgen, lo atribuyen a los ídolos; otros ejemplos de ofensas a la Virgen son cuando alguien rompe alguna imagen suya, o cuando alguien se enoja con Ella y le dice cosas malas, como cuando un hijo desagradecido se enoja con su madre; las espinas representan también a todos los cristianos que los sábados y los domingos, en vez de rezar el Rosario, leer la Biblia, leer la vida de un santo, y asistir a Misa, prefieren salir a divertirse, a pasear, o ver televisión, deportes, cine, espectáculos. Todo esto ofende mucho a la Virgen, porque así desprecian el Amor de su Hijo Jesús, que se dona totalmente para cada uno de los hombres en la Eucaristía. En cada Eucaristía, Jesús nos regala su Amor, que es infinito y eterno, pero en vez de ir a recibir ese regalo del cielo que es la Eucaristía, los hombres, los bautizados, niños y jóvenes, prefieren sus diversiones. Las espinas representan también a todos aquellos que no hacen nada por mejorar, por ser más buenos, más dóciles, más santos; representa a todos aquellos que, en el momento de una prueba, en vez de recurrir a Jesús y a la Virgen, o se desesperan, o recurren a ídolos falsos, que en nada pueden ayudarlos; representa también a todos aquellos que han recibido favores y hasta milagros por parte de Jesús y de la Virgen, y no solo no se muestran agradecidos para con ellos, sino que los desprecian, porque los dejan de lado.

La Virgen se entristece mucho por esta ingratitud y por este desprecio a la Eucaristía, y es eso lo que representan las espinas.

Pero hay otra cosa que representan las espinas: todos aquellos que, sabiendo qué es lo que le pasa a la Virgen, no son capaces de consolarla con un acto de reparación, sino que se quedan sin hacer nada. Es como si un hijo, viendo llorar a su mamá, porque un hermano suyo la trató mal, en vez de acercarse a ella para consolarla, la dejara sola, sin decirle nada.

Después que Jesús le dijo esto, le habló la Virgen a la Hermana Lucía, diciéndole: “Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos, a cada momento, me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, haz algo por consolarme y di que a todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen el rosario y me acompañen quince minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación”.

Luego, en otra aparición, Jesús le dijo que la confesión podía ser hecha dentro de los ocho días, e incluso muchos días más, pero que, en el momento de recibirlo a Él en la comunión, se debía estar en gracia. Ante la pregunta de Sor Lucía sobre los días de confesión, Jesús dijo: “Sí, puede ser, y hasta de muchos días más, con tal de que cuando me reciban estén en gracia y tengan la intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María”.

En esa misma aparición, la Hermana Lucía le preguntó por el caso de alguien que, al momento de confesarse, se olvide de poner la intención de desagraviar al Corazón de María, a lo que Nuestro Señor respondió: “Pueden ponerla en la confesión siguiente, aprovechando la primera ocasión que tengan para confesarse”.

Y en la vigilia del 29 al 30 de mayo de 1930, Nuestro Señor, hablando interiormente a la Hermana Lucía, le dijo que, si era necesario, el sacerdote podía cambiar el primer sábado por el primer domingo: “Será igualmente aceptable la práctica de esta devoción el domingo siguiente al primer sábado, cuando mis sacerdotes, por justos motivos, así lo determinen”.

La Virgen le dice a Sor Lucía cuál debe ser la reparación por tantas blasfemias e ingratitudes: la confesión sacramental, la comunión, el rezo del Rosario meditando sus misterios, los primeros cinco sábados de mes, con la intención de desagraviar a la Virgen.

Esto quiere decir que para cumplir el pedido de la Virgen, tanto al confesar, como al comulgar y rezar el Rosario en los Primeros Sábados de mes, se debe tener la intención de desagraviar a la Virgen, es decir, se debe tener presente que hay muchos que ofenden a la Virgen con sus ingratitudes y desprecios, y que se confiesa, se comulga y se reza el Rosario, para aliviar la pena de la Virgen.

Es como si un hijo le dijera a su mamá que llora por la ingratitud de otro hijo: “No te preocupes, mamá, ya no llores, yo te doy mi amor, por todo el amor que no te dan otros”.

La devoción de la Comunión Reparadora de los Primeros cinco Sábados de mes, consiste entonces en rezar con amor al Corazón de la Virgen, y de darle todo nuestro pobre corazón, para consolar a la Virgen, pidiéndole perdón por todos aquellos que la ofenden.

viernes, 4 de noviembre de 2011

La comunión y la confesión reparadoras de los Primeros Viernes de mes


Cuando Jesús se le apareció a Santa Margarita, le dijo que había sufrido mucho en su Pasión, a causa del abandono de sus discípulos, y que ahora también lo dejaban solo en el Sagrario, y le pidió que al menos ella no lo dejara solo, y que confesara y comulgara los Primeros nueve Viernes de mes.

Recordemos la Pasión de Jesús, para darnos cuenta de que también nosotros debemos hacer como Margarita María: confesar y comulgar los Primeros nueve Viernes de mes, para reparar por los que no lo hacen.

Jesús acaba de ser coronado de espinas y flagelado. Su rostro está todo cubierto de sangre, de polvo, de salivazos. Su cabello está todo mojado con su sangre y también con su sudor, además de estar mezclado con tierra, de modo que parece un pegote sucio.

Está temblando de frío, porque cuando lo llevaban desde el Huerto de los Olivos se cayó en el torrente Cedrón y se cubrió de lodo y fango, quedando tirado en medio del agua helada, pero además tiene frío porque ha perdido mucha sangre, y como la sangre es lo que da calor al cuerpo, su cuerpo tiembla de frío. Pero al mismo tiempo, tiene fiebre, porque ha recibido muchos golpes y latigazos, y eso da fiebre. También tiene sed, por el mismo motivo. No come nada desde la noche del Jueves Santo, cuando comió cordero asado en la Última Cena, y por eso también tiene hambre. Su Cuerpo está todo cubierto de heridas, tantas, que parece que no hubiera ni un poco de piel sana. Toda su espalda está en carne viva, y también sus brazos y sus piernas. Lleva puesto un manto púrpura, que se le ha pegado a la espalda sin piel; además, el manto está sucio, y eso le aumenta el dolor y la inflamación.

Jesús busca, con su mirada, a sus discípulos, pensando que alguno de ellos lo va a venir a ayudar, va a venir a salir en su defensa, pero ninguno aparece. Encima de todo, su Mamá, la Virgen, que es la única que podría auxiliarlo, no está cerca suyo, porque así lo ha dispuesto Dios Padre.

Jesús se siente apenado porque no solo ninguno de sus discípulos aparece, sino porque Pedro, que había sido nombrado Papa por Jesús, y al que le había dado toda su amistad, porque lo había llamado “amigo” en la Última Cena, al igual que a los demás Apóstoles, lo traiciona, porque niega conocerlo delante de los demás. Aunque luego se arrepentirá y remediará su error, Pedro ahora se comporta como un cobarde, negando conocer a Jesús, y eso le provoca a Jesús un dolor más grande todavía en su Sagrado Corazón.

Todo lo que pasó en la Pasión, de parte de sus discípulos, los olvidos, las ingratitudes, las indiferencias, las cobardías, las negaciones, las traiciones, lo sigue sufriendo hoy, porque muchos, muchísimos de los bautizados, en vez de venir a Misa el Domingo, y en vez de venir a hacer compañía a Jesús en el Sagrario, prefieren ver televisión, o jugar al fútbol, o ir a la cancha, o salir de paseo, o salir de compras.

Cualquier distracción es mejor que venir a adorar a Jesús en la Eucaristía, en el sagrario, y eso a pesar de que Jesús tiene sed de nuestro amor, y nos espera en la Eucaristía para darnos todo su Amor, que es infinito.

Jesús sufrió en la Pasión por la traición y el abandono de sus apóstoles, y continúa siendo olvidado en la Eucaristía, por la gran mayoría de los bautizados. Es esto lo que Jesús le dice a Santa Margarita: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, y que no ha ahorrado nada, hasta el extremo de agotarse y consumirse para demostrarles Su Amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que Me tratan en este Sacramento del Amor. Pero lo que más Me duele es que sean corazones consagrados a Mí los que así Me tratan”.

Para reparar por tanta indiferencia, por tanta ingratitud, y por tanto desamor a Jesús en la Eucaristía, tomemos la resolución de visitarlo a Jesús en el Sagrario, y también de recibirlo en la Sagrada Comunión, previa confesión, no solo los domingos, sino también los Viernes, en recuerdo de su muerte en cruz.

Y si lo recibimos los Primeros Viernes de mes, con la intención de reparar por todas las ingratitudes e indiferencias, dándole a Jesús todo nuestro amor, Jesús nos dará un premio que ni siquiera podemos imaginarnos, como se lo prometió a Santa Margarita: “Un viernes, en la sagrada comunión, me dijo estas Palabras: “Te prometo, en la excesiva Misericordia de Mi Corazón, que Su Amor Omnipotente concederá a todos los que comulguen Nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la Gracia de la penitencia final; no morirán en Mi desgracia y sin haber recibido los Sacramentos; Mi divino Corazón será su Asilo seguro en el último momento”.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Hora Santa para NACER



Escuchemos a Jesús que nos habla:

Los espero en la Eucaristía para darles mi Amor, Amor que es medicina para vuestros males y alivio para vuestro dolor.

Vengan a Mí, porque quiero vestirlos de gala, adornándolos con mis joyas preciosas, vistiéndolos con sayal porque sois mis Hijos amados, hijos que sí me saben descubrir en la Sagrada Hostia.

Desde la Eucaristía alzo mi Voz, Voz que ha de retumbar en los corazones humildes, Voz que ha de doblegar a las almas eucarísticas para que sean lámparas de Amor Divino, oficio de Ángeles que delego a criaturas con corazón noble y benévolo, criaturas deseosas de permanecer en mi mansión de Amor, adorándome en el silencio, convirtiéndose en lámparas encendidas en medio de las tinieblas densas de un mundo sin Dios.

Supliquen a mi Madre para que encienda en sus corazones su Llama de Amor vivo, y déjenla arder para que se consuman como cirios prendidos en el Sagrario, cirios que se transformarán en lámparas del Amor divino, lámparas que no cesarán jamás de alumbrar en toda la Tierra porque son tan fuertes los reflejos de vuestra luz que iluminarán las conciencias de los hombres para que vuelvan a Mí.

Querido Jesús Eucaristía:

Nos postramos ante tu humilde Presencia en la Sagrada Hostia, para unirnos a la alabanza y adoración que te brindan los ángeles y los santos en el cielo.

Estamos aquí, querido y amado Jesús, con los ojos del alma bien abiertos, para verte, con la luz de la fe, Presente en la Eucaristía, bajo el Velo Sacramental.

Háblanos al corazón, muéstranos los inmensos tesoros de tu Amor, danos la sublime Sabiduría que no se encuentra en los libros de la tierra, porque viene del cielo, viene de Ti.

Tú serenas nuestro espíritu, porque eres el Hijo de Dios, que calmó la tempestad, mientras los discípulos estaban inquietos en altamar.

Tú nos haces gustar un pedacito de Cielo, Cielo en el cual nos gozamos, nos alegramos, nos deleitamos.

Venimos ante Ti, para orar y reparar, para así mitigar un poco las ofensas, los agravios, las indiferencias y los ultrajes que sufre tu Sagrado Corazón Eucarístico y el Inmaculado Corazón de María.

Venimos a orar y reparar, para que cese el pecado en el mundo, para que todos los hombres vuelvan a Dios.

Oramos y reparamos para que todas las fuerzas del mal, que se manifiestan por la televisión, Internet, la música, el cine, y los espectáculos indecentes, sean aniquiladas, para que todas las criaturas cierren las puertas de sus corazones a las seducciones del demonio.

Oramos y reparamos porque muchas almas mueren en pecado mortal, recibiendo de esa manera el justo pago por sus malas acciones, y pedimos que ninguno más muera en pecado mortal, por los méritos de tu Pasión, y por los dolores de tu Madre, María Santísima.

Oramos y reparamos porque Tú eres nuestro Dios, un Dios de amor infinito, como un océano sin playas, y eterno, que sobrepasa todo tiempo y continúa por los siglos sin fin, y a pesar de que Tú eres el Amor de los amores, pocos, muy pocos, son los que te aman “en espíritu y en verdad”.

Oramos y reparamos porque muchos profanan tu Presencia Eucarística con irreverencias, y no escuchan tu dulce Voz, porque se entretienen con conversaciones inútiles y superficiales, cuando no directamente malas y pecaminosas.

Oramos y reparamos, porque hoy muchos niños y jóvenes, en vez de venir a adorarte, a bendecirte, a alabarte en la Eucaristía, te dejan solo en el Sagrario, y corren detrás de los ídolos del mundo, el deporte, la música, la televisión, Internet, la música indecente y perversa, y así se alejan cada vez más de Ti, y se acercan al abismo eterno.

Oramos y reparamos porque muchos niños y jóvenes, en vez de venir el Domingo a recibirte en la Comunión, prefieren jugar al fútbol, salir de paseo, divertirse con sus amigos, y así se internan en unas tinieblas cada vez más densas.

Jesús, Dios del Amor, Dios del Sagrario, Dios de la Eucaristía, Dios del Tabernáculo, Dios de la Paz, os adoramos y os amamos con todas las almas que, en esta hora, os están amando en el cielo y en la tierra. Amén.

Virgen Santísima, tú que fuiste el Primer Sagrario y Sagrario viviente, que albergó en su seno purísimo a Jesús, Pan de Vida eterna, enciende en nuestros corazones y en los de nuestros seres queridos, tu Llama de Amor Vivo, para que se conviertan también en otros tantos sagrarios que custodien, con amor y adoración, a Jesús Eucaristía.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del altar.

(Adaptado del libro: “Apostolado de Reparación”, de Agustín del Divino Corazón)