Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 31 de agosto de 2012

Hora Santa para Niños y Adolescentes Septiembre 2012




         Ingresamos en el Oratorio y hacemos silencio, tanto en los labios como en el corazón; dejamos de lado todo pensamiento que nos distrae. Estamos ante la Presencia de Jesús Eucaristía, que nos ve y que nos oye, y que lee nuestros pensamientos y nuestros corazones. Junto a la Virgen María, que también está presente aquí, adorando a su Hijo, están también nuestros ángeles custodios, y todos los ángeles de luz, y todos los santos del cielo, que adoran, con gozo y alegría, a Jesús en la Eucaristía. Nos unimos a ellos, a su alegría, a su amor y a su adoración a Jesús Sacramentado.

         Oración de Nacer: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Oración inicial: Querido Jesús Eucaristía. Venimos a postrarnos ante Ti para recibir tus Gracias, para acompañarte y para reparar por nosotros y por todos aquellos que no aprecian tu Presencia sacramental.
        Queremos abrir nuestros corazones para que los inundes con la lluvia incontenible de tu Amor.
         Queremos abrir nuestros labios para decirte: “Te amamos, Jesús Eucaristía, con todo el corazón”.
         Tu Corazón Eucarístico palpita de Amor; cúbrenos con tus rayos y con la llama de tu Amor divino.
         Venimos a adorarte, a darte gracias, a hacerte compañía, a pedirte perdón por tantos y tantos niños, jóvenes y adultos, que prefieren las distracciones del mundo, antes que contemplar, con los ojos de la fe, tu dulce rostro, resplandeciente de la luz y de la gloria de Dios.
         Junto a nosotros, te traemos en el corazón a nuestros seres queridos, a nuestros familiares, amigos, vecinos, compañeros de la escuela, y a todo el mundo, para que Tú también los bendigas a ellos.
         Queremos sentir Tu Presencia como susurro de brisa suave; queremos alimentarnos con el Pan de los ángeles; queremos sentirnos protegidos porque Tú caminas junto a nosotros.
         Haz sentir Tu voz en nuestros corazones, para que tengamos cada vez más deseos de verte y de sentirte cerca nuestro.
         Corazón Eucarístico de Jesús, Tu Amor es más grande que todo el Universo, y es más grande que todos los cielos juntos, ¡haz que seamos capaces de crecer en tu amor, para que recibamos de Ti cada vez más y más amor!
        
         Meditación en silencio (tres minutos)
        
         Peticiones
         A cada intención respondemos: Por los dolores de Tu Madre al pie de la Cruz, escúchanos Jesús.
         -Por los niños por nacer, para que sean recibidos con amor por sus padres. Oremos.
         -Por los niños que sufren en el cuerpo y en el alma, para que encuentren en los cristianos el consuelo que necesitan. Oremos.
         -Por los niños que viven en países en guerra, para que cesen las luchas y vivan en tu paz. Oremos.
         -Por los niños que no saben que Tú estás en la Eucaristía, para que seamos capaces de anunciarles de Tu Presencia con obras de amor. Oremos.       
         -Por nosotros mismos, para que nos demos cuenta que el fruto de la adoración eucarística es el aumento de amor a los padres, a los mayores, y a todo el mundo. Oremos.

         Oración final: Corazón Eucarístico de Jesús, debemos ya retirarnos, para volver a la tarea de todos los días. Nos llevamos tu Amor, y te prometemos que trataremos de dar a los demás aunque sea una pequeña parte de todo el Amor que de Ti hemos recibido. Para eso hacemos el propósito de ser cada día más obedientes, respetuosos, amables y caritativos con los que nos rodean, y con todos con los que nos encontremos. Haz que tu Mamá, la Virgen, que es también nuestra Madre, nos acompañe en todo momento, y que nos ayude a cumplir lo que te hemos prometido: tratar de ser no solo cada vez más buenos, sino ante todo, santos, para imitar a Jesús y a María.

         Oración de Nacer: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

La Santa Misa para Niños (XXII) Lo que pasa en el altar es un misterio: el “misterio de la fe”.



Después de decir las palabras de la consagración sobre el pan y el vino, el sacerdote dice: “Éste es el  misterio de la fe”. ¿Qué quiere decir “misterio”? Es algo que está escondido, oculto. ¿Y qué es lo que está escondido u oculto en el altar? El Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús. No lo podemos ver con los ojos del cuerpo, y por eso es un misterio, porque está escondido, pero sí lo podemos ver con los ojos de la fe, y por eso decimos que es un “misterio de la fe”. Es como cuando alguien se esconde detrás de una puerta y nos habla: no lo podemos ver, pero escuchamos su voz, y así sabemos quién es el que está detrás de la puerta. Lo mismo pasa con Jesús en la Eucaristía: no lo vemos con los ojos del cuerpo, pero sí con los ojos de la fe.
Esto que sucede en el altar, que el pan y el vino se convierten, por las palabras que dice el sacerdote: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”, tiene una palabra que se llama: “transubstanciación”. Es un poco difícil, pero no imposible de aprender: “tran-subs-tan-ciación”. Con esta palabra, le ponemos un nombre al “misterio de la fe”, y así podemos saber qué es lo que pasó en el altar después que el sacerdote dijo las palabras de la consagración.
¿Y cómo pasó esto? No lo sabemos; sólo sabemos que pasó y pasa cada vez que el sacerdote celebra la Misa, y es posible por el poder de Jesús, que habla a través del sacerdote, dándole la fuerza de Dios a las palabras de la consagración.
Aunque no sabemos cómo pasó, sí podemos darnos una idea, sabiendo qué es lo que vieron algunos santos en la Misa, como por ejemplo una gran santa que se llamaba Hildegarda de Bingen, que nació en la Edad Media, una época en donde no había ni televisión, ni Internet, ni autos, ni aviones, ni trenes, pero en donde la gente era más feliz, porque todos, desde los reyes hasta los más plebeyos, pensaban en Dios y lo amaban.
¿Qué fue lo que vio Santa Hildegarda de Bingen? Ella nos lo cuenta así[1]: “Y después de esto vi que, mientras el Hijo de Dios pendía en la cruz” –recordemos que Hildegarda está asistiendo a Misa, y ve a Jesús en la Cruz porque la Misa es el mismo sacrificio de Jesús en la Cruz, por eso, asistir a Misa, es asistir al Calvario de Jesús, y nosotros tenemos que ir a Misa con los mismos sentimientos con los que la Virgen María y Juan Evangelista estaban al lado de Jesús crucificado- “(…) vi como un altar (…) Entonces, al acercarse al altar un sacerdote revestido con los ornamentos sagrados para celebrar los divinos misterios” –todo esto que ve Santa Hildegarda, lo ve en el momento durante una Misa, y ella lo llama: “divinos misterios”-, “vi que súbitamente una luz grande y clara que venía del cielo acompañada de la reverencia de los ángeles envolvió con su fulgor todo el altar” –apenas comienza la Misa, una luz baja desde el cielo, y los ángeles la saludan con mucha reverencia, porque viene de Dios mismo-, “y permaneció allí hasta que el sacerdote se retiró del altar, después de la finalización del misterio” –esa luz se queda todo el tiempo que dura la Misa.
Pero además de esta luz celestial, Santa Hildegarda ve cómo, en el momento de la consagración, baja desde el cielo un relámpago de fuego muy luminoso, que baja hasta el pan y el vino del altar, los sube hasta el cielo y después los vuelve a bajar, ya convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, aún cuando a los ojos del cuerpo sigan pareciendo que son solamente pan y vino: “Pero también allí, una vez leído el Evangelio de la paz y depositada sobre el altar la ofrenda que debía ser consagrada, cuando el sacerdote hubo entonado la alabanza de Dios todopoderoso –que es el ‘Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos’– para comenzar así la celebración de los misterios, repentinamente un relámpago de fuego de inconmensurable claridad descendió del cielo abierto sobre la ofrenda misma, y la inundó toda con su luz, tal como el sol ilumina aquello que traspasa con sus rayos. Y mientras la iluminaba de este modo, la elevó invisiblemente hacia los [lugares] secretos del cielo y nuevamente la bajó poniéndola sobre el altar, como el hombre atrae el aire hacia su interior y luego lo arroja fuera de sí: así la ofrenda fue transformada en verdadera carne y verdadera sangre, aunque a la mirada humana apareciera como pan y como vino”.
Así vivían los santos la Misa, y esto es lo que sucede en realidad, y por eso se llama la Misa: “misterio de la fe”. No podemos ver nada de esto con los ojos, pero con la luz de la fe, sí podemos verlo.
Pero en la Misa hay todavía más cosas: en la Misa pasa toda la vida de Jesús, sin que nos demos cuenta, y por eso asistir a Misa es más que si leyéramos toda la Biblia; asistir a Misa es vivir el Evangelio de Jesús. Dice así Santa Hildegarda: “Mientras yo veía estas cosas, repentinamente aparecieron, como en un espejo, las imágenes de la Natividad, la Pasión y la Sepultura y también de la Resurrección y la Ascensión de nuestro Salvador, el Unigénito de Dios, tal como habían acontecido cuando el mismo Hijo de Dios estaba en el mundo”. Santa Hildegarda ve cómo en la Misa, misteriosamente, se desarrolla toda la vida de Jesús, como si estuviéramos viendo la película de la Pasión, de Mel Gibson, pero mucho mejor, porque la película es sólo una película, mientras que la Misa es la realidad de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Todo lo que sucede en el altar, es para que nosotros nos alimentemos, del Cuerpo y la Sangre de Jesús, para que tengamos el Amor de Dios en nuestros corazones, y sepamos darlo a los demás. Dice así Santa Hildegarda: “Pero, mientras el sacerdote entonaba el cántico del Cordero Inocente –que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo– y se presentaba para recibir la Santa Comunión, el relámpago de fuego antes mencionado se retiró hacia los cielos; y tan pronto como el cielo se cerró oí una voz que desde el cielo decía: ‘Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de Mi Hijo para borrar la desobediencia de Eva, hasta que seáis restaurados en la justa herencia’”. Mientras dura nuestra vida en la tierra, nos tenemos que alimentar con la Eucaristía, porque esta vida es como un desierto, en donde nos acechan el calor ardiente del sol de las tentaciones; los alacranes, escorpiones y arañas del desierto, que son los demonios, y el frío de la noche del desierto, que es la dureza y frialdad del corazón: para combatir todo esto, nos sirve el alimento de la Eucaristía, porque nos preserva del pecado mortal y venial, al hacernos ver las cosas del mundo pequeñas y sin importancia, como cuando alguien ve la tierra desde la ventanilla de un avión; nos libra de las insidias del demonio, porque el demonio no se acerca a quien lleva a Jesús Eucaristía en el corazón, y convierte nuestro corazón, duro y frío como la roca, en una brasa de amor ardiente a Dios. Todo esto, hasta que lleguemos al cielo, por eso la voz de Dios Padre le dice a Santa Hildegarda: “Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de Mi Hijo –la Eucaristía- para borrar la desobediencia de Eva, hasta que seáis restaurados en la justa herencia”.
Para asistir a Misa, por lo tanto, debemos pedir siempre la luz del Espíritu Santo, para que podamos vivirla con toda intensidad. La Misa no es ni “divertida” ni “aburrida”, o, si queremos, es, más que “divertida”, alegre, fascinante, maravillosa, porque es asistir al milagro más grande y maravilloso de todos los milagros grandes y maravillosos de Dios: es el fascinante misterio de la renovación sacramental del sacrificio en Cruz de Jesús.

“…repentinamente aparecieron, como en un espejo, las imágenes de la Natividad, la Pasión y la Sepultura y también de la Resurrección y la Ascensión de nuestro Salvador, el Unigénito de Dios, tal como habían acontecido cuando el mismo Hijo de Dios estaba en el mundo”.
(Santa Hildegarda de Bingen)


[1] Hildegardis Scivias II, 6-1. Ed. Adelgundis Führkötter O.S.B. collab. Angela Carlevaris O.S.B.. In: Corpus Christianorum Continuatio Mediaevalis. Vol. 43-43a. Turnhout: Brepols, 1978.

viernes, 24 de agosto de 2012

La Santa Misa para Niños (XXI) La copa del altar tiene un vino especial: la Sangre de Jesús.



Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo, y lo dio a sus discípulos diciendo:

“Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía”.

“Beban de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre…”


Jesús, cuando estaba en la Última Cena con sus amigos, les dijo que Él, al día siguiente, Viernes Santo, iba a subir a la Cruz, y que iba a derramar su sangre para perdonarnos los pecados.
En esta parte de la Misa, nos tenemos que acordar de Moisés, cuando en el Antiguo Testamento, en el libro que se llama “Hebreos” (cfr. 9, 19-22), cuenta que iba al Templo y rociaba al pueblo con la sangre de un ternerito para purificar los pecados, aunque lo mismo la gente se quedaba con los pecados, porque un ternero no puede nunca sacar la mancha del pecado del alma.
En la Misa no hay terneros, sino un cordero, el Cordero de Dios, Jesucristo, que derrama su Sangre en nuestros corazones, para perdonarnos los pecados, y Él sí que nos perdona, porque su Sangre es la Sangre que tiene el poder de Dios.
También nos acordamos de una fiesta que hacían los judíos antes, que se llamaba Pascua: ahí lo que hacían era pintar las puertas de las casas con la sangre de un cordero, que después lo comían asado, para que cuando pasara el Ángel Exterminador no les hiciera nada.
En la Misa no se pintan las puertas con sangre de corderitos del campo, sino que se tiñen los labios con la Sangre del Cordero de Dios, Jesucristo en la Cruz, y se come carne de cordero, la Carne santa del Cordero de Dios, Jesucristo.
Y también nos tenemos que acordar del Apóstol Juan, el más joven de los Apóstoles amigos de Jesús, cuando él vio al soldado que le atravesaba el Corazón de Jesús, y le salía agua y sangre, y esa agua y esa sangre caían sobre el soldado romano, haciéndolo que se convierta y crea en Jesús, porque ese soldado dijo: “Este es el Hijo de Dios”.
En la Misa, no hay un soldado que le traspasa el Corazón a Jesús, pero sí sale Sangre y Agua, y esa Sangre y Agua la recoge el sacerdote en la Copa del altar, que se llama “cáliz”, y la da a beber a los que se acercan a comulgar, para que se conviertan y reciban la luz y la vida de Jesús, que es Dios. Por eso es que la Copa del altar tiene un vino muy especial: parece vino, pero es la Sangre de Jesús.
Y los que beben de este Vino, creen que Jesús es Dios, y entonces, creyendo en Jesús, después de esta vida, pueden ir al cielo para siempre, y ahí no solo nunca se van a aburrir, sino que van a estar tan divertidos y alegres, en compañía de Jesús y de la Virgen, y de todos los santos y los ángeles, que van a pasar mil años y va a ser como si pasara un minuto.
El Cielo va a ser más divertido que millones de recreos juntos; es más divertido que jugar a la Play; es más divertido y hay más alegría que cuando se juega al fútbol con los amigos, o a cualquier juego que nadie pueda inventar, porque el Cielo es estar junto a Jesús y a la Virgen para siempre.

sábado, 4 de agosto de 2012

La Santa Misa para Niños (XX) El Espíritu Santo desciende como fuego sobre el altar para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús




En una oración que se llama “Plegaria Eucarística II”, el sacerdote llama al Espíritu Santo, extendiendo sus manos sobre el pan y el vino, y le pide a Él que con su poder convierta el pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Jesús: “Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por esto te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”.

En esta parte de la Misa, vemos cómo sobre el altar, viene el Espíritu Santo, que en la Biblia aparece como una dulce palomita blanca, cuando el sacerdote dice las mismas palabras que dijo Jesús en la Última Cena –“Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”-, vuela sobre las ofrendas, y con su poder, hace que el pan y el vino se conviertan en su Cuerpo y en su Sangre.
El Espíritu Santo entonces vuela como palomita blanca, y con su poder hace que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Pero el Espíritu Santo es también fuego, como dice la Biblia. Después que Jesús murió y resucitó, subió al cielo, y desde ahí envío al Espíritu Santo, que se les apareció a la Virgen y a los Apóstoles como lenguas de fuego, y eso es lo que se llama “Pentecostés”. Por eso el Espíritu Santo es llamado también “Fuego de Amor divino”: “…de repente vino del cielo un estruendo. . . un viento recio que soplaba (…) se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo” (cfr. Hch 2, 1-13).
Entonces, además de sobrevolar como palomita blanca, el Espíritu Santo, que es fuego –invisible-, baja desde el cielo para convertir el pan y el vino en la Eucaristía.
¿Y cómo lo hace?
         Para saber cómo hace el Espíritu Santo, tenemos que acordarnos de cuando papá hace un asado: antes que el fuego de las brasas cocine la carne, esta es solamente carne cruda, pero cuando el fuego comienza a cocinarla, parte de la carne se convierte en humo, que asciende hacia arriba, y así de material que era, se convierte en algo inmaterial, como si fuera espiritual.
         El Fuego que es el Espíritu Santo, obra también sobre una carne, una carne de cordero, la carne del Cordero de Dios, y por el fuego del Espíritu Santo, la carne de Cristo es abrasada con las llamas del Amor de Dios, y lo convierte en su Cuerpo glorificado, el cual se eleva a los cielos, ascendiendo como suave fragancia de perfume suavísimo, que se ofrece a Dios, por nuestros pecados y por nuestra salvación.
La Eucaristía es entonces la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, servida por Dios Padre en el banquete celestial, la Santa Misa, a sus hijos adoptivos.
Y también, así como el fuego cuece el pan y lo deja listo para ser comido, así también el Espíritu Santo, baja sobre el altar como fuego y convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.