Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 28 de septiembre de 2012

La Santa Misa para Niños (XXVI) En la Misa están todos los santos del cielo, los que prefirieron morir antes que pecar



(…) los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas.
Después de nombrarla a la Virgen, el sacerdote nombra a los amigos de Jesús, que son los santos: “los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos”. Y como pasó con la Virgen, que el sacerdote la nombra para que nos demos cuenta que Ella está en persona, también nombra a los amigos de Jesús, los Apóstoles y los santos, para que también nos demos cuenta de que en la Misa están todos los santos presentes.
¿Cuántos santos hay? Muchísimos, muchos más de los que nos podemos imagina, porque hay muchos santos que no los conocemos; si tuviéramos que escribir las vidas de todos los santos que hay en el cielo, no alcanzarían todos los libros de la tierra.
En la Misa, están los santos que conocemos, y aquellos a los que les tenemos más cariño. Por ejemplo, el Padre Pío, la Madre Teresa de Calcuta, Santa Bernardita, Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola, San Josemaría Escrivá, y muchos, muchísimos más, tan numerosos, que no los podríamos contar.
Por esto, tenemos que saber que si le rezamos a un santo una novena, para que interceda por nosotros, en la Misa ¡lo tenemos en persona!
¿Y qué hacen? Adoran y aman a Jesús, y están tan pero tan alegres y felices, que no lo pueden casi creer.
¿Y qué hicieron los santos para estar en el cielo y acompañar a Jesús en la Misa, cuando baja del cielo al altar?
Lo que hicieron los santos fue darse cuenta que la vida de la gracia es muchísimo más valiosa que cualquier bien material de esta tierra. Ellos sabían que la más pequeñísima gracia recibida de Dios –un buen pensamiento, un buen deseo, alegrarme de los bienes del prójimo, no contestar mal, ser pacientes, sacrificados, y cosas pequeñas por el estilo-, valen infinitamente más que todo el oro y toda la plata y todos los diamantes del mundo.
Los santos se dieron cuenta del tesoro enorme que hay en los sacramentos, sobre todo la confesión y la Eucaristía, y no dejaron nunca de acudir a ellos. Sabían que la confesión y la Eucaristía eran como manantiales de agua cristalina, fresquita, transparente y riquísima, en un día de mucho calor y sed. Sabían que en la confesión recibían no solo el perdón de los pecados, sino también el aumento de la gracia santificante, que los prevenía para no pecar y para poder vivir tranquilamente como hijos de Dios. Sabían que la Eucaristía es el tesoro más grande y maravilloso y valioso de todos los tesoros de la tierra; que comparada con la Eucaristía, todos los tesoros del mundo, y todas las cosas lindas del mundo, son como cenizas o como sombras, que no valen nada, porque la Eucaristía es Jesús, que es Dios Hijo en Persona, y sabían que Él da, a todo el que se le acerca, toneladas y toneladas de amor sin medida, y ellos preferían estar con Jesús y acompañarlo en el sagrario, antes que aburrirse con las diversiones pasajeras del mundo.
Y como los santos sabían del grandísimo valor que tenía la gracia, ellos eligieron perder la vida antes que pecar, como dijo Santo Domingo Savio en el día de su Primera Comunión: “Yo quiero comulgar todos los días de mi vida, y como el pecado no me deja comulgar, prefiero morir antes que dejar de comulgar, antes que dejar de recibir al Sagrado Corazón de Jesús, que late de amor en la Eucaristía por mí”.
Y en esto siguieron a Jesús, que en el Evangelio dice: “Si tu mano, tu pie, tu ojo, es ocasión de pecado, córtatelo, porque más vale que entres manco, rengo, y con un solo ojo al cielo, que vayas al infierno con todo el cuerpo sano”. Y es lo que decimos cada vez que rezamos el pésame: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”. Estamos diciendo que no solo preferimos quedarnos sin una mano, sin un pie o sin un ojo, sino que preferimos ¡morir! antes que pecar, antes que alejarnos del Amor de Dios.
Porque el pecado es como cuando alguien, en un día de sol y de cielo celeste, alejándose de la compañía y protección de sus papás y de sus seres queridos, se interna en una cueva oscura, fría, llena de animales venenosos, como serpientes y arañas gigantes, alacranes y escorpiones; el pecado es como apartarnos de los seres queridos por propia voluntad, para ir a estar en un lugar oscuro, frío y lleno de peligros mortales.. Pero es mucho peor que esto, porque el que peca se acerca a los demonios, los ángeles caídos, que son mucho más terribles que las serpientes o las arañas. 
La vida de la gracia, en cambio, es como estar en ese día de sol y de cielo celeste y despejado, junto a quienes más amamos en la vida, nuestros padres, hermanos y seres queridos, pero es mucho más lindo que eso, porque el que está en gracia, tiene a Jesús en el corazón, y es llevado por la Virgen en sus brazos, com un niño pequeño, y no se puede tener mayor alegría que tener a Jesús en el corazón, y no se puede estar más seguros que en los brazos de la Virgen.
Los santos sabían muy bien qué significaba el pecado, la pérdida de la vida de la gracia, y por eso preferían antes la muerte que pecar.
En la Misa, les pidamos a los santos que más conocemos y queremos, que nos concedan esta gracia: antes morir que pecar; antes morir que apartarnos de ese Sol de Amor infinito que es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

sábado, 22 de septiembre de 2012

La Santa Misa para Niños (XXV) La Mamá de Jesús, la Virgen, está en la Misa



         El sacerdote nombra a la Virgen, pero no para que solamente nos acordemos de Ella, sino para que nos demos cuenta de que la Virgen está en la Misa, en persona, en cuerpo y alma. ¿Por qué está la Virgen? ¿De qué manera?
         Para saber por qué y cómo está la Virgen en la Misa, tenemos que acordarnos que la Misa es el mismo sacrificio en Cruz de Jesús, sólo que está “oculto”, invisible, como cuando algo está detrás de un velo, de una cortina: sabemos que está ahí, pero no lo vemos con los ojos del cuerpo. En la Misa, Jesús se hace presente con su Cruz, igual que cuando estuvo hace dos mil años en Palestina, en el Monte Calvario, pero nosotros no lo podemos ver con los ojos del cuerpo, aunque sí lo podemos “ver” con los ojos de la fe.
         Y si Jesús está en el altar con su Cruz, como estuvo hace dos mil años, también está la Virgen en el altar, al pie de la Cruz, así como estuvo al pie de la Cruz, hace dos mil años, acompañando a su Hijo Jesús.
         La Virgen está en la Misa, porque en la Misa está su Hijo Jesús en la Cruz, y donde está el Hijo, ahí está la Madre.
         ¿Y qué hace la Virgen en la Misa? Hace lo mismo que hizo en el Monte Calvario, hace dos mil años: acompaña a su Hijo Jesús, que da su vida por nosotros, y aunque es lo que más quiere en el mundo, no duda en ofrecerlo a Dios Padre para nuestra salvación. Y, al igual que en el Calvario, hace de Madre para con nosotros, porque fue ahí, en el Calvario, que Jesús le pidió que nos adoptara a todos nosotros como hijos suyos.
Entonces, en la Misa, la Virgen está presente, en persona, aunque invisible, y reza por nosotros, por todos y cada uno de nosotros, y no sólo reza, sino que ofrece a su Hijo Jesús, que está en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, a Dios Padre, para que Dios nos perdone nuestros pecados, nos libre del demonio, que quiere nuestra perdición, pero también ofrece a su Hijo Jesús para que Dios Padre, viendo a su Hijo, nos adopte Él como hijos suyos.
En la Misa, la Virgen le dice a Dios Padre: “Padre Santo, Fuente de toda santidad, te ofrezco a mi Hijo Jesús, presente en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, para que no tengas en cuenta todo el mal que hacen los hombres, para que perdones sus pecados, para que alejes al demonio de sus vidas, para que los adoptes como hijos tuyos muy amados, para que les des tu Espíritu de Amor, así ellos puedan amarte a Ti y a Jesús con la fuerza de tu mismo Amor, en el tiempo y para toda la eternidad. Padre Santo, te ofrezco a Jesús, mi Hijo amado, para que tus hijos vivan en gracia en el tiempo y te adoren en la eternidad. Amén”.
Entonces, cuando vayamos a Misa, y escuchemos que el sacerdote nombra a la Virgen, nos acordemos que Ella está presente, invisible, en el altar, pidiendo por todos y cada uno de nosotros, y le pidamos la gracia de asistir a la Misa así como Ella asistió al Calvario, y le pidamos también la gracia de amar a su Hijo Jesús con el mismo Amor de su Corazón Inmaculado.

viernes, 14 de septiembre de 2012

La Santa Misa para Niños (XIV) En la Misa, junto al Papa, le decimos a Jesús Eucaristía: “Tú eres el Mesías”




Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice:


Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa N.,

En esta parte de la Misa, el sacerdote nombra al Papa, que se llama "Benedicto XVI". ¿Por qué lo nombra? Porque el Papa tiene mucha importancia para la Iglesia de todo el mundo, y por supuesto para cada uno de nosotros. Es tan importante el Papa, que nadie puede ir al Cielo si no cree lo que el Papa cree. 
¿Y en qué es en lo que el Papa cree? El Papa cree en Jesús, pero no como un hombre cualquiera, sino como Hombre verdadero y Dios verdadero, y por eso le llama: el Hombre-Dios. Además, el Papa cree que Jesús está en la Eucaristía, en Persona, y no simplemente en el recuerdo. 
Esto es muy importante, porque la fe del Papa es la fe de toda la Iglesia, y por lo tanto, es nuestra fe. Si tenemos la misma fe del Papa, estamos dentro de la Iglesia; si creemos en algo distinto, entonces estamos fuera de la Iglesia.
Entonces nosotros, como cristianos, tenemos que creer en lo mismo que cree el al Papa, y para eso el sacerdote lo nombra al Papa en esta parte de la Misa: no es solamente para que nos acordemos de él, sino para que tengamos la misma fe del Papa.
Para ayudarnos a saber cómo es la fe del Papa en Jesús, nos tenemos que acordar de una vez que Jesús, estando en Palestina, lo llamó a Pedro -que era pescador-, para darle un cargo muy importante: quería hacerlo Jefe de su Iglesia en la tierra.
Y como el significado del nombre tiene mucha importancia para los judíos, Jesús le agregó un nombre nuevo al nombre que ya tenía, que era “Simón”, y lo llamó: “Kefas”, que quiere decir “Piedra”. Desde entonces se llamó “Simón Pedro”.
Con eso le decía que él iba a ser como una piedra de esas que se ponen en la tierra antes de hacer una casa, y que sobre él iba a construir su Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia” (cfr. Mt 16, 13-19).
También nos tenemos que acordar de cuando Pedro le dice a Jesús: “Tú eres el Mesías” (cfr. Mt 16, 13-23), porque ahí le está diciendo a Jesús que Él es el Salvador de los hombres, y eso es lo que nosotros le tenemos que decir a Jesús en la Eucaristía: “Tú eres el Mesías”. La Eucaristía no es un poco de pan bendecido: es Jesús, que está escondido en algo que parece un poco de pan, pero ya no es más pan; por eso, tenemos que decirle a Jesús Eucaristía lo mismo que le dijo Pedro a Jesús en Palestina: “Tú eres el Mesías”. Nunca nos vamos a equivocar, si repetimos siempre las palabras que Pedro le dijo a Jesús.
Pero también tenemos que acordarnos de esa vez en la que Pedro y los demás pescadores habían estado pescando toda la noche, sin poder pescar nada, pero cuando vino Jesús al otro día, pudieron pescar: es lo que en el Evangelio se llama: "pesca milagrosa". Fue así: era de noche y Pedro y sus compañeros salieron a pescar, pero aunque estuvieron toda la noche tirando las redes en el mar, no pudieron sacar ningún pez. Cuando ya era de mañana temprano, llegó Jesús y le dijo a Pedro: "Navega mar adentro y echa las redes"; Pedro hizo lo que Jesús le decía, y pescó muchos peces; tantos, que tenían temor de que la barca se hundiera. Cuando llegaron al puerto o a la playa, de donde salieron, empezaron a separar a los peces buenos de los peces malos, esos que están descompuestos y ya no sirven, para tirarlos de de nuevo al mar a los malos, y quedarse con los buenos.
Todo en esta hermosa historia de la pesca milagrosa tiene un sentido que nos enseña el camino para ir al cielo: la Barca es la Iglesia; el mar es la tierra y la historia; los peces son los hombres; Pedro, el pescador, es el Papa, Pescador de hombres por encargo de Jesucristo; la red es Jesús; los otros pescadores son los Apóstoles; el puerto o la playa adonde va la Barca después de la pesca, es el Juicio Final; el trabajo que hacen los pescadores, separando a los peces buenos de los malos, son los Ángeles de Dios, que separan a los hombres buenos, para llevarlos al cielo, de los malos, para arrojarlos al infierno, de donde no podrán nunca más salir, por no querer portarse bien y amar a Dios y a sus hermanos. Los peces malos son aquellos que preferían ver un partido de fútbol en el estadio o en la televisión, antes que venir a Misa, y son aquellos que no les importaba lo que Jesús había enseñado: “Amen a sus enemigos”, y así se portaban mal con todos, y eran malos con todos, y como los que son malos no pueden estar delante de Dios, entonces los arrojan fuera de la barca, es decir, son los que nunca van a entrar en el cielo.
Los peces buenos, los que quedan en la Barca, son los que en su vida terrena se alimentaron de la Eucaristía, y asistían a Misa los domingos, y trataban de ser buenos con sus hermanos más necesitados. Otra cosa que nos enseña esta historia es que cuando Pedro quiere pescar solo, sin Jesús, es de noche, y no pesca nada; pero cuando llega Jesús, obedece a Jesús, sale a pescar, es de día, y pesca muchos peces: esto nos enseña el valor de obedecer a Jesús y a sus Mandamientos.
Entonces, cuando el sacerdote en esta parte de la Misa nombre al Papa, nos acordamos de Pedro, cuando le decía a Jesús: “Tú eres el Mesías”, y desde lo más profundo del corazón, le decimos a Jesús Eucaristía: “¡Jesús Eucaristía, Tú eres el Mesías; ven a mi pobre corazón, llénalo de tu gracia y de tu amor, y haz que al final de mi vida, pueda ir al cielo, para estar con Vos y con la Virgen para siempre!”.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Vamos al Sacrificio de Jesús (XXIII) En la Misa asistimos a la muerte y resurrección de Jesús




         Después que el pan y el vino se convirtieron en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el sacerdote dice: “Este es el misterio de la fe”, y todos responden: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.
Los que están en Misa dicen dos cosas de Jesús: que murió y que resucitó, y que eso es lo que hay que ir a avisar a los demás, a los que no están en Misa.
La primera parte dice: “Anunciamos tu muerte”, porque se lo decimos a Jesús, que ya está en Persona en el altar. Lo que le estamos diciendo a Jesús es que creemos, aunque no vemos, que en el altar se renovó misteriosamente su muerte de Cruz; decimos que creemos en la muerte de Jesús en la Cruz, y que por un misterio que no sabemos cómo pasa, se renueva en el altar, oculta y escondida detrás del velo de los sacramentos. Le decimos a Jesús que creemos sin dudar ni un segundo que Él murió con su Cuerpo en la Cruz el Viernes Santo, y que cada vez que se celebra la Santa Misa, se renueva misteriosamente esa misma muerte, y por eso decimos que asistir a Misa es como haber asistido al Calvario.
Y porque asistir a Misa es como asistir al Calvario, el que asiste a Misa tiene que tener el corazón como eran los corazones de la Virgen María y de Juan, cuando estaban al pie del Calvario.
Los que vienen a Misa no tienen que venir buscando una misa “divertida”, ni “simpática”, ni “alegre”; y tampoco hay que inventar cosas raras; los que vienen a Misa tienen que querer subir con el alma al altar, donde está Jesús con su Cruz, para ofrecerse a Dios Padre junto a Jesús; tienen que querer subir con el corazón a la Cruz, para estar junto a Jesús, y eso quiere decir estar dispuestos a soportar todas las ofensas que les haga el prójimo; los que vienen a Misa, como quieren estar cerca de Jesús que está en la Cruz, tienen que afinar el oído –y para eso hay que hacer silencio-, para escuchar las palabras que Jesús dice desde la Cruz:  “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34); “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43);  “Mujer, he aquí a tu hijo; hijo, he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26-27);  “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34); “Tengo sed” (Jn 19, 28); “Todo está cumplido” (Jn 19, 30);  “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).
La segunda parte dice: “Proclamamos tu resurrección”, porque creemos que Jesús resucitó de entre los muertos, y que está en el Cielo, pero también está en la Eucaristía, en el altar y en el sagrario.
Esto quiere decir que el que viene a Misa, además de asistir al Calvario, asiste también a la tumba de Jesús, llamada Sepulcro de la Resurrección, porque Jesús en la Eucaristía no es el Jesús muerto de la Cruz, sino el Jesús vivo, glorioso, luminoso, el mismo que se levantó de la piedra del sepulcro, donde estaba tendido, con su Cuerpo frío y sin vida, para no morir nunca más, el Domingo de Resurrección.
Entonces, como venir a Misa es lo mismo que venir  tiene que tener en el corazón la misma alegría que tuvieron las santas mujeres cuando fueron al sepulcro y lo encontraron vacío: “Llenas de alegría, corrieron a avisar a los demás que el sepulcro estaba vacío”.
         La última parte dice: “Ven, Señor Jesús”, porque llamamos a Jesús, que está en la Eucaristía, para que venga pronto a nuestros corazones por la comunión. Él ya vino desde el cielo, donde vive junto a su Papá, y se quedó en la Eucaristía, y ahora nosotros lo llamamos para que entre en nuestro corazón, y para eso vamos preparándonos, para recibirlo con fe y con toda la fuerza del corazón. Esto es lo que queremos decir cuando decimos: “Ven, Señor Jesús”.