Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

domingo, 31 de marzo de 2013

El Evangelio para Niños: Domingo de Resurrección



¿Cómo fue la resurrección de Jesús? Desde el Viernes Santo, cuando dejaron el Cuerpo en la tumba y cerraron la puerta con una piedra grande, el sepulcro había quedado muy oscuro, tan oscuro que casi no se veía nada. También estaba todo muy silencioso. Así pasó todo el Viernes y también todo el Sábado Santo, hasta que el Domingo a la mañana bien tempranito, antes de que cante el gallo y de que salga el sol, cuando se empezaba a ver en el cielo la estrella de la mañana –esa estrella grande que avisa que la noche está terminando y que ya llega el nuevo día porque está por salir el sol-, en el sepulcro pasaba lo siguiente: en el Cuerpo de Jesús, en su pecho, a la altura de su Corazón, comenzó a brillar una lucecita, muy pequeña, pero muy brillante.
Al principio era muy chiquita, pero después empezó a crecer cada vez más y a ponerse cada vez más brillante, y comenzó también a correr por todo el Cuerpo de Jesús, y a medida que iba alcanzando su Cuerpo, lo iba transformando de material en glorioso, llenándolo de luz, de vida y de gloria, y cuando llegó a su Cabeza, a sus manos y sus pies, es decir, cuando la luz que salía de su Corazón llenó todo el Cuerpo, Jesús abrió los ojos y, atravesando el sudario –que desde entonces se llama “Sábana Santa”-, se puso de pie, iluminando el sepulcro con una luz más brillante que miles de millones de soles juntos.
Otra cosa que pasó en el sepulcro el Domingo, el Día de la Resurrección fue que, hasta que la lucecita empezó a brillar en el Corazón de Jesús, hasta ese momento, estaba todo en un silencio tan grande que no se escuchaba nada. Pero cuando la lucecita empezó a brillar, y a medida que se iba haciendo cada vez más grande, se empezó a escuchar como si fuera un tambor, con un sonido muy dulce. Se escuchaba, cada vez con más fuerza, algo así como: “Tum-tuc; tum-tuc”. ¿Qué era ese ruido de tambor? ¡Era el Corazón de Jesús, que volvía a latir después de haber estado quieto, sin latir, desde el Viernes Santo! “¡Tum-tuc! ¡Tum-tuc! ¡Tum-tuc! ¡Tum-tuc!”. Los ángeles –ahí estaban todos, desde San Miguel Arcángel, que es el Jefe de la milicia celestial, hasta mi ángel guardián, y el de mi mamá, el de mi papá, los de mis hermanos, los de todo el mundo- se alegraron tanto cuando sintieron el latido del Corazón de Jesús, que comenzaron a cantar hermosísimas melodías en honor de Jesús, y el canto de los ángeles era tan armonios y fuerte, que hacía vibrar las paredes del sepulcro. También la Virgen, que no estaba en el sepulcro, sino en su casita, rezando, sintió el latido del Corazón de su Hijo, que volvía a la vida, y por eso se alegró muchísimo: “¡Jesús ha resucitado!”, decía con alegría la Virgen, y cantaba un canto más hermoso que el canto de los ángeles.
Después, Jesús, que ya estaba de pie en el sepulcro, salió atravesando las paredes, porque su Cuerpo estaba lleno de la gloria de Dios, y se fue a visitarla a su Mamá, la Primera que supo que Él había resucitado, y sólo después de darle estrecharla contra su Corazón, fue a avisarles a los demás que había resucitado, pero eso lo vamos a ver en otro momento, si Dios quiere.
¡Así fue la Resurrección de Jesús!

sábado, 30 de marzo de 2013

El Evangelio para Niños: Sábado Santo



         El Evangelio nos cuenta qué pasó el Domingo, el día que resucitó Jesús: nos dice que a la mañana tempranito, antes de que salga el sol, las santas mujeres, las que habían acompañado a la Virgen el Viernes Santo por todo el Via Crucis, llevaron perfumes al sepulcro porque querían perfumar el Cuerpo de Jesús. Era costumbre de los judíos ponerles perfume y aceites perfumados a los que morían, y era eso lo que ellas iban a hacer. En otro Evangelio, se cuenta que las santas mujeres iban tristes y llorando, porque se acordaban del Viernes Santo, de cuando Jesús había muerto, y como lo extrañaban mucho, iban llorando por el camino. Lo que no sabían era que se iban a encontrar con una sorpresa. O mejor, con dos sorpresas.
         Cuando llegaron, se dieron con una primera sorpresa: la piedra del sepulcro estaba corrida, alguien con mucha fuerza tenía que haberla movido, porque era muy pesada. Cuando entraron, se dieron con la segunda sorpresa, y esta era mucho más grande que la otra: ¡el Cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro! En ese momento, se le aparecieron dos ángeles vestidos de blanco que les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Recuerden lo que Él les decía: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día”.
         Entonces ahí las santas mujeres se acordaron de que Jesús les había dicho que iba a resucitar “al tercer día”, y con mucha alegría, se dieron cuenta de que Jesús había cumplido su promesa: ¡era el tercer día, después del Viernes Santo, y había resucitado! Llenas de alegría, corrieron a toda velocidad hacia donde estaban Pedro, Juan y los demás apóstoles, para avisarles lo que había pasado.
         ¿Qué les pasó a las santas mujeres? Lo que les pasó, fue que ellas amaban mucho a Jesús, pero tenían poca o casi nada de fe en sus palabras, y por eso es que ellas llevan los perfumes al sepulcro, porque pensaban que Jesús seguía muerto, como el Viernes Santo en la Cruz, pero que no había resucitado. Esa falta de fe les hacía también estar tristes, y por eso iban llorando, porque se acordaban de Jesús muerto en la Cruz y creían que seguía así y que ya no iba a vivir más.
A muchos les puede pasar que entran en la Iglesia y creen en el Jesús muerto en la Cruz del Viernes Santo, pero no en el Jesús resucitado del Domingo de Resurrección, y eso no puede ser, porque Jesús resucitó. Y sabemos que resucitó porque dejó de ocupar el sepulcro con su Cuerpo muerto, para ocupar el altar eucarístico y el sagrario con su Cuerpo glorioso y resucitado, lleno de luz, de vida y del Amor de Dios.
         El que piensa que Jesús no resucitó, cuando viene un problema grande, o cuando está triste, o cuando se siente solo, se siente triste, como las mujeres de Jerusalén antes de encontrarse con los ángeles, que les anunciaron que Jesús había resucitado, y por eso cuando tiene problemas –o también cuando está alegre- no viene a hablar con Jesús en el sagrario, porque no cree que haya resucitado y que esté glorioso en la Eucaristía.
         El que piensa que Jesús no resucitó, cuando entra en la Iglesia, no se arrodilla ante el Sagrario, ni le reza a Jesús en la Eucaristía, ni hace adoración eucarística, porque para él la Eucaristía es solo un poco de pan bendecido y nada más.
         El que piensa que Jesús no resucitó, cuando comulga, piensa que es solo un poco de pan, y por eso no se prepara para recibir a Jesús en la comunión, ni lo adora, ni le ofrece su corazón, ni habla con Él cuando comulga, porque para Él Jesús no está en la Eucaristía, porque no resucitó.
         En cambio, el que cree que Jesús resucitó y que dejó de ocupar el sepulcro, para ocupar el altar eucarístico y el sagrario, cuando tiene algún problema, acude a su Amigo del alma, Jesús en el sagrario, a contarle todos los problemas que tiene, y sabe que Jesús lo escucha y atiende todas sus súplicas. Pero también cuando está alegre va al sagrario, para contarle a Jesús todas las cosas lindas y buenas que le han pasado, porque todo eso viene de Él, y le da gracias por tanto amor.
         El que cree que Jesús resucitó, cuando comulga, se prepara bien con la contrición del corazón, reconociéndose indigno de comulgar, pide perdón por sus pecados, le ofrece su corazón para que haga de altar y sagrario, lo adorna con las buenas obras y la gracia santificante, y cuando Jesús entra por la comunión, lo adora y le da gracias por tanto amor.
         El que cree que Jesús resucitó, vive alegre –como las santas mujeres, después de darse cuenta de que Jesús había resucitado- aun cuando haya problemas, porque Jesús resucitó.

jueves, 28 de marzo de 2013

El Evangelio para Niños: Viernes Santo



         El Viernes Santo es un día muy triste para la Iglesia, porque Jesús muere en la Cruz. Para darnos cuenta cuánto de  triste es este día, imaginemos como si se apagara el sol –no que hubiera un eclipse, sino que se apagara el sol, que ya no brillara nunca más, y que se convirtiera en una estrella enana, fría y sin luz-: el mundo estaría todo a oscuras, no podría verse casi nada; la temperatura bajaría a
         ¿Por qué es así el Viernes Santo? Porque Jesús es la “luz del mundo”, que vence a las tinieblas y a los que viven en las tinieblas, que son los ángeles caídos; es el Cordero que es la “lámpara de la Jerusalén celestial”, que con su luz divina ilumina y da vida a los ángeles y santos en el cielo; es el “Sol de justicia”, que alumbra y calienta las almas con el Amor de Dios, y si Él no está, entonces todas las almas mueren de frío y se quedan en la oscuridad, porque les falta el Amor del Sagrado Corazón de Jesús.
Jesús es para los hombres como el sol a los planetas: así como el sol calienta y da luz y vida, así Jesús, Sol de Amor infinito, da luz, calor, amor y vida eterna a las almas a las que ilumina. Y así como si falta el sol, la tierra se pone oscura y fría y las plantas no crecen y los animales se mueren, así también, si falta Jesús, como en el Viernes Santo, las almas se vuelven oscuras y frías y también mueren, porque no tienen ni la luz ni el calor del Amor de Dios.
Esto es lo que sucedió el Viernes Santo: murió Jesús en la Cruz, se apagó el Sol de justicia, dejó de alumbrar la luz del mundo, la luz de Dios, y todos los hombres quedaron envueltos en sombras muy pero muy oscuras, sombras malas, porque son sombras en donde viven los ángeles rebeldes, los que fueron echados del cielo por San Miguel Arcángel y los ángeles de luz.
El Viernes Santo es un día muy triste para la Iglesia, y sobre todo para la Mamá de Jesús, la Virgen, que está al pie de la Cruz llorando por su Hijo Jesús.
Pero es también un día de esperanza, y también de alegría, porque la Virgen María sabe que Jesús va a resucitar al tercer día, el Domingo. Y por eso la Virgen, mientras llora, reza, y mientras reza canta y se alegra, esperando volver a ver vivo a Jesús, esta vez para no separarse más. Mientras tanto, hasta que llegue el feliz día de la Resurrección, la Virgen de los Dolores, al pie de la Cruz, llora, reza, canta y, con serena alegría, espera.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Via Crucis para Niños



         -Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         1ª Estación: Jesús es condenado a muerte. Jesús, siendo inocente porque jamás cometió ni siquiera el más pequeño pecado venial, es condenado a muerte. Como Jesús, miles de niños por nacer son condenados a morir en el vientre de sus mamás. ¡Jesús, recíbelos en el cielo, y perdona a sus mamás, que no saben lo que hacen!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         2ª Estación: Jesús carga la Cruz y marcha camino del Calvario. La Cruz que lleva Jesús lleva todos mis pecados: mis desobediencias, enojos, egoísmos, peleas, pereza. Jesús se los lleva todos, para hacerlos desaparecer para siempre con su Sangre. ¡Jesús, haz que crezcamos en estatura y en gracia, para que seamos cada día más y más santos!    
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         3ª Estación: Jesús cae por primera vez. La Cruz de Jesús es muy pesada porque lleva todos mis pecados. Al caer, Jesús se golpea sus rodillas y sus manos y la Cruz, al caer sobre Él, le hace doler más sus heridas. ¡Te doy gracias por tu Amor, Jesús, porque tropiezas y caes para que yo pueda caminar seguro por el Camino de la Cruz, el único camino que lleva al cielo!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         4ª Estación: Jesús encuentra a su Mamá, la Virgen. En su andar por el Camino de la Cruz, Jesús está rodeado de mucha gente enojada, que le grita cosas y lo golpea. Al encontrarse con su Mamá, Jesús se alegra, porque los ojos de su Mamá le transmiten amor, paz y fortaleza, y así Jesús puede seguir llevando la Cruz. ¡Jesús, que tu Mamá, la Virgen, que es también Madre mía, me acompañe y me ayude a llevar mi cruz todos los días de mi vida!  
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         5ª Estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la Cruz. Jesús está muy cansado porque el desamor de los hombres hace que la Cruz sea cada vez más pesada. Para que pueda llegar al Calvario, le piden a Simón de Cirene que ayude a Jesús a cargar la Cruz. ¡Jesús, haz que pueda verte en mi hermano que sufre, para que con mis obras buenas, lo ayude a llevar su Cruz!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         6ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús. El rostro de Jesús está todo hinchado por los golpes recibidos; un ojo suyo está cerrado a causa de la bofetada que le dio el criado del sumo sacerdote; además, está todo cubierto de tierra, que se ha convertido en barro al mezclarse con las lágrimas, el sudor y la sangre. La Verónica se pone muy triste al ver a Jesús, y por eso se acerca para secarle el rostro. En recompensa, el rostro de Jesús queda impreso en la tela de la Verónica. ¡Jesús, te ofrezco mi pobre corazón, para que imprimas en él tu santísimo rostro!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         7ª Estación: Jesús cae por segunda vez. El Camino de la Cruz es un camino estrecho y difícil de recorrer porque es en subida y porque la Cruz es muy pesada, pero es el único camino que lleva al cielo. Hay otro camino, más fácil de recorrer, porque es ancho y en bajada, y no hay que llevar la Cruz ni cumplir los Mandamientos, pero termina de repente en un pozo oscuro en cuyo fondo habita el ángel caído. ¡Jesús, haz que yo nunca reniegue de la Cruz y que vaya siempre detrás de ti, para poder llegar al cielo!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         8ª Estación: Jesús habla a las piadosas mujeres. Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús, pero Jesús les dice que deben más bien llorar por ellas. ¡Jesús, dame la gracia de tener un corazón contrito y humillado, para poder llorar por mis pecados, para que pueda reír y alegrarme para siempre en tu Reino!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
 -Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         9ª Estación: Jesús cae por tercera vez. La Cruz se hace cada vez más pesada. Son mis pecados los que hacen caer a Jesús. Los pecados nacen del corazón de los hombres, por eso te pido un corazón nuevo, manso y humilde como el tuyo, un corazón en gracia y lleno de fe y de amor a Dios y a los hermanos. ¡Jesús, haz que al verte caído por mis pecados, me decida a morir antes que pecar!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras. Al llegar a la cima del Monte de la Cruz, le quitan a Jesús sus vestimentas, y sus heridas, que se habían pegado a la tela, se abren provocándole mucho dolor y haciéndolo sangrar nuevamente. ¡Jesús, que yo me vista modestamente y con pudor, al recordarte despojado de tus vestiduras, pero sobre todo, haz que esté siempre revestido con el blanco manto de la gracia santificante!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         11ª Estación: Jesús es crucificado. En la Cruz hay un cartel que dice: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Jesús, coronado de espinas, es crucificado con gruesos clavos de hierro que atraviesan sus manos y sus pies. Somos nosotros los que lo crucificamos con los pecados, pero Jesús no pide que Dios nos castigue por crucificarlo, sino que le pide que nos perdone: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ¡Jesús, enséñame a perdonar con el mismo perdón con el que Tú me perdonas desde la Cruz!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         12ª Estación: Jesús muere en la Cruz. A las tres de la tarde del Viernes Santo, Jesús, luego de dar un fuerte grito, muere en la Cruz. Con su muerte, ha abierto para mí las puertas del cielo, y esas puertas son su Sagrado Corazón traspasado. ¡Jesús, enciérrame en tu Corazón, para que viva de tu Amor, y no permitas que nunca salga de él!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         13ª Estación: Jesús es bajado de la Cruz. Lo recibe su Mamá, que está muy triste y llora mucho por la muerte del Hijo de su Amor. Llora tanto la Virgen, que con sus lágrimas lava el rostro de Jesús. ¡Virgen María, dame tus ojos para ver a Jesús, dame tus lágrimas para llorar mis pecados, dame tu Corazón para amar a Jesús con tu mismo Amor!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
-Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
         14ª Estación: Jesús es sepultado. Colocan el Cuerpo sin vida de Jesús en el sepulcro. Pero el Domingo resucitará con su Cuerpo glorioso, y dejará vacío el sepulcro, para ir a ocupar el altar y el sagrario. Jesús dio su vida en la Cruz para que yo pueda recibirlo en la Santa Misa, en la Eucaristía. ¡Virgen María, haz que siempre vaya a buscar el Cuerpo de Jesús resucitado en la Eucaristía!
-Padrenuestro, Avemaría, Gloria.






sábado, 23 de marzo de 2013

El Evangelio para Niños - Domingo de Ramos



         En este Domingo nos acordamos de cuando Jesús entró en la ciudad de Jerusalén, montado en un burrito. Cuando la gente que vivía en la ciudad se enteró que venía Jesús, salieron todos a recibirlo, porque Jesús les había hecho a todos milagros muy grandes: a algunos, les había curado su parálisis, a otros, los había hecho volver a ver, o hablar, u oír; a otros, los había alimentado el día ese que multiplicó milagrosamente los panes y los peces; a otros que habían muerto, los había hecho volver a la vida; a otros, les había expulsado los demonios, que los hacían sufrir muchos. Y así con todos los habitantes de Jerusalén. No había ni uno solo de esos habitantes, que no hubiera recibido un milagro de Jesús: unos más grandes, otros más pequeños, pero todos habían recibido un milagro, y muchos, la mayoría habían recibido varios milagros. Por eso los que vivían en esa ciudad, querían mucho a Jesús, y cuando supieron que llegaba como un Rey, montado en un burrito, salieron todos a cortar ramos de olivos y palmas, para saludar a Jesús, y se pusieron al lado del camino, cantando llenos de alegría. Con los ramos de olivos, querían decir que Jesús era Rey de paz, porque el olivo quiere decir “paz”, y con las palmas, querían decir que Jesús era el Mesías, el Salvador de todos los hombres, al que habían esperado por miles de años y que los profetas de Dios ya habían anunciado hacía mucho tiempo.
         Al paso de Jesús, le tendían las palmas en el camino, como haciendo una alfombra, y agitaban los ramos de olivos; además, todos cantaban cantos de alabanza y le decían: “¡Viva Jesús! ¡Viva el Mesías! ¡Viva el Salvador!”. Todos se acordaban de los milagros y dones que les había hecho Jesús, y estaban muy agradecidos y contentos, y por eso el Domingo de Ramos salieron a recibirlo con olivos y palmas, cantando alegremente.
         Pero algo pasó durante la semana porque el Viernes Santo, esa misma gente que había saludado a Jesús el Domingo con olivos y palmas y cantando con mucha alegría, ahora le decía cosas malas y lo insultaba y pedía que fuera crucificado. Y no sólo eso, sino que, cuando Jesús fue condenado a muerte, toda esa gente lo acompañó por todo el Camino que lleva al Calvario -llamado Via Crucis o Camino de la Cruz- empujándolo, gritando enojados, golpeándolo, pidiendo que lo crucifiquen.
         ¿Por qué la gente primero estaba contenta y después enojada?
         Vamos a saber lo que pasó cuando nos demos cuenta que esa gente somos nosotros: cuando estamos en gracia y somos amigos de Dios, somos como los vecinos de Jerusalén el Domingo de Ramos, porque recibimos a Jesús como a un Rey, que viene al alma por la fe, por el amor y por la comunión, y nuestro corazón es como la ciudad de Jerusalén, que recibe con amor y alegría a su Rey; en cambio, cuando hacemos alguna cosa mala, es decir, cuando cometemos un pecado, somos como aquellos del Viernes Santo, porque expulsamos a Jesús de nuestro corazón y lo crucificamos, porque el pecado repercute en el Cuerpo de Jesús, y así, un pecado pequeño, es una cachetada que recibe Jesús, mientras que un pecado mortal, son los clavos de hierro que atraviesan las manos y los pies de Jesús.
Si esto es así entonces, ¿qué le podemos prometer a Jesús? Le vamos a prometer que no vamos a ser como los del Viernes Santo, que lo querían crucificar, porque vamos a evitar las ocasiones de pecado, y le vamos a prometer que vamos a hacer todo lo posible para vivir en gracia siempre, para que nuestro corazón sea en todo momento como la ciudad de Jerusalén el Domingo de Ramos; que lo vamos a recibir en la comunión con amor y con cantos de alabanza y de alegría, que siempre va a ser nuestro Rey y Salvador y que, en agradecimiento, vamos a dar a todos las palmas y los ramos de olivos, es decir, que vamos a dar a todos los que nos rodean el amor y la paz de Jesús, nuestro Rey pacífico.

sábado, 16 de marzo de 2013

Sobre la Catequesis Familiar





         ¿Qué entendemos los católicos, generalmente, por “catequesis”?
         -Una especie de “educación religiosa” que se imparte en las parroquias.
         -Una materia sin ninguna importancia teórica ni práctica, afectiva ni espiritual.
         -Una pérdida de tiempo: es más provechoso que los niños asistan a rugby, fútbol, boy scotuts, etc.
         -Un complemento, cada vez menos importante, de la educación humanista y científica, que los niños reciben en la educación laica.
         -Un conocimiento de escaso valor en un mundo dominado por la ciencia, la técnica y la tecnología. De nada sirve rezar, si el hombre es capaz de inventar celulares de última generación y Play Station cada vez más sofisticadas.
         -Un cúmulo de conocimientos ligeros sobre religión cristiana, que de nada sirven para la vida real de todos los días.
         -Para los niños, una insoportable y pesada carga horaria, que se suma a las de la escuela, con la diferencia de que la Catequesis es más “aburrida”.
         -Para los padres, un compromiso inexistente, puesto que no acuden nunca o casi nunca a las reuniones de padres, ya que siempre tienen otras cosas “más importantes”, “más interesantes”, “más divertidas”, para hacer.

         Qué es la catequesis en realidad:
         Para el que enseña Catequesis, es una de las obras de misericordia espirituales más importantes, porque enseña las verdades más importantes de la vida, las verdades necesarias para la salvación eterna.
         Para el que recibe la Catequesis, es el conocimiento más importante de todos los conocimientos que pueda alcanzar en toda su vida. Aún si la persona aprendiera toda la ciencia del mundo, este conocimiento no sería ni la sombra de la Sabiduría celestial que adquiere por la Catequesis, porque se trata de una sabiduría celestial que nos hace conocer al Hombre-Dios Jesucristo y su misterio pascual de muerte y resurrección, por el cual salva a toda la humanidad.
         La Catequesis es una sabiduría que nos enseña cómo abrir y cerrar puertas: abrir las puertas del cielo y cerrar las puertas del infierno, para nosotros y para muchas almas. Abrimos las puertas del cielo si hacemos lo que aprendemos en la Catequesis, porque es una guía práctica de salvación, en donde conocemos todo lo que tenemos que hacer para salvarnos: asistir a misa los Domingos, confesarnos, rezar, obrar la misericordia, ser santos. Conocemos todo lo que tenemos que hacer para cerrar las puertas del infierno: evitar el pecado y toda clase de mal, vivir la vida de la gracia.
Por último, la Catequesis es una sabiduría celestial porque todo lo que la Catequesis enseña y a lo que la Catequesis nos conduce, está en la Cruz y en el Sagrario. Por eso, el que quiera aprender el Catecismo, y el que quiera repasar el Catecismo, si ya lo aprendió, debe contemplar la Cruz y arrodillarse frente al Sagrario. Sólo así podremos aprender y vivir toda la Sabiduría celestial que nos enseña la Catequesis.

Consejos prácticos para la Catequesis Familiar:
-Los padres deben ser los primeros catequistas de sus hijos. No puede ser que los niños aprendan recién a hacer la señal de la Cruz, en la Catequesis. No puede ser que los niños vengan al Catecismo y no sepan el Padrenuestro, el Avemaría, el Gloria, el Credo, las oraciones al Ángel de la Guarda, o las oraciones de bendiciones. Los padres tienen que enseñar a orar a los niños incluso desde antes que empiecen a leer o escribir.
-La familia es, según los Padres de la Iglesia, la “iglesia doméstica”: los padres cumplen la función del sacerdote, en el sentido de acercar a los niños a Dios, con el ejemplo de vida, de bondad, de paciencia, de caridad, enseñando a rezar y a obrar el bien con todos.
-La familia debe tener un lugar en el hogar, especialmente reservado para ello, en donde padres e hijos hagan oración: un altar, iluminado, con flores, con las imágenes de la Virgen, de Jesús, de San Miguel Arcángel, de los santos.
-La Biblia debe ser leída con frecuencia y meditada, y esto lo deben enseñar los padres con el ejemplo, siendo los primeros en acudir a la lectura y meditación de la Palabra de Dios.
-La familia debe consumir cada vez menos televisión, menos internet, menos celulares, menos Play Station, menos fútbol, menos política, y más lectura de vida de santos y películas católicas (vidas de santos, apariciones de la Virgen, etc.).
-El Domingo debe ser el día más importante de toda la semana, por ser el Día de la Resurrección de Jesús, y la Misa debe ser la actividad más importante del Domingo, por ser la renovación sacramental del sacrificio en Cruz de Jesús.
-Esto no quiere decir que “todo tiene que estar bien”, humanamente hablando, para que la familia acuda a Misa. La Santa Misa debe ser la actividad familiar y personal más importante de la semana, no sólo cuando humanamente “todo está en orden”, sino también -y sobre todo- en momentos de tribulación, de angustia, de dolor, de enfermedad. En la Misa está la fuente de la alegría, de la paz, del Amor y de la felicidad de la familia. Abandonar la Misa por el mundo es elegir la tristeza del mundo por la alegría de Dios, la paz de Dios por la guerra del mundo, el amor de las cosas mundanas por el Amor de Dios. En cada Santa Misa, Dios Padre nos da todo lo que posee y lo que más ama, su Hijo Jesús en la Eucaristía, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y por eso es una afrenta y un desprecio a su Amor que dejemos la Eucaristía abandonada en el altar, para mirar televisión o pasear.
-Los padres deben invitar a sus hijos a rezar el Rosario, y los hijos deben responder con amor y prontitud a esta invitación, porque por el Rosario descienden todas las gracias y bendiciones del cielo, necesarias para que la familia en pleno se salve y alcance el Reino de los cielos, su destino final. 
         

viernes, 15 de marzo de 2013

El Evangelio para Niños: El que esté libre de pecados que tire la primera piedra



         En esta parte del Evangelio un grupo de judíos llevan a María Magdalena delante de Jesús, porque la habían sorprendido cometiendo un pecado (cfr. Jn 8, 1-11). Todos tenían piedras en las manos y la querían apedrear porque ese era el castigo adecuado para el pecado que había cometido María Magdalena.
Cuando llegan delante de Jesús, le preguntan qué es lo que tienen que hacer. Jesús los miró y no les dijo nada; se puso en cuclillas y comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Los que habían llevado a María Magdalena delante de Jesús, se comenzaban a poner impacientes, porque Jesús seguía escribiendo en el suelo y no les decía nada, y ellos ya querían llevarla para tirarle piedras. Entonces Jesús, como ellos insistían, se levantó y les dijo: “El que esté libre de pecados, que tire la primera piedra”. Ahí todos se quedaron en silencio, porque se dieron cuenta que nadie estaba libre de pecados; se dieron cuenta que ellos tenían tantos o más pecados que aquella a quien querían apedrear y que si la apedreaban, también los tenían que apedrear a ellos. Y como todos tenían pecados, y nadie estaba libre de pecados, nadie pudo tirar ninguna piedra. Todos dejaron las piedras en el suelo, y se retiraron despacito, sin decir nada, muy arrepentidos. Entonces María Magdalena besó llorando los pies de Jesús, y le agradeció que le hubiera salvado la vida. Jesús le dijo que no volviera a pecar más, y a partir de este encuentro con Jesús, María Magdalena no sólo no volvió a pecar nunca más, sino que fue cada vez más buena, y creció tanto en la gracia de Dios, que llegó a ser Santa María Magdalena.
Esto nos enseña que la gracia de Jesús es como una luz que nos ilumina por dentro, y nos hace dar cuenta de que pensamos, decimos y hacemos cosas malas, es decir, de que somos pecadores, y que por lo tanto, no podemos juzgar, condenar y castigar a nuestros hermanos, porque si lo hacemos, entonces también nos tienen que juzgar, condenar y castigar a nosotros. Pero no lo podemos hacer, porque el Único que puede juzgar, condenar y castigar, es Dios, porque Él es el Juez más grande de todos los jueces. Pero Dios es también Amor puro y Misericordia muy grande, como un océano sin playas, y por eso Él siempre quiere perdonar y no castigar. Dios perdona a todos, pero al que no perdona, es al que no le pide perdón, porque ese demuestra que no quiere ser perdonado. Por ejemplo, al Diablo. Dios no perdonó al Diablo, porque el Diablo no quiso pedirle perdón, y Dios no puede dar algo a alguien que no quiere eso que Él quiere dar, porque lo desperdiciaría. Nadie puede dar un regalo a otro, si sabe que ese otro lo va a tirar al regalo apenas lo reciba. Así hizo Dios con el Diablo, porque el Diablo no quería recibir el perdón. Pero a nosotros sí nos perdona, cada vez que nos arrepentimos, porque demostramos que queremos recibir el perdón de Dios. Pero para recibir el perdón de Dios, que nos lo da Jesús en la Cruz, tenemos que perdonar a nuestros hermanos, y nunca tenemos que juzgarlos, ni condenarlos y, mucho menos, castigarlos.
Cuando no tenemos la luz de la gracia, somos como esos judíos que querían apedrear a María Magdalena: nos sentimos superiores a los demás, creemos que somos jueces y que podemos decir todo lo que se nos ocurra de nuestros hermanos, y así demostramos que no tenemos compasión ni amor, y si no levantamos una piedra, sí levantamos la voz, o la mano, o decimos cosas hirientes.
La Virgen, que es nuestra Mamá del cielo, quiere que seamos como Jesús en el Evangelio: Él no condenó a María Magdalena, sino que la perdonó. Entonces nosotros, con nuestros hermanos, no tenemos que condenarlos, y si hicieron algo malo contra nosotros, los tenemos que perdonar con el mismo perdón con el que Jesús nos perdonó desde la Cruz, y amarlos con el mismo Amor con el que nos amó Jesús desde la Cruz.
Jesús nos enseña, en el Evangelio de hoy, a reconocernos pecadores y a ser misericordiosos con los demás, pasando por alto sus errores.
         

miércoles, 13 de marzo de 2013


Os anuncio un gran gozo:
Tenemos Papa:


El argentino Jorge Mario Bergoglio es el nuevo papa, Francisco I


el eminentísimo y reverendísimo Señor,
Don Jorge Mario,
Cardenal de la Santa Iglesia Romana,
que se ha impuesto el nombre de
Francisco 

Junto a Su Santidad Benedicto XVI,
prometemos al nuevo Vicario de Cristo
"reverencia y obediencia incondicional"

viernes, 8 de marzo de 2013

El Evangelio para Niños: la Parábola del Hijo Pródigo



         En este Domingo, Jesús nos narra la “Parábola del Hijo pródigo”. Para saber qué nos quiere enseñar Jesús con esta hermosa parábola, tenemos saber primero qué quiere decir “pródigo”. “Pródigo” se dice a alguien que gasta sin pensar un bien de mucho valor.
         ¿Qué sucede en la parábola? Se trata de un padre que tiene dos hijos; un día, y a pesar de que el padre era muy bueno, el hijo menor decide irse de su casa, y le pide a su padre que le de la herencia que le correspondía. El padre no quería que su hijo se fuera, pero respeta la decisión y le da la parte de su herencia. El hijo pródigo toma el dinero, se lleva sus cosas en un envoltorio, y se va hacia un país lejano, desconocido. Aunque ahí no conocía a nadie, muy pronto comenzó a tener muchos amigos, porque estos se enteraron de que tenía dinero. El joven se sentía muy feliz, porque se decía a sí mismo: “Al fin soy libre y puedo hacer lo que quiero. En casa de mi padre estaba bien, pero no quería cumplir lo que mi padre me mandaba; aquí, no tengo a nadie que me mande, yo soy mi propio dueño y a partir de ahora, haré lo que yo quiera”.
El joven empezó entonces a hacer lo que quería, pero como su voluntad deseaba cosas malas, y además no tenía la orientación de los mandatos de su padre, que le ayudaban a obrar siempre el bien, comenzó a hacer muchas cosas malas. Además, estaba siempre rodeado de amigos, pero estos amigos no eran buenos amigos, porque eran amigos interesados: estaban al lado suyo porque él tenía dinero, y no lo querían a él, sino a su dinero. Y también eran malos amigos porque todo lo que deseaban eran cosas malas, ya que eran como el hijo pródigo: todos habían abandonado su casa paterna, y todos se habían propuesto hacer lo que querían.
Así fue pasando el tiempo, y el joven pródigo, que al principio se sentía feliz, comenzó a notar que ya no era tan feliz; además, el dinero se le terminó enseguida, y comenzó a tener hambre. En ese momento, en que ya no tenía dinero y estaba con hambre, se dio cuenta que aquellos que él creía que eran sus amigos, lo habían abandonado, dejándolo solo.
El joven se encontraba solo, con hambre, sin dinero, y sentía tanta hambre, que se ofreció a trabajar como cuidador de cerdos. El dueño de los cerdos era tan tacaño, que no le dejaba ni siquiera comer de las bellotas con las que se alimentaban los cerdos. Así pasaron muchos días, y el joven sentía cada vez más hambre, pero al mismo tiempo, comenzó a sentir algo que nunca antes había sentido: arrepentimiento de su mal obrar. Se acordó de la vez que le había dicho a su padre que se quería ir de la casa; se acordó de cómo no le había importado que su padre, con lágrimas en los ojos, le pidiera que se quedara, y se dolió de haber tenido un corazón tan duro y frío. Se acordó también de todas las cosas malas que había hecho con esos malos amigos, y prometió que nunca más lo haría. Con el arrepentimiento en el corazón, el hijo pródigo se dijo a sí mismo: “Me levantaré y volveré a la casa de mi padre, de donde nunca debí salir. Le pediré perdón por haberlo tratado tan mal, y por haber renegado de sus amorosos mandamientos, y le diré que no me trate como hijo, porque no me merezco su amor”. Y se levantó y fue a la casa de su papá.
Su papá, que desde que se había ido no se cansaba de esperarlo –todas las tardes iba hasta la puerta de entrada de la casa a esperarlo, con la esperanza de verlo venir-, cuando lo vio venir a lo lejos, salió corriendo a su encuentro y, en vez de retarlo, como el mismo hijo pródigo esperaba –también el hijo mayor, hermano del hijo pródigo, esperaba que el padre le diera un buen reto-, “lo abrazó y lo cubrió de besos”, dice Jesús, y estaba tan contento el padre, que mandó a sus criados que hicieran una fiesta, que mataran al ternero cebado y que llamaran a los músicos para que en la fiesta todo fuera alegría, y además les dijo que le pusieran “la mejor ropa, además de un anillo y sandalias”, para que se distinguiera su hijo de los sirvientes, que no llevaban ni buena ropa, ni anillos ni sandalias. El padre estaba muy contento porque su hijo pródigo, que estaba perdido, había regresado.
¿Qué quiere decir esta parábola? Que nosotros somos el hijo pródigo, y que el padre de la parábola es Dios Padre. ¿Cuándo nos comportamos como el hijo pródigo? Cuando, como el hijo de la parábola, no queremos cumplir los mandamientos de Dios: cuando no queremos obedecer, cuando no queremos hacer caso, cuando peleamos, cuando decimos mentiras, cuando nos enojamos, cuando hacemos un poco de pereza, cuando no queremos rezar… Somos el hijo pródigo cuando, en vez de cumplir los mandamientos de Dios, que nos manda amar a Dios y al prójimo, empezando por los papás y los hermanos, contestamos a los papás o peleamos con los hermanos; somos como el hijo pródigo cada vez que elegimos hacer nuestra propia voluntad, en vez de hacer la Voluntad de Dios, que está en los Diez Mandamientos. También quiere decir que si hacemos nuestra voluntad en vez de la Voluntad de Dios, nada bueno obtendremos. Si decimos, como el hijo pródigo: “Yo hago lo que quiero”, entonces tenemos que saber que sólo cosas malas nos habrán de suceder. Por el contrario, si vivimos y cumplimos los Mandamientos de Dios, estaremos siempre seguros de que hacemos la Voluntad de Dios, que es infinitamente bueno.
Pero también esta parábola nos quiere hacer ver que el amor del padre de la parábola, es el Amor de Dios Padre, y que ese Amor lo recibimos en su Iglesia, en los sacramentos: el sacramento de la confesión está representado en el abrazo del padre al hijo pródigo, que además lo cubre de besos, porque en la confesión sacramental, Dios Padre nos da su Amor al perdonarnos, cubriéndonos con la Sangre de su Hijo Jesús; el sacramento de la Eucaristía está representado en el banquete que ordena hacer el padre de la parábola, que manda a sacrificar al ternero cebado y hacer una gran fiesta, además de hacerle poner la mejor ropa, un anillo y sandalias: esto es la Santa Misa, porque la Santa Misa es el Banquete del cielo que prepara Dios Padre para nosotros, sirviéndonos Carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo, la Eucaristía; Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo de Jesús resucitado, y Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Jesús, derramada en la Cruz y recogida en el cáliz del altar eucarístico.
         Lo que Jesús nos quiere enseñar con esta parábola, es que la vivimos en primera persona cada vez que nos confesamos y cada vez que asistimos a Misa, porque recibimos el abrazo de Dios Padre, que nos da su Amor y nos cubre con la Sangre de su Hijo Jesús.