Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 26 de octubre de 2013

El Santo Rosario meditado para Niños: Misterios Gloriosos


La Mamá de Jesús, en Fátima, pidió que los primeros cinco sábados de mes, se rezara el Rosario meditado y se comulgara, con la intención de reparar las ofensas, ultrajes y sacrilegios que continuamente se cometen contra los Sacratísimos Corazones de
Jesús y María.

Ofrecemos estas meditaciones, para facilitar el cumplimiento del deseo de Nuestra Madre del cielo, animando a los niños y a los jóvenes para rezar y reparar.

         Primer Misterio de Gloria: Jesús vuelve lleno de la luz y de la gloria divina. Después de sepultar a Jesús el Viernes Santo, cerraron la puerta del sepulcro con una piedra gigante que no dejaba pasar la luz y por eso estaba todo oscuro. Pero el Domingo bien tempranito, del Corazón de Jesús comenzó a salir una luz que le iluminó todo el Cuerpo: esa luz era la Gloria de Dios, que Él tenía desde siempre, y que ahora le daba vida de Dios. Así resucitó Jesús y así está en la Eucaristía y cuando comulgamos, Jesús entra en nuestros corazones, que son oscuros como el sepulcro, y nos inunda de su luz, de su vida y de su Amor. Virgen María, haz que recibamos siempre a Jesús en la Eucaristía para que nos colme de su luz y de su Amor.

         Segundo Misterio de Gloria: la Ascensión de Jesús a los cielos. Jesús asciende a los cielos después de resucitar: va a prepararnos una habitación en la Casa del Padre. Pero antes de subir, nos deja una misión: que anunciemos a nuestros hermanos que Él ha muerto y resucitado y está vivo y glorioso en la Eucaristía, esperándonos. Virgen María, intercede por nosotros para que seamos santos y con el ejemplo de vida llevemos a muchos hermanos a la Santa Misa y al Sagrario.

         Tercer Misterio de Gloria: la Venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles en oración. Ya desde el cielo, y junto a su Papá, Jesús sopla el Espíritu Santo, que se aparece como lenguas de fuego sobre la Virgen y los amigos de Jesús, llenándolos del Amor de Dios y de la Fortaleza de Dios para salir a misionar. Virgen María, pídele a Jesús que también a nosotros nos envíe el Espíritu Santo, para que salgamos a misionar, anunciando que Jesús ha resucitado y nos espera en la Eucaristía.

         Cuarto Misterio de Gloria: la Asunción de María Santísima en Cuerpo y Alma a los cielos. 0Una vez, la Virgen se durmió y su Cuerpo Inmaculado se llenó de luz; cuando se despertó, vio a su Hijo Jesús que la venía a buscar para ir al cielo y estar con Él para siempre. Virgen María, haz que también nosotros, algún día, subamos en cuerpo y alma a los cielos, para estar contigo y con Jesús, y para eso, haz que vivamos siempre en gracia de Dios.


         Quinto Misterio de Gloria: la Coronación de María Santísima en el cielo. Al llegar al cielo luego de su Asunción, Jesús le da una corona de luz y de gloria a su Mamá en el cielo, porque Ella lo ayudó a llevar la corona de espinas, sintiendo en su Corazón los mismos dolores de Jesús. Virgen María, pídele a Jesús que nos ponga su corona de espinas en la cabeza, para que en el cielo tengamos una como la tuya, una de luz y de gloria. 

viernes, 25 de octubre de 2013

Hora Santa con NACER (Niños y Adolescentes Adoradores de Cristo Eucaristía)



(Octubre 2013)
         Ingresamos al Oratorio, venimos a visitar a Jesús Eucaristía; hacemos silencio, porque no la voz de Dios es como un susurro suave, y no se la puede escuchar cuando hay muchas palabras. Le pedimos a nuestra Mamá del cielo, la Virgen, que Ella nos ayude a rezar, para que no nos distraigamos y Jesús pueda escuchar nuestras oraciones. También a nuestros Ángeles de la Guarda les pedimos que recen con nosotros.

         Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
         
         Canto de entrada: "Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar".

         Meditaciones

         Querido Jesús Eucaristía, venimos a visitarte en tu Oratorio para decirte que te queremos mucho, con todo el corazón, y que Tú eres nuestro mejor Amigo, el Amigo Fiel que nunca falla. Traemos ante Ti a nuestros papás y nuestras mamás, a nuestros hermanos, primos, tíos y amigos, para que a todos los bendigas y les concedas todas las gracias que Tú quieras darles.

         Silencio para meditar.

Querido Jesús Eucaristía, Te pedimos también por todos los niños del mundo, sobre todo aquellos que sufren a causa de la guerra y del hambre, para que ya no sufran más y puedan alegrarse y estar contentos, sanos, salvos y bien alimentados, junto con sus familias. Te pedimos que bendigas especialmente a los niños que sufren por causa de las enfermedades, para que pronto se recuperen y puedan regresar a la escuela y a los juegos de todos los días.

Silencio para meditar.

Querido Jesús Eucaristía, queremos pedirte por nosotros mismos, para que nos ayudes a ser cada vez más buenos y para que también seamos santos. Ayúdanos a vivir el Cuarto Mandamiento: “Honrar padre y madre”, porque un niño no puede nunca entrar al cielo si no ama y honra a sus padres. Haz que amemos a nuestros papás y mayores con el Amor con el que Tú amabas a tu Papá adoptivo, San José, y a tu Mamá, la Virgen. Queremos ser igual de obedientes y hacendosos como lo eras Tú cuando tenías nuestra edad, y no dar nunca un disgusto a nuestros papás, pero para eso necesitamos que Tú nos des tu gracia y tu Amor.

Silencio para meditar.

Querido Jesús Eucaristía, te pedimos tu gracia también para poder rezar, no solo antes de dormir, sino también a lo largo del día. La oración es muy importante, es más importante que un plato de comida, porque con la oración el alma se alimenta del Amor de Dios, que es más rico y sustancioso que cualquier manjar. Enséñanos a rezar, y danos ganas de rezar, todos los días, a lo largo del día, para que siempre estés en nuestros corazones, por la Fe y por el Amor.

Silencio para meditar.

Meditación final


Querido Jesús Eucaristía, ya debemos retirarnos, pero le dejamos a tu Mamá nuestros corazones, para que Ella los ponga a los pies de altar, para que estén ahí adorándote en todo momento, de noche y de día, así como las flores de un jardín perfuman el aire, noche y día. Haz que en esta vida nunca nos separemos de Ti, para que sigamos junto a Ti en la otra vida, para siempre. Amén.

Canto final: "El trece de mayo".

jueves, 24 de octubre de 2013

El Evangelio para Niños: “El que se cree el mejor es el peor”


(Domingo XXX – TO – Ciclo C - 2013)
         En este Evangelio, Jesús nos hace ver a Dios le gustan los soberbios, o sea, aquellos que se creen mejores que los demás, y que sí le gustan los humildes, aquellos que saben que sin Dios no son nada.
Jesús nos cuenta de dos señores que entran en la Iglesia, uno, un fariseo, llamado así porque era alguien que estaba siempre en el templo y sabía mucho de la Biblia y de la Ley de Dios; el otro, llamado publicano, al que todos lo conocían por ser un pecador. El fariseo era muy creído de sí mismo y pensaba que como él sabía mucho de la Biblia y de la Ley de Dios y estaba todo el día en el templo y hacía ayuno, era mejor que todo los demás, incluido el publicano. Por eso se iba a los bancos que están cerca del altar, para que todos lo vieran, y se paseaba como un pavo real de aquí para allá. En su corazón, decía: “Te doy gracias, Dios mío, porque soy muy bueno y soy mucho mejor que todos estos que están acá. Hago ayuno, sé mucho de la Biblia y de tu Ley, y no robo ni soy injusto. Soy muy bueno y por eso todos me deberían alabar”.
Esto era lo que decía para sus adentros el fariseo, y Dios escuchaba todos sus pensamientos, pero no los aprobaba, porque no eran ciertos; además, Dios sabía que el fariseo, si bien estaba todo el día en el templo, sabía mucho de la Biblia y de la Ley, tenía un corazón frío y duro para con los demás y no le importaba si alguien necesitaba ayuda o si pasaba hambre o frío. Y esto a Dios no le gusta.
En el fondo del templo, estaba en cambio el publicano, que sabía que era un pecador y se reconocía como pecador, y le daban mucha vergüenza sus pecados; tanta, que no era capaz de ir adelante del templo, porque ahí lo iban a ver todos. El publicano estaba al final del templo, arrodillado y rezaba a Dios así: “Dios mío, me duele el corazón por mis pecados; reconozco que delante de tu majestad infinita soy nada más pecado; te ruego que me perdones y me des tu gracia y sabiduría para de ahora en adelante no pecar más y ser santo, para asemejarme a Ti, que eres Dios Tres veces Santo. Toma mi corazón pecador, endurecido y frío, y dame tu Sagrado Corazón, que arde en el Amor de Dios”. Dios, que estaba escuchando sus pensamientos, se quedó muy contento con la oración del publicano y le concedió su gracia, que lo hizo ser santo.
En esta parábola de Jesús vemos que Dios lee los pensamientos de la mente y los deseos de los corazones de los que estamos en la Iglesia, y que no hay ningún pensamiento ni deseo que se le escape, porque todo está ante Él como en el día más claro. Aunque no digamos nada a nadie, basta con que lo pensemos o lo deseemos, y Dios ya lo sabe; todavía más, Él sabe lo que ni siquiera nosotros sabemos que vamos a pensar, decir, desear o hacer, hasta el último día de nuestra vida, y por eso a Dios nadie lo puede engañar.
Pero sobre todo, la parábola de Jesús nos enseña que a Dios no le gustan los de corazón soberbio, como el fariseo, porque esos se parecen al Gran Soberbio, el Demonio, y como los soberbios, al igual que el Demonio, no pueden estar delante de él, así el fariseo, y todos los que son como él, no pueden estar delante de Dios.

La parábola nos enseña, en cambio, que a Dios sí le gustan los humildes, como el publicano, que se reconocen pecadores y que sin la gracia de Dios son igual a nada más pecado. Los humildes se parecen mucho a su Hijo Jesús; tanto se parecen, que Dios cree que son su Hijo Jesús en Persona, y los colma de bendiciones en la tierra y les prepara un trono de luz en el cielo.

viernes, 18 de octubre de 2013

Hora Santa para Niños monaguillos



                Se expone el Santísimo Sacramento del altar. Se inciensa y se canta: "Te adoramos, Hostia divina". Se rezan las oraciones enseñadas por el Ángel y la Virgen a los pastorcitos en Fátima. Luego se pueden leer las siguientes meditaciones, una por niño, seguida de algunos pocos minutos de silencio. Hacia el final, bendición con el Santísimo, reserva y canto final.

        Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman" (tres veces).
          Oración a la Santísima Trinidad: "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

       Jesús, como Tú sabes, puesto que me ves en cada Misa, soy monaguillo, y vengo a decirte que me siento muy orgulloso de ayudar al sacerdote en la Santa Misa, porque me dijo el padre que el mío es “oficio de ángeles”, porque en el cielo los ángeles están alrededor de tu trono, que es el altar. Tú eres el Cordero de Dios y así como los ángeles te cantan y te adoran alrededor de tu altar en el cielo, así hago yo como monaguillo, en la tierra. ¡Hago en la tierra lo que hacen los ángeles en el cielo! ¡Te agradezco por el honor inmerecido de haberme elegido para ser monaguillo, oficio de ángeles! Por la Sangre que cae de tu Cabeza coronada de espinas, dame siempre pensamientos santos y puros, como los tuyos.

         Silencio para meditar.  

Jesús, vengo a decirte que te amo y te adoro, porque aunque no te veo con los ojos del cuerpo, sí te veo con los ojos de la fe, la fe de la Santa Madre Iglesia: te veo en el altar eucarístico con tu Cuerpo resucitado, lleno de luz y de gloria divina, más brillante que miles de soles juntos; te veo oculto en la Eucaristía, que parece un poco de pan, pero ya no es más pan, sino tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y Tu Divinidad; te veo en la Cruz, porque en la Misa renuevas el sacrificio en Cruz, el mismo del Calvario, solo que en el altar lo haces sin derramar tu Sangre cruentamente; veo tu Sangre en el cáliz y veo tu Cuerpo en la Hostia; veo tu Sagrado Corazón latir en la Eucaristía y me alimento de ese mismo Amor, que es Fuego de Amor divino que abrasa mi corazón en santo ardor. Por todo esto Jesús, vengo a darte gracias, a bendecirte y a adorarte en la Eucaristía, y no veo la hora de poderte comulgar. Por la Sangre de tu mano derecha, concédeme obrar siempre el bien con mis manos, que se levanten al cielo para orar y pedir tu Misericordia, y se tiendan para dar auxilio a mi hermano más necesitado.

Silencio para meditar.  

Jesús, te consagro mi niñez, mi juventud y mi vida entera, y te pido que guíes mis pasos para que cumpla siempre, solo y únicamente tu Voluntad y nada más que tu Voluntad, porque tu Voluntad es Santa y no hay nada más santo y bueno para mi vida que cumplir tu Santa Voluntad. Si tu Voluntad es que yo sea sacerdote, dame la gracia de saber apartarme del mundo, para amarte con todas mis fuerzas, esforzándome por saber de Ti, de tu Vida y de tu Obra, para poder luego darte a conocer a mis hermanos por medio de la celebración de la Santa Misa y de la predicación; si tu Voluntad es que me case, haz que conozca a la esposa que Tú elegiste para mí desde la eternidad y concédeme que el matrimonio sea para mí el camino para llegar al cielo. Por la Sangre de tu mano izquierda, que yo me cuente entre tus elegidos en el Día del Juicio Final.

Silencio para meditar.  

Jesús, concédeme la gracia de querer lo que Tú quieres en la Cruz, y de rechazar lo que Tú rechazas en la Cruz y que Santo Dominguito del Val, niño monaguillo que murió crucificado por no renegar de Ti, me enseñe a seguirte cada día por el camino de la Cruz; dame los ojos de tu Madre para verte, su Corazón para amarte y su adoración para adorarte; haz que nunca me aparte de Ti, y haz que te siga por el Camino Real de la Cruz, el único camino que lleva al Cielo, camino señalado por el reguero de tu Sangre, Sangre que brota de tus heridas como de un manantial inagotable. Jesús, no permitas que tu monaguillo se aparte nunca de Ti y que la Sangre Preciosísima de tus llagas moje mis pies cuando yo los hunda en tus huellas.

Silencio para meditar.  


Jesús, como monaguillo, tengo el honor inmerecido que otros niños y jóvenes no tienen y es el de servirte en el altar, ayudando al sacerdote en la Santa Misa; te pido que no sea indigno de este honor y para eso haz que mis actos reflejen el Amor de tu Sagrado Corazón Eucarístico, que es el Amor que brota de tu Corazón traspasado, y es el Amor con el que me alimento con cada comunión eucarística. Por el Amor de tu Sagrado Corazón que bebo en el cáliz, dame tu Pureza de Cuerpo y Alma, dame tu Castidad, dame tu Caridad, para que en mi familia, en mi escuela, en mi barrio, y donde yo vaya, sea yo con mis actos un vivo reflejo tuyo, para que todo aquel que me vea, Te vea, y el que me oiga, Te oiga.

Silencio para meditar.

        Oración final: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman" (tres veces).
          Oración a la Santísima Trinidad: "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

          Canto final a la Virgen: "Los cielos, la tierra, y el mismo Señor Dios".

(Dedicada a Tomy, Francisco, Ignacio, Lucas, Nicolás, Tomás, Pablo, Santiago, y a todos los niños que quieran cumplir en sus vidas la Santa Voluntad de Dios)

El Evangelio para Niños: “Hay que rezar siempre”


(Domingo XXIX – TO – Ciclo C – 2013)
         En el Evangelio de hoy, Jesús nos cuenta la historia de una señora que fue a pedirle a un juez que le hiciera justicia. El juez no tenía ganas de trabajar y no quería hacer lo que la señora le pedía, pero esta señora le insistía y le insistía, todos los días, de día y de noche, y le insistió tanto, que el juez al final decidió hacer lo que la señora le pedía, con tal que no lo moleste más.
         Con este ejemplo, Jesús nos quiere decir que nuestra oración tiene que ser como el pedido de esa señora: insistir y siempre insistir, sin cansarnos, porque Dios no deja nunca de escuchar ninguna oración que se le dirige. Como dice el Salmo 86, cuando nosotros rezamos, Dios “inclina el oído” –nosotros diríamos “para la oreja”, como cuando decimos de alguien que escucha con interés lo que se está diciendo-, y como Dios es tan pero tan bueno, que su bondad no entra en todo el cielo junto, Dios siempre nos da lo que le pedimos, pero siempre y cuando sea que aquello que le pedimos, sirva para nuestra salvación eterna.
         Jesús, en este Evangelio, nos enseña a rezar, y a rezar con mucha insistencia –no un día, ni dos, ni tres, sino todos los días de nuestra vida tenemos que rezar-, y con la confianza de ser escuchados, porque Dios es un Dios de Amor infinito que escucha siempre nuestras plegarias. Tal vez por ahí tarda un poco en responder, pero no lo hace porque no escuche, sino porque ama escuchar nuestra voz de hijos que le rezan, porque en la oración del corazón Él ve cómo es el amor que le tenemos.
Pero hay algo que tenemos que saber: Dios es infinitamente bueno y es Amor puro; su bondad y su Amor es más grande que el cielo lleno de estrellas; es más grande que un océano sin playas y sin fondo, y de esa bondad y Amor que es Dios, nosotros podemos sacar de todo lo que necesitemos para llegar al cielo: paciencia, bondad, alegría, fortaleza, templanza, pureza, castidad, y sobre todo, amor, mucho pero mucho amor. Todo lo que tenemos que hacer es decirle a Jesús en la oración: “Jesús, yo quiero cumplir el primer mandamiento, el más importante de todos, el mandamiento en donde está resumida toda la Ley Nueva, el mandamiento que manda amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Yo quiero cumplir este mandamiento, pero resulta que a veces me es difícil cumplirlo, porque muchas veces no siento ese amor, ni a vos, ni a mi prójimo, y encima hay prójimos que son mis enemigos, por lo que me es más difícil todavía de amarlo. ¿Me podés dar un poco del amor de tu Sagrado Corazón, para que yo, con ese amor tuyo, que es como una chispita que encenderá en el fuego a mi corazón, pueda amarte a vos y a mi prójimo?”. Y Jesús, que escucha todas nuestras oraciones –no hay ni una sola, ni una sola, que Jesús no escuche-, nos dará lo que le pedimos.
         Pero hay algo más que tenemos que saber cuando vayamos a rezar: dijimos que Dios es como un océano de bondad y de amor infinitos, más grande que un océano sin playas y sin profundidad, y dijimos también que todo lo que le pidamos, si es conveniente para nuestra salvación, Dios nos lo dará. Pero Él pone una cláusula para darnos todo lo que le pedimos, y es que se lo pidamos a través del Corazón Inmaculado de María, y la oración que más le gusta a la Virgen, es el Santo Rosario. Entonces, si queremos rezarle a Dios, para pedirle, pero también para agradecerle, para adorarlo, para decirle que lo queremos mucho, lo tenemos que hacer a través de la Virgen. Dicen los santos que si nosotros vamos a Dios directamente, Él nos rechazará, pero si vamos por medio del Inmaculado Corazón de María, no nos podrá rechazar nunca. Es como si un mendigo le quisiera regalar a un rey que es muy poderoso, un mendrugo de pan, que está ya duro y casi ni se puede masticar: el rey, al ver el mendrugo de manos del mendigo, lo rechazará y no lo aceptará. Pero si el mendigo le da ese mendrugo a la madre del rey, ella se lo presentará en una bandeja de plata, lo envolverá en manteles de seda bordados con oro, lo adornará con flores, y le dirá que es un humilde regalo que ella le hace a él, su hijo, y así el rey, aunque sepa de dónde viene el mendrugo y qué cosa es, se lo aceptará por el solo hecho de venir de manos de su madre, a la cual ama más que a todo el reino junto. Así pasa con nosotros y con nuestra oración: cuando vamos nosotros solos, Dios nos hace esperar y esperar, pero cuando rezamos al Corazón Inmaculado de María, Dios escucha en el acto, porque Él vive en el Corazón de la Virgen, que es como un sagrario viviente, envuelto en las llamas del Amor de Dios.

         El Evangelio nos dice, entonces, que tenemos que rezar, y rezar siempre, y como vimos, tenemos que rezar al Corazón Inmaculado de María, para que Ella lleve nuestras oraciones a su Hijo Jesús. Y cuando recemos, no recemos sólo para pedir, porque, ¿qué diríamos de un hijo que se dirige a sus papás sólo para pedirle cosas, y nunca para decirle: “Te adoro”, “Te amo”, “Te quiero”? ¿No diríamos que ese niño es un poco interesado? Recemos –recemos el Santo Rosario pidiéndole a nuestro Ángel de la Guarda que nos enseñe a rezar con el corazón y no solo con los labios- y cuando recemos, no sólo recemos para pedir: recemos para decirle a Jesús que lo adoramos y que lo amamos, que le pedimos perdón por nuestros pecados y recién después de decirle esto, podemos sacar la lista de pedidos que queramos hacerle.

sábado, 12 de octubre de 2013

El Evangelio para Niños: “Sólo uno volvió para dar gracias a Dios”


(Domingo XXVIII – TO – Ciclo C - 2013)
         En el Evangelio de hoy, Jesús sana a diez enfermos que tenían una enfermedad que se llama “lepra”, pero de los diez, solo uno se vuelve para dar gracias por haber sido curado.
La lepra es una enfermedad que va destruyendo todo el cuerpo y en los tiempos de Jesús, no había ningún remedio para curarla y aunque hoy sí se puede curar, cuando ataca a una persona destruye igualmente su cuerpo. En la Antigüedad, a los enfermos de lepra no los dejaban acercarse a los poblados, y tenían que anunciarse haciendo sonar un cencerro, para que todos se apartaran de él, porque nadie quería contagiarse de la lepra.
Pero lo más importante que tenemos que ver en este Evangelio es que, además de ser una enfermedad, la lepra es figura del pecado y entonces, en estos enfermos de lepra, tenemos que vernos a nosotros porque todos somos pecadores. Lo que hace la lepra al cuerpo, así hace el pecado al alma, y así como Jesús curó a los leprosos en el Evangelio, así también nos cura a nosotros, por la confesión sacramental. En el Evangelio, los leprosos quedaron todos curados, en un segundo, por el poder de Jesús y eso mismo pasa con nosotros cuando nos confesamos: en un segundo, por el poder de Jesús que actúa a través del sacerdote ministerial, nuestra alma queda limpia y pura, sin ninguna mancha de esa lepra del espíritu que es el pecado. Si Jesús no nos perdonara nuestros pecados, estos seguirían pegados al alma, y esta quedaría cada vez más oscura y fea, porque el pecado la vuelve cada vez más oscura y fea. Pero Jesús nos perdona nuestros pecados y nos lava el alma con su Sangre que cae de la Cruz, cada vez que nos confesamos, y por este motivo, tenemos que agradecerle, así como le agradeció uno de los diez leprosos curados en el Evangelio. 

No seamos desagradecidos con Jesús, como lo fueron los otros nueve que a pesar de ser curados, se olvidaron de Jesús; no nos olvidemos que Jesús nos ama con un Amor infinito y que por ese Amor infinito que nos tiene, nos perdona cada vez que nos enfermamos con esa enfermedad espiritual que es el pecado. Seamos agradecidos, como ese único leproso que se volvió para dar gracias a Jesús y postrémonos ante Jesús Eucaristía, dándole gracias por su infinito Amor.

sábado, 5 de octubre de 2013

El Santo Rosario meditado para Niños: Misterios Luminosos



         Primer Misterio: el Bautismo de Jesús. Jesús el Hijo de Dios, entra en el río Jordán y mientras el Bautista le echa agua en la cabeza, el Espíritu Santo se aparece como paloma y se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Este es mi hijo muy amado. Escúchenlo”. Por el bautismo, somos convertidos en hijos adoptivos de Dios Padre y en hermanos de Jesús. Virgen María, condúcenos al Espíritu Santo, para que amemos a Dios Padre con el mismo amor con el que lo ama Jesús.

         Segundo Misterio: las Bodas de Caná. Los esposos se quedan sin vino y por un pedido especial de la Virgen, la Mamá de Jesús, Él hace un milagro, convirtiendo el agua de las tinajas de piedra, en vino. Virgen María, pídele a Jesús que convierta nuestros corazones de piedra en corazones de carne, donde habite el Espíritu Santo.

         Tercer Misterio: la Predicación del Reino y el llamado a la conversión. Jesús sale a caminar, para avisar a todos que el Reino de Dios está cerca y que si queremos entrar en él, debemos convertirnos. Virgen María, haz que nuestros corazones se conviertan a tu Hijo Jesús: que sean como el girasol, que cuando sale el sol, deja de mirar a la tierra para mirar al cielo, para que así miremos siempre al Sol de nuestras vidas, Cristo Jesús.

         Cuarto Misterio: la Transfiguración en el Monte Tabor. Jesús brilla con su propia luz, que es más fuerte que miles de soles juntos. Es la luz de la gracia, que nace de Él así como los rayos nacen del sol. Virgen María, haz que nuestros corazones vivan siempre iluminados por la gracia de tu Hijo Jesús.


Quinto Misterio: la Institución de la Eucaristía. Antes de subir a la Cruz, Jesús deja su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Eucaristía. Virgen María, haz que nuestros corazones sean como otros tantos sagrarios, en donde viva para siempre tu Hijo Jesús.

El Evangelio para Niños: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza, le dirían a la morera que se plante en el mar, y lo haría"


(Domingo XXVII - TO - Ciclo C - 2013)
          En este Domingo, Jesús nos habla de la fe: "Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, le dirían a la morera: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y ella les obedecería" (Lc 17, 3b-10). Jesús nos quiere decir que si tuviéramos fe, aunque sea una fe muy pero muy chiquita, tan chiquita como un grano de mostaza -que es como una bolita negra pequeña-, seríamos los seres más poderosos del mundo: ¡imagínense, que con solo decirle a un árbol que se arranque de raíz, que saque todas sus raíces del suelo, y se vaya volando hasta el mar, y se plante en el mar, el árbol lo haría! Ni siquiera Superman puede hacer eso, porque primero que Superman no existe, y nosotros en cambio, sí, y segundo, que Superman, si existiera, usaría su fuerza bruta, y no la fuerza de la fe. Jesús entonces quiere que seamos, más que super-héroes, súper-santos, porque la fe nos hace ser santos, y si tenemos fe como para arrancar un árbol y plantarlo en el mar, ¡entonces ya somos santos!
          ¿Cómo hacer para tener fe? Primero, saber lo que quiere decir "fe": es "creer en lo que no se ve". ¿Y en qué tenemos que creer, que no vemos? En Dios, que es Uno y Trino; en Jesús, que es el Hijo de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios; en la Virgen María, que es la Madre de Jesús y por eso es Madre de Dios, porque Jesús es Dios; en la gracia que nos dan los sacramentos, que es invisible, pero real y nos hace ser hijos adoptivos de Dios. Y también tenemos que creer en la Santa Misa, en el poder del sacerdote ministerial, que por las palabras de la consagración, hace bajar del cielo a Jesús, para que Jesús se quede, escondido en algo que parece ser pan, pero que ya no es más pan, sino que es la Eucaristía.

          Creer en todo esto, es tener una fe más grande que un grano de mostaza, porque es una fe que hace algo más grande que arrancar un árbol de raíz y plantarlo en el mar: esta fe nos hace arrancar nuestro corazón de la tierra y nos lo lleva hasta el trono de Dios en los cielos. ¿Cómo hacer para tener esta fe? Pidiéndosela a Jesús, como se la pedían sus amigos: "Señor, auméntanos la fe".