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jueves, 23 de abril de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 3 – La Santísima Trinidad

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1]

Lección 3 – La Santísima Trinidad

Doctrina

¿Cuántos dioses hay? Hay un solo Dios.

¿Quién es la Santísima Trinidad? La Santísima Trinidad es el mismo y único Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.

El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios; pero no son tres dioses; sino un solo Dios, porque los tres tienen una sola naturaleza divina. Esto quiere decir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tienen el mismo Ser Divino trinitario y la misma Naturaleza divina y por esto tienen el mismo poder y la misma majestad, y por lo tanto, son merecedores de recibir, las Tres Divinas Personas, el mismo honor, la misma alabanza, la misma adoración y la misma gloria. Solo se distinguen por ser Tres Personas distintas, pero reciben la misma adoración, porque las Tres Divinas Personas son un mismo y Único Dios Verdadero.

                                          
                                          La Santísima Trinidad 
                                                    (de Rublev)

En este ícono bizantino, llamado “La Santísima Trinidad”, del pintor ruso Rublev, vemos que las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, están representadas, las Tres, exactamente iguales, sin distinción alguna. Esto es hecho a propósito por el artista, para hacer ver el misterio de la Santísima Trinidad, en el que las Tres Divinas Personas solo se distinguen por su procedencia (el Hijo procede del Padre, el Espíritu Santo del Padre y del Hijo y el Padre no procede de ninguno), pero son iguales en cuanto a majestad, honor y gloria.



        El Bautismo de Jesús

En esta lámina vemos a Nuestro Señor Jesucristo recibiendo el bautismo de manos de San Juan Bautista a la orilla del río Jordán. Aquí aparece claramente la distinción de las Tres Divinas Personas: El Padre, que habla desde el cielo diciendo: “Este es mi Hijo amado…”; El Hijo es bautizado, y el Espíritu Santo baja en forma de paloma (Mt 3, 16-17).
Dios es Uno y Trino; es Trinidad de Personas, y cada Persona divina conoce, ama y obra libremente en el amor, y las Tres Personas están empeñadas en salvarnos: por pedido de Dios Padre, Dios Hijo se encarna sin dejar de ser Dios en el cuerpo y el alma humanos de Jesús de Nazareth, para morir en Cruz y donarnos a Dios Espíritu Santo por medio de la Sangre vertida a través de su Corazón traspasado. Y este Dios Uno y Trino, cuya Segunda Persona es Dios Hijo, Jesús de Nazareth, está en la Eucaristía, para que en el tiempo que dura nuestra vida en la tierra nos unamos a Él por la fe y por el amor, por la adoración y por la comunión, de manera tal que al fin de nuestras vidas ingresemos en la vida eterna, en donde adoraremos y amaremos por la eternidad a Dios Uno y Trino, y en esto consistirá nuestra salvación.


San Agustín y el ángel en forma de niño en la playa

         En esta imagen vemos a San Agustín, paseándose por la orilla del mar, meditando sobre el misterio de la Santísima Trinidad. De pronto vio a un niño que estaba pasando el agua del mar a un pequeño pozo excavado en la arena y San Agustín le pregunta: “¿Qué haces aquí?” El niño respondió: “Quiero pasar el agua del mar a este pequeño pozo”. “¿No ves que es imposible?”, le dijo San Agustín. Y el niño le contestó: “Más fácil me sería a mí meter toda el agua del mar en este pequeño pozo que a ti comprender el misterio de la Trinidad”. Y diciendo esto, el niño desapareció. Era un ángel que Dios había mandado, para dar a entender a San Agustín que este misterio es incomprensible a la razón humana, aunque no contrario a ella.

         En el Símbolo llamado “Atanasiano”, leemos: “La fe católica es que veneramos a un solo Dios en la Trinidad y a la Trinidad en la Unidad; sin confundir a las Personas ni separar la substancia. Porque una es la Persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad”.
         Las Tres Divinas Personas son eternas e iguales en perfección. El Hijo es la Palabra del Padre, y existe desde que existe el Padre, y lo mismo el Espíritu Santo.

         Ejemplo aclaratorio: “El fuego produce su resplandor, el cual existe desde el mismo instante que existe el fuego. “Si hubiera un fuego eterno, eterno sería su resplandor”, y como en la Biblia se nos dice que el Hijo es como el brillo de la luz eterna (Sab 7, 26), el resplandor de la gloria del Padre… (Heb 1, 3), tenemos que la imagen perfectísima de Dios existe desde que existe Dios…

         Práctica: Recordarás este misterio al santiguarte: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y al decir: “Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo”.

         Palabra de Dios: Jesús dijo a sus apóstoles: “Id, enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (Mt 28, 18-20). “La gracia del Señor Jesucristo, la caridad de Dios Padre y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Cor 23, 1-3).

         Ejercicios bíblicos: 1 Cor 8, 6; Jn 1, 1; 10, 30; Hch 5, 3-4; (estos textos prueban la divinidad de cada una de las Tres Divinas Personas).



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. Benjamín Sánchez, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.

jueves, 16 de abril de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 2 – Existencia de Dios

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1]

Lección 2 – Existencia de Dios

¿Quién es Dios? Dios es nuestro Padre, el Ser Supremo, todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Así lo decimos en el Credo: “Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.
Dios es nuestro Padre. Jesús nos enseñó a llamarlo así, al decirnos: “Cuando recéis, hacedlo así: ‘PADRE NUESTRO que estás en el cielo…”. Es nuestro Padre porque es nuestro Creador, ya que nos da la vida, el ser y todas las cosas (Hch 17, 25), pero también es PADRE NUESTRO porque por el bautismo, fuimos hechos hijos adoptivos suyos, de manera tal que somos más hijos de Dios, que de nuestros propios padres biológicos.
¿Cómo es Dios? Dios es espíritu purísimo, infinitamente perfecto, eterno, inmenso, bueno, sabio, justo, principio y fin de todas las cosas, premiador de buenos y castigador de malos; además, es Amor infinito y también, Justicia infinita. De Dios nadie se burla. Él es omnisciente (todo lo sabe); omnipresente (está en todos lados: Jer 23, 24; Sal 139) y lee todos nuestros pensamientos, aun antes de que los pensemos; todos nuestros actos y toda nuestra vida, pasada, presente y futura, está ante sus ojos, como en un eterno presente. Nada se escapa a su mirada; Él lee nuestros pensamientos y nuestros corazones. Él es el Creador del universo visible e invisible; es el Rey de los hombres y de los ángeles; los ángeles más poderosos, son ante Él menos que un granito de arena; por eso, el demonio, si bien comparado con nosotros es muy poderoso y nos domina, comparado con Dios, el demonio es menos que un gusano.
Dios es eterno, y esto quiere decir que siempre existió y siempre existirá, es decir, nadie le dio origen, y nadie le pondrá fin, porque Él no tiene principio ni fin.
¿Cómo se da a conocer Dios?
Dios se da a conocer:
-1º: Por el mundo visible que nos rodea: nada de lo creado se explica sino es por Dios que lo ha creado. Demos un ejemplo para explicar la existencia de Dios a través de lo creado: si alguien ve sobre la mesa una torta de chocolate, por ejemplo, nadie puede decir que “apareció de la nada”, puesto que todo el mundo sabe que la torta de chocolate fue hecha por un repostero. De la misma manera, cuando vemos las montañas, los ríos, el cielo, el sol, las estrellas, los animales, las personas, no decimos que “aparecieron de la nada”, sino que decimos que “fueron creadas” por un Ser inteligentísimo y poderosísimo, al que llamamos “Dios”. La suma perfección, armonía y belleza de la Creación del universo visible y del invisible (los ángeles), son solo un pálido reflejo de la Suma Perfección, Armonía y Belleza que es Dios en sí mismo. Dice San Juan de la Cruz que la hermosura de la Creación es suma fealdad, comparada con la hermosura de Dios, que es su Creador.
-2º: Por nuestra propia conciencia: la conciencia, que nos dice lo que está bien y lo que está mal, es la “voz de Dios”.
-3º: Sobre todo, por la Biblia o Revelación divina.


En esta imagen vemos a Moisés que está a punto de postrarse en tierra para adorar a Dios presente en la zarza que arde sin consumirse (…). Dios es “espíritu purísimo”, no tiene cuerpo como nosotros; es omnisciente y omnipresente; todo lo ve y todo lo sabe; nada ni nadie escapa a su poder y a su conocimiento. Dios, al aparecerse a Moisés, le habló así: “Yo Soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Mi nombre es ‘Yo Soy’, ‘Yahvé’…” (Éx 6, 15). “Yahvé” quiere decir “el que es”, o sea, el ser por esencia, del cual dependen para ser todos los demás seres. Es decir, nosotros somos y existimos, porque Dios así lo quiere. Dios habló a Moisés y a los profetas y por ellos y por medio de su Hijo Jesucristo nos habla a nosotros. Las palabras de Dios las tenemos ahora en la Biblia.
Práctica: “Los cielos pregonan la gloria de Dios y el firmamento anuncia las obras de sus manos” (Sal 19, 2). “Lo cognoscible de Dios es manifiesto… porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las creaturas” (Rom 1, 19).
Ejercicios bíblicos: 1 Cor 8, 4; Hch 4, 11; Rom 2, 14-15. Antiguo Testamento: Job 12, 7-10; Sab 13, 1; Sal 14, 1.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 1 – La señal de la Cruz

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1]



         Lección 1 – La señal de la Cruz

         A partir del día en el que recibimos la gracia del Bautismo, los bautizados en la Iglesia Católica comenzamos a llamarnos nos llamamos “cristianos”.
         ¿Qué quiere decir “cristianos”? Cristiano quiere decir discípulo de Cristo, nuestro Maestro y Salvador.
         ¿Quién es buen cristiano? El que cree en su doctrina y la practica. No basta con ser bautizados: hay que poner por obra lo que se cree por la fe. La Virgen nos dice en el Evangelio, en las Bodas de Caná: “Hagan lo que Él les dice” (Jn 2, 1-11). Ser cristianos quiere decir creer en las palabras de Jesús y poner por obras sus palabras. También lo dice San Pablo: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras, te mostraré mi fe” (St 2, 18).
         ¿Por qué somos “cristianos católicos”? Porque pertenecemos a la Iglesia Católica.
         ¿Cuál es la señal del cristiano? La señal del cristiano es la Santa Cruz, porque Jesús murió en la cruz para redimirnos. Antes de Jesús, la cruz era señal de dolor, de muerte y de humillación; a partir de Jesús, la cruz es señal de victoria sobre los tres grandes enemigos del hombre: el demonio, la muerte y el pecado, porque Jesús en la cruz los venció de una vez y para siempre a los tres.
         ¿De cuántas maneras usa el cristiano la señal de la cruz? De dos maneras: signar y santiguar.
         ¿Qué es signar? Es hacer tres cruces con el dedo pulgar de la mano derecha: la primera en la frente, para que Dios no solo nos libre de los malos pensamientos, sino para que nos conceda los pensamientos santos y puros de Jesús crucificado. La segunda en la boca, para que Dios no solo nos libre de las malas palabras, sino para que nos conceda siempre palabras de paz y de bendición para con nuestros prójimos, y de alabanza y de adoración para con Él. Y la tercera en el pecho, para que Dios no solo nos libre de las malas obras y deseos, sino para que nos conceda tener siempre deseos y sentimientos santos y puros, como los que tienen los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
         Se hace así: -“Por la señal + de la Santa Cruz (se traza la señal de la cruz en la frente); de nuestros + enemigos (se traza la señal de la cruz en los labios); líbranos Señor + Dios nuestro (se traza la señal de la cruz en el pecho). Amén”.
         ¿Qué es santiguarse? Es formar una cruz con los dedos pulgar e índice de la mano derecha y trazar a su vez una cruz invisible que va desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, invocando a la Santísima Trinidad. Se comienza en la frente, arriba, para indicar que Jesús es Dios Hijo y viene desde el cielo a salvarnos; se continúa hacia abajo, hasta el pecho, para indicar que Jesús se encarnó, es decir, vino a la tierra, para morir en la cruz; se continúa por el hombro izquierdo, pasando por el corazón, para recordarnos que Jesús nos dio todo el Amor de su Sagrado Corazón cuando fue traspasado por la lanza; se finaliza con el hombro derecho, para recordarnos que Jesús abre sus brazos en la cruz, para abrazarnos y llevarnos a todos al cielo, a la Casa de su Papá.
         Se hace así: -“En el nombre del Padre y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén”.
         ¿Cuándo usamos esta señal? Siempre que comencemos una buena obra, o cuando estemos en algún peligro, o cuando estemos en alguna necesidad, o enfrentemos una tentación; también al levantarnos, al acostarnos, al ir a la cama, al entrar a la Iglesia, antes de rezar.


Soneto a Cristo crucificado de Santa Teresa de Ávila
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

         Práctica: cuando hagas la señal de la cruz, hazla con seriedad y lentamente; muchos hacen la señal de la cruz de modo apresurado, como si tuvieran vergüenza de decir y mostrarse cristianos. A estos tales, valen las palabras de Jesús: “Al que me niegue delante de los hombres, Yo lo negaré delante de mi Padre” (Mt 10, 33).
         Palabra de Dios: “Lejos de gloriarme, si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6, 14); “Me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gál 2, 20); “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24).
         Ejercicios bíblicos: Hch 11, 26; Jn 13, 35; Lc 23, 33; Mt 20, 17-19; 1 Cor 1, 18.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. Benjamín Sánchez, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.

jueves, 9 de abril de 2015

Formación para Catequistas - El Pésame como oración



         Analizaremos el “Pésame” como oración y no como mera fórmula a ser evaluada, para que el Catequista no se conforme con que el niño –de Primera Comunión, de Confirmación, o el Adulto que recibe Catequesis- aprenda la fórmula de memoria, sino que sepa qué es lo que está diciendo. En otras palabras, el Catequista no debe conformarse con que el catequizando sepa recitar de memoria el Pésame; debe apuntar más alto, o más profundo, si se quiere: debe apuntar a que el catequizando entienda que el Pésame no es una “verso” que debe decir de memoria, sino una oración, que debe recitarla desde lo más profundo de su corazón, con un corazón contrito y humillado, y si no, no sirve. Tomar a la ligera tanto la Confesión Sacramental, como los Mandamientos de la Ley de Dios, lleva a la ruina de la vida espiritual.
Analizaremos frase por frase, reflexionando brevemente sobre el significado de cada una de ellas.
“Pésame”
         Desde el inicio, se trata de una oración, de un acto de profundo dolor espiritual; se trata de un “peso” espiritual: “pésame”; no es un “pesar” intelectual. Es un pesar espiritual, personal –me pesa-, por los pecados personales, -a mí, por mis pecados-, y la oración se dirige de modo personal a Dios.
         “Dios mío”.
         ¿Quién es este “Dios”? Puesto que la fórmula se realiza en el contexto del Sacramento de la Penitencia, se dirige al sacerdote ministerial, en quien se encuentra, oculto, Jesucristo, y es a Él a quien se dirige la oración de arrepentimiento y de quien se espera obtener la absolución.
         “Y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido”.
         En esta frase está la clave de la confesión y el secreto para una confesión bien hecha: “me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido”. En esta frase se encierra la contrición del corazón: si alguien pronuncia esta frase entendiendo lo que significa y sintiendo espiritualmente –no sensiblemente, sino espiritualmente-, ha alcanzado la contrición del corazón, y por lo tanto, ha alcanzado el arrepentimiento perfecto y está a un paso de la santidad. “Arrepentirse de todo corazón de ofender a Dios” significa comprender a fondo la inmensidad de la malicia del pecado, por un lado, y por otro, significa comprender la infinitud de la bondad y la santidad de Dios Trino. No significa que hay que ser teólogos, ni sacerdotes, ni monjas, ni tener estudios: basta con la iluminación de la gracia, porque se puede ser analfabetos e ignorantes en las ciencias humanas, pero iluminados por la gracia de Dios, para comprender cuán bueno es Dios, cuán detestable es la malicia del corazón y cuánto lo ofende la maldad del corazón del hombre, y es en esto en lo que consiste el arrepentimiento perfecto, en que se comparan las dos cosas y se desea nunca haber cometido el mal.
         “Pésame, por el Infierno que merecí”.
         Aquí, el Catequizando debe ser consciente de lo que está diciendo, porque es una verdad de fe la existencia del Infierno, no como estado, sino como lugar definitivo en el que van a parar los condenados, junto con los ángeles rebeldes, y en donde permanecerán para toda la eternidad. El Infierno, como lugar de castigo divino para los hombres impíos y para los ángeles apóstatas, es una verdad de fe revelada: “El Infierno consiste en la eterna condenación de quienes, por libre elección, deciden morir en pecado mortal” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 212). Todos los Papas, incluido el actual Papa Francisco, han hablado del Infierno, advirtiendo acerca de él, siendo precisamente el Papa Francisco uno de los que más ha hablado de él: incluso, últimamente, ha tenido una intervención muy gráfica: hablando de los corruptos que no se convierten, ha dicho que, de no hacerlo, “los perros del infierno beberán su sangre” (sic). Desde el cielo mismo se nos advierte acerca de la existencia del Infierno y del peligro de condenación eterna: en las apariciones de Fátima (una de las apariciones marianas aprobadas oficialmente por la Iglesia), la Virgen no solo les muestra el Infierno a los tres Pastorcitos, sino que, en cierta medida, les hace tener una experiencia mística del mismo, conduciéndolos allí y haciéndoles ver cómo caían las almas en “lago de fuego”, como “copos de nieve”, según relato de la Hermana Lucía, lo cual le hace a ella soltar un grito de terror. El Catequizando debe tener conciencia, de alguna manera, de que el pecado impenitente, el pecado sin confesar, el pecado del cual la persona no se arrepiente, es algo malo que no puede estar en la Presencia de Dios y que solo sirve para ser quemado en el Infierno, de ahí la necesidad de desprenderse del pecado. El pecado anida en el corazón humano y solo puede ser quitado por la Sangre del Cordero de Dios, Jesucristo, porque Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y si Él no lo quita, por medio de la Confesión sacramental, el pecado permanece en el corazón y este pecado arrastra al Infierno, porque nadie con pecado puede estar delante de Dios. El pecado, entonces, hace merecedor, al pecador, del Infierno, con todas sus penas y dolores, y esto es lo que el penitente tiene que entender, para que saque más provecho de su confesión.
         “Y por el cielo que perdí”.
         Con su muerte en cruz, Jesús no solo nos quita el pecado, sino que nos concede su gracia santificante, que nos concede la filiación divina, haciéndonos ser hijos adoptivos de Dios. Quien muere en estado de gracia, sin pecados veniales, inmediatamente después de morir, y antes de la resurrección de los cuerpos, pasa a gozar de la visión beatífica de Dios Uno y Trino, y es en esto en lo que consiste el “cielo”, que es también un lugar: “vi un cielo y una tierra nueva”. Así como la gracia nos concede el cielo gratuitamente, así el pecado, por libre voluntad de la persona, nos quita el cielo que nos había conquistado y regalado Jesucristo. El cielo es un lugar inimaginablemente hermoso, en el que no solo no hay tristeza, ni llanto, ni amarguras, ni dolor, ni enfermedad, ni muerte, sino que en él todo es amor, alegría, paz, felicidad, bondad, cantos, risas, porque los santos y los ángeles viven en Dios y de la vida de Dios, y Dios es Amor, Alegría, Paz, Luz, y por eso comunica a los ángeles y santos de lo que Él es. En el cielo, todos son jóvenes, nadie tiene más de treinta y tres años, la edad de Cristo al morir; todos tienen cuerpos glorificados; todos tienen cuerpos perfectos, sanos, hermosos; no hay concupiscencia, no hay malicia, no hay nada imperfecto.
“Pero mucho más me pesa, porque pecando ofendí, a un Dios tan bueno y tan grande como Vos”.
Pero sobre todo, lo que hace más hermoso el cielo, más que estas “inconcebibles hermosuras y maravillas”, como dice Santa Faustina Kowalska, cuando es llevada al cielo, aun en vida, es la contemplación de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad y de la Santísima Virgen María. Todo eso se pierde por el pecado, y eso es lo que el penitente tiene que saberlo, para aprovechar la Confesión y aumentar el dolor de los pecados.
         “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”.
Santo Domingo Savio, a los nueve años, en su Primera Comunión, pide la gracia de “morir antes de cometer un pecado mortal”. ¿Por qué? Porque toma conciencia del infinito valor de la gracia, valor que reside en el hecho de hacer partícipe al alma de la vida de Dios Trino, lo cual es un bien que no se puede equiparar a ningún bien terreno y por lo cual vale la pena perder la vida, antes que perderla. Santo Domingo Savio se da cuenta que la gracia es el mayor tesoro que un alma puede poseer en esta tierra, un tesoro más grande que el más grande tesoro terreno, más valioso que el oro y la plata, porque hace partícipes de la vida divina, y si el alma muere en gracia, entra a participar de la eterna bienaventuranza en el acto. Por el contrario, si el alma pierde la gracia, a causa del pecado, esto constituye la mayor desgracia, aun cuando el alma esté rodeada de placeres, de lujos y de comodidades terrenas, porque ha perdido la unión y la amistad con Dios, en el tiempo y si muere en ese estado, esa pérdida será para siempre. Es por eso que Santo Domingo Savio pide “morir antes que pecar”, que es el sentido con el cual se debe pronunciar esta frase: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”, es decir, se debe tener la intención de morir, antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado; se debe tener la intención de morir, de perder la vida terrena, antes de perder la vida de la gracia, porque eso implica el riesgo de perder la vida eterna, por causa del pecado mortal o venial deliberado.
“Propongo firmemente no pecar más y evitar las ocasiones próximas de pecado. Amén”.

Es el propósito de enmienda, que también debe ser firme y debe estar presente y consciente, como el dolor de los pecados, para que la confesión sea válida. El Catequizando debe entender, también, que las “ocasiones próximas de pecado” deben ser evitadas, tal como lo dice en la fórmula, ya que no debe convertirse en una expresión vacía.