Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 27 de junio de 2015

El Evangelio para Niños: Jesús hace vivir de nuevo a una niña que estaba muerta



(Domingo XIII – TO – Ciclo B - 2015)

         Un jefe de la sinagoga –el lugar adonde se reúnen los religiosos hebreos para rezar-, llamado “Jairo”, acude a Jesús para pedirle que vaya a curar a su pequeña hija, de doce años, que está enferma muy grave, ya a punto de morir. Jesús le dice que sí pero, antes de llegar, la niña muere. Pero Jesús entra en el cuarto adonde la están velando a la niña, junto a Pedro, Santiago y Juan, y le dice: “Niña, Yo te lo ordeno, levántate”. En el acto, la niña, que estaba muerta, se incorpora y comienza a alimentarse normalmente.
         Lo que hizo Jesús se llama “milagro de resurrección”, que es volver a la vida a quien estaba muerto. Hay otros casos en el Evangelio, como el hijo de la viuda de Naím y como el de su amigo Lázaro: en todos estos casos, se produce la misma situación: son personas que han muerto, pero Jesús les concede el milagro de volverlos a la vida.
         El “milagro de resurrección” consiste en que el alma se une de nuevo al cuerpo, del cual se había separado –en la muerte se produce la separación del alma y del cuerpo- y entonces la persona vuelve a vivir, como en su vida normal y corriente.
         ¿Qué demuestra este milagro de resurrección que hizo Jesús? Demuestra que Jesús es Dios, porque sólo Dios puede hacer un milagro semejante; sólo Dios tiene la fuerza suficiente y el poder para traer a un alma -en este caso, con seguridad, estaba en el Limbo de los Justos, el seno de Abraham-, para unirla de nuevo al cuerpo. Ninguna creatura, ni los ángeles más poderosos, y mucho menos el hombre, pueden hacer este tipo de milagros. Éste es uno de los milagros que nos hacen ver que Jesús es Dios, y esa es una de las enseñanzas del Evangelio.
         La otra enseñanza es que Jesús hará, al final de los tiempos, con toda la humanidad, lo mismo que hizo con la niña del Evangelio: con su voz, llamará a todos los que hayan muerto, desde Adán y Eva, para que todos estén delante suyo en el Día del Juicio Final, y esto lo puede hacer Jesús porque Él es Dios.
         Pero hay una última enseñanza que nos deja este Evangelio: así como Jesús tiene el poder de dar la vida a una niña que había muerto y así como tiene el poder de dar la vida a toda la humanidad, así también tiene el poder de hacer un milagro mucho más grande que estos dos milagros juntos, y es lo que hace en cada Santa Misa: por medio del sacerdote, cuando el sacerdote dice: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”, Jesús convierte al pan y al vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, que están llenos de la vida y de la gloria de Dios. El milagro que hace Jesús en el altar, de convertir el pan y el vino en la Eucaristía, es más grande que dar la vida a quien ha muerto, y eso debe llenarnos de asombro y de alegría.


jueves, 25 de junio de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 8 – Nació de María Virgen

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 8 – Nació de María Virgen


         Doctrina

         ¿Quién es la Virgen María? La Virgen María es la Madre de Dios, y también es nuestra Madre espiritual, porque Jesús nos la dio como Madre antes de morir en la cruz, al decirle a Juan: “He ahí a tu Madre” (…), porque en Juan estábamos representados todos los hombres.
         Por ser “Madre de Dios”, la Virgen fue distinguida con el privilegio de ser “INMACULADA CONCEPCIÓN”, que quiere decir que fue concebida sin pecado original; también es la “LLENA DE GRACIA”, porque desde su concepción, estuvo inhabitada por el Espíritu Santo, es decir, el Espíritu Santo vivía en Ella. Por estos motivos, es la “más bendita y alabada entre las mujeres” (Lc 1, 28-42), que está en el cielo en cuerpo y alma (Lumen Gentium 59).
         En el Evangelio leemos: “María, de la cual nació Jesús” (Mt 1, 16). María es Madre de Jesús, y como Jesús es Dios, bien podemos decir que la Virgen es “Madre de Dios”. María tiene este doble privilegio: ser Virgen y ser la Madre de Dios al mismo tiempo: es Virgen y Madre de Dios.
         ¿Cómo nació Jesucristo? Los Padres de la Iglesia dicen que Jesús nació milagrosamente, saliendo de la Virgen, a la manera que el rayo de sol pasa por un cristal sin romperlo ni mancharlo: así como el cristal permanece intacto antes, durante y después del paso del rayo del sol, así la Virgen permaneció intacta en su virginidad antes, durante y después del parto, y permaneció y permanece Virgen por toda la eternidad.




         Explicación


         En esta lámina se representa el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Ocho siglos antes el profeta Isaías (7, 14) anunció que nacería de una Virgen, y el profeta Miqueas también siete siglos antes dijo que nacería en Belén de Judá (5, 1-2) y así sucedió (Mt 2, 1-6) y nació en un establo o cueva, porque cuando fueron sus padres a empadronarse no hallaron otro lugar donde cobijarse (Lc 2, 1-7). Jesús nació pobre, vivió pobre y murió pobre para enseñarnos a amar la virtud de la pobreza.
         Cuando nació Jesús, los ángeles del cielo se alegraron y cantaron el Gloria: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres…” (Lc 2, 14). San José y la Virgen, y luego los pastores y los Reyes Magos, todos, adoraron al Niño Dios (Mt 2), a Dios, que nacía en Belén –que significa “Casa de Pan”- como un Niño, para luego donarse en la cruz y entregar su Cuerpo y su Sangre como Pan de Vida Eterna en la Santa Misa.
         Quien no adoró a Dios ni se alegró por su nacimiento, pues sabía que le arrebataría a las almas de los hombres que estaban en su poder, era el demonio, puesto que Jesús, como dice la Escritura, vino para “destruir las obras del demonio” (1 Jn 3, 8).
         La Virgen concibió sobrenaturalmente, o sea, no por obra de varón –el matrimonio con San José era meramente legal y el trato entre ellos fue siempre como hermanos-, sino por obra del Espíritu Santo –fue el Espíritu Santo el que creó, de la nada, al alma y al cuerpo humanos de Jesús de Nazareth y los unió inmediatamente a la Persona del Verbo de Dios, en el instante mismo de la Encarnación-, y también sobrenaturalmente dio a luz –como un rayo de sol atraviesa un cristal o un diamante-, y permaneció y permanece virgen por toda la eternidad.
         San José, por lo tanto, no era el padre natural, sino el padre nutricio o adoptivo de Jesús. En sueños, un ángel le hizo saber que María era la Madre del Redentor por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18-25). San José fue el guardián y protector de Jesús y el custodio de la virginidad de María.
         Los dos nacimientos de Jesucristo
         En Jesús hubo dos nacimientos: uno eterno, en el seno del Padre, y es lo que afirmamos cuando en el Credo decimos: “nacido del Padre antes de todos los siglos”, y nace del Padre a la manera que el pensamiento y la palabra nacen del espíritu del hombre, y otro temporal, porque nace en el tiempo, en la historia humana, en la tierra, de la Virgen María y en Belén de Judá. Es por este motivo que Jesús es Dios y hombre a la vez: es Dios, porque es Dios Hijo, nacido del Padre “antes de todos los siglos”; es Hombre, porque es Hijo de María Virgen, nacido milagrosamente en un Portal de Belén. Es Dios desde la eternidad y se hizo hombre en el tiempo para que nosotros, para salvarnos a nosotros, hombres nacidos en el tiempo, para que viviéramos con Él en la eternidad.
         Práctica: no dejar pasar ningún día sin rezar el “Ave María”, porque con esta oración, además de honrar a la Virgen, recuerdo la Encarnación del Verbo de Dios, que se hizo hombre para mi salvación.
         Palabra de Dios: “Cumplido que fue el tiempo (anunciado por los profetas) envió Dios a su Hijo nacido de una mujer” (Gál 4, 4). Toda hermosa eres María y no hay en ti mancha original.
         Ejercicios bíblicos: Mt 1, 16; 1, 18; Lc 1, 28; 1, 42.   



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 7 – La Encarnación


Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 7 – La Encarnación


         Doctrina
         ¿Qué es la Encarnación? La Encarnación es el misterio del Hijo de Dios hecho Hombre por amor al hombre, para salvar al hombre de su eterna perdición.
         ¿Cuál de las tres divinas Personas de la Santísima Trinidad se hizo hombre? Sólo se hizo hombre la Segunda, que es el Hijo.
         ¿Cómo se realizó la Encarnación? La Encarnación del Hijo de Dios se realizó así: 1) El Espíritu Santo creó en las entrañas purísimas de la Virgen María un cuerpo perfectísimo, el cuerpo del Hijo de Dios, el cual, como todos los hombres al ser concebidos, tenía el tamaño de una célula y era solo una célula. La diferencia con los demás hombres es que en la concepción del Hijo de Dios hecho hombre, no hubo intervención de varón, porque su concepción fue virginal. 2) El Espíritu Santo creó también de la nada un alma humana, perfecta, y la unió a aquel cuerpo; 3) en el mismo instante, a este cuerpo y alma se unió el Hijo de Dios –y en esto consiste la “Encarnación”, porque el Espíritu Puro que es el Hijo de Dios, se “encarna”, es decir, se une a la “carne”, a la naturaleza humana-, y el que antes era sólo Dios, sin dejar de serlo, comenzó a ser Hombre perfecto, Jesús de Nazareth. Por ese motivo, Jesús es llamado el “Hombre-Dios”.
         ¿Cuántas naturalezas hay en Jesucristo? En Jesucristo hay dos naturalezas: una divina, porque es Dios, y otra humana, porque es hombre.
         ¿Cuántas Personas hay en Jesucristo? En Jesucristo hay una sola Persona, que es divina, y es la Segunda de la Santísima Trinidad.
        






Explicación
         En esta imagen se representa el misterio de la Encarnación. Vemos al Arcángel San Gabriel, quien se aparece a la Virgen María en su casita de Nazareth, para anunciarle que Dios la ha elegido para ser Madre del Salvador; la saluda con estas palabras: “Dios te salve, María, llena eres de gracia…”.
         María respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y en ese mismo instante, el Verbo, la Palabra del Padre, fue llevada por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, desde el seno del Padre, al seno de la Virgen, quien se convertía así en la Madre de Dios. Así se producía la Encarnación de Jesucristo, Dios hecho hombre, sin dejar de ser Dios[2].
         Práctica: durante el día (en algunas partes tocan las campanas tres veces al día en recuerdo de la Encarnación) me acordaré de que el Hijo de Dios se hizo hombre por mí y rezaré el Angelus[3].
         Palabra de Dios: “Al principio (de la Creación, como en el Gén 1, 1) era (existía) ya el Verbo, y el Verbo (la Palabra del Padre, Jesucristo, por el cual fueron hechas todas las cosas) era Dios… Y el Verbo se encarnó, se hizo hombre” (Jn 1, 1 y 14) (Léase Lc 1, 26-38).
         Ejercicios bíblicos: la Encarnación es obra del Amor de Dios: Jn 3, 17; Gál 2, 20; Jn 15, 13; Ef 5, 2.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.
[2] Conviene advertir que el nombre de “Jesucristo” se compone de “Jesús” y “Cristo”, y por eso unas veces lo llamamos Jesús, otras Cristo, el Mesías, el Salvador, etc.
[3] Explicar esta oración a los niños

sábado, 20 de junio de 2015

El Evangelio para Niños: Jesús calma la tormenta con su voz


(Domingo XII – TO – Ciclo B – 2015)

         En este Evangelio, Jesús se sube a la barca, junto a sus discípulos, para “pasar a la otra orilla”. Mientras van navegando, Jesús se duerme, pero al mismo tiempo, comienza a soplar mucho viento y el viento hace que las olas sacudan la barca y hagan entrar agua dentro de la barca, con lo que la barca parece que va a hundirse. Pero a pesar de todo, Jesús sigue durmiendo, porque parece que estaba muy cansado. Mientras tanto, el viento seguía soplando cada vez más fuerte y más fuerte, haciendo que las olas se vuelven cada vez más altas, con lo que cada vez entraba cada vez más agua en la barca, y lo mismo, Jesús seguía durmiendo. Entonces, a los discípulos les entró mucho miedo y fueron a despertarlo a Jesús, para que hiciera algo. Jesús se despertó y le dijo al viento: “¡Silencio! ¡Cállate!”. Y el viento se calmó en el acto, y al calmarse el viento, se calmaron las olas, dejó de entrar agua en la barca y todo volvió a la normalidad, todo quedó en calma y tranquilidad. Los amigos de Jesús estaban todos sorprendidos y se preguntaban quién era Jesús, porque le obedecían el viento y el mar: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.

         No es raro que Jesús haga un milagro como el que nos cuenta el Evangelio de hoy, porque Él es Dios, y como Dios, es el Creador del Universo, tanto del visible, como del invisible, y por eso, todo está bajo su completo dominio: bastaría con que Él dijera una sola palabra, y dejarían de existir las guerras en el mundo, el infierno quedaría sepultado para siempre y toda la Iglesia sería elevada a la más alta santidad. Bastaría con que Jesús dijera, desde cualquiera de los sagrarios del mundo: “¡Silencio!”, y reinaría en el mundo la más completa paz y el más gran de los silencios. Eso es lo que hará Jesús en el Último Día, en el Día del Juicio Final. Hasta ese Día, Jesús nos deja en nuestra libertad, para obremos todo el bien que podamos, para que nos ganemos el cielo, y dejemos de obrar el mal, porque el corazón de cada uno, cuando no tiene la gracia de Dios, es como el viento y el mar del Evangelio de hoy: está todo revuelto y embravecido; pero cuando el corazón está en gracia de Dios, cuando el corazón escucha la dulce voz de Jesucristo, entonces es como el viento y el mar cuando ya están calmados. Si nuestros corazones están todos revueltos, como el viento y el mar que provocan la tormenta, no vamos a poder recibir a Jesús, que viene, manso y humilde, escondido en la Eucaristía. Que nuestros corazones sean entonces, dóciles y mansos, como el viento y el mar, que se calman al escuchar la dulce voz de Jesús, para que así, en el silencio y en la calma, podamos recibir a Jesús, que viene en la mansedumbre del Pan del Altar, la Eucaristía.

martes, 16 de junio de 2015

Hora Santa guiada Para Niños de Primer Año de Primera Comunión




         Inicio: ingresamos en el Oratorio. Hacemos silencio exterior y también interior, para poder escuchar a Jesús, que habla en el silencio. Disponemos nuestro corazón, porque Jesús, desde la Eucaristía, habla al corazón. Le pedimos a la Virgen y a nuestros ángeles custodios que nos ayuden a hacer este rato de oración junto a Jesús Eucaristía.
         Silencio breve.
         Ahora vamos a rezarle a Jesús en la Eucaristía la oración que el Ángel de Portugal le enseñara a los tres Pastorcitos: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
         Silencio breve.
         Querido Jesús Eucaristía: hemos venido a visitarte en tu Oratorio, para adorarte y para decirte que te amamos y te queremos mucho y para darte gracias porque por tu sacrificio en cruz nos has salvado y nos has abierto las puertas del cielo para que todos, algún día, vayamos a jugar para siempre a la Casa de tu Papá, Dios, que es también nuestro Papá.
         Silencio breve.
         Querido Jesús Eucaristía, también queremos darte gracias, porque cuando estabas en la cruz, tanto era tu Amor por nosotros, que nos diste lo que más amabas, tu Mamá, la Virgen, para que fuera nuestra Madre del cielo, y por eso ahora la Virgen es nuestra Madre celestial, que nos cuida siempre y nos refugia en su Inmaculado Corazón, para que nada malo nos suceda y para que de esta vida vayamos directo al cielo, para estar junto a Ti y junto a Ella, para siempre.
         Silencio breve.
         Querido Jesús Eucaristía, ahora queremos pedirte una gracia, para nuestros seres queridos, para nuestros padres, para nuestros hermanos, tíos, abuelos, primos, que están pasando por alguna dificultad (aquí, todos, en silencio, elevan una plegaria a Jesús, pidiendo por algún ser querido en particular).
         Silencio breve.
         Querido Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, pero también queremos quedarnos junto a Ti, y para eso, dejamos nuestros corazones en las manos de la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, para que Ella los estreche junto a su Inmaculado Corazón, para que así, cuando nos olvidemos de Ti, Ella los estreche junto al suyo y les dé un poco de su amor, para que no nos olvidemos de Ti y no dejemos de amarte en todo momento y en todo lugar, hasta la próxima adoración. Amén.
         Nos despedimos de Jesús Eucaristía, rezando la oración del Ángel de Portugal: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).


sábado, 13 de junio de 2015

El Evangelio para Niños: El Reino de Dios es como un grano de mostaza


(Domingo XI – TO – CB – 2015)

         Jesús dice que el Reino de Dios es como un grano de mostaza, que primero es pequeño, muy pequeño, y luego se hace grande, tan grande, casi como un árbol, y como se hace grande, los pájaros del bosque van a hacer nido en sus ramas.
         Pero el grano de mostaza también puede ser nuestra alma, cuando no tiene la gracia de Dios: es pequeña, insignificante, tan insignificante, que es la más pequeña de todas las semillas, puesto que cabe en la yema de un dedo. Pero por la gracia de Dios, nuestra alma se vuelve robusta, gigante, y crece, porque la gracia de Dios hace que nuestra alma se convierta en una imagen viviente de Jesús, y así, es como cuando la semilla de mostaza crece y se convierte en un árbol de grandes dimensiones, en donde van a hacer nido las aves del cielo. Cuando nuestra alma está en gracia, es como un árbol gigante: lleno de ramas, de hojas verdes, de frutos, y los pájaros del cielo, al ver un árbol tan lindo, van ahí a hacer sus nidos: eso quiere decir que, por la gracia, el corazón se vuelve más bueno, más paciente, más generoso, más bondadoso, porque se vuelve más parecido al Corazón de Jesús y al Corazón de María.
         Pero hay algo que falta: ¿quiénes son esas misteriosas aves que van a hacer nido en el árbol, cuando la semilla crece? Es decir, quiénes van a habitar en nuestra alma, cuando nuestra alma está en gracia? Porque Jesús dice que, cuando la semilla de mostaza crece y se convierte en árbol, las aves del cielo van a hacer sus nidos ahí. ¿Quiénes son? Estas aves del cielo, que van a hacer nido en el árbol, es decir, en nuestra alma en gracia, son las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

         Es por eso que, si nuestra alma es pequeña como un grano de mostaza, tenemos que confiársela a la Virgen, porque Ella es la Divina Agricultora, y Ella se va a encarga de regar nuestra alma con el agua de la gracia, de arrancar los malos pastos de las pasiones y las malas amistades, de remover la tierra de los malos hábitos y de alimentarnos con el nutriente que nos da la Vida eterna, el Pan Vivo bajado del cielo. Así, al cuidado de la Virgen, la Divina Jardinera, nuestra alma, pequeña como un grano de mostaza, crecerá como un árbol frondoso, en el cual harán su nido las aves del cielo, las Tres Divinas Personas.

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 6 – Historia y efectos del Pecado Original


         Doctrina

         ¿Quiénes fueron nuestros primeros padres? Fueron Adán y Eva, y de ellos descendemos todos los hombres (Hech 17, 26), y  de ellos heredamos también su pecado[1].

         ¿Qué es el pecado original? Es aquel con que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres (el pecado original se quita por el bautismo).

         ¿En qué consiste el pecado original? El pecado original consiste en que, por culpa de Adán, venimos al mundo sin la vida de la gracia, que, según designios de Dios, debíamos heredar de Adán. Para que nos demos una idea, el pecado es como una mancha oscura que envuelve y cubre al alma, impidiéndole que reciba la gracia; es como cuando en el cielo, las nubes se vuelven tan oscuras y densas, que impiden que los rayos del sol lleguen a la tierra. Dios es como un sol, que nos envía su gracia, que son como los rayos del sol; el pecado es como esa nube negra y densa que, naciendo desde dentro y luego cubriendo totalmente al alma, le impide ser alumbrada con la luz de la gracia divina. El pecado es dar la espalda a Dios y volverse a la creatura; es rechazo de la santidad de Dios.

         Explicación


Adán y Eva expulsados del Paraíso
(Gustavo Doré)

En la lámina se representa el pecado original y sus efectos. Este pecado fue de desobediencia y tuvo su raíz en la soberbia, pues Adán y Eva pecaron en el paraíso terrenal por querer ser como Dios. En realidad, el pecado de Adán y Eva es un “contagio” del pecado de soberbia cometido por los ángeles rebeldes en el cielo. El pecado es un “misterio de las tinieblas” que, comenzando en el demonio y en el resto de los ángeles rebeldes, se extendió a los hombres a través de Adán y Eva. La soberbia es el pecado capital del demonio, que en el cielo, fue el primero que, llevado por su orgullo satánico, quiso “ser como Dios”. Ante la soberbia demoníaca, San Miguel Arcángel, con voz potente, dijo: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!”, y luego de una gran lucha en el cielo, entre los ángeles buenos y los malos, expulsó al demonio y a los demás ángeles rebeldes de la Presencia de Dios (cfr. Ap 12, 7ss). La virtud opuesta al pecado de soberbia es la humildad, y es por eso que Jesús nos dice en el Evangelio que tenemos que ser humildes como Él, si queremos llegar al cielo: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Los soberbios, desobedientes y orgullosos, no podrán entrar en el Reino de los cielos, de ahí la importancia de ser humildes como Jesús y también como la Virgen.

         -El momento fatal para la humanidad sucedió cuando Eva, después de haber sido engañada por la serpiente (la que sirvió de máscara al demonio), que le indujo a comer de la fruta prohibida, dio también a Adán, quien comió a su vez de ella, desobedeciendo el precepto u orden que Dios le había dado, que fue ésta: “De todos los árboles del paraíso puedes comer; pero del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él irremisiblemente morirás” (Gn 2, 15-17). Esto nos hace ver las graves consecuencias de desoír la Voz de Dios, expresada en sus Mandamientos, para escuchar la voz de la Serpiente, que nos engaña haciéndonos creer que nuestra voluntad es mejor que la Voluntad de Dios. Cuando dejamos de cumplir los Mandamientos, para cumplir nuestra propia voluntad, cometemos un pecado, y es eso lo que les sucedió a Adán y Eva. Lo que les sucedió a Adán y Eva –cometer un pecado- es lo que sucede toda vez que el alma escucha y obedece a la voz de la Serpiente, porque la voz de la Serpiente se expresa en el “yo hago mi voluntad, yo hago lo que quiero, en vez de hacer la Voluntad de Dios”.

         -Consecuencias de este pecado: Perdieron el don de la gracia o amistad con Dios, quedando sujetos al trabajo penoso, al dolor y a la muerte.
         Fueron arrojados, por un ángel enviado por Dios, del paraíso, saliendo de él avergonzados y llorando.
         Se los representa con un querubín con una espada de fuego que guarda la entrada del paraíso, el cual ya no volverá a poseer el hombre, quien en lo sucesivo deberá ganar el pan con el sudor de su rostro.
         Con su desobediencia, Adán y Eva introdujeron la Muerte para el género humano, pues del pecado del primer hombre (pecado original) procedió, como castigo, la muerte para todos, ricos y pobres. La muerte es consecuencia lógica del pecado, porque el pecado es alejamiento voluntario de Dios, que es Fuente de Vida y la Vida en sí misma; al alejarse de la Fuente de la Vida por el pecado, el hombre perece.
         Pero en el mismo momento de la caída, Dios promete un Salvador, que habrá de venir a través de María Inmaculada. Esto significa la “Promesa del Redentor” que Dios hizo allí mismo compadecido de nuestros primeros padres, anunciándoles que vendría un Redentor, que fue Jesucristo, Hijo de la Virgen Santísima e Hijo de Dios, el cual aplastaría la cabeza de la serpiente infernal, abriendo las puertas del cielo.

         Práctica: Observemos todo el mal del mundo: violencias, robos, homicidios, crímenes… Todo el mal del mundo surge del corazón del hombre en pecado, porque así lo dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23).  También las consecuencias del pecado se ven en Jesús crucificado, porque sus heridas son a causa de mis pecados personales. ¡Cuán enorme desgracia ha traído el solo pecado de Adán sobre todos los hombres! De ahí comprenderé la malicia del pecado. Por eso haré el propósito de Santo Domingo Savio: “¡Antes morir que pecar!”.

         Palabra de Dios: “Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte: y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado (en Adán)” (Rom 5, 12).

         Dios anunció la Redención con estas palabras: “Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, éste te aplastará la cabeza cuando tú le asedies el calcañal” (Gn 3, 15).

         Ejercicios bíblicos: De Adán procedemos todos: Hech 17, 26; la reconciliación nos vino por Jesucristo: Rom 5, 11; 2 Cor 5, 18.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 5 – Dios Creador de la Tierra


         Doctrina[1]

         ¿Qué es el hombre? 
      El hombre es un ser racional y libre, compuesto de alma espiritual y cuerpo material, creado por Dios a su imagen y semejanza. El hombre es semejante a Dios, por ser su alma espiritual, inmortal y libre, y especialmente por ser hijo adoptivo de Dios, pues Dios creó al hombre en estado de gracia santificante y lo adoptó como hijo al concederle la filiación divina por medio de su Hijo Jesucristo.

         ¿Cómo creó Dios al hombre? 
        Dios creó al hombre del polvo de la tierra y le infundió el aliento de vida o alma inmortal. El hombre está compuesto de cuerpo material y de alma espiritual, unidos substancialmente, inseparablemente, de manera tal que, separados, no son “hombre”. Además, el cuerpo, al ser material y al ser la materia creada por Dios, es algo bueno en sí mismo. El error de la secta llamada “gnóstica” es afirmar, equivocadamente, que el cuerpo, por ser material, no fue creado por Dios, y por lo tanto es malo, pero eso, como dijimos, es un error.

     ¿Cómo es nuestra alma? Nuestra alma es espiritual e inmortal, dotada de entendimiento y voluntad. Quiere decir que nuestra alma es espiritual, por cuanto tiene facultades espirituales: la facultad intelectiva o inteligencia, por la cual conoce la esencia y el ser de las cosas, y la facultad volitiva o voluntad, por la cual es capaz de amar. Por la conjunción de ambas, el hombre es capaz de hacer actos libres, lo cual es la “imagen y semejanza” de Dios en el hombre, su más alta dignidad.

      ¿De quién recibimos ahora nosotros el cuerpo y el alma? 
    El cuerpo lo recibimos de Dios, por medio de nuestros padres –que por eso se llaman “co-creadores” con Dios- y el alma la recibimos directamente de Dios, que la ha creado de la nada para unirla al cuerpo. Es importante saber que Dios creó el cuerpo del hombre y el alma del hombre, es decir, su componente material y espiritual, porque Dios es Creador de la materia y del Espíritu. Es importante y necesario saberlo, porque hay muchos que niegan este aspecto creador de Dios de la materia, sosteniendo por lo tanto que la materia es “mala” y el espíritu es “bueno”, lo cual es falso: tanto la materia como el espíritu son buenos en sí mismos, porque ambos son creación de Dios.

         ¿Para qué ha creado Dios al hombre? ¿Cuál es su fin? El fin del hombre es glorificar a Dios, o sea, conocerle, amarle, adorarle y servirle como a Padre en esta vida y después ser feliz con Él para siempre en el cielo.

         Explicación


La lámina representa a Dios creando, es decir, sacando todas las cosas de la nada: plantas, árboles, animales, etc. y, por último, al hombre. Sólo Dios, con su omnipotencia, con su poder infinito, puede crear el ser de la nada. Nadie más que Dios tiene el poder para crear el ser de donde no hay nada.

         Antes que el mundo existiera, sólo existía Dios. “Al principio” del tiempo, cuando no existía nada fuera de Dios, Él, por su bondad y virtud omnipotente creó todas las cosas; más no fue para aumentar su bienaventuranza o adquirirla, porque era eternamente feliz, sino para hacernos a nosotros felices, manifestando sus perfecciones por los bienes que reparte a sus creaturas (Conc. Vat. II).
         Notemos que no es lo mismo “crear” que “hacer”. “Crear” es sacar una cosa de la nada, hacer pasar del no ser al ser, y esto supone un poder infinito, propio sólo de Dios. Los hombres no crean, “hacen” solamente. Así, el carpintero “hace” una mesa, pero de madera ya existente.
         Dios creó el universo en seis días, y en el séptimo “descansó”. Esto no quiere decir que estuviera cansado (porque Dios no se cansa nunca ni puede cansarse), sino para indicarnos que cesó de crear y darnos ejemplo de que al final de la semana hemos de dedicar un día al descanso y a su servicio.
         Glorificar a Dios es conocerle, amarle y alabarle por sus infinitas perfecciones. Dios es eternamente feliz, y si quiere que le glorifiquemos es para nuestro bien, pues Él no lo necesita. La gloria de Dios es gloria nuestra, dice San Agustín, y Él no crece con nuestras alabanzas, pero tú alabándole, te haces mejor, y vituperándole, te haces peor. Él sigue siendo el mismo.

         Práctica: respetaré a todos mis semejantes porque son imagen de Dios.

        Palabra de Dios: “Formó el Señor Dios al hombre del polvo de la tierra, e inspiró en su rostro el aliento de vida, y fue así el hombre ser animado” (Gn 2, 7). “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla; temed más bien a Aquel que puede perder el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt 10, 28). “Y el polvo (o cuerpo) volverá a la tierra que fue, y el alma volverá a Dios que le dio el ser” (Ecl 12, 7).

         Ejercicios bíblicos: Ap 4, 11; Mt 10, 28; 1 Cor 11, 8 (Eva procede de Adán en cuanto al cuerpo).



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.

jueves, 11 de junio de 2015

Formación para Catequistas - Encuentro 2 - “Jesucristo, Hombre-Dios”


         ¿Quién es Jesús?
         Para sus connacionales: “es el hijo del carpintero” (Mt 13, 55); “el hijo de José y María” (Mc 6, 3); “sus hermanos están con nosotros (en el pueblo)” (cfr. Mc 6, 4).
         Según Él mismo: Él es el Hijo de Dios; es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6); es el Camino al Padre, nadie va al Padre sino es por Él (Jn 14, 7); es el Dador del Espíritu Santo (Jn 14, 26); es el Mesías; el Redentor; el Salvador (Mt 16, 13-19).
         Según el Bautista, inspirado por el Espíritu Santo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).
Según Juan: “es Amor” (1 Jn 4, 8).
Según la Santa Iglesia Católica, en la Eucaristía: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Misal Romano).
         ¿Quién es Jesucristo según el Magisterio de la Iglesia Católica?
Según el Catecismo: es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: “Creo en Jesucristo, su Único Hijo, Nuestro Señor” (Símbolo de los Apóstoles); es Dios Hijo que procede de Dios Padre: “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios  verdadero” (Credo Niceno-Constantinopolitano).
         En síntesis, según nuestra fe católica, apostólica y romana, Jesús es el Hombre-Dios.
Es Hombre-Dios:
Es Hombre Perfectísimo: nacido sin concurso de varón, puesto que su naturaleza humana –alma humana y cuerpo humano- fueron creados en el instante mismo de la concepción y encarnación en el seno de María Santísima. Al no haber intervención de varón –San José era meramente esposo legal y su trato afectivo era como de hermanos con la Virgen-, la carga genética correspondiente al gameto masculino, fue creado en el instante de la concepción y encarnación, siendo unido inmediatamente a su alma humana inmaculada y perfecta, también creada en ese instante. Tanto su Alma humana como su Cuerpo humano –que en el instante de la Encarnación, al ser creado, tenía el tamaño de una célula, un cigoto-, fueron unidos a la Persona Divina del Verbo de Dios, y fueron ungidos con el Espíritu Santo, por eso Jesús es Hombre Perfecto, porque no solo no tiene pecado alguno, sino que además es la Humanidad Santísima del Verbo de Dios, unida hipostáticamente, personalmente, a la Persona del Hijo de Dios, y ungida personalmente por el Espíritu Santo. No hay posibilidad alguna de error, de malicia, de ignorancia, ni siquiera de la más ligera imperfección en Jesucristo, en cuanto Hombre Perfecto, por ser el Hombre-Dios.
         Es Dios Perfectísimo: porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que posee el Ser divino trinitario; es Espíritu Puro y por lo tanto, para cumplir el plan de salvación pedido por el Padre, necesitaba de un Cuerpo para ofrecer en la cruz, motivo por el cual es llevado por Dios Espíritu Santo al seno de María Santísima para su Encarnación.
         Las dos naturalezas, la divina y la humana, están unidas en Jesucristo sin mezcla ni confusión.
         Jesús, el Hombre-Dios, es nuestro Redentor y Salvador.
¿De qué nos salva?
         Para entender de qué nos salva Jesús, hay que entender a qué nos condenaba el pecado original: a la muerte física, al pecado y al dominio del demonio. Sin la Redención de Jesucristo, los hombres estábamos condenados irremediablemente a la muerte física, a vivir y morir en pecado mortal –Santo Tomás dice que el hombre no se puede mantener mucho tiempo sin la gracia-, y a la muerte eterna.
Es por eso que Jesús nos otorga una triple salvación: nos salva de la “eterna condenación” (Misal Romano, Plegaria Eucarística I); del pecado; de la muerte física. Pero además, nos otorga la filiación divina, lo cual es un don infinitamente más grandioso que el (triple) don grandioso de la salvación.
         ¿Qué relación hay entre el Jesús histórico que sufre la Pasión, el milagro de Corpus Christi y la Eucaristía de la Santa Misa de todos los días?
El Cristo histórico que sufre la Pasión; el Cristo del milagro eucarístico de Corpus Christi y el Cristo glorioso de la Eucaristía, es el mismo y único Cristo, el Hombre-Dios, engendrado eternamente en el seno del Padre en cuanto Dios Hijo y encarnado en el seno de la Virgen en el tiempo en cuanto Hombre.
¿Qué lleva al Verbo de Dios a encarnarse?
Siendo Espíritu Puro, el Verbo de Dios “necesitaba” un cuerpo para cumplir el plan de redención, que era darnos su Amor, y esa es la razón por la cual Jesús se encarna y sufre la Pasión. Podríamos decir que el Cuerpo y la Sangre es el “envoltorio” del Amor de Dios: al desgarrar el Cuerpo y derramar la Sangre en el sacrificio de la cruz, se abre el envoltorio del don de Dios, su Amor, y se derrama sobre nosotros, su Divina Misericordia. De esa manera, con su Cuerpo entregado y su Sangre derramada en el sacrificio cruento de la cruz, demuestra la inmensidad del Amor Divino con el que nos ama, porque podría habernos redimido sin su sacrificio en cruz, pero lo hizo para darnos muestra de hasta dónde llega la “locura” de su Amor por todos y cada uno de nosotros: hasta el extremo de entregar su Cuerpo y su Sangre por nuestra salvación, que significa, en fin de cuentas, que todos estemos con Él, al fin de nuestras vidas terrenas, en el cielo.
         Esto es lo que Él quiere expresar en la Última Cena, cuando dice: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”: entrega anticipadamente, incruentamente, su Cuerpo y su Sangre –y con su Cuerpo y su Sangre, su Amor-, en la Eucaristía, para luego entregarlo en la cruz, y es lo que hace en cada Santa Misa, y esto lo hace con el único objetivo de demostrarnos su Amor, como dice la Antífona 1 de las Vísperas de San Bernabé: “Con amor eterno nos amó Dios; por eso levantado sobre la tierra nos atrajo a su corazón, compadeciéndose de nosotros”[1].
         El Milagro de Corpus Christi lo que hace es evidenciar lo que Él hizo en la Última Cena, lo que hizo en la cruz, y lo que hace en cada Santa Misa: entregar su Cuerpo y su Sangre. En Bolsena, parte de la Hostia se convirtió en su músculo cardíaco, vivo, que comenzó a manar Sangre, la cual manchó el corporal y luego el pavimento; es la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre que sucedió en la Última Cena y es la misma conversión que se produce en cada Santa Misa, y es el ofrecimiento de su Cuerpo y Sangre que se realiza en la cruz, en el Calvario, que se perpetúa en la Santa Misa, para que nosotros tengamos a mano los frutos de la Redención, así como alguien tiene a mano los frutos maduros de un árbol, para poder cortar los frutos de este árbol y comer de él.
         Con su sacrificio en cruz, con el don de su Cuerpo y Sangre –renovado cada vez en la Santa Misa-, Jesús nos dona su Amor, nos diviniza, expía nuestros pecados, da gracias al Padre, y adora y glorifica al Padre en nombre nuestro, y esa es la razón por la cual en la Santa Misa debemos ofrecernos con Él, al Padre, con todo nuestro ser.
        



[1] Liturgia de las Horas, I Vísperas del 11 de Junio, día de San Bernabé.

jueves, 4 de junio de 2015

Corpus Christi para Niños


El Padre Pedro de Praga, en el momento en el que pronuncia las palabras de la consagración: allí se produce el milagro eucarístico, por el cual el pan que tiene en sus manos se convierte en músculo del Corazón de Jesús, del cual mana abundante Sangre. Los que asisten a Misa, incluidos los monaguillos, también observan el milagro, y quedan asombrados. 


(Ciclo B- 2015)

         La Iglesia enseña que Jesús, en la Eucaristía, está Presente “verdadera, real y substancialmente”, y que esto se debe a que, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”, se produce un milagro, llamado “Transubstanciación”, por el cual el pan y el vino se convierten, por el poder de Jesús que pasa a través de la voz del sacerdote, en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
             Como todo esto parece muy difícil de entender, y de hecho hay muchos que no lo creen, Jesús mismo hizo un milagro muy grande, hace mucho, para que todos supiéramos que, lo que la Iglesia enseña en el Catecismo, es verdad.
         ¿Cuál fue ese milagro? Fue el milagro de Bolsena, sucedido en la ciudad italiana de Bolsena –por eso se llama así-, y pasó en el año 1264, del siguiente modo.
         Como sucede ahora, también en esa época había muchos que no creían que Jesús estuviera Presente realmente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía. Uno de ellos era el sacerdote llamado Pedro de Praga, quien regresaba de una entrevista en Roma con el Papa Urbano. Resulta que el sacerdote, ya de regreso a su parroquia, celebró misa en la iglesia de Santa Cristina, pero, como dijimos, tenía muchas dudas acerca de la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía. 
       Entonces, en medio de la consagración, después de que hubo pronunciado las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”, la Hostia que tenía en sus manos, se convirtió, una parte de ella, en músculo cardíaco, en una parte del corazón de Jesús, vivo, del cual comenzó a salir mucha pero mucha sangre; tanta sangre, que comenzó a escurrirse de sus dedos, llenó el cáliz, sobrepasó el cáliz, manchó el corporal y, como seguía manando sangre, incluso comenzó a gotear sangre llegando a caer hasta el mármol de la capilla, quedando impregnadas unas gotas en la piedra de mármol (que perduran hasta hoy y se muestran con reliquias para su veneración). 


Así quedó la Eucaristía en el momento de la consagración: el Corazón de Jesús, del cual brotaba
su Sangre, que manchó el corporal e impregnó el mármol del pavimento


      El sacerdote y todos los que asistían a la Santa Misa en ese momento, comprendieron de inmediato el grandioso prodigio que Jesús acababa de realizar, para que no solo el sacerdote, Pedro de Praga, tuviera fe, sino para que todos nosotros, a lo largo de los siglos, tuviéramos fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía. El milagro fue llevado en procesión hasta Roma, al Papa, quien le pidió a Santo Tomás de Aquino que compusiera un himno en honor a la Eucaristía, el que todavía perdura. A partir de ahí, el Papa decretó que se celebrara en toda la Iglesia Universal la fiesta que celebramos hoy: la Fiesta de “Corpus Christi” o “Corpus Domini”, es decir, la Fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.



El Padre Pedro de Praga, conmocionado, con la Eucaristía convertida en la Carne de Jesús, y con el cáliz y el corporal llenos de su Sangre 

Pero lo que tenemos que saber nosotros es que esto que sucedió en Bolsena, no es que sucedió en esa Misa y no volvió a suceder nunca más: en cada Santa Misa, aun cuando la Eucaristía no se convierta en un trozo de corazón que mane sangre, y aun cuando esa sangre no caiga en el cáliz, en el corporal y en el suelo de la capilla, lo mismo sucede el milagro, sin que lo veamos con los ojos del cuerpo: el pan y el vino se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, y eso es la Eucaristía. 



La reliquia del Milagro de Bolsena

No hace falta que en cada Santa Misa se repita el milagro de Bolsena, para que creamos: hace falta que tengamos fe en lo que nos enseña la Santa Madre Iglesia: por las palabras de la consagración que pronuncia el sacerdote ministerial –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, y la Sangre que sale del Corazón Eucarístico de Jesús, Jesús la quiere derramar, no como en el cáliz, en el corporal, o en el pavimento, como sucedió en el pueblito de Bolsena, sino en nuestros corazones, para que con esa Sangre nuestros corazones reciban al Espíritu Santo, al Amor de Dios.



El mármol impregnado con la Sagrada Sangre


Entonces, en la Fiesta de Corpus Christi, nos acordamos del milagro que sucedió en el pueblito de Bolsena, en donde el pan se convirtió en el Corazón de Jesús, de donde brotó su Sangre que se derramó en el cáliz; en la Misa, por las palabras del sacerdote, sucede el mismo milagro que en Bolsena, solo que no lo vemos con los ojos del cuerpo, sino con los ojos de la fe: el pan se convierte en el Sagrado Corazón de Jesús, de donde brota su Sangre, que quiere derramarse en nuestros corazones.



Al llevar Pedro de Praga la Hostia del milagro y el corporal manchado de Sangre, fue recibido por el Santo Padre, quien veneró las reliquias de rodillas.