Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 29 de agosto de 2015

El Evangelio para Niños: “Jesús les dice a los que van a la Iglesia que se han olvidado los Mandamientos de Dios”


(Domingo XXII – TO – Ciclo B – 2015)

En este Evangelio, Jesús les dice a los que van a la Iglesia –que en su tiempo se llamaban “escribas” y “fariseos”- que se han olvidado de los Mandamientos de Dios. Les dice también que, en vez de cumplir los Mandamientos de Dios, cumplen los mandamientos de los hombres: “Dejan de lado el Mandamiento de Dios, para seguir la tradición de los hombres” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23).
Es decir, Jesús les dice, a los escribas y fariseos, que iban todos los días al templo, que estudiaban la Biblia y la sabían casi toda de memoria, que vestían con hábitos religiosos, que a pesar de todo esto, se han “olvidado” –“han dejado de lado”- el Mandamiento de Dios.
¿Cuál es el “Mandamiento de Dios que los escribas y fariseos han olvidado?
El primer Mandamiento de la Ley de Dios, que es el más importante, porque el que los cumple, cumple con toda la Ley, es el que manda a amar por tres veces: a Dios, al hombre y a uno mismo: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Es un mandamiento hermoso, que nos manda, no una, sino tres veces, amar: a Dios, al prójimo y uno mismo.
Pero este mandamiento no nos manda a amar con cualquier amor; no nos manda amar con el amor de nuestro corazón, que es muy pobre, muy pequeño y muchas veces también, egoísta: Jesús nos manda amar con el Amor de su Sagrado Corazón, porque sólo con ese Amor –que es el Fuego de Amor que envuelve su Sagrado Corazón- podremos amar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.
Si no tenemos ese Amor en nuestro corazón, entonces somos como los escribas y fariseos: venimos a la Iglesia, pero nos olvidamos del Primer Mandamiento, el Mandamiento más importante, el Mandamiento del Amor.
¿Y dónde obtenemos ese Amor de Jesús? Lo obtenemos en donde está Jesús: en la Cruz y en la Eucaristía. Cuanto más acudamos a Jesús en la Cruz y cuanto más vayamos a visitarlo en el sagrario, más Amor vamos a recibir de Jesús y más Amor vamos a tener para poder cumplir el Primer Mandamiento.

Los escribas y los fariseos, a pesar de que estaban todo el día en la Iglesia, se habían olvidado del Amor de Dios y por eso eran duros de corazón; sino queremos ser como ellos, entonces vayamos siempre a arrodillarnos a los pies de Jesús crucificado y a Jesús en el sagrario, para tener siempre en la mente el Primer Mandamiento, y en el corazón, el Amor de Dios necesario para poder cumplirlo.

sábado, 22 de agosto de 2015

El Evangelio para Niños: “Sólo Jesús tiene palabras que dan la vida de Dios, que es eterna”


(Domingo XXI - TO - Ciclo B - 2015)

         Pedro le dice a Jesús: “Sólo Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 60-69). Para saber qué es lo que quiere decir Pedro, imaginemos lo siguiente: imaginemos a un hombre cualquiera, que le hablara a un trozo de pan, a una copa de vino y a una pequeña roca: por mucho que les hablara este hombre, ¿les daría vida? No, por supuesto que no, porque el pan, el vino y la roca, seguirían siendo lo que son: pan, vino y roca, es decir, cosas sin vida.
         Ahora, veamos lo que pasa en la Misa, en donde tenemos pan y vino sobre el altar: cuando el sacerdote pronuncia las palabras sobre el pan y el vino -es como si les "hablara" al pan y al vino-: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”, el que habla a través de la voz humana del sacerdote, es Jesús, que es Dios y que es el Sumo y Eterno Sacerdote. Entonces, como Él es Dios, es Él el que, hablando a través del sacerdote, da vida al pan y al vino, convirtiéndolos en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. 
       Es decir, antes de las palabras, el pan y el vino no tenían vida; luego de las palabras, tienen vida y la vida de Dios, que se llama “eterna” porque es perfectísima, y esto sucede porque el que pronuncia esas palabras es Jesús, que así demuestra que tiene “palabras de vida eterna”.
         ¿Y la roca? 
       La roca representa a nuestro corazón, que muchas veces es frío y duro como la piedra más fría y más dura y muchas veces está sin vida, como la roca, porque no tiene al Amor de Dios. Pero cuando Jesús nos habla al corazón le da vida, porque lo convierte, de roca dura y fría, en un corazón de carne, y además lo llena del Fuego del Espíritu Santo, que es la Vida y el Amor de Dios.

         Así nos damos cuenta de cómo es que sólo Jesús tiene “Palabras de vida eterna”, porque sólo Él es capaz de dar vida eterna, que es la vida de Dios, al pan, al vino y a la roca, que es nuestro corazón.

jueves, 20 de agosto de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 13 - Fue crucificado

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 13 - Fue crucificado[1]  
         Doctrina
         ¿Por qué quiso sufrir tanto Jesucristo en la Pasión y en la cruz? Jesucristo quiso sufrir tanto en la Pasión y en la cruz para mostrarnos más su amor e inspirarnos horror al pecado.
Dos ejemplos para entender esto: “para demostrarnos más su amor”, se entiende como cuando un esposo ama a su esposa (o viceversa): no es lo mismo que le diga: “Te amo mucho”, pero cuando la esposa tiene alguna necesidad se queda cruzado de brazos, a decirle: “Te amo mucho” y cuando tiene alguna necesidad, hace de verdad todo tipo de esfuerzos y sacrificios para auxiliarla: en el primer caso, no demuestra el amor, en el segundo, sí; pues bien, esto es lo que hizo Jesucristo al morir en la cruz por nosotros, y es demostrarnos hasta dónde llega su amor: hasta la muerte de cruz, que es una muerte dolorosa y humillante. Para que nos demos una idea de cuánto sufrió Jesús en la cruz, tenemos que pensar que el dolor era tan insoportable que literalmente no existían palabras para describirlo[2]. Se tuvo que inventar una nueva palabra llamada “excruciante” (que significa “de la cruz”) para describir semejante dolor[3].
         “Para inspirarnos horror al pecado”: todos nuestros pecados fueron cargados sobre sus espaldas; quiere decir que Él sufrió el castigo que cada uno de nosotros merecía, ante la Justicia Divina. Si queremos saber qué consecuencias tiene un pecado nuestro, elevemos nuestra mirada a Jesús crucificado y contemplemos todas y cada una de sus llagas, porque Él “él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is 53, 1-12). Entonces, somos nosotros y nadie más que nosotros la causa de sus heridas: si Jesús está en la cruz, con tantas heridas y golpes y con su Sangre vertiendo por sus heridas, es por causa de nuestros pecados y cada pecado nuestro es una herida en el Cuerpo de Jesús crucificado. Esto tiene que llevarnos al propósito de no pecar más, con tal de no seguir hiriendo a Nuestro Señor. Al verlo crucificado, movidos por el Amor del Espíritu Santo, deberíamos decir, con Santa Teresa de Ávila: “No me mueve, mi Dios, para quererte/el cielo que me tienes prometido/ni me mueve el infierno tan temido/para dejar por eso de ofenderte/Tú me mueves, Señor,/ muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido,/ muéveme ver tu cuerpo tan herido,/ muévenme tus afrentas y tu muerte./Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,/ que aunque no hubiera cielo, yo te amara,/ y aunque no hubiera infierno, te temiera./ No me tienes que dar porque te quiera,/ pues aunque lo que espero no esperara,/ lo mismo que te quiero te quisiera./
         ¿Por quiénes padeció Jesucristo? Jesucristo padeció y murió por todos y cada uno de los hombres, desde Adán, hasta el último hombre nacido en el Último Día. Toda la Pasión la sufrió de modo individual por cada uno de nosotros, de manera tal que si sólo nosotros hubiéramos pecado en todo el mundo, Él se habría encarnado y sufrido la Pasión sólo por nosotros.
         ¿Dónde y cuándo murió Jesucristo? Jesucristo murió sobre el Calvario en Jerusalén, la tarde del Viernes Santo. Según la Tradición, la cruz fue clavada en el Monte Calvario, en el mismo sitio en donde Adán fue enterrado, de manera tal que la Sangre de Jesucristo, cayendo desde la cruz, se infiltró por la tierra hasta llegar a Adán, para darle nueva vida, la vida eterna.


La crucifixión, de Fra Angelico
En esta imagen vemos representada la crucifixión de Jesús. El cráneo que se observa abajo es, según la Tradición, el cráneo de Adán. Al tomar contacto con la Sangre de Jesús, Adán es vuelto a la vida, al recibir la vida eterna. Después de haber sufrido toda suerte de insultos y burlas, al llegar Jesús al Calvario le despojaron de sus vestiduras y con fuertes clavos sujetaron sus manos y pies a la cruz.
El Señor, después de ser crucificado y puesto entre dos ladrones, estuvo tres horas en agonía; y después de haber pronunciado siete palabras, que encierran sublimes y sobrenaturales enseñanzas, expiró a las tres de la tarde. Por eso la Hora de la Divina Misericordia es a las tres de la tarde.
He aquí las siete palabras que dijo Jesús en la cruz:
1ª. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Jesús pedía perdón al Padre por todos y cada uno de nosotros, que fuimos los que lo crucificamos. En vez de pedir justicia y venganza a Dios, Jesús pide perdón para nosotros, y ése es el fundamento de porqué tenemos que perdonar a nuestros enemigos: porque Jesús nos perdonó primero desde la cruz, siendo nosotros sus enemigos.
2ª. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43). Jesús promete al buen ladrón el paraíso, porque se arrepintió a tiempo, antes de morir y así se convirtió en uno de los primeros santos en ser redimidos por la Sangre de Jesús. Como el buen ladrón, también nosotros debemos reconocer a Jesús como nuestro Salvador, para escuchar de sus labios estas dulces palabras, el día de nuestra muerte: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
3ª. “He aquí a tu Madre. Mujer, he aquí a tu hijo” (Jn 19, 26-27). Jesús nos dona a su Madre, como Madre nuestra del cielo, porque en Juan estábamos todos representados. ¡Hasta dónde llega el amor de Jesús por nosotros, que nos regala lo que más amaba en la tierra, su amantísima Madre, la Virgen María! ¡Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, haz que seamos dignos hijos tuyos, nacidos para el cielo al pie de la cruz!
4ª. “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 6). En realidad, Dios nunca abandonó a Jesús, pero permitió que Jesús experimentara el abandono, para que nosotros supiéramos que Dios está siempre con nosotros y nunca nos abandona. Un detalle: si Dios Padre parece abandonar a Jesús –aunque en realidad no lo hace nunca-, la Virgen permanece siempre al pie de la cruz, y eso es un consuelo para nosotros, porque sabemos que nuestra Madre del cielo nunca nos abandona, así como no abandonó a su Hijo Jesús cuando agonizaba y moría en la cruz.
5ª. “Tengo sed” (Jn 19, 28). Como consecuencia de la abundante pérdida de Sangre, Jesús experimenta, entre otras cosas, una sed ardentísima; escuchándolo decir: “Tengo sed”, los soldados le alcanzan para beber una esponja con agua, mezclada con vinagre y con un calmante para los dolores. Sin embargo, Jesús se niega a beber, porque la sed más ardiente de Jesús no es la del Cuerpo, sino la de su Corazón: es su Corazón Sagrado el que siente sed del amor de los hombres, y los hombres, en vez del agua pura del amor a Dios, le dan vinagre, es decir, la malicia y el rechazo de Dios, porque eso es lo que representa el vinagre: la malicia de nuestros pecados, que da sabor agrio al agua, es decir, a la vida, cuyo Autor es Jesús, el Hombre-Dios. Jesús rechaza también el calmante y esto lo hace para sufrir hasta lo último, por nuestro amor y por nuestra salvación. ¡Jesús, cuánto has sufrido por nosotros, con dolores inconcebibles e inimaginables! ¡Permite, por los dolores de tu Madre, que saciemos tu sed de amor con la acción de gracias y con el amor de nuestro pobre corazón!
6ª. “Todo se ha cumplido” (Jn 19, 30). Con estas palabras, Jesús revela que el sacrificio en el tiempo, por el cual habría de salvarnos, está consumado; significa que, desde ahora, sus brazos abiertos en la cruz nos descubren su Sagrado Corazón, Puerta de la eternidad, que será traspasado por la lanza, para abrirnos paso al Reino de los cielos. Jesús ha cumplido con la Voluntad del Padre, dando hasta la última gota de su Sangre por nuestra salvación; Jesús ha cumplido el tiempo de su Pasión, por medio de la cual nos obtuvo una eternidad de alegría y de bienaventuranzas; Jesús. ¡Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz, nos abriste las puertas del cielo!
7ª. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Luego de decir estas palabras, Jesús muere en la cruz. Al producirse su muerte, el universo todo muestra su luto y su dolor al oscurecerse el sol y temblar la tierra, demostrando así con estos prodigios, que el que moría en la cruz no era un hombre más entre tantos, sino el Hombre-Dios. Jesús ha cumplido su misterio pascual: venía del Padre, ahora retorna al Padre, desde donde inhabita por la eternidad. Que siempre, pero sobre todo en la hora de nuestra muerte, seamos revestidos de la Sangre de Jesús, para que a imitación suya encomendemos, por manos de María, nuestra alma al Padre, para que el Padre, viéndonos revestidos de la Sangre del Cordero, bese nuestras almas con el sello de su Amor, el Espíritu Santo, y así comencemos a vivir en la felicidad eterna del Reino de los cielos.
Además, como consecuencia de su sacrificio redentor, algunos muertos resucitaron, liberados por Él del Hades, el limbo de los justos del Antiguo Testamento, indicando así el accionar de la Divina Misericordia a través de Jesús; sin embargo, para otros, la Divina Misericordia daba paso a la Justicia Divina, y fue así como el velo del templo se rasgó de arriba abajo, sin que nadie lo tocara, indicando que finalizaba la Ley Antigua, para dar paso a la Ley Nueva de la gracia santificante.
Práctica: tendré presente siempre la muerte de Jesús en la cruz y cuánto sufrió por mi amor, para cumplir el propósito de no pecar más, para no herirlo más en la cruz. Imitaré su ejemplo de sufrir sin quejarse, y aún gustoso, porque así nos redimía y nos conducía al cielo, reparando ante el Padre las ofensas del pecado, al tiempo que nos abría las puertas del cielo, dándonos ejemplo extraordinario de paciencia, conformidad y penitencia. A imitación suya, no solo no me quejaré ante las dificultades, sino que todo lo sufriré en unión con su Pasión y Muerte en cruz, para salvar a mis hermanos.
También, cuando pase ante una cruz, saludaré a mi Redentor diciendo: “Te adoramos, Señor y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste el mundo”.
Palabra de Dios: “Cargó con nuestras iniquidades y sufrió por nuestros pecados” (Is 53, 5-6). “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito, para que sea salvo por Él” (Jn 3, 17). “Dios nos ha arrebatado del poder de las tinieblas para llevarnos al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados” (Col 1, 13-14). “Nos amó y se entregó a la muerte por nosotros” (Gál 2, 20). “Cristo padeció por nosotros…” (2 Pe 2, 21). “Él es propiciación por nuestros pecados y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo” (1 Jn 2, 2).
Ejercicios bíblicos: Mc 10, 45; Lc 23, 33; Jn 3, 16; Rom 8, 18.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.
[2] Cfr. http://www.corazones.org/jesus/sufrimientos_pasion_medicina.htm
[3] Cfr. ibidem.

domingo, 16 de agosto de 2015

El Evangelio para Niños: Jesús en la Eucaristía es el Pan Vivo bajado del cielo


(Domingo XX – TO – CicloB - 2015)

         Cuando Jesús les dice a los judíos que Él es “el Pan Vivo bajado del cielo” y que “ese Pan que Él dará es su carne, para la vida del mundo”, y que “su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida”, los judíos no pueden entender de qué está hablando Jesús. Dicen: “¿Cómo puede darnos a comer su carne y beber su sangre, si nosotros lo conocemos desde chiquito, y aquí en el pueblo son conocidos por nosotros su mamá y su papá?”.
         Dicen así porque no saben que Jesús está hablando de la Eucaristía, porque es en la Eucaristía en donde nosotros comemos su Carne resucitada y su Sangre glorificada.
         La Eucaristía es verdadera comida y verdadera bebida, porque es la Carne del Cordero de Dios y es la Sangre del Cordero de Dios, sólo que bajo apariencia de pan y de vino.
         Muchos pueden decir: pero si la Eucaristía es sólo un pedacito de pan, ¿cómo puede ser verdadera comida y verdadera bebida? Puede serlo, porque es la Carne del Cordero de Dios y es la Sangre del Cordero de Dios.

         ¿Es importante alimentarse de la Eucaristía? ¿Da lo mismo nutrirse de la Eucaristía a no hacerlo? Es importante alimentarse de la Eucaristía, y no da lo mismo nutrirse de la Eucaristía a no hacerlo: el que se alimenta de la Eucaristía, tiene la salvación de Dios y la vida de Dios; el que no se alimenta de la Eucaristía, no tiene ni la salvación de Dios ni su vida.

jueves, 13 de agosto de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión: Lección 12 - "Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos"

Catecismo para Niños de Primera Comunión  Lección 12 Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos[1]  


Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote

         Doctrina
            Si Jesús era Dios, ¿podía sufrir? Sí, Jesús podía padecer en su naturaleza humana lo mismo que todos los hombres. Sin embargo, tenemos que recordar que Jesús no era un simple hombre, sino el Hombre-Dios. Por lo tanto, su estado natural era el de tener un cuerpo glorificado, como en la Epifanía –a poco de nacer su cuerpo traslució la gloria divina- y en la Transfiguración –en donde también su cuerpo, su rostro y sus vestiduras dejaron ver, por un instante, la gloria de Dios, en forma de luz-. Esto quiere decir que, para poder sufrir la Pasión, y así demostrarnos hasta dónde llegaba su Amor por cada uno de nosotros, tuvo que hacer un milagro: esconder la gloria de su cuerpo, hasta la Resurrección, para poder sufrir la Pasión. Esto se debe a que un cuerpo glorificado no puede sufrir. Es decir, si Jesús no hubiera hecho el milagro de ocultar la gloria de su cuerpo, que le correspondía por ser el Hombre-Dios, no podría haber sufrido la Pasión. Si sufrió la Pasión, es porque, por un milagro, ocultó su gloria hasta el Domingo de Resurrección. Por otra parte, el hecho de que Jesús sea Dios, hizo que los sufrimientos que experimentó en su cuerpo y en su alma, tuvieran un valor infinito de satisfacción de nuestros pecados.
         Jesucristo, en cuanto hombre, ¿es igual a nosotros? Jesucristo, en cuanto hombre, es igual a nosotros, excepto en el pecado, que Él no tuvo ni pudo tener (Heb 4, 15). Su Humanidad es perfectísima, porque no sólo no tenía pecado alguno ni lo podía tener, sino que además Él era Dios Hijo en Persona y Dios es Tres veces Santo y le comunicó de esa santidad a la Humanidad de Jesús cuando Jesús se encarnó en el seno de María Santísima. Esto quiere decir que Jesús no sólo no podía decir ni la más pequeña mentira, ni tampoco experimentar la más pequeña malicia, sino que su Sagrado Corazón ardía siempre en el Amor Santo de Dios, que es Puro y Perfectísimo.
         Jesús sufrió muchísimo en la Pasión. ¿Eran necesarios todos esos tormentos y sufrimientos? No eran necesarios, porque Jesús, siendo la Persona divina del Hijo, podría habernos redimido sin sufrir, o con una sola gota de su Sangre Preciosísima. Sin embargo, quiso sufrir hasta el extremo de la muerte en cruz, para demostrarnos hasta dónde llega su infinito Amor por cada uno de nosotros. No es lo mismo decir “te amo”, sin dar nada como prueba de ese amor, a decir “te amo”, como lo hace Jesús, que para probar que es verdad que nos ama, nos entrega el don inapreciable de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
         Explicación
         Las palabras del Credo “Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos” significa que Jesús sufrió Pasión y Muerte cuando gobernaba en Jerusalén el gobernador romano Poncio Pilatos.


Cristo ante Pilatos
         Vemos a Jesús ante Pilatos, quien está perplejo porque reconoce que Jesús es inocente, pues dijo: “Yo no hallo en Éste ningún crimen” (Jn 18, 38). Sin embargo, a pesar de reconocer que Jesús no ha cometido “ningún crimen” y dándose cuenta de que los judíos lo entregan por envidia, ante las insistencias y amenazas de demandarlo al César por parte de quienes acusan a Jesús, y por temor a perder su cargo de gobernador, Pilatos condena a Jesús, primero a ser castigado con latigazos y luego a la muerte. Así, se convierte en la figura de los jueces injustos, que por temer más a los hombres que a Dios, castigan con sus fallos inicuos a los más inocentes e indefensos.


Cristo es flagelado
         Cristo, antes de ser crucificado, fue azotado con una ferocidad inhumana, siendo flagelado con látigos que incluso tenían puntas de metal en sus extremos. Recibió tantos latigazos, que todo su Cuerpo y también el patio en donde estaba amarrado a la columna, quedaron cubiertas con su Sangre Preciosísima; de esta manera, Cristo expiaba los pecados de impureza (de pensamiento, de deseo, de palabra y de obra) de todos los hombres.

Cristo es coronado de espinas

         La coronación de espinas fue un tormento ideado para burlarse de Jesús, que había dicho: “Yo Soy Rey, para eso he venido (…) mi Reino no es de este mundo” (cfr. Jn 18, 36-37). Para burlarse de sus palabras y de su condición de Rey, además de la corona, le pusieron a Jesús un manto púrpura –que luego, cuando la sangre se secó, quedó adherida a sus heridas, y cuando lo fueron a crucificar, le arrancaron este manto púrpura, abriendo sus heridas, que manaron mucha sangre y le provocaron muchísimo dolor-, y una caña en sus manos, imitando los cetros de marfil que usan los reyes. Jesús es Rey de los ángeles y de los hombres, por naturaleza –Él es Dios- y por conquista –porque con su Pasión y Muerte en cruz conquistó las almas de todos los hombres para su Padre Dios-; Él se merecía una corona de oro, como símbolo de la corona de gloria que posee por ser Hijo de Dios, y sin embargo, nosotros, con nuestros pecados, lo coronamos con espinas. Las espinas representan a nuestros pecados de pensamiento; Jesús se deja coronar de espinas, para expiar estos pecados y para que no solo no tengamos malos pensamientos, sino para que tengamos pensamientos santos y puros, como los tiene Él, coronado de espinas. Según relata el Evangelio, los judíos rechazaron la reyecía de Jesús, diciendo: “No queremos que Éste reine sobre nosotros” (Lc 19, 14); los cristianos, en cambio, pedimos que Jesús sea el Rey de nuestros corazones: “Venga a nosotros tu Reino”.
         Práctica: Me esforzaré no solo por no pecar, sino por conservar y acrecentar cada vez más la gracia, ya que son mis pecados los que hicieron sufrir a Jesús en la Pasión.
         Palabra de Dios: (Jesús lloró ante Jerusalén impenitente): “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no quisiste” (Mt 23, 37).
         Jesucristo es “nuestro Pontífice, santo, inocente, inmaculado” (Heb 7, 26); Él es el que pudo lanzar este reto al mundo: “¿Quién de ustedes me argüirá de pecado?” (Jn 8, 46). Él, siendo la suma inocencia, “nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios” (Ef 5, 2), cargando sobre sí nuestros pecados, presentándose como culpable en lugar nuestro, e interponiéndose entre la Justicia Divina y nosotros.
         Ejercicios bíblicos: Mc 10, 33-34; Ap 1, 5; 1 Jn 4, 9.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Formación para Catequistas: Jesucristo, el Hombre-Dios, comunica su gracia a través de los Sacramentos


Jesucristo es el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios Hijo encarnado en una naturaleza humana.
Se encarnó en María Virgen para salvarnos y para conducirnos a la vida eterna. En esto consiste su Misterio de Redención: en que sufrió la Pasión y Muerte en Cruz para salvarnos y para llevarnos al Reino de los cielos.


¿De qué nos salva Jesús con su muerte en cruz?
De un triple peligro mortal para nuestras almas:
Del pecado;
del mundo;
del Demonio.
Es su Sangre, derramada en la cruz, la que nos salva de este triple peligro mortal:
-por su Sangre Preciosísima, Jesucristo nos salva del pecado, porque su Sangre lava, limpia, quita los pecados de mi alma;
-nos salva del mundo, porque con su Sangre nos concede la gracia santificante, que nos santifica con su propia santidad;
-nos salva del Demonio, porque quien está bañado en la Sangre del Cordero, es hecho partícipe de su propia santidad y es revestido de su misma fortaleza, y por eso el Demonio huye de su presencia; además, quien muere en gracia, no sólo se salva de Infierno y del Demonio, sino que es conducido al Reino de los cielos.


Por eso nos preguntamos: si Jesús nos salva con su Sangre Preciosísima, derramada en la cruz, ¿cómo hacemos nosotros, que vivimos en el siglo XXI, para quedar bañados en su Sangre y revestidos de su gracia?


La respuesta es: a través de los Sacramentos, porque los Sacramentos nos transmiten la gracia santificante, que brota de su Corazón traspasado en la cruz.


Ésa es la razón por la cual no da lo mismo recibir o no recibir un Sacramento: quien recibe un Sacramento, recibe la gracia santificante; quien no lo recibe, no recibe la gracia santificante y queda sustraído, por libre voluntad, del poder salvífico y redentor de Jesucristo.
Para comprender la razón de porqué NO ES lo mismo recibir un Sacramento o no recibirlo, es necesario comprender primero qué es el Sacramento  y que el Sacramento es la “unión” entre el Sacrificio en Cruz de Jesucristo el Redentor, con nuestras almas, separadas por el tiempo -21 siglos- y el espacio –miles de kilómetros-, del Sacrificio del Calvario.


En otras palabras, sino existieran los Sacramentos, no tendríamos posibilidad alguna de alcanzar la gracia santificante, que se nos comunica con la Sangre que brota del Corazón traspasado de Jesús.
Los Sacramentos son la extensión de la Humanidad gloriosa del Salvador, que de esta manera nos alcanza, en el tiempo y en el espacio, para concedernos su gracia santificante.
Un Sacramento no es un rito externo vacío: es un “signo sensible, instituido por Nuestro Señor Jesucristo, que PRODUCE la gracia en nuestras almas”, que así quedan santificadas.


Que el Sacramento “PRODUZCA” la gracia, quiere decir que CREA la gracia –propia de cada Sacramento-, y la gracia nos hace partícipes de la vida divina de Dios Uno y Trino.
Puesto que Dios es Tres Veces Santo, la gracia recibida a través de los Sacramentos, nos SANTIFICA, nos hace santos, como Dios es Santo.
Esta santificación, se obtiene por la gracia, PRODUCIDA Y TRANSMITIDA por los Sacramentos.
Sin los Sacramentos, no hay posibilidad alguna de santificación y el alma queda bajo el dominio de sus enemigos mortales: el pecado, el mundo y el Demonio.
Los Sacramentos comunican la gracia –que proviene de la Sangre del Corazón traspasado de Jesús-, y la gracia es un don interno que viene a nuestra alma y la embellece con la misma belleza de Dios.
Para darnos una idea de un alma sin Sacramentos, a un alma con Sacramentos, Nuestro Señor Jesucristo utilizó diversas figuras, como por ejemplo, la Vid y los sarmientos: la Vid es Él, los sarmientos somos nosotros, y así como un sarmiento injertado en la vid, comienza a recibir su savia y vive, dando frutos –la uva-, así el alma que es injertada en Cristo, Vid Verdadera, por el Sacramento, recibe su gracia y vive con la vida de Dios Trino y produce frutos de santidad.
Por el contrario, quien no recibe el Sacramento, es como el sarmiento que se seca y que sólo sirve para “ser arrojado al fuego” (cfr. Jn 15, 5ss).


Otras figuras de los Sacramentos: una fuente que mana agua cristalina y pura; el sol que ilumina; un bosque frondoso, el grano de mostaza; etc.


“Como busca el ciervo corrientes de agua, así mi alma 
te busca a Ti, Dios mío” (Sal 41).


La gracia viene a nosotros por primera vez por el Sacramento del Bautismo, se acrecienta por el Sacramento de la Eucaristía, se pierde por el pecado mortal, y se recupera por el Sacramento de la Penitencia.

Por todas estas razones, no es lo mismo recibir un Sacramento, que no recibirlo.

sábado, 8 de agosto de 2015

El Evangelio para Niños: Jesús en la Eucaristía es el Pan de Vida eterna



(Domingo XIX - TO - Ciclo B - 2015)

         En este Evangelio, Jesús nos dice que Él es el “Pan de Vida” y el “Pan vivo bajado del cielo”, pero los judíos, que lo conocían desde chiquito, no le creen. Los que vivían con Él en el pueblo, se preguntaban: “Si Jesús es el hijo de José, el carpintero, y de María, y si nosotros lo conocemos desde chiquito, ¿cómo puede decir que Él es “Pan de Vida y que ha bajado del cielo?". Los judíos decían esto porque no tenían la fe de la Iglesia, ni la luz del Espíritu Santo, por la cual nosotros sabemos y creemos que Jesús es el Pan de Vida y que ha bajado del cielo.
         Nosotros, como tenemos la fe de la Iglesia y la luz del Espíritu Santo, que nos hacen creer que Jesús es el Pan bajado del cielo, aunque no veamos con los ojos del cuerpo, sabemos que Jesús en la Eucaristía es el Pan de Vida, el Verdadero y Único Maná bajado del cielo. Nosotros sabemos, porque así lo hemos aprendido en el Catecismo, que aunque no veamos a Jesús con los ojos del cuerpo, sí lo podemos ver con los ojos de la fe, Presente, vivo y lleno de la luz y de la gloria de Dios, en la Eucaristía.
         Si pudiéramos ver con los ojos del cuerpo a Jesús en la Eucaristía, no podríamos levantar la vista, así como no podemos ver cara a cara al sol, porque la Eucaristía es Jesús, que brilla más que miles de millones de soles juntos, porque Él es Dios.
         Jesús en la Eucaristía es Pan, pero no un pan sin vida, como el pan de la mesa, el que comemos todos los días: en la Eucaristía, Jesús es un Pan Vivo, porque alimenta con la vida de Dios a quien lo consume con fe y con amor.

         Le pidamos a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, que interceda por nosotros para que no solo nos interesa comer el pan de la mesa, sino ante todo, para que tengamos hambre –un hambre voraz, como cuando volvemos del colegio, o de jugar un partido de fútbol, o como cuando venimos de correr con nuestros amigos- del Pan de la Misa, la Eucaristía, que alimenta no el cuerpo, sino el alma, con el Amor de Dios. 
         Y le pidamos también a la Virgen, que después de alimentarnos con el Amor de Dios, que se nos da en el Pan Eucarístico, seamos capaces de dar algo, aunque sea muy poquito, a nuestros hermanos, de ese Amor de Dios que recibimos en cada Pan del cielo, la Hostia consagrada.

martes, 4 de agosto de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión: Lección 11 - La Redención de Jesucristo, el Hombre Dios

Catecismo para Niños de Primera Comunión  Lección 11 La Redención de Jesucristo el Hombre Dios[1]  

Jesús suda Sangre en el Huerto de los Olivos

         Doctrina

         ¿Qué es el misterio de la Redención? Es el misterio de Jesucristo sufriendo y muriendo en la cruz, para nuestra salvación. Jesús nos redimió ofreciendo el sacrificio de su vida en la cruz; Él recibió, en la Pasión y en la cruz, el castigo que justamente merecíamos por nuestros pecados. Siendo Él Inocente –como Dios no podía tener ningún pecado, y como Hombre perfecto tampoco-, quiso ofrecerse voluntariamente a Dios Padre, para que nosotros no recibiéramos el castigo que la Justicia Divina tenía preparado para nosotros, por nuestros pecados. Él se interpuso entre nosotros y Dios, recibiendo en su Cuerpo lo que merecíamos por haber ofendido a Dios con la malicia del corazón, el pecado. Al morir en cruz y derramar su Sangre, lavó con su Sangre nuestros pecados y nos dio la gracia de ser hijos adoptivos de Dios, y en eso consiste el misterio de la Redención.
         ¿De qué nos ha redimido Jesús? Jesús nos ha redimido del pecado y de la eterna condenación. En la Plegaria Eucarística I del Misal Romano, la Iglesia hace esta petición: “Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos. [Por Cristo, nuestro Señor”. Es decir, la Iglesia pide a Dios, para nosotros, dos cosas: que nos libre de la “condenación eterna” y que nos lleve al cielo: “cuéntanos entre tus elegidos”, y todo esto que pide la Iglesia, nos consiguió Jesucristo por el misterio de la Redención, su muerte en cruz.
         Entonces, ¿qué es lo que Jesús nos obtuvo y mereció para nosotros con su Pasión y Muerte en cruz? Jesús nos obtuvo el perdón de los pecados, interponiéndose entre la Justicia Divina y nosotros, nos libró así de la “condenación eterna”, y con su Sangre derramada, nos donó el Espíritu Santo, que nos otorga la gracia de ser hijos adoptivos de Dios. ¡Hermosísimos regalos del Hombre-Dios Jesucristo para con todos los hombres!
         ¿Con qué disposición de ánimo entregó Jesús su vida? Jesús dio su vida por obediencia a su Padre celestial y por amor a nosotros, hombres pecadores. Jesús entregó su vida voluntariamente, y esto quiere decir, de forma libre, no obligado, y por puro Amor a su Padre Dios, que era quien le pedía que muriese en la cruz para salvarnos. Jesús no subió a la cruz ni a la fuerza, ni con miedo, ni ningún mal sentimiento: subió a la cruz con Amor, obedeciendo a Dios Padre con todo el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo. Con esa misma disposición de ánimo, debemos nosotros asistir a la Santa Misa, para unirnos al sacrificio de Jesús, por la salvación del mundo.
         Explicación


Jesús ora en el Huerto de Getsemaní y suda Sangre, a causa de la enormidad de la malicia de los corazones de los hombres.
         En esta imagen vemos a Jesús postrado en tierra y orando a Dios Padre, pidiendo perdón por nuestros pecados. Mientras oraba, Jesús no solo vio pasar ante sí la horrible fealdad de nuestros pecados –nuestros pecados personales y los de todo el mundo-, sino que cargó VERDADERAMENTE sobre sí a esos pecados. La vista de tanta fealdad y maldad y el saber que iba a sufrir inútilmente para muchos, porque muchos lo iban a rechazar, hizo que Jesús sintiera tanta angustia y dolor, que comenzó a sudar Sangre. Así empezaba a lavar nuestros pecados, al precio de su Sangre Preciosísima. Y mientras Jesús oraba al Padre, pidiendo por nosotros, sus Apóstoles –Pedro, Santiago y Juan- “dormían”, a pesar de que Él les había pedido que “oraran junto con Él”,lo cual motiva el dulce reproche de Jesús: “¿No habéis podido orar una hora conmigo?” (Mt 26, 36-46). De la misma manera, muchos cristianos prefieren dormir –o divertirse, o hace cualquier otra cosa-, en vez de visitar y adorar a Jesús Eucaristía en el sagrario. La falta de oración, o la oración hecha con tibieza, es la causa de la falta de fuerzas espirituales para luchar contra la tentación; los Apóstoles, debido a que no fueron capaces de acompañar a Jesús mientras oraba en el Huerto de Getsemaní, luego no tuvieron fuerzas para defender a Jesús cuando llegaron los soldados romanos y los judíos para apresar a Jesús, y huyeron.


Judas Iscariote entrega a Jesús con un beso, vendiéndolo por 30 monedas de plata.

         Aquí vemos a Judas Iscariote, que con un beso en la mejilla, entrega a Jesús, pues él les había dado esta señal: “Aquel a quien yo besare, ése es; prendedle” (Mc 14, 44).
         Al darle el beso traidor, Jesús le dice a Judas: “Amigo, ¿a qué has venido?” (Mt 14, 44; Lc 22, 48). Al tratarlo de “amigo”, Jesús le concedió a Judas, en ese momento, la gracia del arrepentimiento, pero Judas despreció esa gracia, no se arrepintió, se desesperó y se ahorcó.
         Práctica: Consideraré los dolores del Redentor con íntima compasión, agradeciéndole cada dolor sufrido por mí y cada gota de Sangre derramada por mí. Le pediré la gracia a la Virgen, de imitar a Jesús en el Huerto de los olivos, y cumplir siempre la Voluntad del Padre, aun cuando me cueste hacerlo.
         Palabra de Dios: “Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por los amigos” (Jn 15, 13); (Jesús en el Huerto de los Olivos oraba): “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). “Habéis sido rescatados… no con plata y oro, corruptibles, sino con la Sangre preciosa de Jesucristo” (1 Pe 1, 18-19).
         Ejercicios bíblicos: Col 1, 14; 1 Jn 2, 2; 2 Pe 2, 21.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

sábado, 1 de agosto de 2015

El Evangelio para Niños: Jesús es el Pan que da la vida de Dios


(Domingo XVIII – TO – Ciclo B – 2015)

El Evangelio nos cuenta que la gente busca a Jesús para hacerlo rey, porque Jesús les ha hecho el milagro de multiplicar panes y pescados y les ha satisfecho el hambre que tenían (cfr. Jn 6, 24-35). Pero Jesús no se deja coronar rey, porque Él no es rey de la tierra, sino Rey del cielo; Él quiere ser Rey de nuestros corazones, no de un lugar de la tierra, sino de nuestros corazones.
Jesús les dice que más importante que el pan de la tierra, el pan que comemos todos los días en la mesa, es el Pan del cielo, el Pan que alimenta no el cuerpo, con trigo y agua, sino el alma, con la Vida de Dios. El pan de la tierra nos nutre con trigo y agua y fortalece el cuerpo; el Pan que nos da Jesús, que es Él mismo en la Eucaristía, nos alimenta el alma, con la Vida de Dios.
Hagamos esta comparación, para darnos cuenta de qué es lo que quiere enseñarnos Jesús: el pan que comemos todos los días en la mesa, es un pan hecho de harina de trigo y agua; es cocido en el horno de la panadería, con fuego de la tierra, el fuego que todos conocemos, y cuando lo comemos, nos alimenta el cuerpo, porque nuestro aparato digestivo lo descompone en partes pequeñas, para que luego el tubo digestivo lo asimile y distribuya sus nutrientes, por medio de la sangre, por el organismo.
El Pan que nos da Jesús, la Eucaristía, en la Santa Misa, es un Pan que parece pan de trigo y agua, pero no es pan de trigo y agua, porque es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; es un Pan que es cocido con un fuego que no es de la tierra, sino del cielo, el Fuego del Espíritu Santo; es un pan que se cuece en el horno ardiente del Amor de Dios, y cuando lo consumimos, no alimenta nuestro cuerpo: se disuelve en la boca, y en vez de distribuirse por el organismo, como lo hace el pan común, este Pan del cielo se distribuye por el alma y nos nutre con la Vida de Dios y el Amor de Dios, y así nuestra alma queda toda llena de Dios, de su Vida y de su Amor, y así ya no quiere ninguna otra cosa.

Entonces: el pan de la tierra nos alimenta el cuerpo con trigo y agua; el Pan del cielo, la Eucaristía, nos alimenta el alma con el Amor de Dios.

Busquemos siempre este Pan, la Eucaristía, porque la Eucaristía es el alimento del alma, que nos alimenta con la Vida y con el Amor del Sagrado Corazón de Jesús.