Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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sábado, 12 de diciembre de 2015

El Evangelio para Niños: Juan bautiza con agua; Jesús, con el Espíritu Santo


(Domingo III – TA – Ciclo C – 2015)

         En este Evangelio, podemos comparar dos clases de bautismos: Juan y Jesús, los dos bautizan, pero de manera distinta: Juan, con agua; Jesús, con el Fuego del Espíritu Santo.
         El bautismo de Juan es con agua solamente: se vierte desde la cabeza y luego corre por la cara y el cuerpo. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que el agua, así como limpia algo que está sucio cuando la dejamos correr –por ejemplo, la parte de arriba de una mesa, si está llena de tierra, echamos agua y limpiamos la mesa, porque el agua arrastra la tierra-, así también limpia el corazón de malos deseos y de malos propósitos, dejando a las personas con deseos de portarse bien. Por ejemplo, cuando Juan dice que no hay que ser egoístas, y si alguien tiene dos túnicas, que dé una al que no tiene; o si alguien tiene algo de comida, que lo comparta con el que no tiene nada para comer; o en el caso de los soldados, que sean buenos con la gente y no se lleven nada de lo que no les pertenece. El bautismo de Juan hace que la gente desee ser buena, pero como el agua no llega al corazón, porque se derrama en la cabeza y luego sigue por la cara y el cuerpo, la gente desea hacer el bien, pero hace muy poco o nada, porque se queda sin fuerzas. Y aún más, puede hacer el mal.
         ¿Con qué bautiza Jesús? Dice Juan que Jesús no bautiza con agua, sino con el Fuego del Espíritu Santo. Jesús, como es Dios, sopla el Espíritu Santo junto con su Papá Dios y ese Fuego que es el Espíritu Santo, entra en el corazón del hombre, que está manchado por el pecado, y lo limpia, porque el fuego purifica todo; entonces, le quita el pecado y lo deja puro, pero además, le da la gracia de Dios, que le permite tener la fuerza de Dios y por eso los santos hacían grandes obras de misericordia, como por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta, que atendió ella sola a miles de enfermos. ¿Y de dónde sacaba tanta fuerza la Madre Teresa, si ella pequeñita y muy flaquita? Además, ¿de dónde sacaba el amor para hacer todo por amor a Jesús y no por amor al dinero? Porque una vez un periodista le dijo que él no haría este trabajo que hacía ella, el de atender a los enfermos más enfermos, ni por un millón de dólares y la Madre Teresa le dijo: “Yo tampoco lo haría por un millón de dólares, ni por cien: lo hago por Jesús”. Ella podía hacer tanta caridad con los pobres que sufrían, porque el Espíritu Santo era el que le daba fuerzas y atendía a los pobres a través de ella.

         Todos nosotros hemos recibido el Espíritu Santo, que ha limpiado nuestros corazones del pecado original, dejándolos puros y brillantes por la gracia, en el bautismo. Todos tenemos a nuestra disposición la gracia de Dios, que nos da la fuerza y el amor de Dios para ayudar a los más necesitados, obrando alguna de las catorce obras de misericordia que nos dice la Iglesia. Si queremos ir al cielo, entonces, tenemos que ser buenos, tenemos que ser santos, tenemos que hacer obras buenas, y lo podemos hacer, con mucha facilidad, sabiendo que es el Espíritu Santo, el Fuego del Amor de Dios, el que actúa a través nuestro.

domingo, 6 de diciembre de 2015

El Evangelio para Niños: Preparemos el corazón para recibir a Jesús


(Domingo II – TA – Ciclo C - 2015-16)

En la primera parte del Adviento la Iglesia nos hace acordar que Jesús, que ya vino por Primera Vez, en el Portal de Belén, va a venir por Segunda Vez, “en una nube del cielo, lleno de poder y gloria”, para dar el premio a los buenos y el castigo a los malos.
Y para que nos preparemos para su Segunda Venida –la cual no sabemos cuándo habrá de suceder, porque eso sólo lo sabe Dios Padre- la Iglesia nos hace acordar lo que dijo el Profeta Isaías y que luego repitió San Juan Bautista: “Preparen el camino del Señor. Enderecen los caminos sinuosos (…) Los valles serán rellenados, las colinas y las montañas aplanadas” (cfr. Lc 3, 1-6).
Es decir, para esperar a Jesús que vendrá al final de los tiempos, parece que tuviéramos que traer una topadora y hacer que los caminos que tienen muchas curvas, queden todos derechitos; después, tendríamos que traer muchos camiones de tierra, para rellenar los valles, y por último, tendríamos que hacer que todas las montañas queden planas. ¿Eso nos pide la Iglesia? No, porque eso es sólo una forma de decir, que se llama “metáfora”: se usan imágenes que conocemos, de la tierra, para que nos demos cuenta de cosas que nos vemos, que pertenecen al alma y al corazón.
Los caminos llenos de curvas que tienen que ser enderezados, son las personas que se acostumbran a decir cosas que no son verdaderas, es decir, cosas falsas y por eso es que no hay que decir ninguna mentira, nunca, ni siquiera la más pequeñita; los valles que tienen que ser aplanados, son los corazones que no tienen amor a Dios y al prójimo y por eso hay que llenar el corazón de Amor verdadero, porque ése es el Primer Mandamiento y es el más importante; las montañas que tienen que ser aplanadas, son el orgullo y la soberbia de los corazones, que se levantan como montañas entre Jesús y el alma y no dejan que llegue Jesús, y por eso es que no hay que ser orgullosos, sino tratar siempre de ser humildes como Jesús y María.
Entonces, en esta parte del Adviento, tenemos que recordar que Jesús va a venir por Segunda Vez, pero no importa cuándo viene, si viene hoy, o mañana, o dentro de cien años: lo que importa es que estemos preparados para cuando venga en la gloria, porque cuando venga, Él va a buscar Amor en nuestros corazones y obras buenas en nuestras manos. Es por eso que tenemos que preguntarnos: si Jesús viniera hoy, ¿encontraría Amor a Dios y al prójimo en mi corazón? ¿Qué obras buenas tendría yo para darle, hechas con mis manos? Entonces, para prepararnos para la Segunda Venida, le tenemos que pedir a la Virgen que nos dé la gracia de amar mucho a Jesús y a nuestros hermanos, siendo buenos con todos, sobre todo, con los más necesitados.