(Ciclo
A - 2017)
“Cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles” (cfr. Mt 25, 31-46). En el último domingo del
año –para la Iglesia este domingo es como si fuera Año Nuevo, porque finaliza
un Año litúrgico y comienza uno nuevo-, la Iglesia celebra la fiesta litúrgica
llamada “Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo”[1].
Para
nosotros, los católicos, Jesús es Rey: es Rey en su Nacimiento, en Belén; es
Rey en la Cruz, en el Calvario; es Rey en la Eucaristía, en el sagrario; es Rey
en el cielo, como Cordero de Dios, a quien adoran ángeles y santos. Jesús es Rey por derecho propio, porque es Dios
Hijo encarnado y es Rey también por conquista, porque así como un rey en la Antigüedad salía a combatir a sus enemigos que querían invadir sus tierras y esclavizar sus habitantes, y regresaba victorioso luego de haberlos vencido, así Jesús es Rey victorioso, porque obtuvo la victoria en
la Cruz sobre todos los enemigos de Dios y de las almas: el pecado, la muerte y
el Demonio. Jesús es Rey para los católicos, y por eso nosotros, los católicos,
debemos entronizarlo como Rey en nuestros corazones y allí debemos adorarlo y
darle nuestro amor y nuestra acción de gracias, y no debemos nunca permitir que
nada ni nadie suplante a Jesús, Rey de los hombres, en nuestros corazones. Cada
corazón debe ser como un altar y allí debemos plantar la Santa Cruz de Jesús, y
allí debe ir Jesús Eucaristía, cada vez que comulgamos, para recibir todo el
amor del que seamos capaces y para adorarlo con todas nuestras fuerzas.
También
para los que no son católicos, Jesús es Rey, y puesto que ellos no lo aceptan y
muchos tampoco lo conocen, nuestro deber es hacerles saber que Jesús es Rey de
los corazones, de las familias, de las naciones y de todo el mundo y este
anuncio debemos hacerlo, más que con palabras, con santidad de vida, obrando la
misericordia principalmente para con los más necesitados.
Jesús
es Rey y así debemos proclamarlo, primero en nuestros corazones y después
públicamente, aún si nos costara la vida. Y este nuestro Rey, que vino por
Primera Vez como Niño en Belén, en la humildad de nuestra carne, y sin que nadie se enterase, excepto su Madre, la Virgen, San José y los pastores a los que anunciaron los ángeles, ha de venir por Segunda Vez, en la gloria, a
juzgar al mundo, en el Día del Juicio Final; en ese Día –que es llamado “día de la
Ira de Dios” en la Biblia-, Jesús separará a los buenos de los malos; a los
buenos, les dará el cielo, y a los malos, el Infierno.
¿Cómo
podemos hacer para ir al cielo, para estar con nuestro Rey Jesús para siempre? Obrando
las obras de misericordia que nos pide la Iglesia –dar de comer al hambriento,
de beber al sediento, vestir al que no tiene ropa, visitar a los enfermos y
presos, dar un buen consejo, etc.-, porque esos son los que Jesús dejará pasar
al Cielo. A los otros, los enviará adonde ellos quieren ir, al Infierno, en
donde no hay nadie bueno y sólo se siente el rigor de la Divina Justicia. Seamos
misericordiosos con nuestros hermanos más necesitados, y entonces reinaremos en
el Cielo, para siempre, con Nuestro Rey Jesús.
[1] Fue el Papa Pío XI durante el
Año Santo de 1925 que emitió una encíclica llamada, Quas Primas, para establecer este Día de la Fiesta del Rey de
Nuestro Señor Jesucristo[1].