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sábado, 7 de mayo de 2011

Los nombres de la Misa (I): "Santo sacrificio del altar"

La Misa se llama "Santo sacrificio del altar"
porque en ella Jesús, invisible,
hace lo mismo que hace en la cruz:
entrega su Cuerpo en la Eucaristía
y derrama su Sangre en el Cáliz.

¿Cuáles son los nombres de la Misa? La Misa tiene tres nombres: “Santo sacrificio del altar”, “Banquete eucarístico”, y “Memorial”.

Hoy vamos a ver el primer nombre, “Santo sacrificio del altar”.

¿Porqué la Misa se llama “Sacrificio del altar”? ¿Qué sucede en la Misa para que se llame así? Primero hay que ver qué es “sacrificio”: un “sacrificio” es dar algo que cuesta mucho. Por ejemplo, si alguien tiene mucha hambre, y tiene para comer sólo un poco de pan, y viene alguien que también tiene mucha hambre, es un sacrificio compartir el pan, porque querría comerlo todo. Por ejemplo, si yo tengo la mesa llena de comida, y viene alguien a pedirme algo para comer, no es un sacrificio que yo le de algo, porque me sobra. El sacrificio tiene mucho valor, porque es mucho más valioso dar de lo que nos falta, que dar lo que nos sobra. Cuando el Ángel Custodio de Portugal se les apareció a los pastorcitos, les dijo que hicieran sacrificios, y les dijo que “De todo se puede hacer sacrificio”, y que lo hicieran, porque “los corazones de Jesús y de María están atentos a vuestras súplicas”. Cuando hacemos un sacrificio, Jesús y la Virgen nos ven, y están atentos a lo que le pedimos, y lo primero que le tenemos que pedir, al hacer un sacrificio, es la conversión de los pecadores, para que los pecadores no se vayan al infierno. Y cuando hagamos un sacrificio, tiene que ser en secreto y en silencio; nadie tiene que enterarse, y mucho menos hay que andar diciendo que uno hace sacrificios; sí se puede decir a un mayor, en secreto, que pueden ser los padres, o algún sacerdote.

“De todo se puede hacer sacrificio”, como dice el ángel, no solo con la comida; puede ser con el tiempo, con las cosas que más me gustan, e incluso con el mismo cuerpo. Hay cosas que son sacrificio, y otras que no son. Si yo estuve estudiando mucho, y me gané como recompensa un tiempo para jugar videojuegos en la computadora, y justo cuando voy a jugar viene mi mamá y me pide que vaya al almacén a comprar algo, es un sacrificio que yo deje de jugar, o incluso que hasta no juegue nada, para ir a hacer las compras que mi madre me pide. Y lo tengo que hacer sin protestar, ni por dentro ni por fuera, contento porque puedo hacer un sacrificio para ofrecerlo a Jesús, pidiendo por los pecadores. Pero no es un sacrificio que yo esté jugando cinco horas seguidas en la computadora, y cuando me piden que la deje, la dejo, y encima, refunfuñando y enojándome. Tampoco es un sacrificio haber estado jugando al fútbol cinco horas con los amigos del barrio, y recién después entrar en casa, cuando me habían dicho que entrara hacía rato. Es un sacrificio, por ejemplo, comer menos de lo que me gusta, o comer más de lo que no me gusta, o no protestar cuando los fideos parecen más un mazacote de engrudo y no fideos al pesto; es un sacrificio no tomar agua helada cuando hace calor, o tomar poco jugo en vez de mucho, para que alcance para todos.

También con el cuerpo puedo hacer sacrificios, como por ejemplo, pasar un poco de sed, es decir, cuando tengo sed, no tomar ahí nomás agua, o jugo, y quedarme con sed por un tiempo, para acordarme de cuando Jesús tenía sed en la cruz, y pedirle por la conversión de los pecadores.

La Misa entonces es un sacrificio, el sacrificio del altar, y quien hace, invisible, un sacrificio en el altar, es Jesús, y por eso el sacerdote dice así en la Misa, después de presentar las ofrendas del pan y del vino en el altar: "Oremos, hermanos, para que este SACRIFICIO mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso" (cfr. Misal Romano, pág. 423). En la Misa, Jesús hace un sacrificio, algo que le cuesta mucho, porque lo que da, es su propia vida: da su vida, y con su vida, su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, en la cruz.

¿De qué manera hace Jesús un sacrificio en la Misa?

En la Misa, sobre el altar, Jesús hace el mismo sacrificio que hace en la cruz: entrega su Cuerpo en la Eucaristía, y derrama su Sangre en el cáliz. El mismo sacrificio que Jesús hace en la cruz, lo hace en la Misa, solo que invisible.

¿Y cómo es que no vemos nada? Porque en la Misa sucede algo que no vemos con los ojos del cuerpo. Algo invisible, misterioso, que sólo puede ser visto con los ojos del alma, iluminados con la luz de la fe.

Imaginemos el altar, que no es de piedra, sino de luz, una luz blanca, muy intensa. En él están el pan y el vino. En la consagración, Jesús baja desde el cielo, en la cruz, y el pan se convierte en su Cuerpo, y el vino en su Sangre. En la Misa, Jesús está, en el altar, con su cruz, obrando el sacrificio del altar, entregando su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

¿Y porqué hace Jesús este sacrificio tan grande? Para salvarnos y llevarnos al cielo, y lo hace movido por un infinito amor. El amor de Jesús es tan grande, que lo lleva a entregarse en sacrificio en la cruz, por nosotros.

Por esto es que la Misa se llama también: “Santo sacrificio del altar”.

No vengamos a Misa con las manos vacías: hagamos algún sacrificio durante la semana, para ofrecerlo a Jesús el Domingo, en el Santo Sacrificio del Altar.

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