La última parte de la Consagración a la Virgen está dedicada a Jesucristo.
Es el fin de la Consagración: nos consagramos a la Virgen sólo para que la Virgen nos presente a su Hijo Jesucristo. Queremos ser de la Virgen para ser de Jesucristo. Como niños pequeños, nos dejamos llevar por la Virgen en sus brazos, para que Ella nos lleve a su Hijo Jesús. Por la Consagración, entramos en el Corazón de la Virgen, porque ahí está todo el Amor que Dios le tiene a Jesús. Nos consagramos para pedirle a la Virgen que nos de todo el Amor de su Corazón Inmaculado, con el cual Ella ama a su Hijo Jesús, para que podamos amar a Jesús con su mismo Amor.
El fin de nuestra vida aquí en la tierra es conocer y amar a Jesucristo, y por eso, nadie mejor que la Virgen, porque Ella lo conoce y lo ama como nadie en el mundo.
Por eso, dejamos que sea la Virgen que nos diga cómo es su Hijo Jesús, a quien queremos conocer y amar.
Le preguntamos a la Virgen: “Madre mía, ¿cómo es Jesús?”.
Y Ella nos contesta:
“Mi Hijo Jesús es paciente. Desde muy pequeñito, demostró siempre una gran paciencia; no había nada que lo hiciera perder la paciencia. Mientras los niños de su edad, pequeñitos, hacían berrinches y se enojaban por cualquier cosa, Mi querido Niño soportaba los contratiempos y los inconvenientes con una hermosa sonrisa. Siempre fue así. Y ya de grande, demostró todavía más ser infinitamente paciente. Cuando era acusado injustamente ante los tribunales, nunca dijo nada que pudiera ofender a alguien, ni levantó la voz, ni mucho menos la mano. Cuando llevaba la cruz, camino del Calvario, y toda la gente, y los soldados, lo golpeaban, lo insultaban, lo escupían, a cada paso que daba, Mi querido Hijo lo sufría todo en silencio, sin decir una palabra, y sin quejarse de nada. La paciencia está muy unida a la mansedumbre, son casi la misma cosa, y por eso Mi querido Hijo era manso como un corderito. De hecho, ya de grande, le llamaban: “Cordero de Dios”. Un cordero no es agresivo, ni está peleando todo el día, ni se enoja a cada rato. Así, y mucho más, era mi Hijo Jesús. Él quiere que ustedes sean como Él, y por eso dijo en el Evangelio: “Aprended de Mí, que soy manso (o paciente) y humilde de corazón” (Mt 11, 29).
Mi Hijo Jesús es humilde. Ser humildes quiere decir tener muchas cualidades, y ser muy bueno, pero no andar haciendo alarde de lo que se es y se tiene. Él es Dios, y como Dios que es, es infinitamente bueno, compasivo, misericordioso, pero esa bondad suya la demuestra con hechos, más que con palabras. Él no anda diciendo: “Yo Soy bueno”. Él es bueno, y todas sus obras son buenas. Él curó enfermos, expulsó demonios, multiplicó panes y peces, resucitó a los muertos, perdonó a sus enemigos, en la cruz. Hizo un bien infinito a la humanidad, y todo en silencio, sin aspavientos.
Como dijimos recién, Él es Dios, y como tal, es “omnipotente”, es decir, tiene muchísimo poder. Tiene tanto poder, que sólo con Él pensarlo y quererlo, el mundo fue creado. ¡Todo el mundo, todo el universo! Tanto el visible, como el invisible. Él es Dios Omnipotente, que quiere decir “Todopoderoso”, todo lo puede, con sólo pensarlo y quererlo. Creó los ángeles, los hombres, los planetas, las estrellas. Yo lo tenía en mis brazos, y pensaba: “¡Qué gran misterio! Tengo en mis brazos al Dios Todopoderoso”. Si Él quería, con sólo llamar a San Miguel Arcángel, tendría a su disposición a un ejército de millones y millones de poderosísimos ángeles y arcángeles, que combatirían por Él, y derrotarían a sus enemigos en un abrir y cerrar de ojos. O si Él quería, con sólo hacer escuchar su voz de trueno, como lo hizo en el Huerto de Getsemaní. Esa noche, cuando sus enemigos fueron a buscarlo, debido a la oscuridad, no podían ver bien, y preguntaban: “¿Quién es Jesús de Nazareth?”. Y Él, con su voz majestuosa de Dios, que suena como mil millones de truenos juntos, dijo: “Yo Soy”. Y todos retrocedieron, asustados, y se cayeron del miedo. Eso podría haber hecho en la Pasión, y no lo hizo, porque la infinita humildad de Mi amado Hijo no le permitía hacer alarde de su Omnipotencia y de su condición de Dios Todopoderoso, y es así como Mi Jesús dejó que lo humillaran, que lo golpearan, que lo flagelaran, que lo crucificaran.
Él quiere que ustedes sean como Él: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Finalmente, mi Hijo queridísimo es todo Amor, Amor infinito, Amor ardiente, Amor de Dios, que arde en deseos de donarse a los corazones de los hombres, Cuando Él se apareció a Santa Margarita, como el Sagrado Corazón, le dijo que su Corazón ardía en las llamas del Amor de Dios, y que esas llamas eran tantas y tan grandes y altas, que ya no soportaba más tener ese Amor en el Corazón, y que Él quería darlo a todas las almas, pero muchos no lo quieren recibir, y eso le causa una gran tristeza, porque quien no lo recibe, se condena.
Mi Hijo es todo Amor, y ese Amor se concentra, en forma de llamas, en la Eucaristía, y quien lo recibe con fe y con amor en la Eucaristía, recibe su Sagrado Corazón, que arde en el Fuego del Amor divino. Lamentablemente, muchas veces debe irse de un corazón, tan pronto como ha llegado, porque muchos están distraídos y pensando en otras cosas, en el momento de la comunión.
A ustedes, que se han consagrado a Mi Corazón Inmaculado, les pido: ¡Sean como Él, mansos y humildes de corazón, porque los soberbios no entrarán nunca en el Reino de los cielos! ¡Reciban a Mi Hijo con fe y con amor en la Eucaristía, para tenerlo en sus corazones en esta vida, y después para siempre en la vida eterna!”.
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