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sábado, 20 de agosto de 2011

¡Feliz Día del Niño con el Niño Jesús!



Ya que festejamos el Día del Niño, nos vamos a acordar de un Niño muy especial, venido del cielo: el Niño Jesús.

Esto nos hace ver un aspecto del misterio del Hombre-Dios Jesucristo: Jesús, que es Dios en Persona, se encarnó en María Virgen y pasó por todas las etapas del ser humano: embrión, niño recién nacido, niño, joven, adulto. Experimentó las diferentes etapas del crecimiento del hombre, hasta morir y resucitar a la edad perfecta, los treinta y tres años.

Sabemos cómo fue Jesús ya cuando era adulto, porque los Evangelios nos hablan de Jesús, de cómo salía a evangelizar, de cómo hacía milagros. Pero los evangelios nos dicen muy poco acerca de Jesús niño: nos cuentan el nacimiento milagroso y después, cuando tiene doce años, nos dicen que estaba en el templo enseñando a los maestros de religión.

Pero, ¿cómo era Jesús cuando era niño? Una santa, Santa Catalina Emmerich, nos cuenta un poco más acerca de la infancia de Jesús. Dice así Santa Catalina: “Me fue mostrado el Niño Jesús cuando ya era grandecito y recibía la visita de otros niños. Ya podía hablar y corretear. Estaba casi siempre al lado de José y lo acompañaba cuando salía[1] (...) El Niño Jesús ayudaba a sus padres en todo lo que podía, siendo muy atento y cuidadoso con todas las cosas. Cuando José trabajaba cerca de la casa y se olvidaba alguna herramienta, yo veía al Niño llevársela, poniendo mucha atención en lo que hacía. La alegría que daba a sus padres compensaba a estos de los muchos sacrificios que hacían en Egipto. Más de una vez vi al Niño dirigirse hasta la aldea de los judíos, a una milla de Matarea, para traer el pan que María recibía a cambio de los trabajos que hacía”[2].

Ana Catalina nos dice entonces cómo era Jesús Niño, y tenemos que prestar mucha atención, para ser como Él. Nos dice que “ayudaba a sus padres en lo que podía”: es decir, no era perezoso, ni estaba esperando a que le dijeran lo que tenía que hacer, ni se hacía de rogar para hacer algo: lo hacía “en todo lo que podía”. Ayudaba a José en el trabajo, a la Virgen en las tareas domésticas. A José, le llevaba las herramientas, y a la Virgen, le iba a traer el pan, con el que le pagaban sus trabajos, y para eso, no es que iba al almacén de la esquina, sino a otra aldea, a una distancia de más de un kilómetro. Y seguramente, iría ya sea con sol, con lluvia, con vientos, con truenos, con frío y con calor.

Dice Ana Catalina que Jesús, cuando ayudaba a sus padres, “ponía mucha atención” en lo que hacía, y esto muestra que hacía las cosas con mucho cuidado, lo cual es muy importante. No es lo mismo llevar una jarra de leche con cuidado, que llevarla descuidadamente, dejando que se derrame o vuelque todo por el piso.

Y por supuesto que cuando Jesús creció, y hasta que fue grande y salió a predicar, estuvo siempre ayudando a sus padres, de buena gana, alegre, con prontitud, sacrificándose por ellos, demostrándoles mucho amor.

Este comportamiento de Jesús tiene que servirnos a nosotros de modelo para nuestra propia vida: así como hacía Jesús, así tenemos que hacer nosotros, y cuando nos pidan algo, hacerlo prontamente, sin protestar, sabiendo que así nos vamos pareciendo cada vez más a Jesús.

Si hacemos así, vamos a dar alegría a nuestros padres, como lo hacía Jesús, según lo que nos dice Ana Catalina: “La alegría que daba a sus padres compensaba a estos de los muchos sacrificios que hacían en Egipto”.

Y esa alegría no solo la dio a su Mamá y a su Papá, sino que también la da a toda la Iglesia, en la Santa Misa: si nos fijamos bien, Jesús sigue haciendo hoy, misteriosamente, con nosotros, lo que hacía con su Madre: Jesús Niño recorría un largo camino para traer el pan de María; hoy, a dos mil años de distancia, Jesús, en la misa, recorre un largo camino, desde el cielo hasta el altar, para traernos el Pan de María, la Eucaristía.

Ya que nosotros también somos hijos de Dios y tenemos a Dios por Padre, a la Virgen por Madre y a Jesús por hermano, podemos hacer todo el esfuerzo para imitar a Jesús Niño, en su amor hacia sus padres y en su alegría para ayudarlos y estar con ellos.

En el Día del Niño, antes que exigir regalos, nos acordemos del Niño Jesús, que no solo no exigía regalos a sus papás, sino que Él, con su Presencia y con su disposición al sacrificio, les regalaba alegría y amor.


[1] Cfr. Ana Catalina Emmerich, Nacimiento e infancia de Jesús. Visiones y revelaciones, Editorial Guadalupe, Buenos Aires 2004, 123.

[2] Cfr. Emmerich, ibidem, 133.

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