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sábado, 9 de junio de 2012

La Santa Misa para Niños (XII) La ofrenda del corazón



El sacerdote se inclina, pronunciando una oración de humildad a Dios, antes del lavado de las manos: Acepta, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.
En esta parte de la Misa, el sacerdote, después de ofrecer el pan y el vino, que se convertirán en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, dice una oración en secreto, pidiéndole a Dios Trino que acepte nuestro corazón “contrito” y “nuestro espíritu humilde”, para que “éste sea hoy nuestro sacrificio”.
Quiere decir que, junto con el pan y el vino, le ofrecemos a Dios un sacrificio, nuestro corazón y nuestro espíritu, pero no le podemos ofrecer de cualquier manera.
El corazón “contrito” –la palabra quiere decir “triturado”-, quiere decir un corazón arrepentido de haber pecado, de haber obrado el mal, y está tan arrepentido, que está “triturado” por la pena y el dolor de haber ofendido a un Dios tan bueno y misericordioso. Sólo este tipo de corazones se puede ofrecer a Dios, un corazón que se arrepiente de obrar el mal, porque el mal ofende a Dios, y que hace el propósito de nunca más volver a pecar, sólo para no darle un disgusto a un Dios tan inmensamente bueno, pidiendo la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o un pecado venial deliberado.
El espíritu, para que sea aceptado por Dios, tiene que ser un espíritu “humilde”, y humilde es opuesto a soberbio, orgulloso. Un espíritu humilde es un espíritu paciente, bondadoso, respetuoso, amable, que perdona a quienes lo ofenden. Es el espíritu que verdaderamente vive el primer mandamiento, el más importante de todos: “Amar a Dios y al prójimo como a sí mismo”. Solo esta clase de espíritus se pueden ofrecer a Dios, porque Él solo acepta los que son humildes, ya que son los que más se asemejan a Jesús, Hijo de Dios.
Por el contrario, un espíritu soberbio, orgulloso, rápido para enojarse, para contestar mal; un espíritu perezoso; un espíritu que dice malas palabras; un espíritu que no soporta que le corrijan sus errores; un espíritu que no perdona, que pelea, que guarda rencor; un espíritu que no quiere ayudar a quien lo necesita, es un espíritu que no se puede ofrecer a Dios, porque se parece mucho al espíritu del ángel caído, el demonio, que nunca más va a poder estar delante de Dios.
En esta parte de la Misa, ofrecemos a Dios estas dos cosas, el corazón contrito y el espíritu humilde, y las dos cosas forman nuestro pequeño sacrificio, que se une al Gran Sacrificio de Jesús en el altar.

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