¡Ya estamos en Navidad! ¡Ya nació el Niño Dios, y los
ángeles del Cielo cantan y se alegran, y revolotean de un lado para otro,
llenos de alegría! ¿Qué vemos en Navidad? Vemos el Pesebre, en donde están la
Virgen, el Niño Dios, San José, un burrito y un buey. El Niño Dios acaba de
nacer, y como hace mucho frío, su Mamá, la Virgen, lo ha envuelto en pañales;
su papá adoptivo, San José, va a buscar leña para hacer fuego; atrás, el buey y
el burrito se ponen cerca del Niño, para darle calor.
En Navidad nos alegramos entonces porque nació el Niño Dios,
pero lo que tenemos que saber es que su Nacimiento no fue como los nacimientos
de los otros niños, porque el Niño de Belén era Niño, pero también era Dios, la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Él era Dios Hijo, que vino a este
mundo para nacer como Niño, pero nunca dejó de ser Dios. Si su Nacimiento no
fue como el de los otros niños, ¿cómo fue su Nacimiento?
Para saberlo, imaginemos un diamante, que es una piedra
transparente, sin manchas, muy limpia, y un rayo de luz de sol. ¿Qué hace el
diamante? Recibe la luz del sol, la atrapa, la encierra, y después la refleja,
y eso es lo que hace que brille tanto. Para el Nacimiento, la Virgen fue como
un diamante vivo, porque Ella fue concebida sin mancha de pecado original, y no
tenía ni la más pequeñísima sombra ni siquiera de la más pequeñísima imperfección;
Ella era como un diamante vivo, porque era fuerte como la Roca, y tan fuerte,
que Ella es la que le aplasta la cabeza al demonio; es como el diamante, porque
es cristalina, pura y limpia, y su Corazón es como un diamante dentro de un
diamante. La Luz que vino a este diamante, es su Hijo Jesús, que viene de Dios Padre
en la eternidad, y por eso en el Credo decimos de Jesús que Él es: “Dios de
Dios, Luz de Luz”, y como Él es luz eterna, Él es la Lámpara que en el cielo
alumbra a los ángeles y a los santos, en la Jerusalén celestial. En el cielo,
los ángeles y los santos no se iluminan con luz eléctrica, ni con luz de sol,
sino con luz de Jesús, que es el Cordero de Dios. Dios es luz, una luz
hermosísima, viva, que enamora a quien la ve; quien ve esa luz, ya no ama nada
más que no sea esa luz, que es Dios, y el que la ve y la ama, recibe tanto
amor, tanta paz, tanta alegría, tanta dulzura, que ya no le importa nada más y
no quiere ninguna otra cosa que estar dentro de esa luz, que es Dios Trinidad.
Bueno,
volviendo al Pesebre, para saber cómo fue el Nacimiento del Niño Dios, habíamos
quedado en que la Virgen era como un diamante, y Jesús como la luz del sol:
Jesús en la Encarnación, cuando el Arcángel Gabriel le dijo a la Virgen que iba
a ser la Mamá de Dios Hijo, cuando la Virgen dijo que “Sí” aceptaba ser la Mamá
de Dios, en ese momento Jesús entró en Ella, primera en su alma y después en su
Cuerpo inmaculado, y se quedó ahí, quietito, bien abrigadito, dentro de la
panza de su Mamá. Como Él era invisible, porque era Espíritu Puro, la Virgen le
fue tejiendo, con mucho amor, un Cuerpecito, para que cuando naciera, si era
invisible como Dios, fuera visible como Niño, y así es como podemos ver al Niño
Dios, a Dios que nace como Niño.
En
la Encarnación, la Virgen fue como el diamante que recibe y encierra la luz: recibió
y encerró a su Hijo, luz del mundo, con amor infinito, y lo revistió con un
cuerpo, y le dio como alimento de su propia carne y de su propia sangre, como
hace toda mamá cuando su hijo pequeño está en su panza.
Después,
cuando llegó el momento del Nacimiento, la Virgen también fue como el diamante:
así como el diamante, después de encerrar la luz, la deja salir, así también la
Virgen dejó salir a su Hijo Dios, luz del mundo, y así como el rayo de sol,
cuanto atraviesa el cristal, no lo daña, dejándolo sano, antes, durante y
después de pasar a través de Él, así la Virgen permaneció Virgen antes, durante
y después del parto, que fue de esta manera: cuando llegó la Hora en que Jesús
debía nacer, la Virgen se arrodilló y puso sus manos y su Corazón en oración, y se hizo un gran silencio; todos los ángeles, en el cielo y en la tierra,
estaban expectantes; una gran luz descendió del cielo sobre la gruta, y lo
envolvió todo, y en ese momento, de la parte de arriba de la panza de la
Virgen, estando Ella arrodillada en oración, salió una luz, más brillante que
mil millones de soles juntos; los ángeles, que estaban todos arrodillados, se
inclinaron hasta tocar la tierra con la frente, en señal de adoración, y luego
comenzaron a entonar cánticos de alabanza y de adoración; a medida que la luz
salía de la panza de la Virgen, la luz, blanquísima, iba tomando forma, la
forma de un Niño, y esto sucedió lentamente, hasta que todos pudieron ver que
esa luz ¡era el Niño Dios! Un ángel tomó al Niño en brazos, y se lo dio a la
Virgen, que lo recibió con gran amor y alegría, y lo estrechó contra su
Corazón, para darle abrigo y calor.
Luego,
San José, que se había quedado más lejos, arrodillado y en oración, en éxtasis
de amor al ver el Nacimiento milagroso de su hijo adoptivo, se acercó para adorar
a su Hijo, que era al mismo tiempo su Dios, y también lo besó y lo estrechó
contra su corazón. Después, San José acercó todavía más a los dos mansos
animalitos que estaban en la gruta, el burro y el buey, para que le dieran calor
al Niño Dios, y él se fue a buscar un poco de leña para hacer fuego.
Después
de abrigarlo y alimentarlo, la Virgen lo acostó en el Pesebre, y ahí el Niño
Dios sonrió y extendió sus bracitos, como si estuviera en Cruz, porque desde que
nació, el Niño Dios quiso subir a la Cruz, para ser clavado con tres clavos,
para poder salvarnos. ¡Ya desde el Pesebre pensaba en la Cruz, con la que nos
iba a salvar y a llevar al Cielo!
Cuando
veamos el Pesebre, en este tiempo de Navidad, nos acordemos del Nacimiento
milagroso del Niño Dios, como un rayo de luz que atraviesa un cristal; nos
acordemos de la Virgen, que es como un diamante, que primero encerró la luz y
luego la dio al mundo, y adoremos al Niño del Pesebre, porque Él vino para, cuando fuera grande, subir a la Cruz, y desde allí darnos su Amor, el Amor de Dios, que es el Espíritu Santo.
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