Páginas

miércoles, 22 de mayo de 2013

Apariciones de la Virgen en Fátima explicadas para Niños (IV) - Primera Aparición de la Virgen


         
         Primera Aparición de la Virgen en Fátima (1917)

Luego de las apariciones del Ángel, transcurrieron casi 8 meses hasta que se produjo la primera aparición de la Virgen. Hasta ese entonces, Lucía, Francisco y Jacinta pusieron por obra todo lo que el Ángel les había enseñado, rezando el Rosario todos los días y ofreciendo sacrificios al Señor. Cuando la Virgen se les apareció, Lucía había cumplido 10 años, Francisco cumplía nueve en Junio y Jacinta acababa de cumplir siete en marzo. El día de la Primera Aparición de la Virgen, el 13 de mayo de 1917, los pastorcitos decidieron de llevar sus ovejas a unas colinas que pertenecían al padre de Lucía conocidas como Cova da Iria, o Ensenada de Irene. Fue ahí, solo con una excepción, donde la Santísima Virgen bajo el nombre de Nuestra Señora del Rosario se les apareció en seis ocasiones en 1917, y una novena vez en 1920 (sólo a Lucía).
Para entender mejor lo que la Virgen nos dice desde el cielo, hay que recordar que en estos momentos (año 1917) se lleva a cabo la Primera Guerra Mundial, cuya crueldad hace estragos en Europa y en muchas otras naciones del mundo; además, en Moscú, un hombre llamado Lenín, que pensaba que Dios no existía y que el hombre podía vivir sin Dios, estaba preparando una revolución, la revolución comunista, que terminaría gobernando Rusia por la violencia de las armas, para después exportar a otros países su extraña creencia: no hay Dios y los hombres, para ser felices, tienen que luchar entre sí con las armas.
Fue en estos momentos de caos y violencia en los que se apareció la Virgen en Fátima.
Aparición del 13 de mayo de 1917
El día 13 de mayo, la fiesta de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, los tres niños pasaron Fátima donde se encontraban la parroquia y el cementerio, llevando a su rebaño fuera de Aljustrel, y caminaron más o menos un kilómetro hacia el norte a las pendientes de Cova. Aquí dejaron que sus ovejas pastorearan mientras ellos jugaban en la pradera que llevaba uno que otro árbol de roble. Después de haber tomado su almuerzo alrededor del mediodía decidieron rezar el Rosario, aunque de una manera un poco truncada, diciendo sólo las primeras palabras de cada oración. Al instante, ellos fueron sobresaltados por lo que después describieron como un “rayo en medio de un cielo azul”. En ese momento, pensaron que se acercaba una tormenta, por lo que se preguntaban si debían regresar a sus casas con las ovejas. Mientras estaban preparándose para hacerlo, fueron nuevamente sorprendidos por una luz extraña.
Así lo cuenta Sor Lucía: “Comenzamos a ir cuesta abajo llevando a las ovejas hacia el camino. Cuando estábamos en la mitad de la cuesta, cerca de un árbol de roble (el gran árbol que hoy en día está rodeado de una reja de hierro), vimos otro rayo, y después de dar unos cuantos pasos más vimos en un árbol de roble (uno más pequeño más abajo en la colina) a una señora vestida de blanco, que brillaba más fuerte que el sol, irradiando unos rayos de luz clara e intensa, como una copa de cristal llena de pura agua cuando el sol radiante pasa por ella. Nos detuvimos asombrados por la aparición. Estábamos tan cerca que quedamos en la luz que la rodeaba, o que ella irradiaba, casi a un metro y medio.
“Por favor no teman, no les voy a hacer daño”, les dijo la Virgen con dulzura.
Lucía respondió por parte de los tres, como lo hizo durante todas las apariciones.
“¿De dónde eres?”.
“Yo vengo del cielo”.
La Señora vestía con un manto puramente blanco, con un borde de oro que caía hasta sus pies. En sus manos llevaba las cuentas del rosario que parecían estrellas, con un crucifijo que era la gema más radiante de todas. Quieta, Lucía no tenía miedo. La presencia de la Señora le producía solo felicidad y un gozo confiado.
“¿Que quieres de mí?”. Preguntó Lucía.
“Quiero que regreses aquí los días trece de cada mes por los próximos seis meses a la misma hora. Luego te diré quién soy, y qué es lo que más deseo. Volveré aquí una séptima vez”.
“¿Y yo iré al cielo?”
“Sí, tu irás al cielo”.
“¿Y Jacinta?”.
“Ella también irá”.
“¿Y Francisco?”.
“El también, amor mío, pero primero debe decir muchos Rosarios”.
La Señora miró a Francisco con compasión por unos minutos, matizado con una pequeña tristeza. Lucía después se recordó de algunos amigos que habían fallecido.
“¿Y María Neves está en el cielo?”.
“Sí, ella está en el cielo”.
“¿Y Amelia?”.
“Ella está en el purgatorio”.
“¿Se ofrecerán a Dios y tomarán todos los sufrimientos que Él les envíe en reparación por todos los pecados que Le ofenden y por la conversión de los pecadores?”.
“Sí, Señora, lo haremos”.
“Tendrán que sufrir mucho, pero la gracia de Dios estará con ustedes y los fortalecerá”.
Lucía relata que mientras la Señora pronunciaba estas palabras, abría sus manos, y de ellas emanaba una hermosa luz, y esa luz no solo tenía vida, sino que era el mismo Dios. Dice así: “Fuimos bañados por una luz celestial que parecía venir directamente de sus manos. La realidad de esta luz penetró nuestros corazones y nuestras almas, y sabíamos que de alguna forma esta luz era Dios, y podíamos vernos abrazados por ella. Por un impulso interior de gracias caímos de rodillas, repitiendo en nuestros corazones: “Oh Santísima Trinidad, te adoramos. Mi Dios, mi Dios, te amo en el Santísimo Sacramento”.
Los niños permanecían de rodillas en el torrente de esta luz maravillosa, hasta que la Señora habló de nuevo, mencionando la guerra en Europa, de la que tenían poca o ninguna noción.
“Recen el Rosario todos los días, para traer la paz al mundo y el final de la guerra”.
Después de esto Ella se comenzó a elevar lentamente hacia el este, hasta que desapareció en la inmensa distancia. La luz que la rodeaba parecía que se adentraba entre las estrellas, es por eso que a veces decíamos que vimos a los cielos abrirse.
Los días siguientes fueron para los niños días llenos de entusiasmo, en el recuerdo de la aparición de la Virgen. Sin embargo, Lucía había prevenido a los otros de mantener a su visita en secreto, sabiendo las dificultades que experimentarían si se conocían las apariciones. Sin embargo, Jacinta estaba tan contenta, que se olvidó de su promesa de mantener el secreto y se lo reveló todo a su madre, quien la escuchó pacientemente pero no le creyó demasiado. Sus hermanos y hermanas se burlaban, haciendo preguntas y bromas. Solo su padre, “Ti” Marto aceptó desde un principio la historia como verdadera. El creía en la honestidad de sus hijos, y tenía una fe simple y sencilla, como la de un niño, acerca de las obras de las obras de Dios, de manera que él se convirtió en el primer creyente de las apariciones de Fátima.
Muy distinta fue la reacción de María Rosa, la madre de Lucía: cuando escuchó lo que había ocurrido, creyó que su propia hija era la instigadora de un fraude, si no algo peor, una blasfemia. Lucía comprendió entonces lo que la Señora quería decir cuando dijo que ellos “sufrirían mucho”. A pesar de que lo intentó, incluso con amenazas, María Rosa no pudo hacer que Lucía se retractara. Finalmente la llevó a comparecer ante el párroco, el padre Ferreira, pero tampoco tuvo éxito. Por otro lado, el padre de Lucía, quien no era muy religioso, estaba prácticamente indiferente, atribuyendo todo a los caprichos de mujeres. Las próximas semanas, mientras los niños esperaban su próxima visita de la Señora en Junio, les revelaron que tenían pocos creyentes, y muchos en contra en Aljustrel y Fátima.
         Enseñanzas espirituales de la Primera Aparición de la Virgen en Fátima
         -La Virgen se les aparece “vestida de blanco”, envuelta en una luz que “brillaba más fuerte que el sol” e “irradiaba unos rayos de luz clara e intensa, como una copa de cristal llena de agua pura cuando el sol radiante pasa por ella”. En el Apocalipsis se describe a la Virgen también como “una mujer vestida de sol”: “Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies…”. El sol representa a Dios y a su gloria; como la Virgen es la Llena de Gracia, en Ella habita ese Sol celestial que es Dios, y como Ella es la Inmaculada, es decir, La sin mancha de pecado original, Dios y su gracia se transparentan a través de Ella. Cuando un alma está en pecado, sea mortal o venial, como el pecado es una mancha oscura que envuelve al alma y la afea, envolviéndola como si fuera una densa nube negra, no deja transparentar a Dios y Dios no puede reflejarse en ella. En cambio la Virgen, como es Inmaculada y Llena de Gracia, deja transparentar la luz de Dios o más bien, a Dios que es Luz. Pero la luz que es Dios, no es como la luz del sol, o como la luz de las velas, o como la luz eléctrica, que no tienen vida: Dios es Luz, pero una luz viva, y una vida que es Amor, alegría y paz. Por eso, cuando Dios ilumina, el alma se siente inundada por el Amor, la paz y la alegría de Dios, además de experimentar una nueva vida, como les pasó a los pastorcitos. Esto se ve en lo que  experimentan los pastorcitos: no solo no tienen miedo cuando se les aparece la Virgen, quien les permite acercarse a tan sólo un metro y medio sino que, por el contrario, experimentan “confianza” y “felicidad”. Cuando los pastorcitos se acercan, lo hacen a “un metro y medio” de la Virgen, es decir, lo hacen a tan corta distancia, que “quedan envueltos” en esa luz, lo cual quiere decir que se encuentran ante la Presencia misma de Dios.
         -La Virgen les dice que Ella es “del cielo” lo cual, sumado al pedido del rezo del Rosario, da a entender, aunque todavía no lo diga, que el Rosario es una oración que viene del cielo, que es enseñada por el cielo, y que lleva al cielo. Este es el motivo por el cual la Virgen promete que el que rece el Rosario, se salvará. Cuando Lucía le pregunta si ella y sus primos se salvarán, la Virgen le dice que sí, pero que Francisco debe rezar primero “muchos Rosarios”, lo cual confirma que el Rosario es la escalera para ir al cielo.
         -En esta Aparición, la Virgen le comunica a Lucía que una de sus amigas, que ha fallecido a corta edad, está en el cielo, mientras que otra, que ha fallecido ya más grande, está en el Purgatorio. Nos confirma las verdades de la Iglesia y del Catecismo: el que muere sin purgar sus penas, es decir, con escaso amor a Dios en el corazón, debe ir al Purgatorio, en donde sus llamas le quemarán todo amor impuro, hasta el momento en que, purificado en el Amor, pueda estar en Presencia de Dios en el cielo.
         -La Virgen les pregunta, como antes hiciera el Ángel, si “aceptaban los sufrimientos que Dios les iba a mandar” para reparar las ofensas hechas a Él y para pedir por la conversión de los pecadores, y Lucía, en nombre de los tres, le contesta que sí. La Virgen les dice que “la gracia de Dios los acompañará  los fortalecerá”, y esto es así, porque no Dios no da nunca una prueba más grande que la que podemos sobrellevar, y cuando permite una prueba, da la gracia más que suficiente para que la podamos superar según su Voluntad.
         -Lucía relata que mientras la Virgen les hablaba sobre las pruebas, fueron envueltos por una “luz celestial que salía de las manos de la Virgen”, y que esa luz no solo tenía vida, sino que “era el mismo Dios”. En ese momento, sus inteligencias se iluminan acerca del misterio de Dios Uno y Trino, mientras que sus corazones se encienden en el Amor de Dios y en la Presencia Eucarística de Jesús y así son llevados, por un impulso interior de amor y adoración, a postrarse y repetir la siguiente oración: “Oh Santísima Trinidad, te adoramos. Mi Dios, mi Dios, te amo en el Santísimo Sacramento”. “Mi Dios, mi Dios, te amo en el Santísimo Sacramento”. La Eucaristía es Dios en Persona, y por eso debemos adorarla en todo momento, y mucho más cuando estemos delante del sagrario, o antes de comulgar. La comunión de rodillas es una expresión exterior, corporal, de adoración, que acompaña a la adoración y al amor interior expresados primero en el corazón.
         -La Virgen les pide el rezo del Rosario, como medio para traer la paz al mundo y el fin de la guerra”, y esto es así porque rezar el Rosario no es nunca repetir palabras al vacío, sino elevar el corazón y la mente a Dios, por medio de la Virgen, y Ella, que se llama Omnipotencia Suplicante, pide por nosotros a Dios. Como a la Virgen Dios no le niega nada, lo que nosotros pedimos en el Rosario, lo conseguimos. Eso explica que una simple oración como la del Rosario tenga más fuerza que miles de bombas atómicas en el mundo. Si las bombas atómicas tienen fuerza para destruir a las personas y al mundo, el Rosario tiene la fuerza del Amor de Dios, que hace estallar a los corazones en el Amor divino, y como dice la Biblia, “el Amor es más fuerte que la muerte”, el Amor del Rosario vence a la muerte de la guerra, y así es que por el Rosario, se vence a la guerra.
-Se empiezan a cumplir las promesas del Ángel y de la Virgen, de que “Dios les iba a mandar tribulaciones”, a las cuales ellos debían aceptar con paciencia. ¿El motivo? ¡La conversión de los pecadores! Cuando aceptamos una tribulación en nombre de Jesús y por medio de la Virgen la unimos a Jesús atribulado en la Cruz, esas tribulaciones, que son preocupaciones y angustias, Dios las cambia en bendiciones y gracias, porque debido a estas tribulaciones aceptadas y ofrecidas, con amor y paciencia, muchas almas, en muchos lugares del mundo, son iluminadas por la luz del Espíritu Santo y se convierten, es decir, comienzan a conocer y a amar a Jesús, como pasó en Pentecostés, y así dejan de caminar hacia el abismo de la eterna perdición, para comenzar a dirigir sus pasos hacia el Calvario, que es la Antesala del cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario