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miércoles, 29 de mayo de 2013

Apariciones de la Virgen en Fátima explicadas para Niños (V) - Segunda Aparición de la Virgen

La Segunda Aparición de la Virgen ocurrió el 13 de junio de 1917, y al igual que había sucedido en la Primera, los pastorcitos notaron nuevamente un resplandor, al que llamaban relámpago, pero que no era propiamente tal, sino el reflejo de una luz que se aproximaba. Como la Virgen les había anticipado que se les aparecería en ese día y en ese lugar, había un grupo de personas, alrededor de cincuenta, que se encontraban con los niños. Los espectadores notaron que mientras los pastorcitos dialogaban con la Virgen, la luz del sol se obscureció. Otros dijeron que la copa de la encina, cubierta de brotes, pareció curvarse como bajo un peso, un poco antes de que Lucía hablara. Durante el diálogo de Nuestra Señora con los videntes, algunos oyeron un susurro como si fuese el zumbido de una abeja.
El diálogo entre la Virgen y Lucía fue así:
-Lucía: “¿Vuestra Merced qué quiere de mí?”
NUESTRA SEÑORA: “Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, que recéis el rosario todos los días y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero”.
Lucía pidió la curación de una persona enferma.
NUESTRA SEÑORA: “Si se convierte, se curará durante el año”.
Lucía: “Quería pedirle que nos llevara al cielo”.
NUESTRA SEÑORA: “Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve. Pero tú te quedarás aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas como flores puestas por mí para adornar su trono”.
Lucía: “¿Y me quedo aquí sola?”
NUESTRA SEÑORA: “No, hija. ¿Y tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”. Al decir estas últimas palabras -cuenta la Hna. Lucía- abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de aquella luz tan intensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Francisco y Jacinta parecían estar en la parte que se elevaba hacia el cielo y yo en la que se esparcía por la tierra. Delante de la mano derecha de Nuestra Señora había un corazón rodeado de espinas que parecía se le clavaban por todas partes. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de los hombres y que pedía reparación.
Cuando se desvaneció esta visión, la Señora, envuelta todavía en la luz que de Ella irradiaba, se elevó del arbusto sin esfuerzo, suavemente, en dirección al este, hasta desaparecer del todo. Algunas personas más próximas notaron que los brotes de la copa de la encina estaban inclinados en la misma dirección, como si los vestidos de Nuestra Señora los hubiesen arrastrado. Sólo algunas horas más tarde volvieron a su posición natural”[1].

        


Enseñanzas espirituales de la Segunda Aparición de la Virgen
         -Al mismo tiempo que se aparece la Virgen, precedida por un resplandor, la luz del sol se oscurece. La Virgen aparece envuelta en una luz más brillante que el sol, porque es la “Mujer revestida de Sol”, de la que habla el Apocalipsis; Ella, por ser la Purísima Inmaculada, es la Llena de gracia y en Ella inhabita la Santísima Trinidad, y como Dios es luz, una luz más brillante que miles de millones de soles juntos, comparada con esta luz, la luz del astro sol es como una sombra. La Virgen, que es Inmaculada, es decir, no tiene la más pequeñísima sombra de pecado o de malicia, transparenta en sí misma la luz de Dios, a Dios, que es luz, y por eso cuando Ella se aparece, la luz del astro sol palidece. Esto es lo que significa que los testigos hayan declarado que “la luz del sol se había obscurecido”. Otro detalle que declararon los testigos fue que los brotes de la copa de la encina, donde se posó la Virgen, parecían doblados bajo un peso, y que cuando la Virgen se retiró, esos brotes se movieron como si hubieran sido arrastrados por el vestido de la Virgen. Esto es para indicar la realidad del cuerpo humano glorificado en la otra vida: sigue siendo el mismo cuerpo humano que poseemos aquí, pero glorificado –para los que van al cielo-. Que hayan escuchado como el zumbido de una abeja, significa que los diálogos del cielo los escuchan y entienden sólo aquellos que el cielo quiere que escuchen y entiendan.
         -Lucía, respetuosamente, le pregunta a la Virgen qué es lo que desea la Virgen que haga ella, y eso es lo que todos debemos preguntarle a la Virgen -aunque no se nos aparezca visiblemente- todos los días de nuestra vida, al levantarnos, durante el día, al acostarnos: “Virgen María, Madre mía, ¿qué es lo que quieres que haga? ¿Qué quieres de mí?”. No hay nada más gozoso que obedecer a las órdenes de la Virgen, porque son las órdenes del mismo Dios en Persona, que es Amor y solo Amor.
         -La Virgen le responde que quiere que regrese el mes siguiente, al mismo día, y que “recen el Rosario todos los días”. A nosotros nos pide que regresemos a su presencia, es decir, que la tengamos presente, no recién el mes que viene, sino todos los días, y esto por medio del rezo del Santo Rosario. Rezar el Rosario es ponernos en presencia de la Virgen, que escucha cada Avemaría que pronunciamos, recibiendo a cada Avemaría recitado con amor en su Corazón Inmaculado como lo que es, una rosa espiritual. A la Virgen, como a toda madre, le gustan las flores y especialmente las rosas; rezar el Rosario es entregarle rosas espirituales, una por cada Avemaría. La Virgen quiere que le regalemos un rosal de rosas espirituales cada día, y para eso nos pide que recemos el Rosario.
         -Lucía le pide la curación de una “persona enferma”, y la Virgen le dice que “si se convierte”, se curará en ese año. Aunque no siempre es así, en este caso, la curación del cuerpo enfermo depende de la conversión del alma. Convertirse es volver el rostro del alma a Dios, que es Sol de justicia, que con sus rayos ilumina y con su luz da de su Vida, de su Amor, de su paz y de su alegría. Pero Dios no puede iluminar y comunicarse a quien no lo quiere, por eso es necesaria la conversión, es decir, el volver el rostro del alma a Dios. La conversión es como el movimiento que hace el girasol, que de noche está cerrado y de espaldas al sol, inclinado hacia la tierra, pero cuando amanece y sale el sol, el girasol abre su corola, se vuelve hacia el sol y lo sigue en su recorrido por el firmamento; de igual manera, un alma no convertida, vive en la obscuridad del pecado, y su rostro está inclinado a las cosas bajas, a las cosas de la tierra; la conversión es cuando la Virgen intercede para que la luz de la gracia amanezca en su corazón y así se vuelva capaz de elevarse por encima de las cosas de la tierra, abriendo los ojos del alma a Jesús, Sol de justicia, y contemplándolo con Amor e imitando su vida. Esto es lo que la Virgen pide, la conversión del alma, para que después se cure el cuerpo, porque de nada sirve un cuerpo sano si el alma está enferma, con el cáncer incurable del pecado mortal.
         -Lucía le pide que “los lleve al cielo”.
         -La Virgen le dice que sí, pero primero los llevará a Jacinta y a Francisco, y a Lucía la dejará un tiempo más, para que la haga conocer y amar y para que  dé a conocer la mundo la devoción a su Inmaculado Corazón. Al que sea devoto de su Inmaculado Corazón, Ella le promete la salvación, y le dice que esas almas serán amadas de Dios como flores puestas por Ella para adornar su trono. El motivo es que el Corazón de la Virgen es como un Jardín hermosísimo, siempre florecido; son las virtudes de Ella y de Jesús, que despiden perfumes y fragancias exquisitos, desconocidos para el hombre. El que se consagra a la Virgen y se esfuerza por imitar sus virtudes y por vivir en gracia, no solo nunca es alcanzado por la pestilencia del pecado, sino que convierte su corazón en una imitación del corazón de la Virgen. Un corazón en pecado es como un desierto árido, lleno de alimañas, de víboras venenosas, de alimañas, escorpiones, arañas, roedores; un corazón que no ama a la Virgen es como un bosque oscuro, frío, tenebroso, habitado por extrañas y horribles creaturas monstruosas. En un corazón así, no entra la luz de la gracia, y es ocupado por los siniestros ángeles caídos. Por el contrario, el que se consagra a la Virgen, adorna su corazón con la luz y la gracia de Dios, y hacen de él un lugar tan agradable, que hasta el mismo Dios quiere venir a habitar en él.
         -La Virgen le dice que su Corazón Inmaculado será dos cosas: “refugio” y “camino que conduce a Dios”. “Refugio”, porque el mundo está bajo el maligno, como dice San Juan, y por eso hay tanta violencia, tanto engaño, tanta mentira. El mal asola el mundo, y los demonios acechan para hacer caer en sus perversas trampas, a cada momento. El mundo bajo el maligno es como un tornado gigantesco que devasta y destruye todo a su paso; el único refugio seguro es el Corazón Inmaculado de María. Es también el único “camino que conduce a Dios”, porque la Virgen enseña a negarnos a nosotros mismos, en nuestros enojos, impaciencias, perezas, y en todas las cosas malas; la Virgen nos enseña a cargar la Cruz de todos los días, siembra en nuestro corazón el deseo de seguir a Jesús, y nos guía para que vayamos detrás de su Hijo, por el camino del Calvario, que es el único camino que nos conduce a Dios. El mundo, por el contrario, nos muestra un camino fácil, en donde sólo hay que satisfacer nuestros caprichos y ser egoístas, no hace falta cargar la Cruz, y hay que caminar por un camino en bajada, que conduce lejos de Dios, fácil de andar, pero que termina en un abismo oscuro, en donde habita el ángel de la oscuridad. Por eso, el único camino que conduce a Dios, es el Inmaculado Corazón de María.
         -La Virgen les muestra la luz de Dios, que los sumerge en Dios, y como Francisco y Jacinta iban a partir pronto hacia el cielo, están más arriba, mientras que Lucía, que permanecería más tiempo, se encuentra más abajo. En la mano de la Virgen está su Corazón Inmaculado, rodeado de espinas “que se clavaban por todas partes”: son los pecados de los hombres, sus cosas malas que salen de sus corazones –mentiras, desobediencias, engaños, violencias, desprecios a la Eucaristía, entre otras muchas cosas más- y que ofenden al Corazón de María, que necesita por lo tanto reparación de parte nuestra.
        




[1] Cfr. “Memorias II”, págs. 48 y 49; “Memorias IV”, págs. 134 y 135; De Marchi, págs. 96 a 98; Walsh, págs. 94 y 95; Ayres da Fonseca, págs. 34 a 36; Galamba de Oliveira, pág. 7.

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