(Domingo
XX –TO – Ciclo A – 2014)
La Palabra de Dios nos cuenta de una mujer que tenía una
hija a la que el demonio la había poseído; esta mujer no pertenecía al Pueblo
Elegido, pero lo mismo creía mucho en Jesús, es decir, tenía mucha fe en Jesús.
Ella sabía que Jesús tenía el poder de Dios para sacar al diablo del cuerpo de
su hija, porque tenía fe en que Jesús era el Hijo de Dios, y por eso fue a
pedirle a Jesús por su hija, pidiéndole a los gritos que la ayudara.
Pero Jesús, que sabía que la mujer tenía una fe muy grande, quería
que todos vieran la fe de la mujer, y por eso le hizo una prueba, y no le dio
lo que quería ahí nomás, sino que le dijo que Él había venido solo para las
ovejitas de Israel, y ella no pertenecía a las ovejitas de Israel. Pero la
mujer no se dio por vencida y le dijo con más fe: “Señor, socórreme”. Jesús le
hizo otra prueba más fuerte todavía: le dijo que ella era como un perrito,
porque la comparó con un perrito, al decirle que no estaba bien darle el pan de
los hijos para dárselo a los cachorros; pero la mujer no se sintió ofendida,
sino que, con mucha fe –y también con mucha humildad, y también con mucho amor,
porque el que tiene fe tiene humildad y amor-, le dijo: “Pero los cachorros
comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos”. Es decir, a la mujer no
le importó que la comparara con un perrito, porque era tanto el amor que le
tenía a Jesús, que le bastaba que le diera aunque sea una pequeña muestra de
ese amor, mediante el milagro de la curación de su hija, expulsando al demonio
que la atormentaba. Entonces Jesús, al ver la fe tan grande de la mujer, se
maravilló, y la alabó, diciéndole: “Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se
cumpla lo que deseas”. Y en ese instante, dice el Evangelio, su hija quedó
curada, es decir, el demonio se fue de su cuerpo.
Así, como la fe de esa mujer cananea, fuerte e
inquebrantable, tiene que ser nuestra fe en la Presencia real de Jesús en la
Eucaristía. Aunque Jesús no solo no nos conceda lo que le pidamos, sino que,
más aun, como a la mujer cananea, parezca ser que nos humilla, nuestra fe en su
Presencia en la Eucaristía debe ser sencilla, robusta y firme como una roca. Solo
entonces, Jesús nos dirá: “¡Tienes una fe muy grande!” y cumplirá nuestros
deseos más profundos –como los de ir al cielo, con nuestros seres queridos, y que
también se salven todos los hombres-, como cumplió los deseos de la mujer
cananea.
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