(Domingo
XII – TO – Ciclo B – 2015)
En este Evangelio, Jesús se sube a la barca, junto a sus
discípulos, para “pasar a la otra orilla”. Mientras van navegando, Jesús se
duerme, pero al mismo tiempo, comienza a soplar mucho viento y el viento hace
que las olas sacudan la barca y hagan entrar agua dentro de la barca, con lo que
la barca parece que va a hundirse. Pero a pesar de todo, Jesús sigue durmiendo,
porque parece que estaba muy cansado. Mientras tanto, el viento seguía soplando
cada vez más fuerte y más fuerte, haciendo que las olas se vuelven cada vez más
altas, con lo que cada vez entraba cada vez más agua en la barca, y lo mismo,
Jesús seguía durmiendo. Entonces, a los discípulos les entró mucho miedo y
fueron a despertarlo a Jesús, para que hiciera algo. Jesús se despertó y le
dijo al viento: “¡Silencio! ¡Cállate!”. Y el viento se calmó en el acto, y al
calmarse el viento, se calmaron las olas, dejó de entrar agua en la barca y
todo volvió a la normalidad, todo quedó en calma y tranquilidad. Los amigos de
Jesús estaban todos sorprendidos y se preguntaban quién era Jesús, porque le
obedecían el viento y el mar: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le
obedecen?”.
No es raro que Jesús haga un milagro como el que nos cuenta
el Evangelio de hoy, porque Él es Dios, y como Dios, es el Creador del
Universo, tanto del visible, como del invisible, y por eso, todo está bajo su
completo dominio: bastaría con que Él dijera una sola palabra, y dejarían de
existir las guerras en el mundo, el infierno quedaría sepultado para siempre y
toda la Iglesia sería elevada a la más alta santidad. Bastaría con que Jesús
dijera, desde cualquiera de los sagrarios del mundo: “¡Silencio!”, y reinaría
en el mundo la más completa paz y el más gran de los silencios. Eso es lo que
hará Jesús en el Último Día, en el Día del Juicio Final. Hasta ese Día, Jesús
nos deja en nuestra libertad, para obremos todo el bien que podamos, para que
nos ganemos el cielo, y dejemos de obrar el mal, porque el corazón de cada uno,
cuando no tiene la gracia de Dios, es como el viento y el mar del Evangelio de
hoy: está todo revuelto y embravecido; pero cuando el corazón está en gracia de
Dios, cuando el corazón escucha la dulce voz de Jesucristo, entonces es como el
viento y el mar cuando ya están calmados. Si nuestros corazones están todos
revueltos, como el viento y el mar que provocan la tormenta, no vamos a poder
recibir a Jesús, que viene, manso y humilde, escondido en la Eucaristía. Que nuestros
corazones sean entonces, dóciles y mansos, como el viento y el mar, que se
calman al escuchar la dulce voz de Jesús, para que así, en el silencio y en la
calma, podamos recibir a Jesús, que viene en la mansedumbre del Pan del Altar,
la Eucaristía.
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