Catecismo
para Niños de Primera Comunión - Lección 25 – El perdón de los pecados - Parte 1[1]
Doctrina
¿Tiene la Iglesia
poder para perdonar los pecados? La Iglesia tiene poder, recibido de
Jesucristo, para perdonar todos los pecados de los hombres, por muchos y graves
que sean.
¿Cuándo concedió
Jesucristo a la Iglesia el poder de perdonar los pecados? Jesucristo
concedió a la Iglesia el poder de perdonar los pecados cuando el día de la Resurrección
dijo a los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonáreis los
pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retuviéreis les serán
retenidos” (Jn 20, 21-23). También lo
hizo cuando el Señor dijo a San Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los
cielos; todo lo que atares en la tierra, será atado en el cielo, y cuanto
desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 19). Con estas palabras dio el Señor a los apóstoles y a sus
sucesores y sacerdotes el poder de perdonar los pecados.
¿Quiénes tienen poder
para perdonar los pecados? Tienen poder para perdonar los pecados los
obispos y los sacerdotes que están debidamente autorizados.
Explicación
En la imagen vemos una representación de la parábola del
hijo pródigo, propuesta por Jesucristo para indicarnos el gran amor de Dios
para con nosotros, al perdonarnos nuestros pecados.
El hijo pródigo que se aleja de la casa paterna representa
al pecador que deja de pertenecer al Cuerpo de la Iglesia, por el pecado y el
apartamiento de Dios. El hijo pródigo que se entrega a los placeres del mundo y
no se alimenta de los alimentos de la mesa de su padre, representa al pecador
que, por pereza, no asiste los Domingos a Misa para alimentarse con el manjar
del cielo que nos brinda Dios Padre, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía. El hijo
pródigo, luego de gastar todo su dinero, queda
en la ruina, completamente pobre y miserable. Ya no tiene amigos, se
muere de hambre y debe trabajar para un granjero, que lo envía a cuidar cerdos,
sin siquiera poder alimentarse de las bellotas que comen los cerdos: representa
al hombre que, por el pecado, se aparta de Dios y su gracia y, sin poder
alimentarse de la Eucaristía a causa del pecado, se vuelve esclavo de Satanás. Al
final de la parábola, el hijo pródigo se arrepiente y decide regresar a la casa
del padre, pidiéndole perdón por haberlo abandonado y por
haber dilapidado su fortuna; el buen padre lo perdona, lo abraza y lo viste, no
como sirviente, sino como hijo: representa la Confesión Sacramental, en la que
el pecador arrepentido, después de haber implorado el perdón de sus pecados,
mediante una buena confesión es restituido a la gracia y amistad del Padre
celestial.
Práctica: con
frecuencia, ante mis pecados o faltas cometidas, haré breves oraciones de
arrepentimiento: ¡Dios mío, perdona mis pecados! ¡Señor, apiádate de mí, que
soy un pecador! ¡Señor, purifícame! ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad
de mí, que soy un pecador! También repetiré la oración de Santo Domingo Savio
el día de su Primera Comunión: “¡Prefiero morir, antes que pecar!”.
Palabra de Dios: “Cristo
murió por nuestros pecados, según las Escrituras” (1 Cor 15, 3). Jesús perdonó, durante su vida en la tierra, muchas
veces a los pecadores: perdonó a la mujer arrepentida, en casa de Simeón (Lc 7, 48); perdonó a la mujer adúltera (Jn 23, 42-43); perdonó a Zaqueo (Lc 19, 1-10); perdonó a sus verdugos (Lc 23, 34); perdonó al buen ladrón (Lc 23, 42-43).
Ejercicios bíblicos:
Lc 1, 50; 1 Jn 1, 9; Lc 15, 2; 1 Tim 2, 4; Ez 33, 11.