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domingo, 26 de junio de 2016

Evangelio para Niños: “Te seguiré adonde vayas”


(Domingo XIII – TO – Ciclo C – 2016)

         Jesús pasa cerca de un grupo de jóvenes y los invita a seguirlo. Uno de ellos le dice: “Te seguiré adonde vayas” (Lc 9, 51-62). Para el que lo quiere seguir, Jesús le hace ver que seguirlo a Él no es fácil ni cómodo, porque Él, aunque es Dios y Creador del universo –y por lo tanto, Dueño de todo-, al vivir entre los hombres, vive pobremente, y tan pobre, que incluso los animalitos tienen un lugar donde ir a descansar, mientras que Él no tiene ni siquiera un lugar “donde reposar su cabeza”.
         Pero además, seguir a Jesús no es fácil, porque Jesús va por un camino estrecho, empinado, difícil de recorrer, porque es el camino de la cruz, el Via Crucis. Es en la cruz en donde Jesús no tiene “un lugar para reposar la cabeza”, porque por la posición en la que está, con sus manos clavadas al madero, con sus pies también clavados, y con la corona de espinas, que es muy grande, formada por espinas gruesas, filosas, duras, Jesús no puede, ni siquiera por un minuto, descansar; no puede, en la cruz, reposar su cabeza para tener un poco de alivio.

         También hoy Jesús pasa delante de cada uno de nosotros y nos dice: “Sígueme”; también hoy Jesús pasa, con la cruz a cuestas, camino del Calvario, el único camino que lleva al Cielo. 
       Y nosotros, junto con el joven del Evangelio, le decimos: “Querido Jesús, te seguiremos adonde vayas; te seguiremos y marcharemos detrás de Ti, que vas cargando la cruz hasta el Calvario; te seguiremos cargando nuestra propia cruz, para ir contigo, del Calvario, al Cielo. Te seguiremos adonde vayas, pero dile a tu Mamá, la Virgen, que nos ayude a llevar la cruz”.

jueves, 23 de junio de 2016

El Sacramento del Bautismo explicado a las Familias


         Cuando un niño –o un adulto- recibe el bautismo, hay algo misterioso que sucede en el alma del que se bautiza, pero eso misterioso está oculto a los ojos del cuerpo, y solo podemos saberlo con la luz de la fe. Dice San Agustín que “cuando el sacerdote bautiza, es Cristo el que bautiza”. Es decir, que cuando vemos en la ceremonia del bautismo a un sacerdote derramar agua sobre la cabeza del niño, al mismo tiempo que pronuncia las palabras: “Yo te bautizo, el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, sucede en el alma algo misterioso, que Jesús llama “nacer de lo alto”. Es decir, el Bautismo es como un nacimiento, no del cuerpo, como sucede cuando todos nacemos de nuestras mamás, sino del alma, y no nacemos para la tierra, sino para el cielo, y no por obra de los papás –mamá y papá-, sino por obra del Espíritu Santo. Cuando el sacerdote derrama agua sobre la cabeza del que se bautiza, es como si alguien se pusiera debajo de Jesús en la cruz y dejara que la Sangre de Jesús cayera sobre su alma: es la Sangre de Jesús la que borra el pecado del alma, y eso es una parte de lo que pasa en el Bautismo, cuando el sacerdote derrama agua sobre el que se bautiza. Otra cosa que sucede es que, por la Sangre de Jesús, el alma queda liberada del Demonio, que desde que todo hombre nace en esta tierra, y a causa del pecado original, cubre a todo el que nace con sus alas negras y con sus garras: con el Bautismo, Jesús libera al alma del dominio del Demonio y lo rescata de sus garras. Pero lo más grandioso que hace Jesús en el Bautismo no es, ni quitar el pecado original, ni sustraer a las almas del dominio del Demonio –aunque esto sea algo grandioso-: lo más grandioso que hace Jesús, es convertir al alma en hija adoptiva de Dios, de manera que después del Bautismo, el niño es más hijo de Dios, que de sus propios padres biológicos. El alma nace, por el Espíritu Santo, a una vida nueva, la vida de la gracia, y esto es lo que Jesús quiere decir cuando dice que “hay que nacer de lo alto, del agua y del Espíritu”: por el Espíritu Santo que se nos derrama en el alma, somos hechos hijos de Dios en el Hijo de Dios, ya no somos simplemente creaturas o simplemente seres humanos: somos hijos adoptivos de Dios, hechos hijos con la misma filiación divina con la cual Jesús es Hijo de Dios desde la eternidad. Y como somos hijos de Dios, debemos comportarnos como hijos de Dios, es decir, como hijos de la luz, y no como hijos de la oscuridad, porque un hijo debe parecerse a su padre, en todo lo bueno que tiene el padre. ¿Puede un hijo de Dios comportarse como un hijo de la oscuridad, es decir, hacer cosas malas? No, de ninguna manera, y esa es la razón por la cual nosotros, los cristianos, llevamos los Mandamientos de la Ley de Dios en la mente y en el corazón, y también el Mandamiento nuevo del amor de Cristo Jesús: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”, y esto quiere decir amar a los enemigos, perdonar setenta veces siete y amar con el Amor con el que Jesús nos ama desde la cruz, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
         El cirio pascual, símbolo de Jesús, representa lo que sucede en nuestra alma: cuando se toma el fuego para encender la candela, el fuego indica que Jesús está en el alma del que se bautiza, así como el fuego está en la candela, y la candela de cera, representa nuestras almas. Esta luz de Jesús no se apaga, pero Jesús, que es “Luz del mundo”, sí se retira de un alma cuando el alma peca, y así el alma queda a oscuras, por eso es que debemos hacer el más firme propósito de renunciar al pecado y a Satanás, para que Jesús, la luz de nuestras almas, no se retire nunca de nuestros corazones.

         La vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia, significa que no podemos vivir como hijos de la oscuridad, esto es, dominados por el pecado, las pasiones y la concupiscencia, sino que debemos vivir como hijos de la luz, evitando perder la gracia aún a costa de perder la vida terrena, que es lo que afirmamos en el Sacramento de la Reconciliación cuando decimos: “…antes querría haber muerto –es decir, afirmamos que desearíamos haber perdido la vida terrena- que haberos ofendido” –es decir, que haber cometido el pecado del cual nos estamos confesando.
        Debemos ser fieles a la gracia recibida en el Bautismo para irradiar la luz de Jesús al mundo, como dice San Antonio de Padua: “Un cristiano fiel, iluminado por los rayos de la gracia al igual que un cristal, deberá iluminar a los demás con sus palabras y acciones, con la luz del buen ejemplo”.

miércoles, 22 de junio de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 27 – Amén

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 27 – Amén 

Doctrina

¿Qué quiere decir la palabra “Amén” del Credo? La palabra “Amén” del Credo quiere decir “Así es”, “lo creo”.

         Además del Credo, ¿creemos los católicos en otras verdades? Sí, además del Credo, creemos todo lo que está contenido en la Sagrada Escritura y cuando Dios ha revelado por Jesucristo a su Santa Iglesia Una, Católica y Apostólica.

         Y para librarnos del Infierno y conseguir el cielo, ¿qué debemos hacer? Guardar los Mandamientos, vivir en gracia, evitar el pecado y obrar la misericordia con todos los prójimos, sobre todo, los más necesitados (un enfermo, un pobre, alguien que necesita un consejo, etc.).

         Explicación

         “Amén” es la palabra hebrea que se ha conservado sin traducir. Esta palabra, con la que terminamos el Credo, el Padrenuestro y otras oraciones, tiene varios significados. Al final del Padrenuestro expresa el ardiente deseo que tenemos de que Dios nos oiga y la firme esperanza de que nos oirá, y significa “Así sea”.
         Al final del Credo significa más bien: “Así es”, “creo cuanto acabo de decir”. La palabra “Amén” significa ante todo certeza, estos es, ciertamente, verdaderamente, seguramente, o sencillamente sí, lo creo, así es.
         Y esto es lo que significa “Amén” cuando comulgamos, luego de que el sacerdote, mostrándonos la Eucaristía, nos dice: “El Cuerpo de Cristo”: decimos “Sí”, que quiere decir: “Verdaderamente es el Cuerpo de Cristo lo que recibo en la Eucaristía por la comunión”.


La Santísima Trinidad, fuente de toda la Verdad revelada en Jesucristo.

         Vemos a la Santísima Trinidad en el cielo, y cuando decimos “Amén” al finalizar el Credo, le estamos diciendo a Dios: “Señor, creemos todo lo que nos revelas a través de Nuestro Señor Jesucristo y nos enseñas a través de la Iglesia”. “Amén” significa el propósito de creer y obrar según todo lo que en nuestras oraciones decimos, además de manifestar nuestro deseo de que se cumpla su santísima voluntad, sobre nuestras vidas y sobre el mundo entero.


San Francisco Javier predicando el Evangelio y bautizando.

         Un sacerdote que predica el Evangelio de Jesucristo a hombres de lugares lejanos -es decir, que está misionando-, es un ejemplo de cómo debemos vivir y transmitir nuestra fe a quien no la conoce. Es lo que se llama “misión de la Iglesia a los pueblos gentiles o paganos”.


San Denis de París, en el momento de ser decapitado.

         Vemos a un mártir dando su vida por Jesucristo: esto nos lleva a considerar hasta qué extremo debe llegar la firmeza de nuestra fe: hasta el martirio, es decir, hasta morir por Cristo Jesús, tal como lo hicieron innumerables santos que, si bien sufrieron horriblemente a mano de sus verdugos, hoy gozan felices en el cielo y están contentísimos de haber sufrido y muerto por Cristo y su religión católica. Nuestra fe debe ser viva, firme, activa, ilustrada, esto es, saber bien lo que creemos y las razones que nos ayudan a creer.

         Práctica: Reflexionaré sobre la palabra “Amén” y su significado, cada vez que la pronuncie en las oraciones, pero sobre todo, cuando la pronuncie al comulgar.

         Palabra de Dios: C risto es el gran “Amén” de todas las antiguas promesas (2 Cor 1, 20). “Al que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes de Dios, su Padre, a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron;  y se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí, Amén” (Ap 1, 5-7).

         Ejercicios bíblicos: 2 Cor 1, 20; Ap 3, 14; 1 Rey 1, 36.        
        



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

sábado, 18 de junio de 2016

Evangelio para Niños: Jesús en la Eucaristía es el Dios Mesías


(Domingo XII – TO – Ciclo C – 2016)
Jesús les pregunta a sus amigos qué es lo que la gente dice de Él (cfr. Lc 9, 18-27) y sus amigos le dicen que la gente cree que Él es el Bautista; otros, dicen que Él es Elías; otros, dicen que es un profeta. Es decir, la gente no sabe quién es Jesús.
Después Jesús les pregunta a ellos, quién piensan que es Él, y el que responde es Pedro: “Tú eres el Mesías”. Mesías significa “Ungido”, porque era costumbre de los hebreos ungir con aceites perfumados a los reyes cuando se los proclamaba. Jesús es el Mesías, “Ungido”, pero no con aceite, sino con el Espíritu Santo. Sólo Pedro sabe que Jesús es el Mesías ungido por el Espíritu Santo -porque es el Hijo de Dios, “metido” en un cuerpo y alma humanos-, y esto lo sabe Pedro, porque está iluminado por el Espíritu Santo.

Ahora bien, ese mismo Jesús, que es Mesías y es Dios, está en la Eucaristía, invisible. En la Eucaristía está el Hijo de Dios, Jesús, el Mesías y Salvador de los hombres. Y Jesús también nos pregunta a nosotros, desde la Eucaristía: “¿Quién dicen ustedes, que Soy Yo en la Eucaristía?”. Y nosotros, junto con Pedro, le decimos: “Jesús, Tú en la Eucaristía eres el Dios Mesías y porque Tú, querido Jesús Eucaristía,  eres nuestro Dios y Salvador, te pedimos que hagas que tu Mamá, la Virgen María, nos ayude a llevar nuestra cruz en esta vida, para así después vivir contigo, en el cielo, para siempre”.

sábado, 11 de junio de 2016

El Evangelio para Niños: Jesús perdona a la mujer arrepentida y nos perdona a nosotros en la Confesión



(Domingo XI – TO – Ciclo C – 2016)

         En el Evangelio de hoy, una mujer se acerca a Jesús con un frasco de perfume, rompe el frasco y derrama el perfume sobre los pies de Jesús; mientras hace esto, llora y con sus lágrimas moja los pies de Jesús; luego los seca con sus cabellos y los besa. Con esta acción, la mujer demuestra mucho amor a Jesús y Jesús le perdona todos sus pecados, que eran muchos, y dice por qué le perdona todos sus pecados: porque la mujer “tiene mucho amor” en su corazón hacia Jesús. Aunque es muy pecadora, la mujer se da cuenta que sus pecados ofenden al Corazón de Jesús y lo lastiman; se arrepiente de sus pecados y llora de pena por haber ofendido a Jesús. Siente que su corazón es como una piedra que ha sido triturada, y lo que ha triturado su corazón de piedra es el Amor de Jesús, y eso se llama “contrición” o dolor perfecto del corazón por los pecados cometidos. Cuando alguien comete un pecado, su corazón se vuelve duro como una piedra, y el Amor de Jesús es el único que puede triturar el corazón de piedra -así como cuando alguien tritura una piedra con un martillo, por ejemplo- para convertirlo en un corazón de carne.
         El que tiene mucho amor a Jesús se da cuenta que Jesús recibe un golpe en el Corazón por cada pecado cometido, y eso lo lleva a arrepentirse de haber golpeado a Jesús con sus pecados, y entonces, con el corazón triturado por el dolor y el amor, se decide a preferir morir antes que pecar.
         Cuando cometemos un pecado, el pecado nos hace sentir “bien”, aunque es una falsa sensación de bienestar, porque después nos sentimos mal, con remordimiento y culpa por el pecado. Por ejemplo, cuando cometemos el pecado de la ira, nos sentimos “bien” porque nos desahogamos, pero luego viene el remordimiento por habernos comportado mal. El pecado es como un veneno con gusto dulce en la boca, pero que cuando llega al estómago, comienza a hacer daño. Pero, como decíamos, el pecado nos hace sentir bien al inicio, y esto es lo que tenemos que saber: si a nosotros nos hace sentir bien en un primer momento, a Jesús, en cambio, le provoca mucho dolor, en su Cuerpo y en su Corazón, porque el pecado nuestro es un golpe de látigo, una trompada en la cara, una espina de su corona, un golpe en el pecho, los clavos en sus manos o en sus pies. Cuando peleamos con nuestros hermanos o amigos; cuando contestamos mal a nuestros padres; cuando hacemos pereza; cuando cometemos cualquier pecado, estamos golpeando a Jesús y le provocamos mucho, pero mucho dolor y también tristeza.
La mujer del Evangelio se dio cuenta de que sus pecados le habían provocado mucho dolor y mucha pena a Jesús, y que lo habían herido y ofendido mucho, y es por eso que llora arrepentida y decide no volver a pecar más. Y así como Jesús la perdona, así también nos perdona a nosotros nuestros pecados, en la Confesión Sacramental.

         Entonces, cuando tengamos la tentación de algún pecado –ira, pereza, gula, soberbia, etc.-, recordemos que nuestros pecados golpean a Jesús y le hacen salir sangre y le provocan mucho dolor y mucha tristeza, y hagamos el propósito de confesarnos y nunca más volver a cometer el pecado del que nos confesamos, para nunca más golpear a Jesús, que sufre por mis pecados en la cruz.

sábado, 4 de junio de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 26 – La Resurrección de la carne

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 26 – La Resurrección de la carne 
Doctrina
¿Qué quiere decir la resurrección de los muertos? La resurrección de los muertos quiere decir que, como Cristo resucitó, así también nosotros resucitaremos al fin del mundo, volviendo a unirse nuestras almas con nuestros cuerpos, para nunca más morir.
¿Resucitarán al fin del mundo todos los hombres? Al fin del mundo resucitarán todos los hombres, los buenos y los malos; los buenos para gozar en alma y cuerpo en el cielo, y los malos para padecer en alma y cuerpo eternamente en el infierno.

Explicación


Jesús, Sumo y Eterno Juez, aparece en el centro de la escena acompañado por María Corredentora y Reina del Universo, en el Día del Juicio Final. Todos los hombres comparecen ante Jesús para recibir de Él el pago merecido por sus obras, libremente realizadas: para los buenos, el cielo; para los malos, el infierno.

En esta lámina se representa la resurrección de la carne, es decir, que el Último Día del mundo todos los hombres volverán a resucitar con sus propios cuerpos.
Cuando vuelva Jesucristo, llamará con su poder divino ante sí a todos los hombres, para juzgarlos a todos, presentándose no como Jesús Misericordioso, sino como Sumo y Eterno Juez, porque el tiempo de la Misericordia de Dios es para esta vida terrena; luego de la muerte, Dios es nuestro Juez Supremo. En ese momento, todos los hombres oirán su voz y resucitarán, y en la resurrección, los cuerpos de los muertos se unirán para siempre a sus almas.
Dios quiere que el cuerpo del hombre, que es instrumento del alma lo mismo para el bien que para el mal, participe también de la gloria o de la pena de sus obras; y por esto en su infinito poder y sabiduría ordenó la resurrección. Así como Jesucristo resucitó, y vive su cuerpo glorioso y triunfante, así resucitarán todos. Como dice San Pablo: “Cristo resucitó y nosotros resucitaremos” (1 Cor 15).
Los cuerpos de los malos reflejarán su maldad y desesperación, mientras que los cuerpos de los hombres buenos serán gloriosos: se parecerán al cuerpo glorioso de Jesucristo y las dotes de las que estarán adornados (comprendidas en la palabra “casi”), serán: claridad o resplandor (porque la gloria de Dios que los inhabita es luminosa); agilidad, o sea, una gran facilidad para trasladarse de un lugar a otro; sutileza, o sea, poder de penetrar cualquier cuerpo, e impasibilidad, o sea, imposibilidad de poder sufrir (porque la gloria de Dios impide todo dolor).
Los cuerpos resucitarán en edad perfecta, y, sobre todo los gloriosos, sin lesión ni achaque alguno, aunque hayan muerto enfermos o lisiados.
Debemos advertir que el estado ahora del alma separada del cuerpo en el cielo o en el infierno es un estado imperfecto, puesto que el hombre no es el cuerpo solo ni el alma sola, sino la unión de ambos, y durante la eternidad aparecerá como ser completo, es decir, el cuerpo unido al alma. Si no resucitaran los cuerpos, el hombre en la eternidad quedaría incompleto, por la razón que dijimos: porque no es ni cuerpo ni alma solos, sino cuerpo unido al alma.
Práctica: “El mundo pasa y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2, 17).
Palabra de Dios: Jesucristo dijo: “Llega la hora en que cuantos estén en los sepulcros oirán su voz (la del Hijo de Dios), y saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal para la resurrección del juicio” (Jn 5, 28-29). “Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción” (1 Cor 15, 42). “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y enviará sus ángeles con resonante trompeta y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mt 24, 29ss).
Ejercicios bíblicos: 1 Cor 15, 21; Flp 3, 21; 1 Cor 15, 42.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.