(Domingo XXV - TO - Ciclo C - 2016)
En este Evangelio, Jesús nos cuenta el caso de un mayordomo que
hacía trampas a su dueño y, cuando este lo descubre, termina por despedirlo (Lc 16, 1-13). Entonces,
lo que decide hacer, es llamar a los que le debían a su amo y rebajarles la
deuda, por ejemplo, si debían diez sacos de trigo, los hacía firmar por cinco,
entonces, era como que estuviera “regalando” esos cinco sacos de trigo, aunque realidad
era un robo, porque él no podía hacer eso, porque no eran suyos. Así, el
mayordomo pensaba que, cuando él estuviera en la calle y sin trabajo, aquellos
a los que había favorecido, lo recibirían en sus casas como amigo y lo
tratarían bien. Su amo se entera de este nuevo engaño y lo alaba, admirándose
por la astucia que había demostrado.
¿Y
qué dice Jesús? Como Jesús no dice nada, parece que está aprobando esta trampa
del mayordomo, porque lo único que dice es: “Los hijos de las tinieblas son más
astutos en sus asuntos que los hijos de la luz”. En realidad, Jesús no aprueba
lo que está mal, que es el robo, y jamás lo podría hacer, porque Él es Dios
tres veces Santo; lo que Jesús nos quiere enseñar en esta parábola, es que
nosotros también debemos ser astutos, sagaces, inteligentes, con los dones que
Dios nos dio –la inteligencia, la voluntad, el bautismo, la confirmación- para
ganar almas para el cielo. Él mismo nos dice que seamos como dos animales –o más
bien, como tres, porque dice que seamos “mansos y humildes de corazón” como Él,
que es el Cordero de Dios-, cuando dice: “Sed mansos como palomas y astutos
como serpientes” (Mt 10, 16). Esto es lo que Jesús quiere de nosotros: que
seamos mansos, pero también astutos, para que seamos administradores fieles y
sagaces, que hagamos fructificar los dones que Él nos dio, para salvar muchas
almas y así, cuando dejemos de ser administradores, al final de la vida, Él nos
haga pasar al Reino de Dios “para gozar de Dios”.
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