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domingo, 30 de abril de 2017

El Evangelio para Niños: Jesús parte el pan y sus amigos de Emaús se dan cuenta que es Él


(Domingo III – TP – Ciclo A – 2017)

         Dos de los amigos de Jesús iban caminando desde Jerusalén a un pueblito llamado “Emaús”, que estaba a unos diez kilómetros de distancia. Mientras iban por el camino, conversaban entre ellos y comentaban algo que había pasado el Domingo después del Viernes Santo: unas mujeres les habían contado que cuando habían ido al sepulcro, lo habían encontrado vacío y que incluso se les habían aparecido unos ángeles, que les habían dicho que Jesús estaba vivo, pero ellos no creían que fuera cierto. Eran amigos de Jesús, lo habían visto hacer milagros, habían escuchado su sabiduría del cielo, pero ahora estaban tristes porque no creían lo que las mujeres y los ángeles decían, y pensaban que Jesús seguía muerto. Mientras estaban caminando y conversando entre ellos, muy tristes, se les apareció Jesús resucitado, pero ellos no se dieron cuenta que era Él y lo confundieron con un forastero, con un extraño. Jesús los acompañó y, cuando llegaron a Emaús, Jesús hizo como que seguía caminando, pero ellos le dijeron: “Quédate con nosotros, que ya es tarde y se hace la noche”. Jesús se quedó con ellos y cuando estaban en Emaús, celebró la Misa, y cuando llegó el momento en que Jesús partió la Eucaristía –igual a cuando el sacerdote en la Misa parte la Eucaristía para poner un pedacito en el cáliz, lo cual simboliza la Resurrección, al unirse el Cuerpo con la Sangre que se habían separado en la Cruz-, en ese momento, Jesús les sopló el Espíritu Santo, que les iluminó la inteligencia y les hizo arder el corazón con el Amor de Dios. Ahí los discípulos se dieron cuenta que era Él y sintieron mucho amor y mucha alegría al darse cuenta que era Jesús, pero Jesús, en ese momento, desapareció. Entonces los discípulos fueron a avisar a los demás, llenos de alegría, que Jesús había resucitado.
         Muchas veces nos puede pasar lo mismo a nosotros: Jesús resucitado está vivo, glorioso, con su Cuerpo lleno de la luz y del Amor de Dios, en la Eucaristía. Está oculto a los ojos del cuerpo, y como no lo vemos, no nos damos cuenta de que Jesús está con nosotros, en la Eucaristía, en el sagrario. Muchas veces, nos ponemos tristes porque pasan cosas, pero no nos acordamos que Jesús está resucitado en la Eucaristía, y está ahí para acompañarnos, para darnos su Amor, para decirnos que no estamos solos, que Él quiere ayudarnos, y que lo único que quiere es que lo vayamos a visitar en el sagrario.

         No seamos incrédulos y faltos de fe, como los discípulos de Emaús antes del encuentro con Jesús, y le pidamos a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, que nos conceda la gracia de acordarnos siempre que Jesús está en la Eucaristía, resucitado y lleno de la luz y del Amor de Dios. Y pidamos esta gracia siempre, pero sobre todo, cuando vayamos a comulgar, para decirle a Jesús Eucaristía, como los discípulos de Emaús: “¡Jesús Eucaristía, quédate conmigo, en mi corazón, toda la vida, y no te vayas nunca de mí!”.

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