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domingo, 25 de junio de 2017

El Evangelio para Niños: Si damos testimonio de Jesús Él le hablará al Padre de nosotros


(Domingo XII – TO – Ciclo A - 2017)

En el Evangelio, Jesús dice que si alguien da testimonio de Él ante los hombres, en esta vida terrena, después Él, en la vida eterna, dará testimonio de esa persona ante Dios Padre: “Al que me reconozca ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo”. Pero también dice que si alguien se calla y no dice nada ni hace nada por Él, Él también se quedará callado ante su Padre en el cielo: “Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres” (Mt 10, 26-33).
¿Qué quiere decir “dar testimonio de Jesús”? No quiere decir pararse en un banquito en la plaza y leer la Biblia en voz alta; no quiere decir estar fijándose en qué es lo que hacen los demás, para señalarles sus errores. Dar testimonio de Jesús quiere decir, en primer lugar, tener grabados, en la mente y en el corazón, los Mandamientos de la Ley de Dios y las palabras de Jesús, y obrar según ellos. Por ejemplo: en el Tercer Mandamiento, se dice: “Santificarás las fiestas”, lo cual quiere decir asistir a la Santa Misa en el día Domingo, además de hacer obras buenas, como leer un buen libro, visitar a un enfermo, dar limosna, o hacer tareas livianas como asear la casa, hacer las tareas de la escuela, hacer alguna compra necesaria, etc. Eso es dar testimonio de Cristo. Pero no lo es si, por pereza, falto a la Misa dominical, cometiendo pecado mortal, a menos que haya una excusa grave, como por ejemplo, cuidar un enfermo o uno mismo estar enfermo.
Otra manera de dar testimonio de Jesús, es con el Cuarto Mandamiento: honrar padre y madre. Se cumple este mandamiento tratando a los papás con respeto, con cariño, con amor, y obedeciendo siempre de buena gana, sin reprochar, y evitando todo lo que les pueda hacer sentir mal, como por ejemplo, protestar por la comida, pelear con los hermanos por cosas sin importancia, no hacer los deberes, ser caprichosos, etc.
Si tratamos de dar testimonio de Jesús, con nuestras obras, y no con sermones, entonces, cuando sea la hora de ir al cielo, Jesús dará testimonio de nosotros ante su Papá del cielo, y nos hará entrar en el cielo, para gozar y alegrarnos para siempre en la Casa de Jesús.


domingo, 18 de junio de 2017

Solemnidad de Corpus Christi para Niños


(Ciclo A – 2017)

         ¿Qué quiere decir “Corpus Christi”? Quiere decir, en latín, “Cuerpo de Cristo”. ¿Y por qué celebramos esta fiesta en la Iglesia? Porque una vez, había un sacerdote, que se llamaba Pedro de Praga, que tenía dudas acerca de lo que la Iglesia enseñaba acerca de lo que pasaba en la Misa, y entonces Jesús hizo un milagro eucarístico para que su fe creciera y se hiciera más fuerte.
         ¿Cómo fue el milagro eucarístico que hizo Jesús? Sucedió así: Pedro de Praga estaba celebrando la Santa Misa en la capilla de la iglesia de Santa Cristina –una niña mártir de los primeros siglos- en un pueblito de Italia llamado Bolsena. En el momento en que tenía que decir las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, comenzó a dudar de si realmente el pan se convertía en el Cuerpo de Cristo, y el vino en su Sangre. Entonces, en ese momento, apenas dijo las palabras de la consagración, y cuando elevaba la Hostia que tenía entre sus dedos, sucedió el milagro: la parte de la Hostia que estaba entre sus dedos, seguía teniendo el aspecto de pan, pero todo el resto de la Hostia, se convirtió en un trozo de músculo del corazón, vivo, y como estaba vivo, sangraba mucho. Entonces el sacerdote quedó con la Hostia entre los dedos, parte de la cual se había convertido en músculo del corazón, del cual salía mucha sangre. Tanta era la sangre, que algunas gotas cayeron en el piso de mármol, impregnándolo. Pedro de Praga, asombrado por el milagro, envolvió la Hostia consagrada en el corporal y lo llevó a la Sacristía. Sucedió que el Papa de ese entonces, que se llamaba Urbano IV, estaba cerquita de Bolsena, en un pueblito llamado Orvieto, y cuando se enteró del milagro, lo hizo traer en procesión hasta donde él estaba, arrodillándose ante la Hostia consagrada cuando la tuvo ante él.  A partir de entonces, el Papa ordenó que en toda la Iglesia se celebrara la Solemnidad de Corpus Christi, en recuerdo no solo del milagro que sucedió a Pedro de Praga, sino en recuerdo de lo que pasa en cada Santa Misa, aunque no lo veamos.
         El milagro que le sucedió a Pedro de Praga fue para que nos diéramos cuenta que todo lo que la Iglesia nos enseña en el Catecismo de Primera Comunión es verdad: por las palabras de la consagración, se produce, de modo invisible pero real, un milagro llamado “transubstanciación” –parece una palabra difícil, pero no lo es: Tran-subs-tan-cia-ción-, milagro por el cual el pan deja de ser pan, para convertirse en el Cuerpo de Cristo, y el vino deja de ser vino, para convertirse en la Sangre de Cristo. El milagro que le pasó a Pedro de Praga, sucede verdaderamente, en cada Misa, pero de modo invisible, de modo que no lo podemos ver con los ojos del cuerpo, pero sí lo podemos “ver” con los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe.
         Por eso, no es necesario que Dios repita el milagro en cada Misa: basta con que haya sucedido una vez, para que creamos firmemente lo que la Iglesia nos enseña en el Catecismo de Primera Comunión: que por la consagración, el pan deja de ser pan, para convertirse en el Cuerpo, en el Corazón de Cristo, y el vino en su Sangre, la Sangre de Cristo. Es por esto que, cuando el sacerdote eleva la Hostia consagrada, en realidad eleva y presenta a Dios Padre el Corazón de Jesús; no un pedacito de pan, sino el Corazón de Jesús, lleno del Amor de Dios.
         ¿Y para qué hace Jesús este milagro en cada Misa? La única razón por la que Jesús convierte al pan en su Cuerpo y en su Corazón, lleno de su Sangre Preciosísima, es para darnos el Amor de su Corazón, para que nuestros corazones se fundan con el Corazón de Jesús y sean uno solo con Él. Por eso, cometen un grave error aquellos que dejan la Misa y la Eucaristía del Domingo por pasatiempos mundanos, porque se pierden de recibir el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Al igual que Pedro de Praga, también nosotros debemos pedir crecer en la Fe de la Iglesia sobre la Eucaristía, la Fe que nos dice que la Eucaristía no es un trocito de pan bendecido, sino el Corazón Eucarístico de Jesús.

         

jueves, 15 de junio de 2017

Visita a Jesús Sacramentado con niños de Primera Comunión


         Inicio: nos arrodillamos ante Jesús en el sagrario. No podemos verlo con los ojos del cuerpo, pero la Fe de la Iglesia nos enseña que Jesús, el Cordero de Dios, está Presente realmente en la Eucaristía. Si pudiéramos verlo, lo veríamos con su Cuerpo resplandeciente de gloria, como en el día de la Resurrección. Hacemos silencio, no solo de palabras, sino de pensamiento, y para lograrlo le pedimos a la Virgen la gracia de poder escuchar a su Hijo, que nos habla, sin que nos demos cuenta, en lo más profundo de nuestro ser.
         Rezamos la oración que el Ángel de Portugal les enseñara a los pastorcitos:
         “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         (Breve pausa de silencio).

         Oración a Jesús, el Dios del sagrario.

         Aunque no te vemos con los ojos del cuerpo, sabemos por la Fe que estás allí, en la Eucaristía. Venimos a decirte que queremos amarte con el mismo amor con el que te ama tu Mamá, la Virgen, y también que queremos adorarte con su misma adoración.
         Querido Jesús Eucaristía, puesto que Tú eres Dios, en tus manos están nuestras vidas y las de nuestros seres queridos, y por eso estamos tranquilos, porque como Dios siempre permitirás lo mejor para nuestra eterna salvación.
         Querido Jesús Eucaristía, Tú derramaste un sudor de Sangre en el Huerto de Getsemaní, al ver la horrible malicia de mis pecados del corazón. Por eso te entrego mi corazón, duro y frío como una carbón apagado, para que con el Fuego del Amor de Dios, lo conviertas en brasa ardiente que no solo evite todo pecado, sino que a cada latido respire el Amor de Dios.
         Querido Jesús Eucaristía, por la Sangre que derramaste en la flagelación, danos pureza de cuerpo y alma y la gracia de preferir “morir antes que pecar”.
         Querido Jesús Eucaristía, por la Sangre que derramaste en la coronación de espinas, danos pensamientos santos y puros como los tuyos.
         Querido Jesús Eucaristía, que antes de morir en la cruz, nos diste a María como Madre, haz que vivamos siempre dentro de su Inmaculado Corazón, envueltos en su manto celeste y blanco.
         Querido Jesús Eucaristía, que en la Misa bajas del cielo para darnos tu Sagrado Corazón Eucarístico, haz que no seamos indiferentes a tu Amor y que deseemos siempre recibir, con fe, con amor y devoción, tu Cuerpo Sacramentado, sobre todo los Domingos, el Día que nos anticipa la feliz eternidad.

                  (Breve silencio).
          Rezamos la oración que el Ángel de Portugal les enseñara a los pastorcitos:
         “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).


Oración final: Jesús, Dios de la Eucaristía, Dios del Sagrario, queremos seguir contigo, pero aunque ya debemos retirarnos, deseamos permanecer siempre contigo, de manera que por manos de María, la Virgen, Madre tuya y nuestra, te dejamos nuestros corazones al pie del sagrario, para que día y noche te alaben y te adoren sin cesar. Y si alguna vez sentimos la tentación de apartarnos de tu Presencia, que tu Madre Santísima nos estreche contra su Inmaculado Corazón, para que así, contagiados por su amor, te amemos y adoremos en todo tiempo y lugar. Amén.

sábado, 10 de junio de 2017

El Evangelio para Niños - Solemnidad de la Santísima Trinidad


(Ciclo A – 2017)

         ¿Cómo es el Dios de los católicos? Sabemos que es Uno solo y que no hay más dioses que Dios, pero sabemos también, porque Jesús nos lo dijo en la Biblia, que en Dios hay Tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No son tres dioses, sino Un solo Dios verdadero, y Tres Personas en Él. Este misterio es imposible de entender para nosotros y para que nos demos una idea de cuán grande es este misterio, podemos recordar un episodio sucedido con un gran santo, San Agustín. Un día paseaba por la playa mientras iba reflexionando sobre el misterio de la Santísima Trinidad tratando de comprender, solo con su razón, cómo era posible que Tres Personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) pudieran constituir un único Dios. Mientras caminaba y pensaba, se encontró con un niñito que había excavado un pequeño pozo en la arena y trataba de llenarlo con agua del mar. El niñito corría hacia el mar y recogía un poquito de agua en una cuenca marina. Después regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra vez. Esta actitud llamó la atención del santo, quien lleno de curiosidad le preguntó al niño qué era lo que estaba haciendo: “Intento meter toda el agua del océano en este pozo”, le respondió el niñito. “Pero eso es imposible –dijo San Agustín–, ¿cómo piensas meter toda el agua del océano que es tan inmenso en un pozo tan pequeñito?”. “Al igual que tú, que pretendes comprender con tu mente finita el misterio de Dios que es infinito…”. Y en ese instante el niñito desapareció. Ese niñito era su Ángel de la Guarda, que venía a auxiliarlo en su esfuerzo por conocer y amar a Dios Uno y Trino. Nuestra mente, entonces, es como un pequeño pozo excavado en la arena; Dios, en el misterio de la unidad de su Naturaleza y la diversidad de las Tres Divinas Personas, es el océano. Así como es imposible meter el océano en el pequeño pozo, así también es imposible comprender, para nuestra pobre razón, cómo es que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, y no hay en Él tres dioses, sino Un solo Dios Verdadero y Tres Personas distintas.
         Otro ejemplo que podemos usar para tratar de entender este misterio, es el del sol, con su luz y el calor, como nos dice un diácono llamado San Efrén: “Toma como símbolos el sol para el Padre: para el Hijo, la luz, y para el Espíritu Santo, el calor. Aunque sea un solo ser, es una trinidad lo que se percibe en él (…) Este único es múltiple: uno formado de tres, y tres no forman sino uno (…) El sol es distinto de sus rayos aunque estén unidos a él; sus rayos también son el sol. Pero nadie habla, sin embargo, de dos soles, aunque los rayos son también el sol aquí abajo. Tampoco nosotros decimos que habría dos Dioses”. Dios Padre es el sol; Dios Hijo es el rayo de sol, la luz; Dios Espíritu Santo es el calor del sol, es decir, el Amor de Dios.

         Por último, hay algo que debemos saber y que también es un gran misterio: este Dios, que es Uno en naturaleza y Trino en Personas, viene a vivir en el corazón del que está en gracia y lo ama y adora con todas sus fuerzas. Esforcémonos entonces, no solo de evitar el pecado, sino de vivir siempre en gracia, confesándonos con frecuencia, para que el Dios católico, Dios Uno y Trino, la Santísima Trinidad, viva en nuestros corazones, y así empecemos a vivir, anticipadamente, desde esta tierra, en el cielo.

sábado, 3 de junio de 2017

El Evangelio para Niños: Solemnidad de Pentecostés


(Ciclo A – 2017)

         El Espíritu Santo, en Pentecostés, apareció como lenguas de fuego y como viento impetuoso, y muchos comenzaron a hablar en lenguas. ¿Esto quiere decir que si no lo vemos como lenguas de fuego y si no lo sentimos como viento y si no hablamos en lenguas, entonces, no tenemos al Espíritu Santo en nosotros? No, porque el Espíritu Santo obra en la Iglesia, no solo en Pentecostés, sino todo el tiempo, y no visiblemente, como lenguas de fuego o como viento, ni tampoco dando don de lenguas.
         ¿Cómo obra el Espíritu Santo?
         Iluminando nuestras mentes y corazones para que recemos el Credo, que es nuestra Fe católica, con mucha fe, con mucho fervor y con mucho amor; nos hace entender qué es cada una de las oraciones del Credo y nos hace amar a Jesús y desear el cielo. El Espíritu Santo actúa en la inteligencia y en el corazón, dándonos la Sabiduría y el Amor de Dios.
         Pero también actúa de otra manera: convierte nuestros cuerpos en templos del Espíritu y nuestros corazones en altares. Así como es el templo, así es nuestro cuerpo, y así como es el altar, así es nuestro corazón. ¿Podemos en el templo cantar canciones inmorales e indecentes, como cumbia, reggaetón, rock, con letras que ofenden a Dios y a la Virgen? No, entonces, tampoco lo debemos cantar en nuestros cuerpos, porque también son templos del Espíritu y por eso son sagrados. ¿Podemos, en el altar, poner figuras de ídolos como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, Buda, o cualquier otro ídolo? No, porque en el altar eucarístico sólo se adora a Jesús Eucaristía: de la misma manera, en nuestros corazones no puede haber lugar para esos ídolos, sino solo para Jesús Eucaristía.
         Así es como actúa el Espíritu Santo en nuestros cuerpos, en nuestras almas y corazones, todo el tiempo, y por eso debemos abrir nuestros corazones para que entre el Espíritu Santo, el Amor de Dios, no solo en Pentecostés, sino en toda época del año.