"Cristo en casa de sus padres",
(Sir Jhon Ever Millais, 1849)
Al celebrar la Santa Misa pidiendo por las familias, no
podemos dejar de constatar que en el mundo de hoy han aparecido numerosos “modelos”
de familias: dos papás, dos mamás, un papá y dos mamás, etc., y a cada uno de
estos modelos de familias, se les llama familia y se pretende que sean lo más
normal y natural del mundo. Sin embargo, como católicos, no podemos dejar de
tener en cuenta que, para Dios, solo hay un modelo de familia para todo el
género humano y ese modelo de familia es la Sagrada Familia de Nazareth. Así como
está formada la Sagrada Familia –papá-varón, mamá-mujer, hijo natural o
adoptado-, así debe ser la familia humana y, sobre todo, la familia católica. Si
alguna familia no está constituida de esta manera, de todos modos, no por eso
la Sagrada Familia deja de ser un modelo a contemplar e imitar, como para las
familias católicas.
En
la Sagrada Familia de Nazareth hay una característica, y es la que toda familia
debe contemplar e imitar, y es que el Niño de esta familia, que es el Niño
Dios, es el centro alrededor del cual gira la familia. El Niño Dios es no solo
ejemplo de bondad, sino ante todo, es fuente de santidad, lo cual es distinto y
superior a la bondad. Ser buenos es algo bueno, valga la redundancia, pero ser
santos, es infinitamente superior a ser buenos, porque es ser buenos con la
bondad misma de Dios. En la Sagrada Familia de Nazareth, el Niño Dios ocupa el
centro de la familia y todos sus integrantes se santifican por Él, porque el
Niño Dios es la Fuente Increada de la santidad. La Madre de esta familia, la
Virgen, se santifica en el momento mismo de su Concepción, porque es concebida
Inmaculada, es decir, sin la mancha del pecado original, y es concebida
Inmaculada y Llena del Espíritu Santo, porque estaba destinada a ser la Madre
de Dios, la Madre del Niño Dios. Y a lo largo de su vida, toda su vida gira
alrededor de su Hijo Jesús, desde que es concebido por obra del Espíritu Santo,
hasta que muere en la cruz. El padre de esta familia, San José, es Padre y es
Virgen, es el Padre Virgen, porque era esposo solo legal de la Virgen y su
trato con María era como de hermanos, y San José fue elegido por la Trinidad
para que fuera el padre adoptivo del Hijo de Dios y el esposo legal de la
Virgen y Madre de Dios, y su vida también fue una vida de santidad, como la de
la Virgen, porque su mente y su corazón estaban en el Niño Dios, que era su
Dios, Creador, Santificador y Redentor, y al mismo tiempo su Hijo adoptivo. La Virgen
y San José se santificaron porque en sus mentes y en sus corazones había
pensamientos y amor sólo para el Niño Dios y, en el Niño Dios, para todo
prójimo. El Niño Dios no tenía necesidad de santificarse, porque como dijimos,
Él era la Santidad Increada y por Él fueron santos su Mamá, la Virgen y San
José, su Padre Virgen adoptivo.
De
esto vemos que, en las familias, siempre el centro de la familia debe ser el
Niño Dios: toda madre, todo padre y todo hijo, debe tener al Niño Dios en el
pensamiento y en el corazón, en primer lugar, y girar alrededor del Niño Dios,
así como los planetas giran alrededor del sol. De modo especial, los niños y
los jóvenes, deben aspirar a ser como el Niño Dios, como el Joven Dios, dejando
de lado los modelos humanos, tal como sucede en nuestros días, en los que aparecen
muchos personajes, en la televisión, en internet, en el cine, que se proponen
como modelos para los niños: deportistas, actores, futbolistas, cantantes. Cuando
se pregunta a un niño qué quiere ser, lo más común es que diga: “Yo quiero ser
como el futbolista tal, o como el actor tal, o como el director técnico tal”.
Pero los niños católicos sólo tienen un modelo para
contemplar e imitar, es decir, los niños católicos sólo tienen que buscar ser
como una persona, solo una: el Niño Jesús. Un niño que desee ser no solo bueno,
sino santo, es decir, que desee ir al cielo después de esta vida, solo tiene
que contemplar e imitar al Hijo de María y José, el Niño de la Sagrada Familia,
Jesús de Nazareth. El niño y el joven católico que desee ser santo, debe pensar,
amar y obrar como lo haría Jesús, el Niño Dios. Y como Jesús era Dios, todo lo
que Jesús pensaba, amaba y obraba, no solo era bueno, sino que era santo, lo
cual quiere decir bueno, pero con la bondad de Dios, que es infinita. Para un
niño católico, el primero en la lista para contemplar e imitar, debe ser
siempre el Niño Jesús.
¿Y de qué manera se puede ser como Jesús? Por ejemplo, antes
de pensar, de desear o de obrar algo, el niño debería preguntarse: “¿Jesús
estaría pensando esto que estoy pensando yo?”; “¿Jesús estaría deseando esto
que estoy deseando yo?”; “¿Jesús estaría haciendo esto que estoy haciendo yo?”.
Y si la respuesta es “No”, entonces debería el niño católico dejar de pensar,
desear o hacer eso que el Niño Jesús no lo pensaría, ni desearía, ni haría. Y si
la respuesta es “Sí”, entonces sí. Si algo es bueno del principio al fin,
entonces Jesús lo quiere, y el niño católico también debe quererlo. Y así en
todo, en cualquier momento del día, en cualquier lugar, con cualquier persona,
pero sobre todo, con los papás y los hermanos. Otro ejemplo: “¿Jesús, siendo
Dios Niño y Amor infinito, trataría a sus papás así como yo los estoy tratando,
enojado?”. No, por supuesto que no. Entonces, no debo tratar así a mis papás.
Otro ejemplo: “Si la Virgen le pedía alguna tarea a Jesús en la casa, ¿Jesús
haría pereza para obedecer? ¿Se iría a jugar en vez de obedecer a su Mamá?”. Por
supuesto que no, entonces, el niño católico tampoco debe desobedecer a su mamá
ni a su papá ni mucho menos hacer pereza para lo que le pidan. “¿El Niño Jesús
estaría peleando con sus primos y amiguitos, como lo hago yo? ¿Sería egoísta al
momento de compartir sus juguetes?”. Por supuesto que no, entonces el niño que
quiere ser santo como Jesús, tampoco debe pelear ni ser egoísta. “¿El Niño Dios
amaría a sus padres más que a nada en el mundo?”. Por supuesto que sí, entonces
el niño que desee ser como el Niño Jesús, debe amar a sus padres, imitando al
Niño Dios.
Entonces, para un niño, no debe haber otro modelo para
contemplar e imitar, que no sea el Niño Jesús. Si a un niño católico alguien le
preguntara: “¿Como quién querés ser?”, la respuesta de todo niño católico
debería ser: “Yo quiero ser santo como el Niño Jesús”.
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