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domingo, 25 de febrero de 2018

El Evangelio para Niños: Dios Padre nos dice que escuchemos a Jesús



(Domingo II – TC – Ciclo B – 2018)

         En este Evangelio, Jesús sube al Monte Tabor con sus amigos Pedro, Santiago y Juan y en un momento determinado, comienza a resplandecer con una luz más fuerte que miles de soles juntos. Es la luz de su divinidad, porque Jesús es Dios y Dios es Luz; no una luz como la que conocemos, la luz del sol o la luz eléctrica, porque esa es una luz terrena y muerta: la luz que es Dios y que sale de Jesús es una Luz Viva, porque es Dios mismo, que es Luz. Y como es una luz viva, da la vida de Dios a todo aquel que lo ilumina. Por eso no da lo mismo acercarse o no acercarse a Jesús –que está en la Cruz y está en la Eucaristía-: el que se acerca a Jesús, recibe su luz y, con su luz, su vida divina, el Amor de Dios y la paz de Dios. El que se aleja de Jesús, por el contrario, vive sin la vida de Dios, sin la paz y sin el Amor de Dios.
         Pero hay algo más que pasa en el Evangelio de hoy y es que Dios Padre nos dice que Jesús es “su Hijo amado” y que nosotros debemos “escucharlo”: “Éste es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Para escuchar a Jesús, es muy necesario, por un lado, el silencio, porque Jesús habla en el silencio y es por eso que, cuanto más ruido hay, tanto en el exterior como en nuestro propio interior, menos podemos escuchar la voz de Jesús. La voz de Jesús no es como la tormenta, o el huracán, o el fuego, sino como la brisa suave, pero no podemos escuchar la brisa suave si nos aturdimos con las cosas de afuera y con nuestros propios pensamientos. Hay que aprender a hacer silencio para escuchar la voz de Dios, un silencio que es tanto de afuera, como de adentro.
         Otra cosa que debemos hacer para escuchar la voz de Jesús es acercarnos a Jesús, porque sucede como cuando estamos con una persona que nos habla muy despacito, casi al oído: cuanto más lejos estemos de Jesús, menos vamos a poder escuchar su voz; cuando más cerca, mejor escucharemos su voz. Y por esta razón, debemos acercarnos a Jesús crucificado y a Jesús en la Eucaristía, doblar nuestras rodillas ante Él, hacer silencio y esperar a que nos hable al corazón con su dulce voz.
         Una última cosa: escuchar los latidos del Inmaculado Corazón de María, porque ahí es donde la voz de Jesús, suave como una brisa, se amplifica y se hace bien clarita y podemos entenderla sin problemas y para esto, debemos consagrarnos al Inmaculado Corazón de María.
“Escuchen a mi Hijo muy amado”, dice Dios Padre. ¿Y qué nos dice Jesús? Nos dice así: “Si quieres entrar en el Reino de los cielos, carga tu cruz de cada día, niégate a ti mismo y sígueme por el camino del Calvario, por el Via Crucis, para que puedas morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, al hombre guiado por la luz de la gracia y por el Amor del Espíritu Santo”.

domingo, 18 de febrero de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús es tentado por el Demonio



(Domingo I - TC - Ciclo B – 2018)

         “El Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás” (Mc 1, 12-15). El Evangelio nos dice que Jesús fue llevado por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, al desierto, para allí ser tentado por el Demonio. Cuando Jesús terminó los cuarenta días de ayuno, se le apareció el Demonio para hacerlo caer en la tentación. Pero que Jesús pudiera cometer un pecado era imposible, porque Él era Dios Hijo encarnado, y no podía pecar. Es decir, Jesús es Dios hecho hombre, y por eso no podía pecar y de hecho, en su vida terrena nunca cometió ni un solo pecado, ni mortal, ni venial, y ni siquiera una pequeña imperfección, porque Él era la misma santidad.
         Si no podía pecar, ¿por qué se dejó tentar? Jesús se dejó tentar para que nosotros tomemos ejemplo de Él y, cuando seamos tentados, nos acordemos de Jesús en el desierto y lo imitemos, para no caer en la tentación.
         En la primera tentación, el Demonio le dice a Jesús que le pida a Dios que convierta las piedras en pan, para que así Él se pueda alimentar. Pero Jesús le dice: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Esto quiere decir que, si es importante alimentarnos con los alimentos de la mesa de todos los días para que nuestro cuerpo crezca sano, es mucho más importante alimentar el espíritu y el alimento del Espíritu es la Palabra de Dios, que está en la Biblia y también está en la Eucaristía.
         En la segunda tentación, el Demonio lo lleva a Jesús a la parte más alta del templo y le dice que se tire, porque Dios enviará sus ángeles para que no le pase nada. Jesús le responde: “No tentarás al Señor tu Dios”. Quiere decir que no solo no tenemos que pedir milagros innecesarios, sino que no nos debemos exponer a las situaciones próximas de pecado. Por eso, cuando nos confesamos, decimos: “Por eso propongo firmemente no pecar y evitar las ocasiones de pecado”. Quiere decir que si sabemos que ir a un lugar, por ejemplo, es ocasión de pecado, no debemos ir a ese lugar; eso es evitar las ocasiones de pecado.
         En la última tentación, el Demonio lo lleva a la parte alta de la montaña, le muestra todas las ciudades y riquezas del mundo y le dice que si Jesús se arrodilla ante él, que es el Demonio, le dará todas esas riquezas. Jesús le responde: “Solo a Dios adorarás”. Esto quiere decir que, por un lado, debemos adorar a Dios, que está en la Eucaristía y solo ante Jesús Eucaristía nos debemos arrodillar –por eso el sacerdote se arrodilla en la consagración y los fieles en la adoración-; por otro lado, Jesús nos enseña que no debemos desear ni el poder, ni la fama, ni la riqueza, y que mucho menos les debemos dar el corazón, porque así ponemos en riesgo nuestra eterna salvación.
         Por último, al dejarse tentar por el Demonio, Jesús nos enseña que, por un lado, no hay ninguna tentación, de ninguna clase, que no pueda ser vencida, pero no por nosotros mismos, con nuestra propia fuerza, sino solo con la ayuda de la gracia e imitando a Jesús con la oración, el ayuno, la penitencia y la Palabra de Dios que, para nosotros los católicos, está en la Biblia y en la Escritura.
         Imitando a Jesús y acudimos a la Biblia, a la Confesión, a la Eucaristía, a la oración, la penitencia y el ayuno, saldremos victoriosos en todas las tentaciones.

domingo, 11 de febrero de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús cura un leproso



(Domingo VI – TO – Ciclo B – 2018)

         Un enfermo de lepra se acerca a Jesús, se arrodilla ante Él y le pide que, si Él quiere, que lo cure: “Si quieres, puedes curarme”. Jesús, que sí quiere curarlo, le dice: “Quiero, quedas curado”. Lo toca al enfermo de lepra y éste se cura inmediatamente.
         En el Antiguo Testamento, la lepra se comparaba con el pecado: así como la lepra destruía al cuerpo, así el pecado destruía el alma.
         Además de la lección que nos da Jesús, que se compadece del enfermo y lo cura –nosotros no vamos a curar, pero sí podemos compadecernos de los enfermos y asistirlos según nuestras posibilidades-, lo que podemos aprender del leproso, es su fe en Jesús, su humildad y su conformidad con la voluntad de Dios. Su fe, porque el leproso se acerca a Jesús creyendo en Jesús como Dios, que tiene el poder de curarlo; su humildad, porque al acercarse a Jesús, se arrodilla ante Él, y así podemos hacer nosotros, cuando nos acercamos  a Jesús Eucaristía, arrodillarnos para comulgar; su conformidad con la voluntad de Dios, porque el leproso no le exige a Jesús que lo cure, sino que le dice: “Si quieres, puedes curarme”. Es decir, es como si le dijera: “Yo quiero que me cures, pero no quiero que se haga mi voluntad, sino la tuya. Y si tu voluntad es que yo me cure, entonces, cúrame; pero si tu voluntad es que yo no me cure y siga enfermo, entonces no quiero curarme”. Lo que dice el leproso es que, a pesar de que él quiere curarse, lo que quiere es que se cumpla la voluntad de Dios en su vida: si es voluntad de Dios que se cure, entonces él se curará; si no, si Dios no quiere curarlo, entonces él cumplirá la voluntad de Dios.
         “Si quieres, puedes curarme”. Si en algún momento tenemos una enfermedad, o nos sucede algo que nos preocupa, debemos acudir a Jesús como lo hizo el leproso del Evangelio: no exigiendo a Jesús que se haga nuestra voluntad, si no la voluntad de Dios: “Si quieres, puedes curarme, y yo te alabaré. Si no quieres, no me cures, y lo mismo te alabaré, porque tu voluntad, Dios mío, siempre es santa”.

domingo, 4 de febrero de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús reza expulsa demonios cura enfermos y anuncia el Reino de Dios


(Domingo V - TO - Ciclo B – 2018)

         “Antes que amaneciera, Jesús fue a un lugar desierto; allí estuvo orando (…) Jesús curó a muchos enfermos (…) y expulsó a muchos demonios” (Mc 1, 29-39). El Evangelio nos describe cómo es un día de Jesús: reza, cura enfermos y expulsa demonios. Si bien Él es Dios, y por eso no tiene necesidad de rezar, es verdad que es también hombre perfecto, y en cuanto hombre, sí tiene necesidad de rezar. ¿Para qué reza Jesús? Para recibir la fuerza del Espíritu Santo, con la cual luego curará a los enfermos y expulsará a los demonios.

         Cuando vemos que Jesús cura los enfermos y expulsa a los demonios, podemos pensar que Jesús ha bajado del Cielo para hacer nuestra vida en la tierra más agradable, porque nos quita aquello que nos hace mal: la enfermedad y el Demonio, que con sus tentaciones nos molesta todo el día. Pero Jesús no ha venido para hacer más linda esta vida; no ha venido para sanarnos todas nuestras enfermedades; no ha venido para solo hacer exorcismos. Jesús ha venido para algo mucho, pero mucho más importante que el solo sanar enfermos y echar a los demonios: ha venido para avisarnos que el Reino de Dios está cerca y que Él quiere que todos vayamos allá, al Cielo, pero para poder entrar en el Reino de los cielos, tenemos que convertirnos, que quiere decir apartarnos del pecado, de todo lo que es malo, y además, vivir como hijos de Dios, como hijos de la luz, y no como hijos de las tinieblas. Para eso ha venido Jesús, y para eso tenemos que prepararnos todos los días de la vida: para entrar en el Reino de los cielos, cuando termine nuestra vida aquí en la tierra. Pero no hace falta que alguien muera para que entre en el Reino de Dios: si alguien está en gracia y comulga con amor y piedad y con frecuencia, comienza a vivir, ya desde esta vida, el Reino de Dios. Esta vida en la tierra no es nada más que una prueba o un ejercicio, para prepararnos para vivir, en el Cielo, en la Casa de Dios Padre, en donde reinan la paz, la alegría, el Amor de Dios. Para esto estamos en esta vida: para prepararnos para entrar en el Reino del Cielo.