(Domingo
VI – TO – Ciclo B – 2018)
Un enfermo de lepra se acerca a Jesús, se arrodilla ante Él
y le pide que, si Él quiere, que lo cure: “Si quieres, puedes curarme”. Jesús,
que sí quiere curarlo, le dice: “Quiero, quedas curado”. Lo toca al enfermo de
lepra y éste se cura inmediatamente.
En el Antiguo Testamento, la lepra se comparaba con el
pecado: así como la lepra destruía al cuerpo, así el pecado destruía el alma.
Además de la lección que nos da Jesús, que se compadece del
enfermo y lo cura –nosotros no vamos a curar, pero sí podemos compadecernos de
los enfermos y asistirlos según nuestras posibilidades-, lo que podemos
aprender del leproso, es su fe en Jesús, su humildad y su conformidad con la
voluntad de Dios. Su fe, porque el leproso se acerca a Jesús creyendo en Jesús
como Dios, que tiene el poder de curarlo; su humildad, porque al acercarse a
Jesús, se arrodilla ante Él, y así podemos hacer nosotros, cuando nos
acercamos a Jesús Eucaristía, arrodillarnos
para comulgar; su conformidad con la voluntad de Dios, porque el leproso no le
exige a Jesús que lo cure, sino que le dice: “Si quieres, puedes curarme”. Es decir,
es como si le dijera: “Yo quiero que me cures, pero no quiero que se haga mi
voluntad, sino la tuya. Y si tu voluntad es que yo me cure, entonces, cúrame;
pero si tu voluntad es que yo no me cure y siga enfermo, entonces no quiero
curarme”. Lo que dice el leproso es que, a pesar de que él quiere curarse, lo
que quiere es que se cumpla la voluntad de Dios en su vida: si es voluntad de
Dios que se cure, entonces él se curará; si no, si Dios no quiere curarlo,
entonces él cumplirá la voluntad de Dios.
“Si quieres, puedes curarme”. Si en algún momento tenemos
una enfermedad, o nos sucede algo que nos preocupa, debemos acudir a Jesús como
lo hizo el leproso del Evangelio: no exigiendo a Jesús que se haga nuestra
voluntad, si no la voluntad de Dios: “Si quieres, puedes curarme, y yo te
alabaré. Si no quieres, no me cures, y lo mismo te alabaré, porque tu voluntad,
Dios mío, siempre es santa”.
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