(Ciclo
B – 2018)
El Viernes y el Sábado Santo todo era luto y silencio en la
Iglesia, porque Jesús había muerto en la cruz, dando su vida por nuestra
salvación.
Pero ahora, el Domingo de Resurrección, todo es alegría y
gozo, porque Jesús, dando cumplimiento a su promesa de que habría de resucitar
al tercer día, resucita el Domingo por la mañana.
Antes de la resurrección, el sepulcro estaba oscuro, frío,
en silencio, con el Cuerpo de Jesús tendido sobre la piedra. Pero el Domingo de
Resurrección, una pequeña luz comienza a brillar a la altura del Corazón de
Jesús, y mientras ilumina su Corazón, se empiezan a escuchar sus latidos; la
luz se propaga por todo el Cuerpo de Jesús y a medida que se propaga, lo vuelve
a la vida. En un instante, Jesús ha resucitado: el sepulcro se llena de la luz
de Dios, se escuchan los latidos del Corazón de Jesús y el frío da lugar al
calor del Amor de Dios.
Las santas mujeres esperaban encontrar un Jesús muerto, un
sepulcro oscuro, en silencio, pero al llegar, ven la piedra de la entrada
corrida, ven el sepulcro iluminado, escuchan los cantos de los ángeles y, sobre
todo, ven el sepulcro vacío, porque Jesús ha resucitado. Jesús no está con su Cuerpo
muerto en el sepulcro, porque con su Cuerpo vivo y glorioso está en la
Eucaristía.
Allí, en el sagrario, en la Eucaristía, nos espera Jesús,
para darnos la vida, la luz, la alegría de Dios Trinidad. Como cristianos, éste
es el mensaje que debemos transmitir a nuestros hermanos: Jesús ha resucitado,
el sepulcro está vacío, porque ya no está más Jesús con su Cuerpo muerto; ahora
está Jesús, con su Cuerpo vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. A las
mujeres de Jerusalén las esperaba en Galilea, a nosotros nos espera en el
sagrario y en la Eucaristía. ¡Vamos al encuentro de Jesús resucitado en la
Eucaristía!
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