(TP
– Ciclo B – 2018)
Mientras los discípulos de Emaús están con los Apóstoles
dándoles la noticia de que Jesús ha resucitado, Jesús se les aparece en medio
de la sala. Los Apóstoles no comprendían que era Jesús y a pesar de que lo conocían
y de que habían estado con Él, ahora no lo reconocían. Les parecía ver un
fantasma y no a Jesús y parecía como que no se acordaban de quién era Jesús y
qué era lo que había pasado el Viernes Santo. Además, estaban con miedo a los
judíos, encerrados, sin animarse a salir. Entonces Jesús, después de mostrarles
las manos y los pies y pedirles algo de comer, para que ellos se dieran cuenta
de que su Cuerpo era real y no el de un fantasma, sopló sobre ellos el Espíritu
Santo, para que pudieran reconocerlo a Él y pudieran comprender qué era lo que
Él había hecho el Viernes Santo en la cruz. El Evangelio dice así: “Les abrió
la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”. Apenas Jesús hizo
esto, para los Apóstoles fue como cuando alguien recuerda algo que había
olvidado y se acordaron que Jesús el Viernes Santo había muerto en la cruz y
había vencido en la cruz a los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio,
el Pecado y la Muerte, y además lo reconocieron, como cuando alguien se acuerda
el nombre de una persona a la que quería mucho, pero se había olvidado de cómo
se llamaba. Los Apóstoles dijeron: “¡Ahora sabemos que Tú eres nuestro Dios,
que murió en la cruz para salvarnos del Infierno, para vencer al Demonio, al
Pecado y a la Muerte y para llevarnos al Cielo al final de nuestra vida en la
tierra!”. Jesús entonces les dio un mandato: que fueran a avisarle a todo el
mundo todo lo que Él había hecho por los hombres, para que todos los que crean
en Él se salven.
También nosotros necesitamos que Jesús sople sobre nosotros
el Espíritu Santo, para que abra nuestras inteligencias y así seamos capaces de
comprender los misterios de su vida y también seamos capaces de comprender que
Él está resucitado y glorioso en el cielo, pero que al mismo tiempo, está
resucitado y glorioso en la Eucaristía. Y también necesitamos que nos ensanche
el corazón y nos dé mucho Amor de Dios, para que podamos amarlo en la
Eucaristía así como la Virgen lo ama en el Cielo.
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