(Domingo
XVII - TO - Ciclo B – 2018)
“Jesús multiplicó panes y peces” (Jn 6,1-15). En este Evangelio Jesús realiza un milagro que
demuestra que Él es Dios, porque sólo Dios puede hace este tipo de milagros:
multiplicó panes y peces para que pudieran comer una gran cantidad de gente,
casi diez mil personas, como las personas que entrarían en un estadio de
básquet techado.
Jesús vio que la gente, que había ido a verlo porque se
había enterado que curaba a los enfermos y por eso lo seguía adonde Él iba. Pero
sucedió que llegó la hora del almuerzo y como nadie había llevado nada para
comer, todos empezaron a sentir hambre. Entonces un niño que estaba por ahí
dijo que tenía cinco panes y dos peces. Jesús los aceptó y les dijo a todos que
se sentaran. Tomó los panes y los peces, dio gracias a Dios, los bendijo y los
multiplicó, es decir, hizo que aparecieran panes y peces de la nada y
aparecieron tantos, que comieron todos los que estaban presentes, que eran más
de diez mil personas y encima sobró y sobró tanto, que todo lo que sobró lo
pusieron en doce canastas.
La gente se dio cuenta que Jesús había hecho un gran milagro
y entonces todos dijeron que querían que Jesús fuera rey, pero Jesús, que no
vino a la tierra para satisfacer el hambre del cuerpo, se retiró solo a la
montaña para orar.
Al hacer ese milagro, Jesús demostró que amaba mucho a esa
gente, porque hizo el milagro para que pudieran satisfacer el hambre del
cuerpo. Todos sabemos lo que es tener hambre y la gente que había ido a ver a
Jesús tenía mucha hambre, porque estaban ahí desde horas muy tempranas. Y como
Jesús les dio de comer, lo quisieron hacer rey.
Lo que nosotros tenemos que saber es que Jesús, el mismo
Jesús del Evangelio, nos ama y nos ama todavía más que a la gente del
Evangelio, porque a ellos les dio pan hecho de harina y agua y les dio además
carne de pescado, pero a nosotros, nos da un pan que tiene vida, porque es el
Pan Vivo bajado del cielo y no nos da carne de pescado, sino Carne de Cordero
de Dios, porque la Eucaristía es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo.
Si
la gente del Evangelio quiso hacer rey a Jesús solo porque les dio de comer y
satisfizo el hambre del cuerpo, ¿no deberíamos nosotros hacerlo rey de nuestros
corazones, porque nos alimenta no con pan sin vida, sino con el Pan Vivo bajado
del cielo, y nos da para comer, no la carne de pescado cruda, sino la Carne del
Cordero de Dios asada en el Fuego del Espíritu Santo, la Eucaristía?
Seamos
agradecidos con Jesús por alimentarnos el alma con su Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad y digámosle así: “Querido Jesús Eucaristía, Tú eres el rey de
nuestros corazones, porque en cada Eucaristía nos alimentas con el Amor de tu
Sagrado Corazón. Por eso nosotros te amamos, te adoramos y te proclamamos el
Rey de nuestros corazones”.