(Homilía en ocasión de Santa Misa
de Primeras Comuniones)
Debido a que la Eucaristía
parece pan, tiene el sabor del pan, el color del pan, muchos piensan que
comulgar es igual a cuando en el hogar comemos un trocito de pan. Muchos
piensan que la comunión es algo similar a cuando comemos un poco de pan, solo
que la comunión es comer un poco de pan en un ambiente distinto al del hogar. Pero
es un error pensar así, porque solo externamente la comunión eucarística es
algo similar a cuando comemos un poco de pan. Comulgar, recibir la comunión,
tomar la comunión, es algo infinitamente más grandioso que comer un trocito de
pan, por dos motivos: porque la Eucaristía no es un pedacito de pan, aunque
parece pan, y porque lo que nuestra alma recibe no es la materia del pan, sino
el Amor Misericordioso del Sagrado Corazón de Jesús.
Cuando comemos un poco de
pan, en el hogar, por ejemplo, sentimos el gusto y el sabor del pan y vemos el
pan antes de comer y cuando el pan ingresa a nuestro cuerpo, lo alimenta con su
substancia. Comer un poco de pan alimenta el cuerpo y permite que el cuerpo no
muera de hambre, porque le da de su substancia y así le permite seguir con
vida. Si alguien tiene mucha hambre y su vida peligra por falta de comida, el
pan ingerido lo salva, porque permite que su cuerpo siga viviendo.
Pero no es esto lo que sucede
cuando comulgamos, aunque exteriormente parezca lo mismo. No es lo mismo comer
un poco de pan, que comulgar, porque la Eucaristía NO ES pan, sino Jesús, el
Hijo de Dios, oculto en algo que parece pan pero ya no lo es. Comulgar es
recibir a Jesús en Persona, al mismo Jesús que es Dios y que en el Cielo es
adorado por ángeles y santos. El mismo Jesús que está glorioso en el Cielo, es
el mismo Jesús que ingresa en nuestra alma, en nuestro corazón, cuando
comulgamos. Y cuando comulgamos, Jesús nos da una nueva vida, la vida suya, que
es la vida de Dios y nos da también el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu
Santo. Por eso comulgar no es comer un poco de pan, sino que es recibir el Amor
infinito de Dios, que late en la Eucaristía, en el Sagrado Corazón Eucarístico
de Jesús. No es nuestro cuerpo el que es alimentado con un poco de trigo y
agua, como sucede cuando comemos el pan en el hogar, sino que es nuestra alma,
la que es colmada con el Amor infinito del Corazón de Dios, el Corazón de
Jesús, cuando comulgamos. No comulguemos distraídamente; no nos dejemos engañar
por los sentidos del cuerpo, que nos
hacen creer que la Eucaristía es un pedacito de pan, que tiene sabor a pan y
apariencia de pan: cuando comulguemos, recordemos lo que aprendimos en el
Catecismo, que la Eucaristía ya no es pan, sino Jesús en Persona, con su
Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, que viene a nosotros desde su Cielo,
no porque necesite algo de nosotros, que siendo Dios no necesita de nada ni de
nadie, sino que viene para darnos su Amor, el Amor de su Sagrado Corazón. ¡Cuán
equivocados están quienes confunden a la Eucaristía con un pedacito de pan y la
desprecian, dejando de venir a Misa los Domingos, dejando de confesarse, porque
así se pierden la mayor alegría y el mayor honor que alguien jamás pueda tener
en esta vida, que es el recibir el Amor infinito del Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús! No cometamos el error de tantos niños y jóvenes y también
adultos, que dejan de lado la Eucaristía por creer que es solo un poco de pan
bendecido y acudamos cada Domingo –cada día, si fuera posible-, a recibir la
Comunión, a recibir el Amor infinito del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
Que esta Primera Comunión no sea la última, sino la Primera de muchas, muchas
comuniones que por la gracia de Dios haremos en la vida, para llenar nuestras
almas del Amor de Dios.