(Homilía en ocasión de Santa Misa
de Primeras Comuniones)
¿Qué
es lo mejor que puede sucederle a alguien en esta vida? Cuando se hace esta
pregunta, muchos responden que lo mejor es ganarse la lotería, o tener mucho
dinero, o ser famoso, o ser un futbolista exitoso, o ser un cantante de moda, o
tener muchos seguidores en las redes sociales y cosas así por el estilo. Pero nada
de esto es verdad. Lo mejor que puede sucederle a una persona en esta vida es
comulgar, es decir, recibir la Comunión, recibir la Eucaristía. ¿Y por qué es
lo mejor de esta vida? Porque la Comunión, o la Eucaristía, no es lo que
parece: parece un pedacito de pan, que tiene sabor y apariencia de pan, pero no
es pan; la Eucaristía es una Persona y esa Persona se llama Jesús de Nazareth.
Debido a que Jesús es Dios, Él nos ama tanto, pero tanto, que inventó una forma
de quedarse en medio nuestro, aquí en la tierra, así como está en el Cielo, con
su Cuerpo lleno de la luz de la gloria de Dios, resplandeciente como un sol,
con su Corazón envuelto en las llamas del Amor de Dios, el Espíritu Santo y esa
forma de quedarse entre nosotros, es la Eucaristía. En la Eucaristía, Jesús
está oculto -escondido, podemos decir- en algo que parece pan, pero ya no es
pan, sino Jesús, con su Corazón vivo y glorioso, latiendo con todo el Amor de
Dios, el Espíritu Santo. Por eso es que decimos que no hay nada mejor en el
mundo que comulgar, que recibir la Sagrada Eucaristía, porque la Eucaristía es
Jesús, que es Dios, y cuando Jesús entra en nuestros corazones por la Comunión,
nos sopla el Espíritu Santo, el Amor de Dios. ¡Y no hay nada más hermoso que el
Amor de Dios!
Comulgar,
entonces, no es lo que parece: parece como si alguien recibiera un pedacito de
pan, pero nosotros sabemos, por la fe, que comulgar es recibir a Jesús en
Persona, que nos regala su Sagrado Corazón, envuelto en las llamas del Amor de
Dios; comulgar no es comer un pedacito de pan, sino abrir el corazón para recibir
a Jesús, el Hijo de Dios, en Persona, por
eso nosotros tenemos que pedir que nuestros corazones sean como el leño seco o
como el pasto seco, para que al contacto con las llamas del Corazón de Jesús,
se enciendan en el Amor de Dios. No hay nada más hermoso que recibir a Jesús en
la Comunión. Preparemos nuestros corazones para recibir a Jesús, diciendo: “Jesús,
te amo, ven a mi corazón por la Sagrada Eucaristía”.
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