(Homilía
en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones)
Recibir la Primera Comunión es el acontecimiento más
maravilloso, más grandioso, más hermoso que pueda sucederle a una persona en
esta vida terrena. Para saber por qué, recordemos qué es lo que enseña la
Iglesia Católica acerca de la Santa Misa.
Cuando el sacerdote extiende las manos sobre el pan y el
vino y pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Éste es
el Cáliz de mi Sangre”-, sucede algo misterioso, invisible, pero no menos real:
Jesús, el Hijo de Dios, baja desde el cielo y, con su poder divino, convierte
el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, de manera que la Eucaristía deja de
ser pan, para ser solo apariencia de pan, puesto que es el Cuerpo y la Sangre de
Jesús. Ahora bien, el Cuerpo y la Sangre de Jesús no están solos, en el aire,
por así decirlo, sino que pertenecen a Jesús y Jesús está donde está su Cuerpo
y su Sangre, de la misma manera a como ahora, en este momento, nuestro cuerpo y
nuestra sangre están con nosotros y nosotros estamos donde está nuestro cuerpo
y nuestra sangre. Esto quiere decir que cuando decimos que la Eucaristía es el
Cuerpo y la Sangre de Jesús, estamos diciendo que con el Cuerpo y la Sangre de
Jesús está Jesús en Persona. Esto quiere decir también que en la Eucaristía
Jesús está en el altar así como está en el cielo, es decir, con su Cuerpo y con
su Sangre gloriosos y resucitados y es por eso que nosotros adoramos la
Eucaristía, porque adoramos a Jesús, que es el Cordero de Dios, que está en
Persona y es Dios Hijo.
Por todo esto, es que decimos que comulgar no es comer un
pedacito de pan: es recibir al Hijo de Dios, Jesús, que está en Persona en la
Eucaristía; comulgar es abrir el corazón para que ingrese Dios Hijo encarnado,
Jesús, oculto en algo que parece pan, pero no es pan, sino el Hijo de Dios en
Persona. No recibamos la Comunión como si fuera un poco de pan; antes de
comulgar, hagamos un acto de amor y de adoración a Jesús Eucaristía y
recibámoslo de rodillas, con todo el amor con el que seamos capaces de dar a
Jesús. Por último, recordemos que recibir la Primera Comunión no es el fin de
algo, sino el comienzo de una nueva vida, la vida de los hijos de Dios, en la
que nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, recibidos en cada
Domingo. Antes de recibir a Jesús, de rodillas y en la boca, debemos repetir interiormente esta oración: "¡Jesús, Dios Eterno, te amo, ven a mi corazón por la Sagrada Eucaristía!".
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