En la
Santa Misa se confecciona, se realiza, se produce, un sacramento, la Eucaristía.
Como todo
sacramento, la Eucaristía tiene dos partes: una visible y otra invisible.
La parte
visible es lo que vemos, oímos, sentimos: el altar, las oraciones, los libros,
etc,.
La parte
invisible es lo que no vemos, pero que igualmente sucede porque sin lo invisible,
no hay sacramento.
Lo visible
viene de la tierra; lo invisible, viene del cielo.
Entonces,
en la Santa Misa, en el altar, sucede algo visible y algo invisible: lo invisible
consiste en que Jesús EN PERSONA baja desde el Cielo y convierte el pan en su
Cuerpo y convierte el vino en su Sangre, que queda en el Cáliz; por eso el pan
deja de ser pan y se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser
vino y se convierte en la Sangre de Cristo. En ese momento debemos hacer silencio interior y exterior, porque Cristo está misteriosamente en el sacerdote, obrando el milagro.
Por eso
cuando comulgamos, no comulgamos pan, sino el Cuerpo de Jesús y no bebemos el
vino sino la Sangre de Jesús.
Cuando comulgamos
no comulgamos pan, aunque a los ojos y al gusto parezcan pan, sino que
comulgamos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, comulgamos a Jesús en Persona;
cuando comulgamos, recibimos con la boca la Eucaristía y con el corazón a Jesús
que en Persona viene a nuestros corazones por la Comunión.
Antes de
comulgar y cuando hemos comulgado, debemos hacer un acto de amor y de adoración
interior, en silencio, sin que nos importe nada de lo que pasa en el exterior,
concentrándonos en nuestro interior, porque Jesús está en nuestros corazones. No
vamos a sentir nada sensiblemente, pero eso no quiere decir que Jesús no esté;
aunque no sintamos nada, Jesús está en nuestros corazones por la Eucaristía y
por eso debemos regresar a nuestros asientos luego de la Comunión,
arrodillarnos y dar gracias a Jesús por haber bajado desde el cielo para venir
a nuestros corazones.
Este
hermosísimo milagro sucede en cada Misa; Jesús baja desde el Cielo, acompañado
por su Madre, la Virgen y por cientos de miles de ángeles y santos y el altar
se convierte en una parte del Cielo, deja de ser de cemento para ser de cielo,
donde está Jesús.
Jesús
hace este milagro en cada Misa para venir a nuestros corazones, para que lo
recibamos a nuestros corazones; deja el cielo en donde está con sus ángeles y santos,
para estar con nosotros, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.
No hay
nada más hermoso en el mundo que recibir a Jesús con el corazón purificado por
la confesión, en la Sagrada Eucaristía.
Los niños
deben preguntarse: si Dios quiere darme su Amor, el Espíritu Santo, ¿yo me voy
a quedar durmiendo o jugando o viendo televisión? Para eso tengo todo el día,
primero voy a recibir al Corazón de Jesús en la Eucaristía y después todo lo
demás.
Algo que
deben tener en cuenta los papás es que son responsables ante Dios por sus
hijos, porque van a responder ante el Juicio de Dios, en el Juicio Final, por
si se preocuparon o no por traerlos los Domingos para que reciban a Jesús
Eucaristía, al menos hasta que cumplan la mayoría de edad.
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