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miércoles, 23 de marzo de 2011

Cuaresma es tiempo de cambio del corazón

Convertirse es girar el corazón,
como un girasol,
hacia el Sol de Vida eterna, Jesucristo

¿Qué es la conversión? Es el cambio del corazón. ¿Y cómo es el cambio de corazón? Para darnos una idea de qué es el "cambio de corazón", veamos qué es lo que pasa con una flor muy particular, el girasol, que, como dice su nombre, gira alrededor del sol –en inglés, “girasol” se dice: “sunflower”, que sería algo así como: “flor del sol”-: por la noche, está quieto, con sus hojas replegadas sobre la corola, y vuelto hacia el suelo, pero cuando empieza a amanecer, y en el cielo aparece una estrella, que es la estrella de la mañana, o la Aurora, y cuando empieza a salir el sol, parece como si el girasol se “despertara”: sus hojas se abren, su corola se levanta, y se enfoca en dirección al sol, y durante el día va girando hacia donde va el sol.

Nuestro corazón, sin Jesús, sin la conversión, es como el girasol durante la noche: el corazón está cerrado, frío, sin amor, y dirigido hacia el suelo, hacia la tierra, hacia las cosas bajas. Pero con la conversión, el corazón, movido por la Virgen –que también se llama “Estrella de la mañana”- se despierta, comienza a girar, y comienza a mirar para arriba, adonde está el Sol de justicia, que es Jesús.


Así debe ser nuestro corazón en Cuaresma: debe girar y enfocar hacia ese Sol de los cielos, que es Jesucristo, y debe estar siempre pero siempre enfocado en Él.

Imaginemos que vemos un campo inmenso de girasoles: cuando es de noche, están quietos, cerrados, y hacia abajo; cuando comienza a salir el sol, se abren, giran, y siguen, desde la tierra, al sol que está en el cielo. Así deben ser los corazones de los hombres, y también nuestro corazón, en Cuaresma.

Y es para esto, para que nosotros nos convirtamos, para que nuestro corazón sea como el girasol, que sufrió Jesús en el Huerto de Getsemaní. Allí en el Huerto, Jesús sufrió muchísimo, por tres cosas: como Él era Dios Hijo, veía espiritualmente toda la fealdad del mal, y eso le provocaba horror, como cuando alguien ve algo que le causa espanto, a causa de lo feo y malo que es, pero además Jesús veía no solo un pecado, sino los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos, desde Adán y Eva, hasta el pecado original del último bebé que iba a nacer en el Último Día, el Día del Juicio Final; lo segundo por lo que Jesús sufría en el Huerto, era porque como Dios que era, veía que todos los pecados de todos los hombres, Él los iba a llevar sobres sus hombros y en su espalda, y que Dios lo iba a castigar a Él, con todo su enojo, para no tener que castigarnos a nosotros, y sabía que eso le iba a hacer doler mucho, y que también iba a morir, y por eso Jesús sufría, y sufría tanto pero tanto, que empezó a sudar sangre; lo tercero por lo cual sufría Jesús, era que Jesús veía que, a pesar de que Él iba a llevar los pecados de todos los seres humanos, y a pesar de que iba a soportar los latigazos, los insultos, la corona de espinas, y que iba a dar su vida en la cruz, derramando hasta la última gota de sangre, a pesar de eso, muchos, pero muchos hombres, iban a desperdiciar su sacrificio, porque no se iban a convertir, y se iban a condenar en el infierno.

En el Huerto, lo que más dolor le daba a Jesús, era ver cómo muchas almas caían en el infierno, porque no querían convertirse aquí en la tierra, no querían volver sus corazones a Dios, como hace el girasol cuando sale el sol; Jesús veía cómo muchos se iban a condenar porque no se querían convertir, es decir, no querían ser buenos.

Le prometamos a Jesús que en esta Cuaresma vamos a tratar de no hacerlo sufrir, y vamos a buscar la conversión, para que nuestro corazón, como el girasol, desde la tierra, mire siempre hacia el cielo, adonde está ese hermosísimo Sol que es Jesús.

Así como los girasoles giran, buscando la luz del sol,
así nuestros corazones deben buscar la gracia de Jesucristo,
Sol divino

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