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miércoles, 29 de junio de 2011

Hora Santa para NACER Julio 2011




Entramos al Oratorio. Estamos delante de Jesús Eucaristía. No vemos a Jesús con los ojos del cuerpo, pero sabemos, por la fe, que Jesús está Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Sabemos que nos ve, que nos oye, que conoce todos nuestros pensamientos y todos nuestros sentimientos. Jesús está en la Eucaristía, como está en el cielo, resucitado, vivo y glorioso. Y como en el cielo está su Mamá, la Virgen, aquí también, en el Oratorio, está acompañado de su Mamá. También están los ángeles y todos los santos del cielo. A ellos les pedimos que nos ayuden para hacer esta adoración con mucho amor.

Comenzamos la adoración, y para eso debemos callar todo ruido y toda voz, tanto de afuera como de adentro; de otro modo, no podremos escuchar la Voz de Jesús Eucaristía, que habla en el silencio. Hacemos la señal de la cruz y nos persignamos: “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”.

-Inicio: Canto de entrada: Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.

-Oración de NACER: “Dios mío, Yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni Te aman” (Tres veces).

-Oración para comenzar la adoración: “Querido Jesús Eucaristía, hemos venido hoy a visitarte, para hablar contigo, para decirte que te queremos mucho, y para aprender todas las cosas del cielo que nos enseña Tu Sagrado Corazón Eucarístico”

Queremos pedirle a la Virgen, que es Tu Mamá, que nos lleve delante de Ti, así como los niños pequeños son llevados en los brazos de la madre delante de su papá. Junto a la Virgen, aprenderemos a amarte y a adorarte, y así nuestra alma se llenará de luz y de amor, porque Tú nos iluminarás con la luz y el amor de Tu amable Corazón, que late en la Eucaristía.

Le pedimos a tu Mamá, la Virgen María, que Ella nos lleve en sus brazos y en su Corazón Inmaculado, y que nos abra los ojos del alma, para que podamos contemplar la luz y la dulzura de tu Rostro santo, lleno de luz, de paz y de Amor.

A Ella le confiamos nuestra visita, para que todo lo que no sabemos ni podemos hacer, lo haga Ella por nosotros; a Ella le pedimos que guíe nuestra oración, para que no nos distraigamos con otros pensamientos, para que nuestros pensamientos y afectos se dirijan sólo y únicamente hacia Ti.

Virgen María, Tú que eres la Mamá de Jesús, y que estás aquí presente, al lado de Jesús Eucaristía –porque donde está el Hijo está la Madre-, enséñanos a amar y adorar a Tu Hijo Jesús, para que sea Él nuestro único consuelo, nuestro único contento, nuestra única alegría.

-Silencio de tres minutos. “Virgen María, que eres llamada también “Nuestra Señora de la Eucaristía”, queremos escuchar la Voz eterna de Tu Hijo Jesús. Esa Voz se escucha sólo en el silencio, y por eso ahora queremos callar toda voz humana y todo pensamiento, para que resuene en nuestras almas y en nuestros corazones sólo la Voz dulce y amable de Jesús, el Hijo bendito de Tu vientre”.

-Canto eucarístico. Te adoramos, Hostia divina.

-Oración intermedia: “Jesús, cuando Tú estabas en el Huerto de Getsemaní, sabías que Dios Padre te había pedido que subieras a la cruz por nosotros. Sabías también que nuestro amor te costaría mucho dolor, mucha sangre, mucho sacrificio, y que al fin morirías en la cruz. Tu humanidad no quería sufrir, pero tu Corazón amaba tanto al Padre, que sólo querías cumplir su Voluntad, y por eso dijiste: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces, para cumplir la voluntad del Padre, te dispusiste a subir a la cruz para salvarnos a nosotros. Querido Jesús, ¡haz que nosotros también amemos a Dios Padre, y estemos deseosos de cumplir su voluntad en nuestras vidas! ¡Danos la gracia de ser como Tú, que cumpliste la Voluntad de Dios aún a costa del sacrificio de tu vida! ¡Virgen María, ayúdanos a ser como Jesús!

-Silencio de tres minutos. Hacemos ahora silencio, para poder adorar a Jesús, Presente en la Eucaristía. Le pedimos, que por medio de su Madre, la Virgen María, derrame su Amor y su Misericordia sobre todos nuestros seres queridos, y también sobre aquellos a los que no queremos tanto. Le pedimos también por los que no conocen a Dios, ya que son los más pobres de la tierra, y los que más sufren, para que lo conozcan y lo amen en la tierra y para siempre.

-Oración de despedida: “Querido Jesús Eucaristía, Tú en la cruz, cumpliste la voluntad del Padre, que quería que murieras crucificado, para demostrarnos tu Amor y para salvarnos. En la cruz, cumpliste también la voluntad de la Virgen Madre, que también quería que murieras en la cruz para salvarnos, aunque sabía que se iba a quedar sin su Hijo. Después tú la recompensaste con tu Resurrección, llevándola al cielo. Enséñanos a cumplir la voluntad de Dios, que se manifiesta en nuestros padres. Haz que no seamos desobedientes; haz que obedezcamos a nuestros padres y a nuestros mayores, para ser como Tú, que obedeciste por amor hasta la muerte en cruz. Que nunca nos apartemos de la voluntad de Dios, manifestada en nuestros padres. Madre, ayúdanos a ser como Tu Hijo.

-Oración de NACER: “Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

-Oración final: “Querido Jesús Eucaristía. Finalizamos nuestra visita, y nos vamos alegres y contentos, porque hemos estado contigo y con Tu Madre. Regresamos a nuestros hogares, a las tareas cotidianas, pero no queremos apartarnos de Ti, y por eso te dejamos nuestros corazones al pie del altar. Hazles sentir allí el fuego de tu Amor, para que nunca nos olvidemos de Ti.

-Canto de despedida. Canción de los pastorcitos de Fátima.

jueves, 23 de junio de 2011

¡Ten cuidado! ¡No olvides lo mejor!

Los falsos atractivos del mundo
son como una caverna oscura;
si nos dejamos llevar por ellos,
perdemos lo más valioso de la vida,
Jesús Eucaristía.


El siguiente relato[1] no es un hecho real, sino una leyenda, es decir, algo que nunca sucedió en la realidad. Sin embargo, podemos aprender algo de ella.

Una madre caminaba por un monte con mucha vegetación y rocas, y en sus brazos llevaba a su hijo de pocos meses. Lo apretaba mucho contra su pecho, porque lo quería mucho. Después de mucho caminar, ya cansada, se detuvo a descansar a la entrada de una cueva. La cueva era profunda y muy oscura; tan oscura, que no se podía ver el final, y era profunda, porque si alguien gritaba, respondía, a lo lejos, un eco muy débil.

La mujer se internó unos pocos pasos dentro de la cueva, con su hijo en brazos, y fue ahí cuando le llamaron la atención unos puntos brillantes en el suelo. Se inclinó para ver qué era, y se llevó una sorpresa, porque esos puntos brillantes, ¡eran monedas de oro! Vio un poco más adelante, y se dio cuenta de que las monedas de oro eran muchísimas, aunque estaban bastante más lejos. “¡Qué alegría!, pensó la mujer, “he encontrado un tesoro, y con esto me voy a hacer rica, multimillonaria”.

Comenzó a recoger las monedas, con su hijo en brazos, pero a medida que recogía las monedas, se daba cuenta de que su hijo no le permitía recoger todas las que quería. Entonces, para tener más lugar para poder llevar más monedas en su delantal, dejó a su hijo a la puerta de la cueva. “Lo dejo aquí un ratito, nomás. Total, no le va a pasar nada. Así, aprovecho para juntar más monedas, y de paso, dejo al bebé a la luz del sol, para que no sienta frío”. Hizo esto, dejó al bebé a la entrada de la cueva, y siguió recogiendo monedas. De pronto, una voz que salía del fondo de la caverna, le gritó: “¡Ten cuidado! ¡No olvides lo mejor!”.

Le extrañó un poco la voz, pero la mujer, fascinada por el brillo de las monedas, y por la posibilidad de volverse rica, no hizo caso a la voz, y siguió recogiendo monedas.

Pero sucedió que cuantas más recogía, más quería, y como las monedas estaban más adentro de la caverna, tenía que entrar y entrar cada vez más dentro de la caverna.

Así estaba, cuando escuchó la misteriosa voz, que desde el fondo de la caverna, le decía: “¡Ten cuidado! ¡No olvides lo mejor!”. No hizo caso, y siguió recogiendo monedas, internándose cada vez más en la negra gruta.

Luego, escuchó una tercera vez: “¡Ten cuidado! ¡No olvides lo mejor!”. Pero tampoco esta vez hizo caso, y siguió recogiendo monedas, y alejándose cada vez más de la entrada de la gruta, adonde había dejado a su hijo recién nacido.

De pronto, hubo un temblor muy fuerte, y comenzaron a caer piedras y tierra del techo de la caverna. La mujer se asustó mucho, y tirando las monedas que había recogido en su delantal, comenzó a correr hacia la salida, pero estaba muy lejos, y antes de que pudiera llegar, cayó una enorme roca, que tapó por completo la salida, dejándola encerrada en la caverna y, al taparle la luz del sol que entraba, la dejó también en total oscuridad. Recién ahí se dio cuenta de que había perdido a su hijo, y comenzó a tratar de excavar la pared de la gruta, pero como era roca muy dura, no pudo hacer nada.

Por dejarse llevar por el amor al dinero, había perdido lo mejor, que era su hijo.

¿Qué podemos aprender de esto?

Cada elemento de la historia es una figura de la realidad.

Esa madre con su hijo, podemos ser nosotros. No que necesariamente tengamos un hijo, pero ese hijo representa lo más valioso que tenemos en esta vida, la Eucaristía.

La caverna es el mundo, con sus falsos atractivos: el fútbol, el rugby, el jockey, los deportes, las carreras de fórmula uno, o también el shopping, las fiestas, los asados, los amigos, los paseos, los juegos en computadora, el cine. Todo eso son como las monedas de oro, que brillan en la oscuridad, y que nos hacen internar cada vez más en lo oscuro.

El terremoto que hace caer la piedra y obstruye la salida, es el pecado mortal, que nos priva de la luz de Dios, la gracia.

La voz en la gruta, que dice: “¡Ten cuidado! ¡No olvides lo mejor!”, es la voz de la conciencia, que nos advierte cuando estamos por hacer algo malo. No escuchar la voz de la conciencia, nos puede llevar a lamentarlo mucho después, como le ocurrió a la madre de la leyenda.

El niño, es la Eucaristía, Jesús, lo más valioso que tenemos, al cual abandonamos, al preferir dejarnos deslumbrar por los atractivos del mundo, y así dejamos de venir a Misa los domingos.

Cuando estemos tentados de dejar la Misa del Domingo y el Rosario por los falsos atractivos del mundo, escuchemos la voz de la conciencia que nos dice: “¡Ten cuidado! ¡No olvides lo mejor!”.


[1] Cfr. Rüger, L., El maná del niño, Editorial Guadalupe, Buenos Aires 1952, 148.

jueves, 16 de junio de 2011

Consagración a la Virgen para Niños y Adolescentes 2da Semana



1. La oración
¿Qué es la oración? Podemos decir que la oración es “hablar”: con Dios, o también con Jesús, que es Dios Hijo hecho Hombre, o con la Virgen, o con los santos, o con los ángeles. ¿Es importante la oración? Como en esta vida nuestro modelo a seguir y a imitar es Jesús, veamos qué nos dice el Evangelio acerca de la oración de Jesús.
En el Evangelio de San Mateo, en capítulo 4, entre los versículos 1 al 11, se dice: “Jesús se retiró al desierto para orar” (cfr. Mt 4, 1-11). Y como sabemos, Jesús estuvo en el desierto cuarenta días, y en esos cuarenta días, estuvo rezando, además de ayunar (quiere decir que no comió ni bebió nada en esos cuarenta días). Además, en muchas otras partes en el evangelio, se dice que Jesús rezaba, como por ejemplo, antes de hacer algún milagro, como una curación, o antes de multiplicar los panes y los peces, y rezó también en el Huerto de los Olivos, y en la cruz, antes de morir.
Pero Jesús no solo rezaba cuando era grande: también rezaba desde niño muy pequeño, y esto lo sabemos no por la Biblia –hay muchas cosas que no están en la Biblia, porque si Dios escribía todo en la Biblia, iba a quedar un libro más grande que toda una biblioteca entera-, pero sí lo sabemos por la Tradición y el Magisterio: como Jesús es Dios Hijo, y como la oración es “hablar”, Él hablaba con su Padre, incluso antes de comenzar a decir palabras.
La oración, entonces, es importante, porque Jesús rezó desde muy pequeño, y rezó durante toda su vida.
¿Cómo qué es rezar?
Dijimos que rezar es “hablar” con Dios, con la Virgen, con los santos, etc. Así como en la vida de todos los días no podemos estar sin hablar, porque necesitamos comunicarnos para decir lo que nos pasa, o para preguntar a los demás qué les pasa -¿se imaginan de alguien que, pudiendo hablar, se quedara mudo todo el día?-, así es con la oración: necesitamos rezar para decirle a Dios, a Jesús, a la Virgen, a los santos, qué es lo que nos pasa, qué cosas necesitamos. Si usamos el lenguaje para expresar afecto hacia nuestros seres queridos, entonces también debemos rezar, para expresarle a Dios nuestro amor (pero también tenemos que saber que, si rezamos, debemos comportarnos como rezamos).
Rezar también es como comer: así como tenemos necesidad de alimentarnos, para que nuestro cuerpo crezca, y se mantenga fuerte y sano, así también tenemos necesidad de rezar, para que nuestra alma reciba el alimento del espíritu que es el amor y la vida de Dios, y así se mantenga siempre sana y fuerte. Si alguien no come, se debilita, y si alguien no reza, su alma se vuelve débil y enfermiza, y si no nos olvidamos de comer, porque tenemos hambre, así también no nos debemos olvidar de rezar, porque tenemos hambre de Dios.
Rezar es como tomar agua: el agua es muy importante para el cuerpo; más de un 80% del cuerpo está formado por el agua, y si no hay agua, los órganos no funcionan y se “funden”, así como se funde el motor de un auto si no tiene aceite. Lo mismo sucede con la oración: si el alma no reza, es como si estuviera en un desierto, ya que sufre el ardor de las pasiones y la sequía del amor de Dios. Rezar es al alma lo que el agua fresca al cuerpo sediento: con la oración, el alma se refresca con el agua pura que viene del Espíritu de Dios.
Rezar es como respirar: el cuerpo necesita respirar para recibir el oxígeno del aire, el cual entra en los pulmones, pasa a la sangre, y se distribuye por todos los órganos, los cuales a su vez, entregan a la sangre el dióxido de carbono para ser eliminado. También las plantas, y los animales, necesitan respirar. Todos los seres vivos necesitan respirar. Si no respiramos, nos morimos en pocos minutos. Lo mismo pasa con el alma: la oración es al alma lo que el oxígeno es al cuerpo; si el cuerpo no se respira, muere, y lo mismo pasa con el alma: si no reza, va muriendo de a poco.
Orar es como iluminarnos con una fogata en una noche oscura y fría: así como la fogata nos da luz y calor en medio de la noche, así la oración ilumina al alma con la luz de Dios, y le también el calor de su amor. En una noche oscura, sin luz de luna, ni luz artificial, ni luz de vela, no se puede ver nada, y todo aparece confuso: una piedra grande puede parecer un oso, o un tigre; y al revés, un oso o un tigre, pueden parecer una roca grande. Cuando no hay luz, estamos en peligro. Cuando no hay luz, todo es confusión. Y si hace frío, y no tenemos fuego para darnos calor, el frío nos envuelve, y hasta puede helarnos los huesos. Lo mismo pasa cuando no hay oración: el alma se queda a oscuras, rodeada de tinieblas, y se encuentra en un gran peligro, porque la acechan no los osos o los tigres, o las bestias feroces que conocemos, sino seres espirituales que habitan en la oscuridad, los ángeles caídos, los habitantes del infierno, que se agazapan en las tinieblas, para destrozar al alma apenas se descuidad. Cuando no hay oración, el alma se enfría, lo cual quiere decir que no hay amor en su corazón, y que su corazón es duro con los demás: agresivo, malo, contestón, peleador, egoísta.
Cuando rezamos, por el contrario, recibimos la luz de Dios y el calor de su Amor; es como estar iluminados por una fogata, en medio de una noche muy oscura y fría. Es también como quien ve amanecer: así como aparece una estrella brillante, la Estrella de la Aurora, que anuncia que la noche está por terminar, y que está por salir el sol, rezar –y sobre todo, rezarle a la Virgen, que es llamada “Estrella de la mañana”- es como ver aparecer esa estrella que anuncia la llegada del sol: al rezarle a la Virgen, Ella como Estrella más brillante, nos anuncia que ya viene al alma el Sol de los cielos eternos, su Hijo Jesús, y cuando sale el sol, ya no hay más noche.
Por último, rezar es como encontrarse con un ser querido, a quien no veíamos de hace tiempo, porque se había ido de viaje a un lugar muy lejano: así como nos da alegría encontrarlo, y el corazón comienza a latir más rápido, así también es rezar, porque el alma se alegra cuando Dios viene al corazón por la oración.
Por todo esto tenemos que rezar, pero hay una razón más, que es la más importante de todas: tenemos que rezar, porque la oración llena al alma del Amor de Dios.
Hay que rezar, pero es muy difícil rezar bien, y es tan difícil, que capaz que nunca podamos rezar bien. Pero hay alguien que nos puede hacer la oración facilísima, y nos puede enseñar a rezar, y además, va a rezar con nosotros. ¿Quién es?
¡La Virgen María! Porque Ella rezó a Dios desde niña, cuando era muy pequeñita, y cuando tuvo a Jesús por el Espíritu Santo, lo miraba siempre, como hace toda madre con su hijo, y contemplar a Jesús, es la mejor forma de rezar. Entonces, nadie como Ella para enseñarnos a rezar, y para eso nos consagramos a la Virgen.
Además, la Virgen presenta nuestras oraciones, pequeñas y pobres, y las agranda, y así le gustan a Jesús. Nuestras oraciones son como si fueran unas frutillas diminutas, pequeñísimas, y amargas, que no se pueden comer, y si rezamos sin la Virgen, a Jesús le parecen tan amargas, que no las recibe, pero si rezamos con la Virgen, Ella las endulza, les pone mucha azúcar y crema, se las presenta en una bandeja de plata, con muchos cubiertos, también de plata, y así Jesús las acepta.
Para eso nos consagramos a la Virgen.

2. EL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo aparece en la Biblia como un animalito –la paloma- y como una cosa –el fuego-. Aparece como paloma en el bautismo de Jesús en el Jordán (cfr. Mt 3, 13-17), y aparece como fuego en Pentecostés, cuando la Virgen y los Apóstoles estaban rezando.
¿Por qué se aparece el Espíritu Santo de esta manera, como paloma y como fuego?
Para que nos demos cuenta cómo es el Espíritu de Dios.
Veamos cómo es una paloma: es un animalito bueno, pacífico, manso; si lo tomamos con nuestras manos, no nos agrede, y tampoco agrede a ningún otro animal. Construye pacíficamente sus nidos en lugares altos, y su apariencia es la de un animal inofensivo, y por eso es que su imagen se usa como símbolo de la paz.
El Espíritu Santo se aparece como paloma, para que nos demos cuenta que el Espíritu de Dios es bondadoso, manso y pacífico como una paloma. Así como una paloma no hace daño, ni es mala, así, y mucho más, el Espíritu de Dios es pura bondad y amor. Y si a una paloma de la tierra la podemos tomar con nuestras manos y estrecharla entre nuestros brazos, el Espíritu Santo, la dulce paloma, viene a nuestro corazón, para reposar en él y cantar sus arrullos de amor.
Pero el Espíritu Santo viene sólo cuando el corazón se ha convertido en un nido de luz por las buenas obras y la oración; de otra manera, el Espíritu Santo, esa dulce paloma, se va volando y no se asienta en nuestro corazón. Cuando no hay oración, el corazón puede volverse no como un nido de luz, sino como un nido de serpientes, oscuro y frío, y ahí no está el Espíritu Santo, sino el Espíritu del mal.
El Espíritu Santo aparece como lenguas de fuego en Pentecostés, para hacernos ver que Dios es como el fuego, pero no como el fuego de la tierra, el que conocemos, y con el cual cocinamos los alimentos, porque ese es un fuego que lastima y que hace daño: Dios es fuego, pero un fuego suave, que enciende al alma en el Amor divino; es un fuego que da paz, alegría, calma, gozo, al hombre.
¿Cómo hacer para que el Espíritu Santo, que es Paloma y es Fuego, venga a nuestro corazón? Como hicieron los Apóstoles en Pentecostés: ellos estaban rezando con la Virgen, cuando apareció el Espíritu Santo; así también nosotros, debemos rezar con la Virgen, para que venga el Espíritu Santo a nuestro corazón, como dulce Paloma blanca, y como Fuego de Amor divino.
Y algo muy importante: el Espíritu Santo no viene si alguien no lo llama, y ese “alguien”, es la Virgen María. Por eso tenemos que consagrarnos a la Virgen, para que Ella llame a esa palomita blanca, que es el Espíritu Santo, y lo encienda en el Amor de Dios.
3. LA HUMILDAD DE MARÍA
La humildad es algo muy necesario para entrar en el cielo. Sin la humildad, no podemos entrar. Es como si alguien quisiera viajar a un país lejano, y no tuviera el pasaporte: no puede viajar. La humildad es el “pasaporte” que nos abre las puertas del cielo.
Sin humildad no se puede entrar en el cielo, porque el que no es humilde, es soberbio, y Dios, dice la Biblia, “resiste a los soberbios”. Cuando Dios ve a un corazón soberbio, le parece estar viendo al mismo ángel caído, porque el ángel caído fue el primer soberbio que hubo en los cielos, y entonces no quiere saber nada con él, y no lo deja pasar.
¿Qué es la humildad? Dice Santo Tomás: "Una cualidad por la que una persona considerando sus defectos tiene una modesta opinión de sí misma, y se somete voluntariamente a Dios y a los demás por Dios".
Ser humilde quiere decir reconocerse en sus limitaciones –por ejemplo, no puedo ir volando a la luna- y en sus defectos –puede ser que sea perezoso, o rápido para enojarme-, y cuando lo reconozco, me doy cuenta de que, comparado con los demás, los demás son mejores que yo, y comparado con Dios, me doy cuenta de que Dios es como un Sol gigante, y yo más chico que una ameba (babosa).
Ser humildes es muy difícil, porque siempre pensamos de modo opuesto a la humildad: nos creemos mejores que todos, incluso hasta nos animamos a decirle a Dios qué cosas Él hace bien, y cuáles podría hacer mejor. Sabemos que no somos humildes, cuando nos damos cuenta que nos gusta que nos alaben, y no nos gusta que nos digan los errores, o que nos digan en qué nos equivocamos, o que tenemos algún defecto, o cuando nos enojamos fácilmente por cualquier cosa.
Ser humildes no quiere decir ser tímidos, o ser pusilánimes, o mediocres, o vagos, como si alguien dijera: “No quiero sobresalir en nada, y por eso no hago nada bien”. Todo lo contrario, ser humildes quiere decir apreciar los talentos recibidos, no envanecernos por ellos, y ponerlos al servicio de los demás. Cuando nos enorgullecemos y queremos hacer notar a todos el talento que tenemos, para que nos alaben, entonces el alma parece un globo inflado, hinchado desmesuradamente con el aire de la vanagloria, o se parece a un pavo real, que se pasea mostrando sus plumas, mientras le caen los mocos de la nariz.
La humildad permite que podamos descubrir que todo lo bueno que existe en nosotros, sean talentos naturales o sobrenaturales, provienen de Dios, lo cual nos debe llenar de gratitud para con Dios.
No es fácil ser humildes; por el contrario, es muy difícil, y es tan difícil ser humildes, que aunque nos esforcemos toda la vida, y aunque vivamos ciento veinte años intentándolo, nunca vamos a ser humildes. Ni siquiera si llegáramos a vivir quinientos, o mil años.
Pero no nos tenemos que desanimar.
Hay alguien que nos puede enseñar a ser humildes, y nos puede también ayudar a ser humildes, en muy poco tiempo, y ese Alguien es: ¡la Virgen María!
Ella es la más humilde de todas las criaturas, porque Ella, siendo Pura y Llena del Espíritu Santo, se llamó a sí misma “Esclava del Señor”. ¿A quién de nosotros le gusta que le digan: “esclavo”? Y si tuviéramos que elegir un nombre para que nos reconozcan, ¿qué nombre elegiríamos? Seguro que “Inteligente”, “Sabio”, “Astuto”, “El mejor de todos”, y cosas por el estilo, pero nunca elegiríamos el nombre de “esclavo”, como lo hizo la Virgen María.
Entonces Ella es la Única que puede enseñarnos a ser humildes, y para eso nos consagramos a la Virgen María.

Oraciones para rezar la Segunda Semana de la Consagración

Nos ponemos en presencia de Dios y hacemos silencio por unos momentos

Nos hacemos la señal de la cruz.

Oración al Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo,

Danos tu amor.

Ven a nuestras vidas, ven Santo Espíritu

Ven a nuestros cuerpos, ven Santo Espíritu (tres veces)


Recemos un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria


Oración a Jesús

Jesús, yo creo en Ti, Jesús, Te adoro

Jesús, yo espero en Ti y Te amo

Jesús, perdón por los que no creen en Ti,

y no Te adoran, no esperan, y no Te aman.


Oración a la Virgen María

Te elijo hoy, oh María,

en presencia de toda la corte celestial

por Madre y Reina mía.


Invocación

Oh María, Reina de la Paz y la Reconciliación

Ruega por nosotros y por el mundo entero.

Que la mansedumbre de Jesús nos ayude a tener un corazón manso y humilde



¿Alguien vio alguna vez una doma de caballos? Un gaucho domador es alguien con mucho coraje, con mucha valentía, porque no es fácil domar un potro salvaje.

Cuando el gaucho se sube al caballo que todavía no ha sido domado, este empieza a corcovear, porque no soporta el peso de la persona, ya que está acostumbrado a andar por donde él quiere, sin que nadie esté encima de él. El gaucho es muy valiente, y muy corajudo, y tiene también fuerza y destreza. Tiene que saber llevar las riendas porque sino, el caballo lo tira por el suelo. De hecho, muchos pasan de largo cuando el caballo es muy fuerte y corcovea mucho.

Tal vez no lleguemos nunca a domar un caballo salvaje, pero sí podemos hacer algo muy parecido. Veamos qué es, y para eso, escuchemos el relato de un joven romano y cristiano.

En los primeros tiempos del cristianismo, en Roma, vivía un joven llamado Alejandro, que se destacaba porque estaba siempre de buen humor, y porque era bueno y servicial con todos[1]. Pero además sobresalía porque era el único cristiano entre los paganos (en los primeros años del cristianismo, había muy pocos cristianos, ya que la mayoría no creía en Jesús, sino en muchos dioses, todos falsos. Alejandro creía en Jesús, y demostraba su fe con su buen ánimo y su disposición para ayudar a quien lo necesitara). Muchos de sus compañeros paganos, aunque no todos, no lo querían, pero no porque Alejandro hubiera hecho algo malo, sino porque creía en Jesús y en la Virgen.

Uno de estos compañeros, llamado Corvino, lo esperó un día a la salida de la escuela, detrás de una esquina, y cuando Alejandro pasaba por ahí, se le tiró encima y le dio una trompada en la cara. La primera reacción de Alejandro fue de cólera, de enojo muy grande. Estaba tan enojado, que su cara se había puesto roja. Dentro de él, escuchó una voz que le decía: “¡Cómo! ¿Te vas a dejar pegar sin responder? ¡Dale una buena paliza, para que sepa con quién se mete! ¡Pegale fuerte!”.

Pero Alejandro no hizo caso a esa voz. No respondió, ni levantó la mano y en vez de eso, se quedó en silencio por unos momentos.

En esos pocos segundos que permaneció en silencio, Alejandro comenzó a recordar a Jesús, cuando estaba en medio del tribunal del Sanedrín.

Como si lo estuviera viviendo, Alejandro veía cómo el criado del Sumo Sacerdote, le pegaba una bofetada en plena cara, y le cortaba el rostro, haciéndolo sangrar (cfr. Jn 18, 19-24). Veía también cómo le escupían en la cara, muchas veces; veía cómo le tiraban de la barba, y le arrancaban los pelos de la barba, haciéndole sangrar la cara; veía cómo lo insultaban, y le pegaban trompadas en el cuerpo.

Alejandro veía cómo Jesús sufría todo esto, y lo sufría por él, en silencio, callado, sin decir nada, aún cuando tenía el poder de llamar a San Miguel Arcángel y a millones de ángeles para que lo defendieran, y si Él quería, con solo hablar, todos retrocederían y caerían hacia atrás, muertos de miedo, porque escucharían la voz de Dios, que es más fuerte que el trueno más fuerte.

Pero Alejandro veía también los ojos de Jesús, cuando estaba sufriendo todo esto, y veía que en los ojos de Jesús no sólo no había ni enojo, ni rabia, sino que había mucha paz y calma, y cuando más lo miraba, más paz y calma sentía, y más le daban ganas de ser como Jesús. En ese momento, se acordó también de las palabras de Jesús, que las había leído en la Biblia: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29), y también se acordaba que Jesús había dicho: “Ama a tus enemigos” (cfr. Mt 5, 43-48).

Entonces Alejandro, volviendo en sí, y con el deseo en el corazón de ser como Jesús, le dijo a Corvino: “No te quiero hacer mal. Sigamos siendo amigos”.

Alejandro había aprendido a domar su corazón, para que su corazón no fuera como un caballo salvaje, que se desboca y empieza a correr sin mirar para dónde va.

Pensando en Jesús, y con la ayuda de la gracia, Alejandro domó su corazón -que es mucho más fácil de domar que un caballo salvaje-, no dejó que fuera dominado por la ira, y lo transformó en un corazón “manso y humilde” como el de Jesús.

Como Alejandro, también nosotros pensemos siempre en todo lo que Jesús pasó por nosotros en su Pasión, dejemos de lado la ira y la venganza, y busquemos de imitar al Sagrado Corazón de Jesús, “manso y humilde”.


[1] Cfr. Rüger, L., El maná del niño, Tomo II, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1952, 254-255.

viernes, 10 de junio de 2011

La Virgen, Madre y Maestra, nos enseña la Sabiduría de la Cruz

María Maestra de Sabiduría
nos enseña
a leer el Libro de la Cruz,
para que aprendamos a ser
como su Hijo Jesús.

Cuando vamos a la escuela, vamos con ganas de aprender, porque cada vez que aprendemos algo, somos mejores, ya que nos hacemos más perfectos: antes, no sabíamos algo, y ahora sabemos lo que nos enseñaron. Por eso estudiar es muy importante, y hasta divertido. Cada vez que estudiamos, nos perfeccionamos, y así cumplimos lo que Jesús nos dice en la Biblia: “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto” (cfr. Mt 5, 48).

Para aprender, en la escuela usamos libros, y la maestra nos ayuda para que aprendamos, y así vamos sabiendo cada vez más.

Pero sucede que lo que aprendemos en la escuela, nos sirve para las cosas de la tierra, para la vida que vivimos aquí, pero no nos ayuda para ir al cielo. Para ir al cielo, necesitamos saber otra cosa, y necesitamos otro libro, y otra maestra, porque es cierto lo que decía Santa Teresa de Ávila: “El que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”.

¿Dónde hay que estudiar para salvarse? ¿Qué libro hay que usar para ir al cielo? ¿Quién es la maestra que nos va a enseñar? Para ir al cielo, se estudia en un libro muy pero muy especial, que viene del cielo, y nos lo regala Dios, y es el Libro de la Cruz.

Ahí, en la Cruz, está toda la Sabiduría necesaria para ser felices en esta vida, y para ser felices en la otra, es decir, para salvarnos, nosotros y nuestros seres queridos.

Y como en la escuela, que necesitamos de una maestra para que nos enseñe a aprender, así también en la Cruz necesitamos una maestra, que conozca bien ese libro, y esa Maestra es la Virgen María, la Mamá de Jesús. Ella lo conoce bien, porque ese libro salió de Ella, y Ella también estudió de ese Libro. La Virgen, al pie de la cruz, es nuestra Maestra, que nos enseña cómo ir al cielo, leyendo en ese Libro de Sabiduría eterna, que es su Hijo Jesús crucificado.

La Virgen, nuestra Maestra, nos dice entonces que veamos a su Hijo en la cruz, y ahí aprenderemos todo lo que necesitamos para ir al cielo. Si queremos saber cómo tenemos que hacer con un compañerito de la escuela con el que nos hemos peleado, Jesús nos enseña cómo perdonar a nuestros enemigos; si queremos saber cómo tenemos que amar a Dios y al prójimo, Jesús en la cruz nos lo enseña; y así con todo.

En la Cruz, Jesús nos enseña muchas cosas:

-nos enseña a ser pobres, y es necesario ser pobres de cosas materiales, porque al cielo no nos podemos llevar nada material: ni tierras, ni dinero, ni oro, ni plata, ni la computadora, ni la Play, ni la guitarra… En el cielo se está tan pero tan bien, y hay tantas cosas divertidas, que todas estas cosas que aquí nos gustan, allá nos van a parecer aburridas. Entonces, como no podemos llevarnos nada de esto al cielo, Jesús en la cruz nos enseña la pobreza de la cruz

-pero también nos enseña a ser pobres de espíritu, porque el que es soberbio y orgulloso, el que no acepta que le digan nada, el que se envanece cuando lo halagan, como hace el pavo real, o el que se enoja cuando le dicen algo que no le gusta, ése no puede ir al cielo. Tampoco puede ir al cielo el que dice que no necesita de Dios. Jesús en la cruz nos enseña a ser humildes y a ser pobres de espíritu, es decir, a reconocer que necesitamos de Dios en todo momento, incluso para respirar.

-Jesús en la cruz nos enseña la castidad, es decir, la pureza del cuerpo y del alma. Él es puro y santo, porque es Dios hecho Hombre, y así como es Él, así tenemos que ser nosotros, para entrar en el cielo. Debemos desear lo que Jesús deseó en la cruz, y debemos rechazar lo que Él rechazó en la cruz. Jesús no quiso nada impuro, nada contaminado con el mundo, nada que no sea Dios, de Dios y para Dios, y así tenemos que hacer nosotros.

-Jesús en la cruz nos enseña la obediencia, porque Él obedeció a su Papá, Dios Padre, que le pedía que se sacrificara en la cruz y derramara su sangre, para que Él nos pudiera perdonar, y le pedía también que dejara que traspasaran su Corazón con una lanza, para que Él pudiera derramar el Espíritu Santo, que es su Amor, junto con la sangre y el agua del Corazón de Jesús. Y Jesús obedeció, porque Él amaba mucho, muchísimo, a su Papá del cielo, y así murió en la cruz por nosotros. Pero también obedeció a su Mamá de la tierra, la Virgen María, porque Ella también quería, junto a Dios Padre, que Él muriera en la cruz, para que pudiera resucitar y donarse como Pan de Vida eterna en la Misa. Y Jesús, como amaba mucho a su Mamá, le obedeció, a pesar que obedecer le costó mucho sacrificio, mucho dolor, porque era su propia vida y su propia sangre la que derramó en la cruz. Gracias a que Jesús obedeció en la cruz a su Papá del cielo, y a su Mamá de la tierra, la Virgen, es que nosotros podemos recibirlo en la Comunión, en la Eucaristía, y alegrarnos porque cada vez que comulgamos, tenemos a Jesús en el corazón.

-Jesús en la cruz nos enseña, sobre todo, el Amor, porque es por amor, a Dios y a los hombres, que Él se humilla, dejando que lo crucifiquen; es por amor que Él se despoja de todo y se hace pobre, siendo el más rico de todos los ángeles y los hombres; es por amor que Él quiere experimentar la ausencia de Dios, y la pobreza del alma que está sin Dios, y por eso Él dice en la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”; es por amor que Él vive puro y casto, sin pensamientos ni deseos impuros, para presentarse puro, purísimo, ante Dios; es por amor que obedece a su Papá y a su Mamá, y es por amor que se nos ofrece en la Eucaristía.

Pero además de enseñarnos todo esto, Jesús en la cruz nos da la gracia para llevar a cabo lo que Él nos enseña, porque sin su gracia, no podríamos nunca imitarlo y ser humildes, pobres, castos, obedientes y llenos de amor como Él. En la cruz, Jesús nos da la gracia, porque esa gracia se derrama sobre nosotros cuando le atraviesan el Corazón con una lanza.

Todo esto nos enseña Jesús desde la cruz, junto a María, la Maestra del cielo. Y cuando ya terminó la lección, la Maestra, que es la Virgen, nos da la tarea para la casa: “Haced lo que Él os diga”. Y la tarea para la casa, para la vida, es hacer en nuestras vidas todo lo que Jesús nos enseñó en la cruz.

miércoles, 8 de junio de 2011

La Consagración a la Virgen para Niños y Adolescentes 1a Semana




Consagración a la Virgen para Niños y Adolescentes 1ª semana

PARTES O ETAPAS

Nos consagramos a la Virgen según el método de San Luis María Grignon de Montfort. La Consagración se divide en cuatro Partes o Etapas, que tienen que ser hechas paso a paso, sin adelantarse en nada.
Es cierto que podemos realizar una consagración de una forma espontánea rezando alguna oración frente al sagrario, o cada día de nuestra vida, al terminar el rosario, etc., pero hacer la consagración de esta otra manera, en cuatro partes o etapas, nos ayuda a ser más conscientes de qué es lo que entregamos a la Virgen y qué es lo que buscamos con esta entrega.

La primera Etapa, tiene como finalidad apartarse del Espíritu del Mundo. Ya veremos qué quiere decir esto, pero adelantamos algo diciendo que se trata de apartar todos los obstáculos que se interponen entre nosotros y la Virgen (tal como sucede en una carrera de obstáculos, que hay que ir superando, para llegar a la meta, así es con el espíritu del mundo: hay que superarlo, para llegar a María). Esta etapa es la que más tiempo dura, 12 días, porque el mundo tiene mucha influencia sobre nosotros y es difícil apartarnos de su acción sobre nuestras almas y el camino de salvación.

La segunda Etapa, es el Conocimiento de uno mismo. Tenemos que conocernos a nosotros mismos, para saber bien qué es lo que le entregamos a la Virgen. Lo bueno y lo malo, pecados anteriores, logros y anhelos, virtudes, talentos. Esta etapa dura 7 días.

La Tercera Etapa, nos habla del conocimiento de la Santísima Virgen. Es para conocer más a esa Madre tan amorosa y dulce que es la Virgen, en cuyos brazos nos vamos a arrojar.
Seguramente que en todo este tiempo, en nuestras vidas, la hemos nombrado, le hemos rezado, hemos besado sus imágenes, pero de lo que se trata ahora, es de conocerla más íntima y profundamente, y para eso es esta última etapa.

La Cuarta Etapa es para conocer a Jesús. Es verdad que es imposible conocer a Jesús en 7 días, pero tenemos una ventaja: la que nos presentará a su Hijo, y nos lo hará conocer, ¡es la Mamá de Jesús, la Virgen!, y Ella hará que lo conozcamos como nunca antes lo habíamos conocido. Y lo más importante, nos va a dar del amor de su Corazón Inmaculado, para que amemos a su Hijo con su mismo amor. De esta manera, conociendo a Jesús en esta vida, nos vamos preparando para el encuentro con Él en la hora de nuestra muerte, en donde lo veremos cara a cara y, por su misericordia, viviremos en el cielo para siempre, con Él y con la Virgen.

Primera Parte

Temas: 1. El desapego del espíritu del mundo. 2. Por qué consagrarnos a la Virgen. 3. Esta vida es como quien va de viaje a un lugar hermoso, y solo María conoce el Camino, su Hijo Jesús. 4. Jesús, siendo Dios omnipotente, quiso ser llevado en brazos por la Virgen, y como Jesús es nuestro modelo, nos consagramos para estar en los brazos de la Virgen. 5. Oraciones para rezar la Primera Semana de la Consagración.

1. El desapego del mundo.

¿Qué es el “mundo”, o también “espíritu del mundo”? Primero, veamos lo que no es: no es el mundo “creado” por Dios: las montañas, los mares, el cielo, los animales, las personas, el sol, los planetas, porque este “mundo” es esencialmente BUENO, porque fue creado por Dios, y Dios no hace ni crea nada malo.
En cambio, llamamos “mundo” o “espíritu del mundo”, a todo aquello que se opone a Dios, y que sí es malo. El “espíritu del mundo” se opone al Espíritu de Dios, y por eso es malo. Debido a que nosotros crecemos y vivimos en el espíritu del mundo, nos cuesta mucho reconocerlo, y por eso la primera semana de la Consagración, se destina a reconocer ese espíritu mundano que nos aleja de Dios. Por la consagración, buscamos alejarnos del espíritu del mundo, y acercarnos al Espíritu de Dios.
¿Qué cosas forman el espíritu del mundo?
Por ejemplo: buscar siempre la comodidad, el pasarla bien, el placer, el tener muchas cosas, la gran mayoría de ellas, inútiles; evitar el sacrificio, el trabajo, el orden, porque eso cuesta mucho y exige esfuerzo. El espíritu del mundo, nos deja seguir con nuestro corazón malo, sin tener que convertirnos, y por eso atrae más, porque es más fácil. El espíritu del mundo fomenta el egoísmo del corazón, porque hace pensar solo en uno mismo, sin que nos importe de los demás. Es como una nube oscura, que se asienta sobre la persona, y la hace ser mala y egoísta, y también triste, porque el egoísta nunca está alegre. El espíritu del mundo nos hace ser soberbios y desobedientes, y nos aleja de la gracia de Dios.
Es muy fácil tener el espíritu del mundo, y por ahí estamos tan acostumbrados a estar en él, que no nos damos cuenta. El espíritu del mundo está muchas veces como “pegado” a nosotros, y nos tenemos que despegar de él, para empezar a ser iluminados por el Espíritu de Dios.
El Espíritu de Dios, por el contrario, nos estimula al esfuerzo, al sacrificio, al trabajo, al orden, y en consecuencia, a la alegría, porque “Dios es Alegría infinita”, dice Santa Teresa de los Andes. El Espíritu de Dios es como una paloma blanca, que viene al corazón cuando este es como una luz; o también es como una luz grande, que produce paz y alegría en el corazón. El Espíritu de Dios nos hace ser humildes, obedientes, y mansos de corazón, como Jesús, y llena nuestros corazones de la gracia, de la luz y del amor de Dios.
Es muy difícil tener el Espíritu de Dios, y por eso nos consagramos a la Virgen, porque el Espíritu de Dios viene sólo por medio del Corazón Inmaculado de la Virgen.

2. ¿Por qué consagrarnos a la Virgen?

Porque dicen los santos que si queremos ir al cielo, el modo más seguro para llegar, es por medio de la Virgen. Dicen que, si intentamos llegar a Jesucristo -que es el Camino al cielo- por nosotros mismos, con toda seguridad, Él nos rechazará, ya que somos muy imperfectos, y también estamos llenos de cosas vanas y de pecados, pero si recurrimos a la Virgen, Ella nos tomará en sus brazos, como a niños pequeños, y nos presentará, limpitos y arropados, a su Hijo Jesús, y así Jesús no nos rechazará. Nos consagramos a la Virgen para que Ella nos lleve, desde su Corazón Inmaculado, al Corazón de su Hijo Jesús.

3. Estamos de viaje, y tenemos que preparar las valijas.

¿A quién le gusta salir de vacaciones a un lugar lindo? Por supuesto que a todos. Capaz que hay alguno que prefiera, en las vacaciones, quedarse a estudiar, encerrado, pero bueno, creo que la mayoría prefiere salir de vacaciones a algún lugar lindo, y cuanto más lindo, mejor. ¿Qué lugares lindos hay para ir de vacaciones? Hay muchos lugares muy lindos: Salta, Jujuy, Córdoba, Mendoza, la Patagonia, y también algunos lugares de nuestra propia provincia. El mar, la playa, la montaña, los cerros, los parques de diversiones, etc., son todos lugares para conocer y disfrutar.
Es muy lindo ir de vacaciones, porque en las vacaciones paseamos, tomamos helados, jugamos a los jueguitos, estamos más tiempo con mamá, papá y los hermanos. En vacaciones la pasamos muy bien, lástima que por ahí son un poco cortas, aunque hay algunos que hacen al revés: no estudian durante todo el año, porque se la pasan de vacaciones, y estudian en las vacaciones, con todo el calor encima, porque no estudiaron nada durante el año. Lo mejor es estudiar durante todo el año, para así poder disfrutar tranquilos de las vacaciones.
Para salir de vacaciones, tenemos que hacer las valijas, para saber qué cosas vamos a llevar, y después ponernos en camino: saber de dónde salimos, y adónde vamos, y para eso tenemos que ver un mapa. Nadie, que quiera ir a Mar del Plata, por ejemplo, llega “por casualidad”; hay que conocer el camino por donde vamos a ir.
¿Y qué tiene que ver esto con la Consagración a la Virgen?
Tiene que ver, porque en esta vida, estamos como quien está de viaje; desde que nacemos, vivimos en esta vida como alguien que se prepara para ir a un lugar muy, pero muy lindo, en donde vamos a estar como si estuviéramos en vacaciones, pero para siempre, porque es un lugar hermosísimo, en donde la felicidad y la alegría, la paz, el amor, no terminan nunca, y siempre hay cada vez más, y cada vez más y más felicidad, alegría, paz, amor, para siempre, para siempre. Al revés de las vacaciones de la tierra, que alguna vez se terminan –y por ahí se arruinan un poco, cuando llueve, o hace mal tiempo-, este lugar, al que tenemos que ir, no se termina nunca, y no se arruina nunca.
Ahí estamos mucho, mucho más felices, que cualquier día feliz que tengamos en esta tierra. Ese lugar es el cielo, donde viven Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Antes de subir a la cruz, Jesús nos dijo que en la Casa de su Padre, había muchas habitaciones -y la Casa del Papá de Jesús es hermosísima, y grandísima, como si fueran mil mansiones juntas, y más grandes todavías, y el paisaje es más lindo que Bariloche-, y que Él iba a prepararnos una habitación en esa Casa de su Papá. Para que nos demos una idea, una habitación de esa casa, es más grande que toda la Argentina junta. ¡Y todo eso, y más todavía, para nosotros!
Esta vida es entonces como quien está de viaje para ir de vacaciones –y quedarse a vivir para siempre- en un lugar hermosísimo, en una Casa grandísima y hermosa, la Casa de Dios Padre.
Y como cuando vamos de vacaciones, tenemos que saber adónde vamos, y tenemos que conocer el camino, así también en esta vida. Ya sabemos adónde vamos: al cielo, a encontrarnos con Dios Padre, en su Casa, y también nos vamos a encontrar con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo, con la Virgen, y con todos los santos y los ángeles, que viven también en el cielo.
Sabemos dónde tenemos que ir, y sabemos también cuál es el camino: Jesús es el camino, porque Él dijo en la Biblia: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Sabemos dónde vamos, y sabemos el camino, que es Jesús. Entonces nos preguntamos: ¿cómo hacemos para no equivocarnos de camino? Consagrándonos a la Virgen, porque Ella es la Única que sabe cómo llegar, porque Ella ya recorrió ese Camino. Es más, Ella fue la que ayudó a Dios Padre a construir ese Camino, porque Ella recibió a su Hijo Jesús en su vientre virginal; Ella crió a su Hijo Jesús, y lo acompañó cuando era joven, cuando era grande, y estuvo al lado suyo hasta que murió en la cruz.
La Virgen María es la que nos muestra el Camino; Ella nos conduce, en medio de la noche, y nos ilumina nuestros pasos, para que transitemos seguros por el Camino que lleva al cielo, Cristo Jesús.
Nos consagramos a la Virgen, a su Corazón Inmaculado para que, tomados de su mano, como un niño pequeño se toma de la mano de su mamá, caminemos el camino de la vida, para llegar al cielo, a la felicidad eterna, en donde veremos cara a cara a Dios Padre, a Dios Hijo, y a Dios Espíritu Santo.

4. Queremos estar en los brazos de la Virgen.

Pero hay otro motivo más por el cual, como niños y jóvenes, debemos consagrarnos a la Virgen, lo que es igual a ser llevados por Ella en sus brazos: porque Jesús, siendo quien era, Dios omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, Creador del mundo visible y del invisible, eligió a la Virgen, para ser protegido por Ella, y para ser llevado por Ella en brazos, cuando era niño, y para ser educado por Ella, cuando era joven. Y si Jesús eligió tener por Mamá a la Virgen, entonces nosotros, que queremos ser como Jesús, también la elegimos a Ella, y nos consagramos a su Inmaculado Corazón, para vivir dentro de él.

5. Tarea para la Primera Semana de la Consagración: rezar al Espíritu Santo todos los días, pidiendo la gracia de saber cuál es el "espíritu del mundo" que me aparta del cielo.

Oraciones para rezar cada día
Nos ponemos en presencia de Dios y hacemos silencio por unos momentos
Nos hacemos la señal de la cruz.
Oración al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo,
Danos tu amor.
Ven a nuestras vidas, ven Santo Espíritu
Ven a nuestros cuerpos, ven Santo Espíritu (tres veces)

Recemos un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria

Oración a Jesús
Jesús, yo creo en Ti, Jesús, Te adoro
Jesús, yo espero en Ti y Te amo
Jesús, perdón por los que no creen en Ti,
y no Te adoran, no esperan, y no Te aman.

Oración a la Virgen María
Te elijo hoy, oh María,
en presencia de toda la corte celestial
por Madre y Reina mía.

Invocación
Oh María, Reina de la Paz y la Reconciliación
Ruega por nosotros y por el mundo entero.

jueves, 2 de junio de 2011

¿Paloma o serpiente?


Si vamos a Misa,
si damos amor a los demás,
si tratamos de ser como Jesús,
entonces nuestro corazón será
como un nido de luz,
donde irá a reposar
la dulce paloma divina,
el Espíritu Santo.


¿Cómo es una paloma? Imaginemos que estamos viendo a un pichón de una paloma blanca, y tratemos de decir cómo es. La paloma es un animalito muy simpático, y además, pacífico, porque nunca agrede a nadie, y se lleva bien con los otros animales, y también con los humanos. Hace sus nidos en lugares altos, y los va construyendo de a poco, con hojas, y ramas, hasta que el nido queda bien formado, y es ahí en donde la paloma descansa de sus vuelos, y entona sus arrullos, que es como una especie de canto, propio de ella. Si le damos de comer, la paloma se acerca, pero es muy asustadiza, y si nosotros nos movemos bruscamente, sale volando y se va. Si la tomamos en nuestras manos, vemos que la paloma es suave, mansa, y cariñosa, y además no nos intenta atacarnos, sino que permite que la acariciemos.
¿Cómo es una serpiente? Imaginemos que tenemos delante nuestro a una serpiente, brillosa y negra, venenosa, de esas tipo cascabel, que tienen la cabeza ancha, como una paleta, y en la cola tienen una especie de sonajero, que suena cada vez que se mueve. No podemos acercarnos, ni tampoco podemos tomarla en nuestras manos, como hacemos con la paloma, porque las serpientes son animales agresivos, que atacan a quienes se les acercan, para morderlos e inyectarles veneno, que puede llegar a matar a las personas. Las víboras son malas y traicioneras, y hay que mantenerse alejado de ellas, porque si no, nos pueden atacar y morder. El nido de las serpientes es un lugar sucio, oscuro, lleno de una baba que sale de sus bocas y si alguien pisa, por descuido, un nido de víboras, estas lo muerden y lo matan.
¿Por qué hablamos de estos animales en una misa?
Porque nuestro corazón, por nuestras acciones, y por nuestros pensamientos y sentimientos, se puede convertir en un nido de paloma, o en un nido de serpientes.
Cuando nuestros pensamientos y sentimientos hacia las personas son buenos, y también nuestras obras, es decir, cuando damos amor a los demás, el corazón se transforma en un nido de paloma, en donde va a reposar esa dulce paloma blanca que es el Espíritu Santo.
Cuando rechazamos todo mal pensamiento, cuando tratamos bien a los demás, cuando respondemos con afecto, cuando ayudamos a quien lo necesita, cuando prestamos las cosas, cuando no hablamos mal de los otros, cuando hacemos algún sacrificio pidiendo por la conversión de los pecadores, cuando rezamos, cuando nos confesamos, cuando venimos a Misa para encontrarnos con Jesús y recibirlo en la Eucaristía, cuando hacemos todas esas cosas buenas, el corazón se llena de luz, y se transforma en algo así como si fuera un nido de paloma, en donde va a descansar el Espíritu Santo, que se aparece en la Biblia como paloma, cuando Juan el Bautista lo bautiza a Jesús, en el río Jordán. Nuestro corazón, convertido en nido de luz, por el amor y las buenas obras, y por la gracia de Dios, atrae al Espíritu Santo, que viene como paloma blanca a hacer arrullos en él.
Pero cuando no nos portamos bien, cuando peleamos con los demás, cuando pensamos mal de los demás, o cuando los tratamos mal, o cuando somos egoístas, o vagos, o perezosos, o cuando tenemos envidia, o cuando no nos confesamos desde hace mucho, o cuando faltamos a Misa por hacer otras cosas, por mirar televisión, o dormir, o jugar a los jueguitos, o por jugar al fútbol, entonces, nuestro corazón se convierte en un lugar oscuro, feo, frío, en donde no puede venir a alojarse el Espíritu Santo, y si pasamos mucho tiempo así, es muy posible que venga alguien muy malo, que no es serpiente, pero que tiene forma de serpiente, y es el diablo, llamado también Satanás o ángel caído.

Si tratamos mal a los demás,
si faltamos a Misa sin motivo,
si no damos amor,
nuestro corazón se convertirá,
en muy poco tiempo,
en un nido de serpientes.
¿Cómo queremos que sea nuestro corazón?
Por supuesto que queremos que sea como un nido de paloma, para que vaya a descansar ahí esa paloma blanca, llena del Amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Y para que nuestro corazón sea como un nido de luz, trataremos de obrar siempre como lo haría Jesús, cuando tenía nuestra edad.