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sábado, 27 de agosto de 2011

Hora Santa para NACER Agosto 2011




Estamos delante de Jesús Eucaristía. Nuestros ojos ven algo que parece pan, pero sabemos por la fe que no es pan: es Jesús, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, oculta en la Eucaristía. Él es nuestro Dios, nosotros somos sus criaturas. En la Eucaristía Jesús está vivo y glorioso, igual a como está en el cielo. A su lado está su Mamá, la Virgen María, que es también nuestra Madre del cielo. Invisibles, hay miles y miles de ángeles que adoran a Jesús Eucaristía, y se alegran por su Presencia. Nosotros venimos a unirnos a su adoración y a su alegría. Que nuestros ángeles custodios, y los santos Arcángeles del cielo, San Miguel Arcángel, San Gabriel, San Rafael, nos ayuden a adorar al Gran Dios Jesucristo, el Dios del Amor, de la paz, de la alegría y de la felicidad.

Hacemos la señal de la cruz y nos persignamos: “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”.

-Inicio: Canto de entrada: Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.

-Oración de NACER: “Dios mío, Yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni Te aman” (Tres veces).

-Oración para comenzar la adoración: “Querido Jesús Eucaristía. Venimos ante tu Presencia, a pedirte muchas cosas que necesitamos, pero sobre todo, venimos en primer lugar a adorarte, a decirte que te amamos con todo el corazón. Venimos a darte gracias por tu sacrificio en cruz por nosotros. Venimos a darte gracias porque te has quedado Prisionero de amor por nosotros en la Eucaristía. Virgen Santísima, tú que eres la Mamá de Jesús, pídele que bendiga nuestras familias, nuestra ciudad, nuestra provincia, y el mundo entero. Virgen María, te invitamos a que tú hagas la adoración junto a nosotros, para que Jesús esté más contento. Dirige nuestros labios, pero sobre todo, ilumina nuestro corazón, para que todos nuestros sentimientos y pensamientos sean agradables a Jesús”.

-Silencio de tres minutos. No se puede adorar a Dios en medio del ruido del mundo. No podemos adorar a Jesús Eucaristía si hablamos, o si estamos distraídos. Jesús tiene una voz dulce y suave, que no se escucha cuando hay ruido, por eso, Virgen María, enséñanos a hacer silencio exterior, pero sobre todo, ayúdanos a hacer silencio en nuestro interior, para que podamos escuchar a tu Hijo.

-Canto eucarístico. Te adoramos, Hostia divina.

-Oración intermedia: “Jesús, hoy el mundo quiere engañarnos con falsos atractivos. El mundo nos engaña y nos quiere atrapar por medio de Internet y por medio de la televisión. Mirar cosas malas es mirar la oscuridad, y es llenarnos el alma de cosas oscuras, feas y malas, que conducen nuestras almas al abismo de fuego de donde no se sale. ¡Ayúdanos Jesús! Acuérdate que Tú, por nosotros, fuiste traicionado y vendido por treinta monedas de plata; acuérdate que por nosotros, sufriste muchas penas, tristezas y dolores; acuérdate que por nosotros, sufriste latigazos, golpes, salivazos en el rostro; fuiste tratado como loco, fuiste coronado de espinas, y luego subiste a la cruz, para morir y salvarnos. Acuérdate que todo esto lo sufriste por nuestro amor, y entonces no nos dejes caer en las tentaciones del mundo. Cuando nos acerquemos a las cosas malas, haz que escuchemos el latido de tu Sagrado Corazón, para que nos alejemos de lo malo y nos acerquemos a Ti.

-Silencio de tres minutos. Si no hacemos silencio, con el pensamiento y con la boca, nunca podremos adorar a Jesús. Y después de adorarlo, le vamos a implorar que derrame su bendición y su misericordia sobre nuestros seres queridos: nuestros padres, hermanos, tíos, abuelos, primos, vecinos, pero también sobre aquellos a quienes no querermos tanto. Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos”, y rezar por nuestros enemigos es una forma de amarlos. Si no amamos a nuestros enemigos, no tendremos ningún mérito delante de Dios Padre. También suplicamos a Jesús Eucaristía que bendiga a todos aquellos que no aman a Dios; le pedimos que envíe a su Mamá para que esté junto a todos los que no creen en Dios, para que se conviertan y crean. No creer en Dios es la infelicidad y la pobreza más grande, y por eso son los más necesitados de nuestras oraciones.

-Oración de despedida: “Querido Jesús Eucaristía, finalizamos nuestra adoración, y ahora debemos retirarnos para continuar con las ocupaciones de todos los días. Tú, que también fuiste niño y adolescente, ayudabas siempre, sin quejarte, y con mucha alegría, a tu papá adoptivo, San José, y a la Virgen Madre, María. Te pedimos que nos hagas ser como Tú, diligentes y amables, trabajadores y sacrificados, en las tareas que por nuestro deber de estado debemos cumplir. El trabajo dignifica al hombre, y por eso queremos cumplir nuestra modesta tarea del mismo modo a como la cumplías Tú: con amor, con prontitud, con atención, con caridad.

Virgen María, debemos regresar a nuestras tareas cotidianas, pero tú haz que nuestros corazones permanezcan dentro del tuyo en todo momento, así adoraremos y amaremos a Tu Hijo Jesús a cada instante, con tu mismo adoración y con tu mismo amor. Madre nuestra del cielo, cúbrenos con tu Manto, llévanos en tu regazo, refúgianos en tu Corazón Inmaculado, y no permitas que nunca nos apartemos de Jesús. Como Santo Domingo Savio, te pedimos una gracia enorme: morir antes que pecar.

-Oración de NACER: “Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

-Oración final: “Querido Jesús Eucaristía. Debemos ya retirarnos, pero no queremos separarnos nunca de Ti, y por eso le pedimos a tu Mamá, la Virgen, que tome nuestros corazones y los de nuestyros seres queridos, y los deje al pie del sagrario, para que te hagan compañía en todo momento, y para que en todo momento sientan los latidos de tu Sagrado Corazón. Hazles sentir allí el fuego de tu Amor, para que nunca nos olvidemos de Ti.

-Canto de despedida. Canción de los pastorcitos de Fátima.

viernes, 26 de agosto de 2011

El amor de Santa Filomena a Jesús, más fuerte que la muerte


Santa Filomena era la hija de un matrimonio romano, que se convirtió por las oraciones de un médico llamado Publio. Cuando la bautizaron le pusieron “Filomena” (filia luminis), que quiere decir: “hija de la luz”.

Es representada con un ancla, tres flechas, una paloma y una flor, todo lo cual indica su particular camino al cielo.

Cuando tenía doce o trece años, fue llevada a Roma por sus padres, al palacio del emperador Diocleciano, donde el padre tenía concertada una audiencia. Apenas la vio, el emperador quedó enamorado de ella, y le dijo al padre que le apoyaría en sus proyectos, con toda la fuerza de su imperio, si él le daba a su hija como esposa. El padre, y también la madre de Filomena, le insistían para que aceptara, pero Filomena les decía, con lágrimas en los ojos: “¿Ustedes desean que por el amor de un hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella”. Incluso le rogaban de rodillas y le suplicaban que accediera al trato, por el bien de ellos y de la patria, pero Filomena, asistida por la gracia de Dios, les decía: “No, no, Dios y el voto de virginidad que le he hecho, está primero que ustedes y mi patria. Mi reino es el Cielo”.

Cuando Diocleciano se enteró de la respuesta de Filomena, obligó a su padre a que la llevara delante de él, y como continuaba negándose a sus propuestas, el emperador se enojó mucho, la amenazó y la hizo encerrar encadenada en un calabozo.

La visitaba todos los días, y le soltaba las cadenas para que pudiera comer el pan y tomar el agua que le traía, con la esperanza de que el sufrimiento, la humillación, el hambre y la sed, la hicieran cambiar de parecer, pero Filomena se encomendaba a Jesús y a la Virgen, y así podía resistir.

Estuvo en la cárcel treinta y siete días en total, y alrededor del día quince, se le apareció la Virgen con el Niño en sus brazos y le dijo: “Hija, tres días más de prisión y después de cuarenta días, se acabará este estado de dolor. Tu eres LUMENA, y tu Esposo es llamado Luz. No tengas miedo. Yo te ayudaré. En el momento del combate, la gracia vendrá para darte fuerza. El ángel Gabriel vendrá a socorrerte, Yo le recomendaré especialmente a él, tu cuidado”. La visión desapareció dejando la prisión llena de un perfume celestial.

En un primer momento, Filomena se alegró, porque la Virgen le había dicho que iba a salir de prisión pronto, pero luego le vino mucha angustia, porque también le había dicho que tenía que sufrir mucho, pero toda su angustia desapareció cuando recordó las palabras de la Virgen: “En el momento del combate, la gracia vendrá para darte fuerza”, y además se acordó que el ángel Gabriel la iba a ayudar especialmente.

Dioclesiano se dio cuenta de que Filomena no iba a ceder nunca, entonces decidió torturarla públicamente, delante de todos. El primer tormento fue hacer que la flagelaran, atada a una columna. Le dieron muchísimos latigazos, y quedó toda bañada en sangre, y así como estaba, la arrastraron a la prisión, para que muriera.

Pero en medio de la oscuridad de la cárcel, aparecieron dos ángeles de luz que derramaron un bálsamo sobre sus heridas, y la curaron por completo, dándole todavía más fuerza que antes.

Cuando el emperador se enteró de lo que había pasado, hizo que la llevaran delante de él, y trató de convencerla de que el que la había curado no era Jesús, sino un demonio llamado Júpiter, que se hacía adorar como un dios por los romanos. Le decía que la había curado, porque quería que fuera emperatriz de Roma.

Pero el Espíritu Santo la iluminaba interiormente, llenándola de luz y de conocimiento, y le hacía saber que todo eso era falso, porque quien la había curado era Jesús.

Entonces el emperador ordenó que le ataran un ancla al cuello y la hundieran en el río Tíber. Pero en el momento en el que los soldados la estaban por hundir, dos ángeles cortaron la soga que estaba atada al ancla, y la llevaron, delante de todos, a la orilla del río, sana y salva. Muchos de los que estaban viendo lo que pasaba, se convirtieron al cristianismo.

El emperador dijo que todo se debía a la magia, y ordenó que la arrastraran por las calles de Roma y que después le arrojaran flechas. Filomena estaba muy lastimada, y así la llevaron nuevamente al calabozo, en donde fue nuevamente auxiliada por el cielo. Se durmió profundamente, y cuando despertó, estaba totalmente curada.

Lleno de rabia, el emperador volvió a ordenar que fuera atravesada por las flechas, para lo cual los arqueros tensaron sus arcos, pero por más que hacían fuerza, las flechas no salían.

El emperador seguía creyendo que todo era magia, y entonces decidió usar el fuego para romper lo que él creía, erróneamente, que era un hechizo: les dijo a los soldados que calentaran al rojo vivo las puntas de las flechas y le dispararan a Filomena. Ellos lo hicieron así, pero las flechas, antes de llegar a Filomena, invirtieron su recorrido e hirieron a los mismos soldados que las habían tirado. Murieron seis arqueros de esta forma. Muchos de esos soldados renunciaron al paganismo, y todo el pueblo comenzó a alabar a Dios, porque con su poder había protegido de manera tan admirable a Filomena.

Todo esto hizo enfurecer todavía más a Diocleciano, quien ordenó que decapitaran a Filomena.

Cuando eso pasó, el alma de Filomena subió directamente ante la Presencia de Jesús, que era su Esposo, y Él le puso la corona del martirio y le concedió la palma de la virginidad.

Filomena amaba tanto a Jesús, que es Dios, que le dio su cuerpo, su virginidad y su alma. Ella tenía muy presente las palabras de San Pablo: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19), y por eso no quería a nadie que no fuera Jesús, y es para Él que ella se conservó siempre pura. Filomena no permitió que nada impuro entrara en su corazón, porque sabía que su cuerpo era templo de Dios. Así como un templo material, como es también templo de Dios, tiene que ser mantenido limpio, perfumado, con flores, porque Jesús está en el sagrario, en la hostia, así el cuerpo que es templo del Espíritu Santo, debe mantenerse limpio y perfumado, y adornado con algo mucho más hermoso que la más hermosa de las flores, la gracia de Dios. Si a un templo de la tierra no dejamos entrar a los animales, porque estos ensucian el piso, tampoco al templo que es el cuerpo, y a su sagrario, que es el corazón, deben entrar pensamientos o deseos impuros.

Filomena no le tuvo miedo ni al hambre, ni a la sed, ni a las espadas, ni a las flechas, ni a la muerte, porque el amor a Jesús que Dios le había puesto en su corazón, era “más fuerte que la muerte”, como dice el Cantar de los cantares (2, 8).

De esta manera comprendemos el significado de los elementos con los cuales se la representa: el ancla y las flechas, porque son los instrumentos de su martirio; la paloma, porque representa al Espíritu Santo, el Amor de Dios, que inhabitaba en su corazón, y fue lo que la llevó a dar su vida por Jesús; la rosa blanca, por su virginidad, conservada intacta, símbolo del amor puro a Dios Trinidad, amor que no se contamina con los placeres del mundo.

Muchos años después, la venerable Paulina Jaricot, luego de ser curada por Santa Filomena de una grave enfermedad cardíaca, fundó la obra apostólica: “Rosario viviente de Santa Filomena”, que consiste en rezar, todos los días de la vida, hasta el día de la muerte, una decena del Santo Rosario –un Padrenuestro, diez Ave Marías y un gloria-, meditando el misterio asignado por la asociación, por una intención: el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

Recemos siempre a Santa Filomena, pidiendo la gracia de amar a Jesucristo con todas las fuerzas, con todo el corazón, como lo hizo ella, para que nada nos separe del amor de Cristo.


sábado, 20 de agosto de 2011

¡Feliz Día del Niño con el Niño Jesús!



Ya que festejamos el Día del Niño, nos vamos a acordar de un Niño muy especial, venido del cielo: el Niño Jesús.

Esto nos hace ver un aspecto del misterio del Hombre-Dios Jesucristo: Jesús, que es Dios en Persona, se encarnó en María Virgen y pasó por todas las etapas del ser humano: embrión, niño recién nacido, niño, joven, adulto. Experimentó las diferentes etapas del crecimiento del hombre, hasta morir y resucitar a la edad perfecta, los treinta y tres años.

Sabemos cómo fue Jesús ya cuando era adulto, porque los Evangelios nos hablan de Jesús, de cómo salía a evangelizar, de cómo hacía milagros. Pero los evangelios nos dicen muy poco acerca de Jesús niño: nos cuentan el nacimiento milagroso y después, cuando tiene doce años, nos dicen que estaba en el templo enseñando a los maestros de religión.

Pero, ¿cómo era Jesús cuando era niño? Una santa, Santa Catalina Emmerich, nos cuenta un poco más acerca de la infancia de Jesús. Dice así Santa Catalina: “Me fue mostrado el Niño Jesús cuando ya era grandecito y recibía la visita de otros niños. Ya podía hablar y corretear. Estaba casi siempre al lado de José y lo acompañaba cuando salía[1] (...) El Niño Jesús ayudaba a sus padres en todo lo que podía, siendo muy atento y cuidadoso con todas las cosas. Cuando José trabajaba cerca de la casa y se olvidaba alguna herramienta, yo veía al Niño llevársela, poniendo mucha atención en lo que hacía. La alegría que daba a sus padres compensaba a estos de los muchos sacrificios que hacían en Egipto. Más de una vez vi al Niño dirigirse hasta la aldea de los judíos, a una milla de Matarea, para traer el pan que María recibía a cambio de los trabajos que hacía”[2].

Ana Catalina nos dice entonces cómo era Jesús Niño, y tenemos que prestar mucha atención, para ser como Él. Nos dice que “ayudaba a sus padres en lo que podía”: es decir, no era perezoso, ni estaba esperando a que le dijeran lo que tenía que hacer, ni se hacía de rogar para hacer algo: lo hacía “en todo lo que podía”. Ayudaba a José en el trabajo, a la Virgen en las tareas domésticas. A José, le llevaba las herramientas, y a la Virgen, le iba a traer el pan, con el que le pagaban sus trabajos, y para eso, no es que iba al almacén de la esquina, sino a otra aldea, a una distancia de más de un kilómetro. Y seguramente, iría ya sea con sol, con lluvia, con vientos, con truenos, con frío y con calor.

Dice Ana Catalina que Jesús, cuando ayudaba a sus padres, “ponía mucha atención” en lo que hacía, y esto muestra que hacía las cosas con mucho cuidado, lo cual es muy importante. No es lo mismo llevar una jarra de leche con cuidado, que llevarla descuidadamente, dejando que se derrame o vuelque todo por el piso.

Y por supuesto que cuando Jesús creció, y hasta que fue grande y salió a predicar, estuvo siempre ayudando a sus padres, de buena gana, alegre, con prontitud, sacrificándose por ellos, demostrándoles mucho amor.

Este comportamiento de Jesús tiene que servirnos a nosotros de modelo para nuestra propia vida: así como hacía Jesús, así tenemos que hacer nosotros, y cuando nos pidan algo, hacerlo prontamente, sin protestar, sabiendo que así nos vamos pareciendo cada vez más a Jesús.

Si hacemos así, vamos a dar alegría a nuestros padres, como lo hacía Jesús, según lo que nos dice Ana Catalina: “La alegría que daba a sus padres compensaba a estos de los muchos sacrificios que hacían en Egipto”.

Y esa alegría no solo la dio a su Mamá y a su Papá, sino que también la da a toda la Iglesia, en la Santa Misa: si nos fijamos bien, Jesús sigue haciendo hoy, misteriosamente, con nosotros, lo que hacía con su Madre: Jesús Niño recorría un largo camino para traer el pan de María; hoy, a dos mil años de distancia, Jesús, en la misa, recorre un largo camino, desde el cielo hasta el altar, para traernos el Pan de María, la Eucaristía.

Ya que nosotros también somos hijos de Dios y tenemos a Dios por Padre, a la Virgen por Madre y a Jesús por hermano, podemos hacer todo el esfuerzo para imitar a Jesús Niño, en su amor hacia sus padres y en su alegría para ayudarlos y estar con ellos.

En el Día del Niño, antes que exigir regalos, nos acordemos del Niño Jesús, que no solo no exigía regalos a sus papás, sino que Él, con su Presencia y con su disposición al sacrificio, les regalaba alegría y amor.


[1] Cfr. Ana Catalina Emmerich, Nacimiento e infancia de Jesús. Visiones y revelaciones, Editorial Guadalupe, Buenos Aires 2004, 123.

[2] Cfr. Emmerich, ibidem, 133.