Fracción del Pan.
En esta parte de la Misa, dice así el Misal
Romano (el libro rojo que el Padre lee en el altar): “El celebrante toma el pan consagrado y lo parte sobre la patena”. El
sacerdote parte la Hostia
consagrada por la mitad, corta un pequeño pedacito, y lo echa en el cáliz. ¿Por
qué hace esto el sacerdote?
Para saberlo, tenemos que
acordarnos de tres cosas: del Jueves Santo, cuando Jesús estaba en la Última
Cena, del Viernes Santo, cuando Jesús murió en la Cruz, y de esa vez que Jesús,
después de resucitar, se encontró con los discípulos de Emaús.
En la Última Cena Jesús
también tomó el pan, dio gracias a su Papá del cielo, lo partió y se lo dio a
sus amigos, y les dijo: “Tomen y coman todos de Él, porque esto es mi Cuerpo
que será entregado por ustedes”.
Lo que Jesús nos quiere
decir es que por este Pan, que es la Eucaristía, todos somos hermanos, no de sangre,
sino por el Espíritu Santo, porque todos comemos del mismo Pan, y como en este
Pan está el Espíritu Santo, todos recibimos el Espíritu Santo.
Pero también es una profecía
–Jesús, como era Dios, sabía todo lo que iba a pasar en el futuro- sobre su
propia muerte en la cruz: así como el Pan es “roto” o “partido” sobre la
patena, así su Cuerpo será –como el pan- “roto” y “partido” en la cruz.
También, como Jesús era
judío, hace esto porque ésa era la costumbre entre los judíos: el jefe de la
familia, el padre, tomaba el pan en la Pascua, lo partía y lo distribuía entre la
familia, y esa costumbre la toma Jesús, y pasa a la Iglesia. Por eso es que sólo
los sacerdotes pueden distribuir la
Hostia consagrada, y por eso es que los fieles no pueden, por
sí mismos, tomar la Hostia
o el cáliz por sí mismo.
Al partir el pan, Jesús nos
está diciendo que nos entrega su Cuerpo, que ha sido “roto” en la Cruz, por todos los azotes,
los golpes, los clavos, y nos recuerda que su muerte por nosotros no fue sin
dolor, por el contrario, fue muy dolorosa, y esto nos tiene que servir para
decidirnos a evitar el mal y vivir la vida de la gracia, puesto que todo
pecado, por pequeño que sea, es como continuar dándole golpes a Jesús.
Otra parte del Evangelio que
nos tenemos que acordar aquí es cuando Jesús parte el pan a los discípulos de
Emaús: en ese momento, ellos abren los ojos del alma y reconocen a Jesús, además
de sentir arder sus corazones en el amor de Dios. Esto les sucede porque al
partir el pan, Jesús les comunica su Espíritu Santo, que les ilumina la mente
para reconocerlo, y les llena el corazón de Amor, para que lo amen.
Después de partir el pan, el
sacerdote corta un pedacito de la
Hostia y la pone dentro del caliz.
El celebrante parte la Sagrada Hostia y
deposita una pequeña parte en el cáliz, (…)
Esto que hace el sacerdote se nombra con una palabra
un poco difícil, que es “inmixtión”, y quiere decir “mezcla”. Es para que
sepamos lo siguiente: el sacerdote consagra primero el pan y después el vino, y
los consagra por separado porque en la
Cruz, el Cuerpo se separa de la Sangre, porque es un
sacrificio, y eso nos hace ver que en la Misa pasa lo mismo que en el Calvario: Jesús
muere en la Cruz,
al separarse la sangre del cuerpo; pero lo otro que tenemos que saber es que,
al mezclarlos después, al unir el Pan y el Vino consagrados, con eso se quiere
decir que Jesús resucitó, que su Cuerpo y su Sangre ya no están más separados,
como en el sacrificio de la Cruz,
sino que están juntos, como en el Domingo de Resurrección.
Con esto vemos cómo por la Misa no comulgamos el Cuerpo
muerto de Jesús, sino su Cuerpo glorioso y resucitado, lleno de la luz, del
Amor, de la gloria y de la paz de Dios.
(…) mientras
dice esta oración secreta: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en
este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna.
Con esta oración secreta, el
sacerdote cree en la
Eucaristía con la
Fe de la
Iglesia: no es un pan bendecido, sino Cristo, Dios eterno en
Persona, que da la vida eterna a quien lo recibe en la comunión sacramental con
fe y con amor.
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