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sábado, 23 de marzo de 2013

El Evangelio para Niños - Domingo de Ramos



         En este Domingo nos acordamos de cuando Jesús entró en la ciudad de Jerusalén, montado en un burrito. Cuando la gente que vivía en la ciudad se enteró que venía Jesús, salieron todos a recibirlo, porque Jesús les había hecho a todos milagros muy grandes: a algunos, les había curado su parálisis, a otros, los había hecho volver a ver, o hablar, u oír; a otros, los había alimentado el día ese que multiplicó milagrosamente los panes y los peces; a otros que habían muerto, los había hecho volver a la vida; a otros, les había expulsado los demonios, que los hacían sufrir muchos. Y así con todos los habitantes de Jerusalén. No había ni uno solo de esos habitantes, que no hubiera recibido un milagro de Jesús: unos más grandes, otros más pequeños, pero todos habían recibido un milagro, y muchos, la mayoría habían recibido varios milagros. Por eso los que vivían en esa ciudad, querían mucho a Jesús, y cuando supieron que llegaba como un Rey, montado en un burrito, salieron todos a cortar ramos de olivos y palmas, para saludar a Jesús, y se pusieron al lado del camino, cantando llenos de alegría. Con los ramos de olivos, querían decir que Jesús era Rey de paz, porque el olivo quiere decir “paz”, y con las palmas, querían decir que Jesús era el Mesías, el Salvador de todos los hombres, al que habían esperado por miles de años y que los profetas de Dios ya habían anunciado hacía mucho tiempo.
         Al paso de Jesús, le tendían las palmas en el camino, como haciendo una alfombra, y agitaban los ramos de olivos; además, todos cantaban cantos de alabanza y le decían: “¡Viva Jesús! ¡Viva el Mesías! ¡Viva el Salvador!”. Todos se acordaban de los milagros y dones que les había hecho Jesús, y estaban muy agradecidos y contentos, y por eso el Domingo de Ramos salieron a recibirlo con olivos y palmas, cantando alegremente.
         Pero algo pasó durante la semana porque el Viernes Santo, esa misma gente que había saludado a Jesús el Domingo con olivos y palmas y cantando con mucha alegría, ahora le decía cosas malas y lo insultaba y pedía que fuera crucificado. Y no sólo eso, sino que, cuando Jesús fue condenado a muerte, toda esa gente lo acompañó por todo el Camino que lleva al Calvario -llamado Via Crucis o Camino de la Cruz- empujándolo, gritando enojados, golpeándolo, pidiendo que lo crucifiquen.
         ¿Por qué la gente primero estaba contenta y después enojada?
         Vamos a saber lo que pasó cuando nos demos cuenta que esa gente somos nosotros: cuando estamos en gracia y somos amigos de Dios, somos como los vecinos de Jerusalén el Domingo de Ramos, porque recibimos a Jesús como a un Rey, que viene al alma por la fe, por el amor y por la comunión, y nuestro corazón es como la ciudad de Jerusalén, que recibe con amor y alegría a su Rey; en cambio, cuando hacemos alguna cosa mala, es decir, cuando cometemos un pecado, somos como aquellos del Viernes Santo, porque expulsamos a Jesús de nuestro corazón y lo crucificamos, porque el pecado repercute en el Cuerpo de Jesús, y así, un pecado pequeño, es una cachetada que recibe Jesús, mientras que un pecado mortal, son los clavos de hierro que atraviesan las manos y los pies de Jesús.
Si esto es así entonces, ¿qué le podemos prometer a Jesús? Le vamos a prometer que no vamos a ser como los del Viernes Santo, que lo querían crucificar, porque vamos a evitar las ocasiones de pecado, y le vamos a prometer que vamos a hacer todo lo posible para vivir en gracia siempre, para que nuestro corazón sea en todo momento como la ciudad de Jerusalén el Domingo de Ramos; que lo vamos a recibir en la comunión con amor y con cantos de alabanza y de alegría, que siempre va a ser nuestro Rey y Salvador y que, en agradecimiento, vamos a dar a todos las palmas y los ramos de olivos, es decir, que vamos a dar a todos los que nos rodean el amor y la paz de Jesús, nuestro Rey pacífico.

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