(Domingo
XXI - TO - Ciclo B - 2015)
Pedro le dice a Jesús: “Sólo Tú tienes palabras de vida
eterna” (Jn 6, 60-69). Para saber qué
es lo que quiere decir Pedro, imaginemos lo siguiente: imaginemos a un hombre
cualquiera, que le hablara a un trozo de pan, a una copa de vino y a una
pequeña roca: por mucho que les hablara este hombre, ¿les daría vida? No, por
supuesto que no, porque el pan, el vino y la roca, seguirían siendo lo que son:
pan, vino y roca, es decir, cosas sin vida.
Ahora, veamos lo que pasa en la Misa, en donde tenemos pan y
vino sobre el altar: cuando el sacerdote pronuncia las palabras sobre el pan y el vino -es como si les "hablara" al pan y al vino-: “Esto es mi
Cuerpo, Esta es mi Sangre”, el que habla a través de la voz humana del
sacerdote, es Jesús, que es Dios y que es el Sumo y Eterno Sacerdote. Entonces,
como Él es Dios, es Él el que, hablando a través del sacerdote, da vida al pan
y al vino, convirtiéndolos en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Es decir,
antes de las palabras, el pan y el vino no tenían vida; luego de las palabras,
tienen vida y la vida de Dios, que se llama “eterna” porque es perfectísima, y
esto sucede porque el que pronuncia esas palabras es Jesús, que así demuestra
que tiene “palabras de vida eterna”.
¿Y la roca?
La roca representa a nuestro corazón, que muchas
veces es frío y duro como la piedra más fría y más dura y muchas veces está sin
vida, como la roca, porque no tiene al Amor de Dios. Pero cuando Jesús nos
habla al corazón le da vida, porque lo convierte, de roca dura y fría, en un
corazón de carne, y además lo llena del Fuego del Espíritu Santo, que es la
Vida y el Amor de Dios.
Así nos damos cuenta de cómo es que sólo Jesús tiene “Palabras
de vida eterna”, porque sólo Él es capaz de dar vida eterna, que es la vida de
Dios, al pan, al vino y a la roca, que es nuestro corazón.
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