Doctrina
¿Cuál es el infierno
al que bajó Jesucristo después de muerto? No es el lugar de los condenados,
sino el Limbo, donde estaban los justos.
¿Para qué bajó
Jesucristo al Limbo de los justos? Para sacar a las almas de los Santos
Padres, que estaban esperando su venida.
¿Cómo bajó? Con el
Alma Santísima unida a la divinidad, así como la divinidad permaneció también
unida a su Cuerpo Santísimo, que yacía tendido en el sepulcro, a la espera de
la Resurrección. Es decir, cuando Jesús murió, su alma se separó de su cuerpo,
pero su divinidad permaneció unida tanto a su alma como a su divinidad.
Explicación de la imagen
Jesús desciende al Limbo de los justos, con su Divinidad unida a su Alma Santísima
En
esta imagen vemos a Nuestro Señor Jesucristo que se presenta a las almas de los
justos que estaban retenidas en el Limbo de los justos o seno de Abraham. Mientras
tiende la mano derecha para sacar a las almas, en su mano izquierda sostiene el
estandarte victorioso de la Santa Cruz; está de pie sobre el demonio, que yace
vencido y derrotado para siempre por el poder divino de Jesús, que lo venció en
la cruz.
Al
morir el Viernes Santo en la cruz, su Alma se separó de su Cuerpo, como sucede
en la muerte de todo hombre, pero como Jesús es el Hombre-Dios, al morir, su
divinidad permaneció unida, tanto al Alma como al Cuerpo. Fue con su Alma
gloriosa, llena de la luz y de la gloria divinas, que Jesús bajó al Limbo de
los justos. A este lugar se lo llama también “infierno”, pero no es de ninguna
manera el infierno de los condenados. En el Limbo de los justos estaban las
almas de los patriarcas y de los profetas y también las de todos los hombres
que en el Antiguo Testamento murieron en amistad con Dios, siendo fieles hasta
la muerte a los Mandamientos de la Ley de Dios. Jesús desciende con su Alma
gloriosa, para anunciarles a los justos la redención y para llevarlos al cielo.
Este
es un artículo de fe contenido en la Sagrada Escritura, confirmado por los
Padres de la Iglesia y propuesto en los símbolos de la fe (el credo): “…descendió
a los infiernos, al tercer resucitó de entre los muertos, subió a los cielos…”.
Esto quiere decir que, como católicos, tenemos que creer firmemente en esta
Verdad revelada.
A
causa del pecado original, las puertas del cielo estaban cerradas para los
hombres, y es por eso que las almas de los justos del Antiguo Testamento, si
bien habían muerto en amistad con Dios y permaneciendo fieles a sus
Mandamientos, no podían sin embargo entrar en el Reino de los cielos. Al bajar
al Limbo de los justos, Jesús los hizo bienaventurados, llevándolos consigo al
cielo.
Cuando
Jesús bajó al Limbo de los justos, su Cuerpo quedó en la cruz primero y en el
sepulcro después; por eso es que bajó sólo su Alma unida a la divinidad porque,
como dijimos, la divinidad -es decir, la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad- nunca se separó ni de su Cuerpo, ni de su Alma.
Práctica:
Si el Alma de Jesús fue al encuentro de los justos que esperaban la redención encarcelados
en el seno de Abraham, también yo debo vivir con la esperanza (si imito en mi
vida a las almas santas) de que Jesús vendrá a mi encuentro para llevarme al
cielo al salir de la cárcel de este cuerpo mortal. “Estad preparados, en la
hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 40).
Palabra de Dios:
“También Cristo murió una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para
llevarnos a Dios. Fue muerto en la carne, pero vivificado según el espíritu, y
en él fue a predicar (a anunciar a todos la redención) a los espíritus
encarcelados (a cuantas almas estaban allí encerradas)” (1 Pe 3, 18-19).
Ejercicios bíblicos:
Lc 24, 6-7; Ef 4, 8; Mc 15, 39; Col 1, 13-14.
No hay comentarios:
Publicar un comentario