(Ciclo
C – 2016)
En este Domingo –el último del año litúrgico- la Iglesia
está de fiesta porque festejamos a Jesús, que es nuestro Rey. ¿Dónde está
Jesús, que es nuestro Rey? ¿Es igual a los reyes de la tierra, que tienen un
castillo, un palacio, y un trono de terciopelo y oro? Jesús es Rey, pero es
distinto a los reyes de la tierra: los reyes de la tierra reinan en sus
castillos, sentados en tronos de madera preciosa; tienen un cetro de ébano,
señal de su poder; llevan coronas de oro, de piedras preciosas, de rubíes y
plata; se visten con túnicas de seda y
capas bordadas en oro, y tratan a todos como sirvientes y súbditos.
Nuestro Rey, Jesús, es distinto a los reyes de la tierra: su
trono real es la Santa Cruz; su corona, no es de oro, plata o rubíes, sino que
está formada por gruesas, duras y filosas espinas, que le provocan mucho dolor
y le hace salir mucha sangre de su Preciosa Cabeza; su cetro no es de ébano,
sino que son los clavos de hierro, con los que está clavado en la cruz; en vez
de vestidos y capas de seda y bordados en oro, Nuestro Rey, que reina desde la Cruz,
está vestido con un manto púrpura, que es la Sangre rojo brillante que sale de
sus heridas y le cubre todo el Cuerpo. A los reyes de la tierra, los súbditos
lo saludan haciendo una inclinación y reverencia, demostrándoles así su respeto
y amor; nosotros, nos postramos ante Jesús, que reina en la Cruz y que reina también
en la Eucaristía, y le ofrecemos el homenaje de nuestros corazones, el dolor de
nuestros pecados y el escaso amor que tenemos, dejando nuestros corazones a los
pies de la Cruz.
Jesús es Nuestro Rey, pero no es un rey como los de la
tierra: reina en el madero de la Cruz y también reina en la Eucaristía. A Él,
Nuestro Rey, Cristo Jesús, le decimos: “Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo”.
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