(Domingo
V – TC – Ciclo A – 2017)
En este Evangelio Jesús realiza un milagro impresionante:
resucita a su amigo Lázaro, que ya estaba muerto desde hacía cuatro días. Para
darnos cuenta de lo grandioso de este milagro y del poder divino de Jesús,
recordemos qué pasa en el momento de la muerte: el alma, que es espiritual y
tiene vida, se separa del cuerpo, que es material y, sin el alma, queda sin
vida. El alma va, inmediatamente, a recibir lo que el Catecismo llama: “Juicio
Particular”, en donde Dios da el premio a los que obraron el bien –el cielo- y
el castigo –el infierno- a los que obraron el mal. El cuerpo queda en la
tierra, para ser velado y sepultado y apenas el alma se separa de él, comienza
un proceso de descomposición orgánica y por esa razón, hay que sepultarlo. Esto
era lo que le había sucedido a Lázaro: su alma se había separado de su cuerpo y
por lo tanto, su cuerpo estaba muerto y ya desde hacía cuatro días.
Cuando llega Jesús, después de hablar con Marta –Jesús era
muy amigo de los tres hermanos de Betania, María, Marta y Lázaro- y después de
decirle que Él es “la resurrección y la vida”, le dice a Lázaro, que yace en la
tumba: “¡Lázaro, levántate y sal afuera!”. En ese momento, el alma de Lázaro,
reconociendo la voz de su Dios, el Dios que la había creado, se une
inmediatamente a su cuerpo y el cuerpo, unido al alma, comienza a vivir como
antes de la muerte.
Es un milagro de resurrección, asombroso, que sólo Dios
puede hacer y que nos demuestra que Jesús es Dios y que Él tiene poder sobre la
muerte; Él es más fuerte que la muerte, porque Él es la Vida en sí misma.
El milagro de la resurrección de Lázaro nos da muchas
fuerzas, porque por un lado, si sufrimos la pérdida de un ser querido, sabemos
que Jesús ha vencido a la muerte y que, por su misericordia, existe la
posibilidad de reencontrarnos con ellos, si obramos el bien, vivimos en gracia
y evitamos el pecado. Por otro lado, nos reconforta el saber que nuestro Dios
es más poderoso y fuerte que la muerte, porque Él es el Dios de la vida.
Pero hay algo que tenemos que saber, y es que en la Misa,
Jesús obra un milagro más grande todavía que el de Lázaro, porque en el
Evangelio lo que hizo fue simplemente unir el alma con el cuerpo, mientras que
en la Misa, convierte el pan sin vida en su Cuerpo y Sangre, que es la
Eucaristía; además, con nosotros nos demuestra un amor infinitamente más grande
que para con sus amigos Marta, María y Lázaro, porque a Marta sólo le dijo que
Él era la “resurrección y la vida”, mientras que a nosotros no nos dice que es
la resurrección y la vida, sino que nos da esa misma resurrección y vida
eterna, como en germen, como en semilla, en la Eucaristía, porque en la
Eucaristía es Él mismo, el Dios de la vida, en Persona.
“¡Lázaro, levántate y sal afuera!”. Si a Lázaro lo llamó a
una nueva vida, que era en realidad la vida que ya tenía antes de morir, a
nosotros, en la Santa Misa, al donarse Él mismo en la Eucaristía y siendo Él la
resurrección y la vida, nos llama a levantarnos de nuestra muerte espiritual y
salir fuera del mundo, para vivir la vida nueva de los hijos de Dios, la vida
de la gracia, la vida de Dios, por lo que no podemos seguir viviendo más como
hijos de las tinieblas, sino como hijos de la luz, es decir, como hijos de
Dios, que es Luz.
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