(Domingo
XIX – TO – Ciclo A – 2017)
En este episodio del Evangelio, los amigos de Jesús, junto
con Pedro, están en la barca, mientras Jesús estaba en la orilla, porque se
había quedado rezando. En un momento, comienza un tormenta, con viento y olas
cada vez más altas; tanto, que la barca parecía que se iba a hundir. Jesús
acude a ayudar a sus amigos y lo hace caminando sobre las aguas y esto lo puede
hacer, porque Él es Dios. Los amigos de Jesús, en vez de alegrarse porque Jesús
viene hacia ellos, lo confunden con un fantasma y gritan, llenos de terror: “¡Es
un fantasma!”. Cuando Jesús se acerca, les tranquiliza y les dice que no tengan
miedo, porque es Él, a quien ellos conocen. Pedro, para estar seguro que era
Jesús, le pide que lo haga ir hacia Él y Jesús entonces lo llama y le dice: “Ven”.
En un primer momento, Pedro también comienza a caminar sobre
las aguas, porque tiene su mirada puesta en Jesús, pero cuando se distrae y
deja de mirarlo, comienza a tener temor por las olas y el viento y comienza a hundirse
y le dice a Jesús: “¡Señor, sálvame!”. Jesús le tiende la mano, lo pone a seguro
y le reprocha su falta de fe: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
Entonces, lo que vemos aquí, es que tanto Pedro, como los discípulos
de Jesús, fallan en la Fe en Jesús como Dios hecho hombre sin dejar de ser
Dios: los discípulos lo confunden con un fantasma y Pedro comienza a hundirse
cuando deja de contemplar a Jesús, para mirar las olas, altas por el viento.
Esto también nos puede
suceder a nosotros: que pensemos que Jesús es un fantasma, porque no venimos a
visitarlo en el sagrario, no hacemos adoración eucarística, no nos postramos en
adoración ante Él. Y también nos puede suceder lo que a Pedro, que ante los
problemas que pueden presentarse en la vida, dejamos de contemplar a Jesús y
así comenzamos a hundirnos. De hecho, muchos tratan a Jesús como un fantasma,
como un ser irreal, porque nunca van a visitarlo en la Eucaristía, para
adorarlo, darle gracias y decirle que lo aman.
No tratemos a Jesús Eucaristía como un fantasma, es decir,
como alguien que no existe y demostremos que creemos que Él es Dios que nos
ama, visitándolo en el sagrario, haciendo adoración eucarística, acudiendo a Él
en las situaciones difíciles y también en las más tranquilas, confesándonos con
frecuencia, para recibir a Jesús con un corazón limpio de pecado y brillante
por la gracia santificante. Demostremos que nuestro corazón está desapegado del
mundo y que está apegado a la Eucaristía; no tratemos a Jesús Eucaristía como a
un fantasma, como a un ser irreal, sino como lo que Es: Dios hecho hombre, sin
dejar de ser Dios, que está en la Eucaristía para darnos todo el Amor de su
Sagrado Corazón Eucarístico, por medio de la comunión sacramental.
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