(Ciclo A – 2017)
En un lugar que se llama “Monte Tabor”, Jesús se transfigura
delante de sus discípulos. “Transfigurarse” quiere decir que su Rostro brillaba
como miles de soles juntos y que su vestimenta estaba cubierta de luz, pero no
de una luz que venía de afuera, sino una luz que venía de adentro de Jesús. Y
esto sucede porque Jesús es Dios y Dios es luz, pero no una luz como nosotros la
conocemos aquí en la tierra, sino que es una luz desconocida, de origen
celestial, que da la Vida y el Amor de Dio al que ilumina.
¿Por qué se transfigura Jesús? Porque Él quiere que lo vean
revestido de luz, para que se den cuenta de que Él es Dios, porque en poco
tiempo tendrá que sufrir la Pasión, y ahí aparecerá en el Monte Calvario todo
cubierto de sangre, de heridas abiertas, de golpes, de hematomas; en la Pasión
aparecerá no cubierto de gloria, sino de humillación; no cubierto de la gloria
de Dios, sino de la Sangre que los hombres le harán salir a causa de las
flagelaciones y los golpes. Se transfigura para que cuando lo vean así en la
Pasión –coronado de espinas, sangrando, humillado-, se acuerden de que Él es
Dios y así tomen valor en esas duras y amargas horas.
Pero la Transfiguración es también para nosotros, para que
sepamos que así como es el Cuerpo de Jesús en el Monte Tabor: en el cielo,
todos estaremos resplandecientes de luz, con la luz de Dios; no habrá
enfermedades, ni dolor, ni llanto, ni tampoco nadie envejecerá, sino que todos
seremos eternamente jóvenes.
Pero es también para que sepamos que, así como Jesús, antes
de subir resucitado y glorioso, tuvo que pasar por la Cruz, así también
nosotros, si queremos llegar al Cielo en la otra vida, en esta vida tenemos que
abrazarnos a la Cruz y seguir por detrás de Jesús.
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