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domingo, 24 de septiembre de 2017

El Evangelio para Niños: Vayan ustedes también a trabajar a mi viña


(Domingo XXV - TO - Ciclo A – 2017)

“Id también vosotros a mi viña” (Mt 20, 1-16). Jesús usa una parábola en la que el dueño de una viña contrata obreros a distintas horas del día: a la madrugada, al mediodía y a la tarde, y a todos les da el mismo salario. Los obreros que trabajaron todo el día, se quejan ante Jesús, porque los que empezaron a trabajar a última hora, reciben la misma paga que ellos, que han estado trabajando todo el día. Unos trabajadores le reclaman, pero el dueño de la viña les dice que eso es lo que pactaron, y que él puede hacer lo que quiera con su dinero, y que no tome a mal que él sea bueno.
Para entender, tenemos que ver qué significa cada elemento de la parábola:
El dueño de la viña es Dios;
La viña es la Iglesia;
El salario es el Reino de los cielos;
Los trabajadores de la viña somos los bautizados;
Los que empiezan a trabajar desde temprano, son los que están en la Iglesia desde hace mucho tiempo;
Los que empiezan a trabajar más tarde, son los que estaban en otra religión y se hacen católicos, o los que eran católicos pero vivieron toda su vida alejados de Dios y, al último momento, se convierten y se salvan;
Los obreros enojados son los católicos que, duros de corazón, se enojan porque consideran que algunos son demasiado pecadores como para estar en la Iglesia y que Dios no puede perdonarlos.
Estos últimos se creen los primeros, pero a los ojos de Dios, son últimos, porque piensan mal de sus prójimos y se enojan porque Dios es bueno con ellos.
Nosotros tenemos que tener cuidado de pensar mal de nuestros prójimos y si sucede que vemos que alguien, que se portaba muy mal, ahora cambió, porque recibió la gracia de la conversión, del amor  a Dios, no solo no debemos enojarnos, sino que debemos alegrarnos porque nuestro prójimo ha abandonado el camino del pecado, para recorrer ese Camino al cielo que es el Padre.
No juzguemos a los demás, no sea que, creyéndonos ser los primeros, seamos realmente los útimos.



sábado, 16 de septiembre de 2017

El Evangelio para Niños: Perdona siempre


(Domingo XXIV - TO - Ciclo A – 2017)

         “Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces tiene que perdonar a quien lo haya ofendido. Le pregunta si es suficiente con perdonar “hasta siete veces”, porque pensaba que eso era suficiente. Entonces, si tenía que perdonar hasta siete veces, quería decir que a la vez número ocho, ya podía actuar contra su prójimo, aplicando la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente”.
         Pero Jesús lo sorprende al responderle que no basta con perdonar siete veces, sino “hasta setenta veces siete”, lo cual no quiere decir “seiscientas cuarenta veces”, sino “siempre”.
         ¿Por qué tenemos que perdonar siempre?
         Para encontrar la respuesta, tenemos que mirar a Jesús crucificado. En la Cruz, Jesús se interpone entre la Ira de Dios, desencadenada por nuestros pecados, y nosotros. Es decir, Él recibió el castigo que todos y cada uno debíamos recibir, en justicia, y así lo dice el profeta Isaías: “Fue herido por nuestros pecados”. Cuando contemplemos a Jesús crucificado, con su corona de espinas, con sus manos y pies clavados a la cruz por gruesos clavos de hierro, con sus heridas sangrantes, con todo el dolor que estar en la cruz supone, pensemos que así debíamos estar nosotros, delante de Dios, para siempre, y que Él se ofreció a sufrir la cruz, para que nosotros no fuéramos castigados. Pero no solo nos perdonó nuestros pecados, sino que nos dio el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que se derramó sobre nuestras almas con la Sangre que brotó de su Corazón traspasado.
         Entonces, así como Jesús nos perdonó a cada uno de nosotros, hasta la muerte de cruz, y además de perdonarnos nos dio el Amor de su Corazón, el Espíritu Santo, así tenemos que hacer nosotros, “siempre”.

         Cuando alguien nos hace un daño, por grave que sea, jamás tenemos que pensar en venganza, porque eso desagrada mucho a Dios; tenemos que acordarnos de lo que la Virgen nos dice: “Hagan lo que Él les diga”. ¿Y qué nos dice Jesús que tenemos que hacer cuando alguien nos ofende? “Perdona setenta veces siete”, es decir, “siempre”, porque Yo te perdoné para siempre desde la cruz. Si yo te perdoné para siempre, tú perdona siempre a tu prójimo”. Así, vamos a estar haciendo lo que Él nos dice: “perdona setenta veces siete”, “ama a tus enemigos”. Y así, imitaremos a Cristo, que es perfecto, y seremos “perfectos, como nuestro Padre del cielo”.

sábado, 9 de septiembre de 2017

El Evangelio para Niños: Cómo corregir al hermano y a nosotros mismos


(Domingo XXIII - TO - Ciclo A – 2017)

“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado” (Mt 18, 15-20).  Jesús nos enseña algo que se llama “corrección fraterna” y es muy parecido a cuando nuestros papás, después que hicimos algo que no estaba bien, nos llaman aparte para hablar con nosotros y hacernos ver qué es lo que hicimos mal. Es muy parecido a esto, solo que, en vez de padres e hijos, se da entre hermanos, amigos, o incluso entre desconocidos.
¿En qué consiste la corrección fraterna? Como dijimos, es muy parecido a como cuando, luego de haber hecho algo malo, un lío o algo por el estilo, papá o mamá nos dicen: “Juancito/Pepita, vení un momentito, por favor, que quiero decirte una cosa”. Cuando nos llaman, nos dicen, por ejemplo: “Juancito/Pepita, sé que has estado perdiendo el tiempo viendo mucha televisión y mucho internet, en vez de estudiar”. Y nosotros decimos que no, que es la maestra que no nos quiere, pero en realidad, sabemos que es así, que fuimos perezosos y por eso no estudiamos y trajimos malas notas. Entonces, reconocemos nuestro error, agachamos la cabeza ante mamá o papá, les decimos: “Tenés razón mamá, tenés razón, papá, estuve viendo mucha televisión y mucho internet, me dejé llevar por la pereza y por eso no estudié, y en realidad la maestra es muy buena y solo me quiere ayudar. De ahora en adelante, prometo que voy a estudiar y a hacer los deberes y solo con el permiso de ustedes, voy a ver algo de televisión o de internet”. Por lo general, el asunto finaliza ahí, pero si no, los papás aplican el “Plan B”, que es la chancleta voladora, muy eficaz.
Bueno, esto que suele pasar con mucha frecuencia, es lo que se llama “corrección fraterna”, solo que, como dijimos, no se da entre padres e hijos, sino entre prójimos iguales. El que hace la corrección fraterna, es decir, el que señala a su prójimo el error que ha cometido, tiene que hacerlo por amor a Dios y al prójimo, no por simple deseo de hacer resaltar lo que el otro hace mal. Esto lo tenemos que tener muy en cuenta, porque por lo general, somos especialistas en ver los defectos ajenos, hasta los más pequeños, pero no somos capaces de ver nuestros propios defectos, que son mucho más grandes que los de nuestros prójimos.
Y el que recibe la corrección fraterna –que podemos ser nosotros mismos-, a su vez, la debe recibir con humildad, es decir, debe reconocer su error y proponer la enmienda, la corrección del error. Si alguien reacciona con enojo frente a una corrección, ese alguien demuestra que es soberbio –recordemos que el primer soberbio es el Demonio- y que no es humilde, y nosotros tenemos el deber de ser humildes, o al menos intentarlo, así como son humildes Jesús y María. El que es humilde, no solo reconoce de buena gana su error, sino que agradece que lo hayan corregido, diciendo así: “Está bien, ahora que me lo decís, me doy cuenta que estaba en un error. De ahora en adelante, voy a tratar de corregirlo y de no cometer más este error”.
En teoría, la corrección fraterna debe funcionar así: el que la hace, debe hacerlo con amabilidad, caridad, comprensión; el que la recibe, debe aceptarla con humildad y agradecimiento.
¿Cómo hacer la corrección fraterna de la mejor manera posible? Pensando cómo actuaría Jesús, con este prójimo mío y en esta circunstancia. ¿Cómo lo trataría Jesús? ¿Cómo le diría que está equivocado y que debe corregirse? Con toda seguridad, no lo haría enfadado, ni de malas maneras, sino con todo el amor y la dulzura de su Sagrado Corazón.
Por último, un ejemplo de cómo puede ser la corrección fraterna: veo que un amigo usa “la cinta roja para la envidia”, y como eso es un pecado de superstición, tengo el deber de decirle que no debe usarla, porque ofende a Jesús, ya que lo único que nos protege del mal es la Sangre Preciosísima de Jesús y no un pedacito de tela roja. Otro ejemplo: alguien viene a Misa, pero en su casa tiene una imagen del Gauchito Gil, de la Difunta Correa, o de la Santa Muerte, que son todos ídolos y servidores del Diablo. Tengo el deber de decirle que está cometiendo un pecado de idolatría, y que debe echar agua bendita a esas imágenes y romperlas, confesarse y hacer el propósito de no volver a rezarle nunca más a esos ídolos. Otro ejemplo: alguien viene a Misa, reza, pero hace yoga, o reiki, o acude a brujos: es lo mismo, porque eso es pecado de idolatría y de superstición, por lo que debo hacer la corrección fraterna.
La corrección fraterna es algo muy parecido a como cuando alguien va al médico y el médico le dice: “Usted debe bajar de peso, debe hacer dieta, debe hacer ejercicio, y no pasarse tanto tiempo sentado frente a la televisión, si quiere vivir muchos años”. Sería un muy mal paciente quien se enojara con el médico, porque el médico le está aconsejando para su bien. Exactamente lo mismo, pero en el plano espiritual, es la corrección fraterna.
“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado (…)”. Con la corrección fraterna cumplimos el Primer Mandamiento, que dice: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”, porque “amar es desear el bien del que se ama”, y el bien más grande para una persona, es salir del error y adherirse a la Verdad. A su vez, si somos nosotros los que recibimos la corrección fraterna, al aceptarla de buena gana y al agradecerla, nos da la oportunidad de practicar la mansedumbre de corazón de los Sagrados Corazones de Jesús y María.




sábado, 2 de septiembre de 2017

El Evangelio para Niños: Vigilemos nuestros pensamientos, para que sean siempre santos, como los de Jesús


Domingo XXII - TO - Ciclo A – 2017)

“Vade retro, Satán! Tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres” (Mt 16, 23). En este Evangelio el protagonista es Pedro, el Primer Papa.
         Cuando Jesús pregunta quién dicen ellos que es Él, Pedro, iluminado por Dios Padre, responde que es el Hijo de Dios. Entonces Jesús lo felicita.
         Pero cuando Jesús les dice que Él, que es el Hijo de Dios, tiene que morir en cruz para luego resucitar y así salvar a los hombres, Pedro se opone a que Jesús muera en cruz. Entonces Jesús le da un reto bien fuerte: “Vade retro, Satán! Tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres”.
         ¿Qué le pasó a Pedro?
         Lo que le pasó es que primero, cuando aceptó a Jesús como Dios, sus pensamientos habían sido puestos en él por Dios Padre.
         Pero después, cuando rechaza la cruz, sus pensamientos fueron puestos por el Diablo, y es por eso que Jesús no le dice: “Vade retro, Pedro!”, sino “Vade retro, Satanás!”, porque es Satanás, el Diablo, el que no quiere la cruz, porque en la cruz el Diablo fue vencido y nosotros fuimos salvados.
         Así nos puede pasar a nosotros, que en un momento pensamos bien, y cuando el principio, el medio y el fin del pensamiento son buenos, entonces esos pensamientos vienen Dios, como nos enseña San Ignacio de Loyola.
         Pero cuando en nuestros pensamientos hay algo malo, sea en el principio, en el medio o en el fin, entonces en nuestros pensamientos hay algo malo, que nos pertenece, y algo malo, que es del Diablo.
         Cuando pensemos: “No necesito venir a Misa, no necesito confesarme, no necesito comulgar, no necesito rezar, no necesito cumplir los Mandamientos de Dios”, entonces tengamos cuidado, porque esos pensamientos, o vienen de nuestra mente mala, o vienen del Diablo, pero nunca de Dios.

         Y acordémonos del reto que Jesús le dio a Pedro, el Primer Papa.
          Vigilemos nuestros pensamientos, para sean siempre santos, como los de Jesús.