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sábado, 9 de septiembre de 2017

El Evangelio para Niños: Cómo corregir al hermano y a nosotros mismos


(Domingo XXIII - TO - Ciclo A – 2017)

“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado” (Mt 18, 15-20).  Jesús nos enseña algo que se llama “corrección fraterna” y es muy parecido a cuando nuestros papás, después que hicimos algo que no estaba bien, nos llaman aparte para hablar con nosotros y hacernos ver qué es lo que hicimos mal. Es muy parecido a esto, solo que, en vez de padres e hijos, se da entre hermanos, amigos, o incluso entre desconocidos.
¿En qué consiste la corrección fraterna? Como dijimos, es muy parecido a como cuando, luego de haber hecho algo malo, un lío o algo por el estilo, papá o mamá nos dicen: “Juancito/Pepita, vení un momentito, por favor, que quiero decirte una cosa”. Cuando nos llaman, nos dicen, por ejemplo: “Juancito/Pepita, sé que has estado perdiendo el tiempo viendo mucha televisión y mucho internet, en vez de estudiar”. Y nosotros decimos que no, que es la maestra que no nos quiere, pero en realidad, sabemos que es así, que fuimos perezosos y por eso no estudiamos y trajimos malas notas. Entonces, reconocemos nuestro error, agachamos la cabeza ante mamá o papá, les decimos: “Tenés razón mamá, tenés razón, papá, estuve viendo mucha televisión y mucho internet, me dejé llevar por la pereza y por eso no estudié, y en realidad la maestra es muy buena y solo me quiere ayudar. De ahora en adelante, prometo que voy a estudiar y a hacer los deberes y solo con el permiso de ustedes, voy a ver algo de televisión o de internet”. Por lo general, el asunto finaliza ahí, pero si no, los papás aplican el “Plan B”, que es la chancleta voladora, muy eficaz.
Bueno, esto que suele pasar con mucha frecuencia, es lo que se llama “corrección fraterna”, solo que, como dijimos, no se da entre padres e hijos, sino entre prójimos iguales. El que hace la corrección fraterna, es decir, el que señala a su prójimo el error que ha cometido, tiene que hacerlo por amor a Dios y al prójimo, no por simple deseo de hacer resaltar lo que el otro hace mal. Esto lo tenemos que tener muy en cuenta, porque por lo general, somos especialistas en ver los defectos ajenos, hasta los más pequeños, pero no somos capaces de ver nuestros propios defectos, que son mucho más grandes que los de nuestros prójimos.
Y el que recibe la corrección fraterna –que podemos ser nosotros mismos-, a su vez, la debe recibir con humildad, es decir, debe reconocer su error y proponer la enmienda, la corrección del error. Si alguien reacciona con enojo frente a una corrección, ese alguien demuestra que es soberbio –recordemos que el primer soberbio es el Demonio- y que no es humilde, y nosotros tenemos el deber de ser humildes, o al menos intentarlo, así como son humildes Jesús y María. El que es humilde, no solo reconoce de buena gana su error, sino que agradece que lo hayan corregido, diciendo así: “Está bien, ahora que me lo decís, me doy cuenta que estaba en un error. De ahora en adelante, voy a tratar de corregirlo y de no cometer más este error”.
En teoría, la corrección fraterna debe funcionar así: el que la hace, debe hacerlo con amabilidad, caridad, comprensión; el que la recibe, debe aceptarla con humildad y agradecimiento.
¿Cómo hacer la corrección fraterna de la mejor manera posible? Pensando cómo actuaría Jesús, con este prójimo mío y en esta circunstancia. ¿Cómo lo trataría Jesús? ¿Cómo le diría que está equivocado y que debe corregirse? Con toda seguridad, no lo haría enfadado, ni de malas maneras, sino con todo el amor y la dulzura de su Sagrado Corazón.
Por último, un ejemplo de cómo puede ser la corrección fraterna: veo que un amigo usa “la cinta roja para la envidia”, y como eso es un pecado de superstición, tengo el deber de decirle que no debe usarla, porque ofende a Jesús, ya que lo único que nos protege del mal es la Sangre Preciosísima de Jesús y no un pedacito de tela roja. Otro ejemplo: alguien viene a Misa, pero en su casa tiene una imagen del Gauchito Gil, de la Difunta Correa, o de la Santa Muerte, que son todos ídolos y servidores del Diablo. Tengo el deber de decirle que está cometiendo un pecado de idolatría, y que debe echar agua bendita a esas imágenes y romperlas, confesarse y hacer el propósito de no volver a rezarle nunca más a esos ídolos. Otro ejemplo: alguien viene a Misa, reza, pero hace yoga, o reiki, o acude a brujos: es lo mismo, porque eso es pecado de idolatría y de superstición, por lo que debo hacer la corrección fraterna.
La corrección fraterna es algo muy parecido a como cuando alguien va al médico y el médico le dice: “Usted debe bajar de peso, debe hacer dieta, debe hacer ejercicio, y no pasarse tanto tiempo sentado frente a la televisión, si quiere vivir muchos años”. Sería un muy mal paciente quien se enojara con el médico, porque el médico le está aconsejando para su bien. Exactamente lo mismo, pero en el plano espiritual, es la corrección fraterna.
“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado (…)”. Con la corrección fraterna cumplimos el Primer Mandamiento, que dice: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”, porque “amar es desear el bien del que se ama”, y el bien más grande para una persona, es salir del error y adherirse a la Verdad. A su vez, si somos nosotros los que recibimos la corrección fraterna, al aceptarla de buena gana y al agradecerla, nos da la oportunidad de practicar la mansedumbre de corazón de los Sagrados Corazones de Jesús y María.




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